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INTERNACIONAL

Ante los desatinos del Papa Francisco, el legado de Juan Pablo II crece todavía más

Ser más papista que el Papa puede definir al actual pontífice, un gran contraste con uno de sus antecesores inmediatos quien ayudó a cambiar la historia del mundo y antepuso siempre la defensa de los cristianos en una tierra hostil como lo es Medio Oriente. Ante este contraste, el legado de Karol Wojtyla adquiere más preponderancia

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JUNIO, 2017. Cuando fue elegido Papa en 1978, las expectativas acerca del hasta entonces cardenal Karol Wojtyla eran enormes, no solo por tratarse del primer pontífice no italiano en casi medio milenio sino por ser una figura que, dados sus antecedentes, se perfilaba más como un conservador, un contraste amplio con los postulados de sus antecesores Juan XXIII y Pablo VI, quienes habían abierto la puerta al progresismo en la Iglesia a partir del Concilio Vaticano celebrado en Medellín. (Los infaltables conspiracionófilos dirán que este papa llegó tras el supuesto "envenenamiento" de Juan Pablo I, quien estuvo en el trono de San Pedro poco menos de un mes).

Además de haber tenido uno de los papados más largos de la historia, el de Juan Pablo II ayudó a transformar profundamente el mundo que le tocó vivir como pontífice. Se comprometió a ser el "Papa viajero", donde visitó no solo países afines a la Iglesia católica sino otros que le eran francamente hostiles . Bien pronto quedó claro que se trataba de un pontífice distinto que había pisado callos, tanto así que en 1981 fue víctima de un atentado que, se supo depsues, había sido planeado por la KGB. Juan Pablo II se reveló como un Papa comprometido con la libertad de manera que, al hacer buena química con Lech Walesa, Margaret Thatcher y Ronald Reagan, se propusieron dar fin al imperio soviético, un bloque que había suprimido sus derechos elementales y religiosos a millones de personas en Europa.

A qué grado llegó la influencia Juan Pablo II que, apenas unas décadas después que Stalin preguntara burlonamente "¿Y cuántas divisiones tiene el Papa"?, Mijail Gorbachov fuera a visitarlo al Vaticano.

Queda claro que, sin la presencia de Juan Pablo II, el bloque soviético no habría caído o habría tardado más tiempo en desplomarse. Y había una razón, Como llegó a recordar el ex dictador polaco Wojciech Jaruzelski: "Cuando platicábamos y desde que era cardenal, dentro de toda su amabilidad mostraba una valentía para decir lo que pensaba y unas convicciones inamovibles, admirables". El recientemente fallecido filósofo católico Michael Novak escribió: "He estudiado la vida de los Papas en toda la historia y veo a Juan Pablo II, en su actuar, casi casi como una excepción, que lo convirtió en un verdadero apóstol".

Tras la muerte del Papa polaco, le sucedió Joseph Ratzinger, un intelectual de altísimos vuelos no muy acostumbrado a las grillas internas dentro del Vaticano de modo que, harto, renunció al trono de San Pedro y se convirtió en Papa emérito. Fue sucedido por Jorge Barboglio, el primer Papa latinoamericano aunque, dentro de toda su herencia, el Pontífice volvía ser italiano luego de la experiencia de un Papa polaco y otro alemán.

Y tenemos, así, otro Papa de contrastes. Del conservadurismo de Wotjlyla y Ratzinger hemos pasado a un curioso cóctel de peronismo con teología de la liberación aderezado con un discurso progre norteamericano, algo más que desconcertante si asumimos que, como arzobispo de Buenos Aires, se catalogaba a Barboglio como un cardenal más bien de tendencia conservadora. Los feligreses de la capital austral aún se regocijan al recordar los "pleitos verbales" entre el actual Papa y la ex presidente Cristina Kirchner, quien llegó a llamarle "anticuado" y "pieza de museo por manifestar su oposición al matrimonio homosexual y el aborto, pero una vez que fue elegido Papa, la exmandataria corrió, casi de rodillas, a felicitar a Barboglio al mismísimo Vaticano.

Y en lo que podría considerarse la corona de las ironías, Barboglio, ya convertido en el Papa Francisco, parece ser fiel acólito del populismo que caracterizó al matrimonio de los Kirchner.

Cuando un Papa advierte que "no existe un solo ejemplo donde el capitalismo haya combatido las desigualdades", dan ganas de recordarle cómo en 1962, una devastada Corea del Sur tenía menos de un tercio del PIB argentino y hoy, gracias al libere mercado, su PIB es de 27,221,52 dólares contra los 13,431,88 dólares del país donde nació Su Santidad. Cuando el Papa dice que "si una mujer está arrepentida por haber abortado puede recibir el perdón", se trata más de una idea propia que la de una Iglesia que por milenios ha condenado lo que eufemísticamente se ha llamado "interrupción voluntaria del embarazo". Cuando el Papa Barboglio canoniza a los 6 mil civiles asesinados en Paracuellos, España, durante la guerra civil española y luego afirma que "los comunistas son como los cristianos porque buscan que sean los pobres y los marginados sean quienes decidan", cae en una brutal incongruencia de ideas.

Un Papa que pide "diálogo" en Venezuela ante un gobierno que solo ha ofrecido represión y lleva casi 60 muertos en su haber y que hace unas semanas ofreció la comunión a Nicolás Maduro --escena tan repugnante como la famosa foto donde a Augusto Pinochet se le ve comulgando-- solo puede provocar retortijones.

Un Papa que, como respuesta cuando dos fanáticos musulmanes degollaron al padre Jacques Hamel en Francia, dijo que "también hay cristianos violentos que golpean a sus esposas y nadie dice nada", nos deja en claro que el Papa Francisco es bastante peculiar, y no precisamente en los mejores términos.

Cuando cientos de miles de cristianos son perseguidos y asesinados en Medio Oriente y el Papa relativiza el asunto aludiendo "los excesos cometidos por los cristianos durante las Cruzadas", la diferencia de Barboglio con su antecesor ya es insalvable; si recordamos cómo Juan Pablo II le dijo en su cara al dictador Saddam Hussein, "si los cristianos en Irak son objeto de agravios, vendré desde Roma a luchar por ellos, por ello delego en sus manos su integridad", la actitud del Papa Francisco es pasmosa, inexplicable.

Los resultados están a la vista: si bien el Papa Francisco se ha convertido en un favorito de la izquierda --ha sido hasta hoy en el único pontífice al que Rolling Stone la ofreció una portada-- y millones de católicos, por el solo hecho de ser el sucesor de Pedro toman como dogma inapelable toda declaración que diga, lo cierto es que su influencia en el panorama mundial queda muy lejos de la de sus antecesores, en especial Juan Pablo II.

Es elogiable que el Papa Francisco lo haya canonizado y prácticamente convertido en santo. Pero la mejor manera de honrar su memoria es continuar su obra pastoral, muy alejada de las telarañas, espejismos y desconocimiento que el Papa Francisco ha demostrado estos años al frente de la Iglesia católica.
 

 

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