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Adiós al arrogante Barack Obama, salúdame a jamás vuelvas

Deja un país profundamente dividido, lleno de conflictos raciales, más expuesto que nunca al terrorismo islámico y con un endeudamiento que pagarán los tataranietos. Sin embargo el máximo desastre lo constituye la descomunal egolatría de Barack Obama. Con el tiempo se verá todo el daño que sus ocho años de gobierno provocaron a Estados Unidos

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ENERO, 2017. Para darnos cuenta de los enormes disparates en que ha ocurrido Barack Obama solo basta imaginar si, en el 2008, George W. Bush hubiera dicho a las pocas semanas de la derrota de John McCain, que él fácilmente le hubiera ganado a Obama si se le concedía un tercer periodo. Aquello sería visto, sin duda, como un enorme acto de altanería que en el caso de Obama ningún medio se ha dado en detectar. Pero en una reciente entrevista Obama le dijo a su ex colaborador David Axelrod que él habría vencido sin problemas a Donald Trump en caso de haberse postulado por un tercer periodo. Megalomanía pura.

Obama no piensa irse del escenario sin dejarle una herencia desastrosa a su sucesor ni tampoco sin disminuir un poco a su descomunal egolatría. Porque ese tipo de declaraciones resultan una virtual mentada de madre a Hillary Clinton y totalmente antiéticas tratándose de una compañera de partido político. Obama quiere que se siga hablando de Obama, y nada más; con una inmadurez inaudita propia de un adolescente berrinchudo, el aún presidente está dejándole un campo minado a Trump, incluyendo la traición a un aliado fiel como Israel, o más bien contra el primer ministro Netanyahou, a quien siempre le tuvo mala leche, tanto así que nunca lo felicitó tras haber obtenido su reelección hace dos años.

El de Obama fue un discurso que profundizó más las divisiones raciales en su país, matizado todo con un doble discurso que producía náuseas: a cualquier atentado por parte de simpatizantes del ISIS, Obama exigía un mayor control de armas, como si éstas se dispararan solas; nunca censuró abiertamente a grupos como Black Lives Matter, los cuales son un nazismo a la inversa, y en su lugar criticó la "brutalidad policiaca". Y peor aún: ante todas estas tragedias, Obama anteponía su primera persona, siempre ansioso por ser el protagonista. Durante su alocución por los policías asesinados en Dallas, Obama se refirió a sí mismo en 129 ocasiones, según un artículo del sitio Breitbart.com.

Yo, yo y siempre yo, fue la consigna de Barack Obama durante sus ocho años en la presidencia. Y quien no estuviera de acuerdo con lo que decía era un racista.

Lo increíble es que ese protagonismo terminó por caricaturizar su política exterior. En buena parte del mundo, el gobierno norteamericano pasó a ser el bufón, el tonto de la clase que se le ponía en la espalda un mensajito con la frase "Patéame". Cuando la dictadura cubana sigue reprimiendo las manifestaciones y encarcelando disidentes luego de haber sido reconocida por el gobierno cubano, nadie puede tomar en serio a la política exterior de Obama y de su secretario John Kerry... es imposible.

Pero también las bravuconadas ególatras lo han expuesto al ridículo como ocurrió cuando Obama acusó a Rusia de haber hackeado al gobierno norteamericano (¿hasta ahora se da cuenta?) y achacar a ello el que Hillalry Clinton hubiera perdido las elecciones. ¿Pues no quedó Obama en que fue derotada porque él mismo ya no se pudo postular por tercera vez? Y luego, ajustándose el cinto y fajándose los pantalones, Obama expulsó a 34 funcionarios rusos que estaban en Washington, quizá esperando una respuesta similar por parte de Moscú y que pusiera otra vez en primeras planas el nombre de Obama. Para su sorpresa, y con un maquiavelismo admirable, Putin no hizo el menor caso a la provocación, un mensaje clarísimo que no requirió mayor explicación: para Rusia, Barack Obama ya no es nada y ya no existe razón alguna para lidiar con él. Una situación que, por cierto, se habría convertido en un grave problema diplomático si la respuesta de Putin hubiera sido más severa o, simplemente, le hubiera seguido el jueguito a Obama.

A Obama no le cabe haber perdido una jugada. Como todo autócrata, si las cosas no le salen bien es por causa de alguien más, ya sea por conspiraciones oscuras de la derecha, por quienes jamás lo aceptaron por ser el primer presidente negro de Estados Unidos --falso, en realidad fue el primer presidente mulato-- y por quienes fueron incapaces de comprender su mensaje de esperanza y armonía, dos factores hoy ausentes en buena parte de la población norteamericana.

Obama no entiende, no le cabe en la cabeza, que si perdió fue porque millones de electores ya estaban hartos de él y de sus políticas, algo que está lejos de ser nuevo: hace dos años el Partido Demócrata perdió escandalosamente las elecciones intermedias y con ellas las dos Cámaras, refrendadas por los republicanos el pasado noviembre, eso sin dejar de incluir cómo Obama dejó diezmados a los demócratas quienes hoy únicamente tiene gobernador en 16 de los 50 estados, y en tres de ellos por coalición cuando en el 2009 controlaban 33 gubernaturas, prácticamente la mitad de las actuales. Un fracaso innegable, incuestionable.

Y si aun con el respaldo cómplice de los medios norteamericanos y del 95 por ciento de Hollywood y demás celebridades, el gobierno de Obama termina como un desastre, queda claro quién ha sido el inepto de la historia. Al ego de Barack Obama le dejaron un hueco gigantesco y no se ha dado cuenta de ello, por el contrario: como bravucón indignado, Obama abandona el lugar tirando patadas, rompiendo platos y quebrando vidrios, una verdadera vergüenza.

Conforme pase el tiempo las cosas quedarán en su justa dimensión y se verá como Barack Obama fue uno de los peores presidentes que ha tenido Estados Unidos. Por lo pronto le deseamos un exilio muy anónimo, y muy silencioso, algo que será difícil dada la megalomanía que se carga el señor.

 

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