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INTERNACIONAL
Colombia: la
apuesta de Juan Manuel Santos por el nada o nada
Entre el anhelo por lograr
una paz duradera y la extraña coincidencia que todo ocurra días
antes que se anuncie el Nóbel de la Paz, el gobierno colombiano ha
puesto todo en la mesa sin que la otra parte haya cedido, ni
en discurso ni en estrategia, a lo que los llevó a rebelarse hace
medio siglo. El presidente Santos lleva a su país, literalmente, al
borde del abismo
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OCTUBRE, 2016. Si lo viéramos
desde una postura descarada, la firma del acuerdo entre el gobierno
colombiano y las FARC se da en fechas más que cercanas a la entrega
del Premio Nóbel de la Paz. Es indudable que al presidente Juan
Manuel Santos le ha pasado esta idea por la cabeza. Pero si ese es
el objetivo, Colombia pudiera estar a las puertas de un conflicto
aún mayor. En 1974 se otorgó esa presea a Henry Kissinger por lograr
un acuerdo con la entonces Vietnam del Norte y meses después ese
"logro histórico" estaba hecho pedazos. ¡La organización Nóbel
premió a Yasser Arafat, por Dios! (y también a
Barack
Obama, a quien el Ejército Islámico, organización cuya crueldad
y manera de matar enemigos emprqueñeció las tácticas de la OLP, le
creció en sus narices).
Sin embargo el presidente Santos ha cometido --no sabemos si
deliberadamente o por la prisa antes que se otorguen los Nóbel de
este año-- un error garrafal lleno de concesiones a las FARC, un
paquete de nada o nada muy similar, diríamos sospechosamente, a las
canonjías que Obama cedió al gobierno cubano y que no han resultado,
en lo mínimo, en la liberación de presos políticos en la isla ni una
mínima apertura democrática.
Las concesiones a las FARC son inauditas. Repasemos algunas de
ellas: el gobierno colombiano aceptó firmar la paz pese a que el
representante de las FARC, un tipo apodado Timochenko, ha evitado
pedir disculpas a las víctimas de la violencia. Dijo Timochenko:
"Cuando uno pide perdón es porque se arrepintió de haber hecho algo,
yo no me estoy arrepintiendo de nada de lo que he hecho como
guerrillero". Es decir, como diríamos en México. sí, pero no.
¿Imaginamos cuál habría sido la reacción durante las pláticas que
pusieron fin al apartheid si sus autores hubieran dicho abiertamente
que no se arrepentían en lo mínimo de haberlo implantado en
Sudáfrica?
Asimismo, el gobierno de Santos se compromete a entregar a las FARC
un total de 10 escaños en el Congreso, ganen o no ganen elecciones,
así como una cadena de estaciones de radio y circunscripciones
especiales en aquellas zonas dominadas por la guerrilla; entre ellas
del acuerdo otorga a las FARC una peculiar cesión de "soberanía" en
áreas donde donde varios militantes, dice el documento, "efectuarán
labores de protección ambiental" ¡Esto por parte de quienes
realizaron cientos de incendios premeditados para arruinar a los
campesinos y a los ganaderos que se negaban a cooperar o a pagar
"tributo" la guerrilla!
Por supuesto que el acuerdo implica una virtual amnistía a una
guerrilla que, según informes recopilados por la ONG !Basta Ya!, de
1955 al 2012 dejó 220 mil muertos civiles, efectuó 27,023 secuestros
en treinta años y 1,982 masacres así como 10,082 muertes por minas
terrestres, muchas de las cuales aún siguen activas, eso sin contar
a los miles de soldados, representantes de un gobierno legalmente
constituido, quienes murieron y eran también parte de la sociedad
civil colombiana. La memoria de todos ellos queda en entredicho con
este acuerdo, del mismo modo que la deuda de quienes perecieron en
las cárceles cubanas o cuando intentaban huir de la isla quedó
sepultada luego que Obama otorgó todo tipo de concesiones a la
dictadura castrista.
Algunos medios progresistas han manejado "el fin del conflicto
armado en Colombia, como "un triunfo de la reconciliación",
incluidos en esta postura el secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon,
así como Madame Lagarde, directora del Fondo Monteario
Internacional. ¿Pero cuál reconciliación? Cuando ésta se da, ambas
partes reconocen sus errores y ofrecen disculpas a aquellos a
quienes provocaron daño. Este no es el caso: como ya se dijo, la
máxima cesión que han realizado las FARC en la negociación es la
promesa de entregar sus armas, lo cual hasta el momento no han
hecho.
Además del burdo coqueteo con el Nóbel de la Paz, el presidente
Santos ha recurrido al engaño. Dada la enorme impopularidad del
mandatario --una reciente encuesta de Ipsos le otorga apenas un 21
por ciento entre los líderes de América latina, menos que Peña
Nieto, que logró 26 por ciento-- el plebiscito original de un 50 por
ciento para aprobar en acuerdo del gobierno colombiano con las FARC,
con ayuda del Congreso la cifra fue reducida a un 13 por ciento con
lo cual prácticamente queda asegurado el SÍ. Más aún, la pregunta
(“¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y
la construcción de una paz estable y duradera?”) es totalmente
inducida. ¿Qué colombiano en su sano juicio se atrevería a responder
que no?
Por supuesto que la pregunta debiera ir más dirigida a cómo
se llevó a cabo el proceso y no al objetivo en sí. Recuerda aquella
"encuesta" hecha por los zapatistas hace años donde la pregunta
"¿Apoya usted que exista un acuerdo para poner fin al conflicto
entre el gobierno federal y el EZLN?" era igualmente inducida. (Al
momento de redactar este artículo aún no se efectuaba la encuesta,
aunque todo parece indicar, que con ese "13 por ciento" y con una
pregunta tan abiertamente manipuladora, el SÍ triunfará sin
ninguna dificultad).
La decisión del presidente Santos lo ha enfrentado con dos
expresidentes que enfrentaron a las FARC desde dos ópticas
distintas. El primero fue Andrés Pastrana, quien respaldado por del
Plan Colombia de Estados Unidos, entabló pláticas con el fallecido
líder de esa guerrilla, apodado Tirofijo, pero las negociaciones se
rompieron en cuestión de semanas cuando el gobierno negó otorgó la
amnistía total y penas corporales a sus líderes.
Su sucesor, Álvaro Uribe, respaldado por la Constitución, aplicó un
ultimátum a esa organización guerrillera: o se sometía a la ley, que
incluía purgar una condena general de 8 años para todos sus líderes,
o se atenía a las consecuencias. Las FARC resultaron diezmadas y
además sufrieron un ridículo mundial cuando la activista Ingrid
Betancourt fue rescatada por el ejército colombiano.
Casi al terminar su mandato, Uribe apoyó a Juan Manuel Santos como
candidato a la presidencia. Una de las mayores ironías del asunto es
que Santos fue ministro de Defensa del presidente Uribe.
El cambio de estrategia de Santos enfureció al ex mandatario, quien
años atrás había sido secuestrado y torturado por los guerrilleros.
Escribió Uribe: "Es un error negociar con una guerrilla que carece
de representación legal alguna".
A diferencia de otros movimientos guerrilleros, las FARC carecen de
apoyos y simpatías no solo en Colombia sino en buena parte del
mundo, de ahí que sus líderes hubieran exigido en la negociación
recibir curules legislativas sin ser votados por ellas.
Lo que viene, en suma, es un momento de paz, pero con condiciones
que difícilmente garantizan que ésta será duradera. Si lo que el
presidente Santos busca es ganarse el Nóbel de la Paz, hacerlo
mediante concesiones insensatas a una guerrilla brutal, podría
estarle abriendo a Colombia las puertas a un infierno como el que
atraviesa la vecina Venezuela.
Agregado: Contra lo
augurado por las encuestas, el NO a la negociación con las FARC ganó
por un estrecho margen. Algo nos dice que al presidente Santos y a
Timochenko el Nóbel de la Paz se les está yendo de las manos. Bien,
mejor que recaiga en quienes realmente lo merezcan.
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