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Lo que hay detrás de un hit en las listas

Pareciera un misterio que canciones realmente malas o mediocres hayan llegado a la cima de la popularidad mundial. En ello ayudó su difusión en la radio pero también el cohecho de las disqueras y la mafia hacia los programadores, todo referido en este libro que contiene mucha ropa sucia

Hit Men: Power Brokers and Fast Money Inside the Music Business
Fredric Dannen
Times Books/Random House/1990

JUNIO, 2013. Usted sintoniza su estación favorita de radio y escucha una canción que le gusta. Al terminar cambia de frecuencia y encuentra la misma canción en otra difusora. Es probable que a lo largo de esa semana, la tonada se le haya quedado tan grabada en el cerebro que bien pronto sentirá ganas de comprar el sencillo o, mejor aún, el disco entero de ese grupo. Con satisfacción se entera usted que miles de personas más tienen el mismo gusto que usted cuando la canción entra al Top Ten de Billboard.

Todavía a finales de los noventa éste era el método para hacer popular una canción en Estados Unidos y de ahí, naturalmente, al resto del mundo. Las estaciones de radio aún pueden promover un artista pero en vez de ir a la tienda de discos, el consumidor baja la canción por ITunes o por cualquier otro medio. El negocio ha cambiado. Pero la sensación que queda después de leer Hit Men de Fredric Dannen, es la de un mundo poco recomendable, el de la música, infiltrado por la mafia, los pagos ilegales a los programadores, amenazas cumplidas y no pocas desapariciones forzadas. Una vez que termina de leerse, lo que ocurre en el primer párrafo de este texto pasa a ser una descripción simplista; de hecho, fuera de su aporte económico, el consumidor poco o nada influía para que una canción se convirtiera en la número uno del país. 

El título del libro es Hit Men, juego de palabras pues en inglés lo mismo significa "gatillero" que alguien encargado de convertir una canción, así sea una mediocridad creativa, en el gran éxito musical de la década.

Hit Men aborda el caso más célebre de payola, el cual desembocaría en una investigación por parte del FBI. Alan Freed, apodado Moondog, es un disc jockey de Cleveland cuya popularidad hace que con únicamente alabar a un artista, las ventas de sus discos se vayan a la estratosfera. Para 1957, según el autor, Freed se embolsaba hasta 20 mil dólares mensuales, una fortuna para la época. Sin embargo muchos jóvenes se extrañan de que ciertas canciones sean programadas varias veces al día mientras otras apenas y las "pasan" cada tercer día. Freed y otros DJs promocionan artistas oscuros o poco conocidos y los presentan como lo máximo en el mundo de la música. Algo anda mal y un joven agente del FBI decide entrevistar a Reed y a los programadores de la estación. Tras varias negativas, finalmente se les obliga a hablar.

Moondog Reed revela la razón: durante varios meses le han estado enviando sobres repletos de dólares acompañados de un single que le "recomiendan" tocar en horas pico de audiencia. Cada "tocada" equivale a la llegada de otro sobre gordo. Luego los programadores entran al juego o, más bien, según Reed, son forzados a hacerlo, a riesgo de sufrir daño físico ellos o sus familias. Se trata de la célebre payola, que ya existía desde los primeros años de la radio pero que en los cincuenta, con el riquísimo mercado que ya perfilaba el rock and roll, se hace omnipresente. "¿Y quién cree que envía el dinero?", se le pregunta a Freed. "Quienes son los principales beneficiados", responde, es decir, las compañías disqueras. El DJ es enviado a prisión, sale de ahí sin ánimo de nada y muere en 1965.

En la siguiente década la payola parece ser contrarrestada, o al menos controlada --se ve como legal la existencia de "promotores" radiofónicos, aunque fuertemente vigilados por el fisco-- sin embargo con la llegada de los setenta y el boom de las estaciones de FM y su mejor calidad de sonido, la payola se refina. Esta vez los programadores y los DJs ya no reciben efectivo sino regalos, viajes en crucero, cocaína, mujeres, es decir, toda "persuasión" que no pueda ser detectada en efectivo. "Tu nunca veías en persona a quienes te enviaban el dinero. Recibías un sobre con un 'menú' de opciones para promover una canción. ¿Boletos para el restaurante más caro de la ciudad, te gustaría tener un auto nuevo? ¡Solo pídelo!", refiere a un DJ retirado que trabajó para una estación de radio. "Escogías 'mujer bella esta noche' y más tarde una chica despampanante tocaba a tu puerta dispuesta a todo contigo o bien quedabas de verte con ella en un motel".

Por supuesto, la condición era promover determinada canción varias veces al día al aire. No hacerlo implicaba una golpiza en el estacionamiento, acoso telefónico y aun la desaparición forzada.

Las estaciones long format (formato largo) se hacen muy populares entre quienes gustan de escuchar canciones largas. Pero hubo otra razón: los DJs ponen al aire temas como "Freebird" de Lynyrd Skynyrd, que dura más de 16 minutos, con el fin de consumir la droga que les envían desde la compañía disquera. La mafia, que comienza a acaparar la distribución de discos en las tiendas de las grandes y medianas ciudades, también entra en la jugada. "Para vender un disco de los Jackson Five era necesario que a la gente de esa ciudad le gustaran los Jackson Five, y esa era la labor de las estaciones de radio", señala el autor. "Por cada disco de ellos o de alguien más que se vendía en la tienda, un porcentaje le tocaba a la mafia por distribuir el material".

En los ochenta el problema se hace nacional. Surgen megaestrellas como Madonna, Michael Jackson o Bruce Springsteen y a las disqueras les urge vender sus discos por millones. Los promotores se encargan de la labor; es imposible que una canción entre el aire si no cuenta con el visto bueno de los promotores; los formatos se hacen más cerrados y los castigos más duros para los delatores. Steve Cox, un DJ de Miami, habla sobre la payola en red nacional y a las pocas horas es secuestrado y amenazado.

El lodo llega a todos lados. Morris Levy, dueño de Roulette Records y de un catálogo con más de 10 mil títulos (le ganó una demanda a John Lennon por derechos de autor que lo obligaba a grabar un disco de covers cuyos derechos pertenecían a Levy) es detenido por el FBI y enviado a prisión por extorsión y amenazas cumplidas. Salvatore Pisello recibe una paliza por órdenes de Levy por un préstamo para comprar miles de cassettes de artistas descontinuados y que planeaba distribuir ilegalmente en Nueva York. ¿Pero cómo puede quejarse Pisello si también él ha hecho lo mismo otras veces? Igualmente se le envía a prisión.

Todas las disqueras están implicadas. Sin un promotor, no es posible tener hits en la radio. Pero la forma de lograrlo, de conseguir un número uno, se convierte en obsesión donde la "ayudadita" a los programadores se torna imperativa. Y aunque la historia de Hit Men termina en 1990, la práctica ha seguido hasta nuestros días. hace unos años otra investigación arrojó acusaciones de payola hacia difusoras de Los Ángeles, Dallas y Nueva York para promover a artistas como Destiny's Child o April Lavigne.

La peor parte la lleva Walter Yetnikoff, quien al momento de publicarse el libro era el gerente general de CBS en Estados Unidos, una de las empresas más poderosas del entretenimiento en ese país. Dannen lo describe como "paranoico, rencoroso y violento". Logra llevar a la cima al Thriller de Michael Jackson o al Born in the USA de Bruce Springsteen pero al hacerlo deja muchas víctimas en el camino, muchas traiciones y drogas por todos lados", Yetnikoff sería sustituido de CBS años después.

Hit Men tiene sus momentos duros que a veces producen agruras pero de que es lectura interesantísima, sin duda. Quizá nos ayude a comprender porqué canciones malísimas llegaron a la cima, y otras tantas que merecían mejor suerte terminaron en el olvido.

 

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