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Porqué los alemanes hicieron lo que hicieron

Dentro de la óptica actual, el que el pueblo alemán haya apoyado las monstruosidades del nazismo es un acto que no acepta explicaciones. Para entenderlo es necesario revisar todos los elementos históricos previos a la aparición de la locura hitleriana

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ENERO, 2010. Es una pregunta que abruma a los alemanes mismos: ¿cómo fue posible que sus abuelos hubieran seguido al precipicio a un sujeto desquiciado quien desató una guerra que costó más de 60 millones de vidas? Dentro de la óptica actual de tolerancia racial, comportamiento políticamente correcto y derechos humanos, lo que Alemania hizo en las décadas de los 30 y los 40 resulta mucho más que aberrante. Pero al hacerlo así se juzgan únicamente los resultados, no las causas, y además de excluyen deliberadamente todos los aspectos propios de aquel momento que permitieron a Adolfo Hitler llegar al poder.

Ciertamente es una pregunta que invita a análisis más profundos, pues se trata del mismo pueblo de donde salieron Beethoven, Goethe y Einstein, en contraste con Himmler y Goering. Pero por otro lado no intentamos aquí justificar, ni mucho menos comprender, a las causas del tirano, abiertamente expresadas desde que publicó Mi Lucha. El motivo aquí es desglosar cómo fue que el pueblo alemán, por lo demás inteligente, sagaz y metódico, pudo sucumbir ante ese mensaje de odio racial y pureza de sangre.

El nazismo comenzó a ganar sus primeros adeptos a mediados de los 20. No era casualidad: Alemania acababa de perder una guerra en la cual las potencias aliadas la habían castrado no sólo militarmente sino en su territorio; para imaginar las consecuencias del Tratado de Varsalles, pensemos en una guerra que México terminaría perdiendo con Guatemala donde un tercer país impusiera condiciones y de ribete exigiera devolver a México la región del Soconusco, reclamada por su vecino desde 1839. No se concebiría quedar impasible ante semejante humillación.

Al exorbitante gasto militar de la entonces llamada Gran Guerra se añadieron las indemnizaciones que el gobierno alemán tuvo que erogar a sus vecinos agredidos. Todo esto aunado a la brutal caída en la producción hizo que en la década de los 20 se disparara una hiperinflación del 500 mil por ciento en todo el territorio; la clientela en los restaurantes prefería pagar su comida por adelantado ya que a la hora del postre los precios ya se habían incrementado. Se hicieron comunes las carretillas atiborradas de billetes cuando la gente iba a comprar la despensa.

Para colmo, cuando por fin la hiperinflación alemana comenzaba a ceder ocurrió la debacle financiera norteamericana de 1929. Y como suele suceder en momentos de crisis económicas, la gente culpa a los banqueros por la desaparición de sus ahorros. El que la mayoría de los banqueros alemanes tuviera origen judío resultó en una coincidencia trágica.

Para 1931 Alemania sentía encontrarse en un callejón donde la estructura democrática parecía ya no funcionar más, donde los partidos políticos eran señalados como corruptos y acomodaticios, donde se veía a los legisladores como holgazanes que cobraban altísimas comisiones y donde el gobierno aparecía avejentado, incapaz de controlar a su propia gente. Es decir, los mismos conceptos hoy escuchamos en América latina. Y ante una situación de impotencia, la necesidad de encontrar un caudillo, alguien que ponga orden, se hace indispensable. En tal sentido la subida al poder de Adolfo Hitler difiere poco a la hecha por Hugo Chávez y Evo Morales.

Porque al igual que ambos personajes, Adolfo Hitler ganó unas elecciones democráticas. Cierto, hubo actos intimidatorios, como la quema del Reichstag (Parlamento) atribuida a los judíos aunque en realidad había sido planeada por los capitostes nazis. Pero de cualquier manera Hitler ganó por amplio margen; el incidente no le dio más votos de los que ya requería para lograr la victoria.

Fueron tres los elementos que sedujeron a la población alemana. Uno, una oratoria tremendamente efectiva, hipnotizante de la cual refirió un reportero de la revista LIFE "era casi imposible sustraerse de ella si no estabas prevenido". La segunda, la promesa de una etapa de bienestar económico; y tercero, un adoctrinamiento brutal que incluía temas etnocéntricos como la superioridad de la raza aria y la pureza de sangre. Ese discurso fue tan exitoso que nadie cayó en la cuenta que, con excepción de Herman Goëring, el gabinete más cercano a Hitler, incluido él mismo, eran de cabello oscuro, clara señal de pertenencia a las "razas inferiores".

Resulta obvio recordar que en ese momento de la historia nadie había escuchado hablar de derechos humanos ni tolerancia racial, algo que no era exclusivo de Alemania.

Para 1936 Alemania ya había dejado atrás la crisis económica, mucho antes que los Estados Unidos. ¿Cómo lo había hecho? A través de una política financiera abiertamente inspirada en el keynesiamismo que ponía al Estado como impulsor de la economía, con medidas mucho más radicales que las del presidente Roosevelt, que incluían un feroz programa de sustitución de importaciones y una producción enfocada casi en exclusiva al mercado interno. Una diferencia es que los sindicatos estaban totalmente sometidos a la doctrina nazi, lo cual permitió que se instrumentaran jornadas de trabajo que escandalizaron a los sindicalistas norteamericanos y británicos. 

También quedaba claro que desde ese año el gabinete económico de Hitler se estaba enfocando más a la fabricación de armamento, quizá consciente que el keynesianismo es una liga que puede romperse si se le estira de más. La bonanza económica también explicaría cómo en 1939 Alemania se anexó a Austria sin mayores incidentes, algo que difícilmente hubiera ocurrido apenas un decenio antes.

El discurso de "pureza racial" requería chivos expiatorios para exculpar el reciente pasado. La famosa Krystalnacht fue el primer aviso de que el nazismo buscaba ir más allá de la mera acusación. De repente en buena parte de Europa los judíos eran los culpables de que hubiera pobreza, despojos y de practicar la usurería, algo irónico si recordamos que eso fue precisamente lo que hizo el régimen nazi al arrebatarles sus propiedades, dejarlos en la pobreza y de paso enviarlos a unos campos de concentración de lo que la población alemana pensaba eran una especie de reservaciones como en las que vivían los indios norteamericanos.

El éxito económico del nazismo --basado, como ya se dijo, en estructuras que no aguantarían mucho tiempo si no canalizaba más a la producción bélica-- apenas hizo pestañear a la opinión pública alemana cuando Hitler invadió Polonia, en agosto de 1939; el pueblo estaba consciente que el objetivo era la URSS, de igual modo que celebró la invasión parcial de Francia, un viejo enemigo al que se consideraba era momento de ajustarle cuentas.

Michel Besquiat refirió que algo peor que un dictador fracasado es un dictador exitoso pues en vez de gobernar con el terror lo hace mediante el respaldo popular. Besquiat se refería a Napoleón, pero ello bien se puede aplicar a Hitler.

Muchos historiadores aún discuten si el pueblo alemán estaba al tanto de la llamada "solución final" de Heinrich Himmler que culminó con la muerte de seis millones de judíos en los campos ce concentración. Como se mencionó párrafos arriba, se sabía que éstos habían sido separados de la población pero la propaganda nazi en ningún momento reveló los verdaderos motivos. Hay que tomar en cuenta que los medios estaban totalmente sometidos al Ministerio de Propaganda el cual revisaba, corregía, quitaba o agregaba la información, algo que se agudizó aún más por "motivos de guerra". No fue hasta el final de la guerra cuando se supo que estos "refugios" eran en realidad campos de exterminio que también sirvieron para realizar los "experimentos" más aberrantes. Los efectos de manipulación nazi han sido tales que por décadas (y todavía hoy) hay quienes piensan que estos sitios fueron mera invención de la propaganda aliada.


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1 comentarios

ariel_velasquez escribe 03.01.10

Lo que le pasó a los alemanes podría ocurrir a otro pueblo culto, Hitler supo manipular al pueblo con lemas que profesaban la superioridad racial y que desafortunadamente pueden repetirse si se combinan todos esos elementos, lo que sucede es que en México tenemos el trauma de ser un pueblo de perdedores y por eso nos resulta difícil comprender el comportamiento alemán, un comportamiento triunfador.

 

 

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