Hitler
fue sometido a juicio. Cuando terminó, había transformado la
derrota en triunfo. Impresionó al pueblo alemán con su
elocuencia y el fervor de su nacionalismo. Su nombre apareció en
los titulares. Proclamó "yo soy el único responsable,
pero no soy un criminal". Su confianza en sí mismo
estaba intacta. En prisión, esperando el juicio, prometió no
volver a cometer los mismos errores. Ya sabía como construir el
Estado nazi. Necesitaba al ejército alemán con él. Por lo
tanto, buscó la reconciliación con él. Ludendorff fue absuelto.
Hitler y otros acusados fueron encontrados culpables y fue
sentenciado a 5 años de prisión en Landsberg. Nueve meses después,
el 20 de diciembre, Hitler era excarcelado y en libertad podía
continuar su lucha: derribar el estado democrático.
Hitler
se había convertido en famoso y para los ojos de muchos, era un
patriota y un héroe. La propaganda nazi convirtió este episodio
en una leyenda del movimiento. En su prisión Hitler era tratado
con honores. Tenía una habitación para él solo. Convocó a Hess
y empezó a dictarle su libro: "Mi Lucha". El
libro tenía poco de autobiográfico. Durante su primer año de
canciller fue el autor más próspero de Alemania. Y por primera
vez era millonario. En el régimen nazi el libro se leyó tanto
como
la Biblia. Era
casi obligatorio leerlo y las familias se sentían protegidas si
tenían el libro en sus hogares. Si este libro se hubiese leído
antes, quizás el mundo se hubiera librado de una catástrofe. Ahí
se exponía la clase de Alemania que pretendía hacer si llegaba
al poder y la clase de mundo que quería crear mediante la
conquista armada alemana.
La
impronta del Tercer Reich y el bárbaro orden que Hitler impuso
entre 1939 y 1945 se hallan expuestos con aterradora crudeza y con
gran extensión y detalle en ese libro. El concepto de la vida que
ahí se detalla fue abrazado fanáticamente por millones de
alemanes y produjo la ruina de muchísimos seres humanos decentes
y sin culpa. Como pretendía lograr un nuevo Reich:
- Ajustando
las cuentas con Francia.
- Expandiéndose
hacia el este, sobre todo a costa de Rusia.
El
Tercer Reich sería gobernado con el principio del caudillaje, una
dictadura. No le daba importancia a lo económico, el tema lo
aburría. Creía que ninguna política económica era posible sin
una espada, ninguna industrialización era posible sin poder. En
su libro, Hitler deambula de un tema en otro. Escribió sobre
todo: cultura, educación, teatro y cine. También escribió sobre
lo que será la eugenesia del Tercer Reich: el matrimonio
no puede ser un fin en sí mismo, sino que tiene que servir para
su meta más alta: el aumento y la conservación de la especie y
de la raza.
Veía
toda vida como una eterna lucha y el mundo como una selva en la
que sobrevivían los más capaces y gobernaban los más fuertes:
un mundo donde una criatura se alimenta de otra y donde la muerte
del más débil implica la vida del más fuerte. El fuerte debe
dominar y no mezclarse con el débil, sacrificando así su propia
grandeza...los que deseen vivir deben luchar y los que no
quieran luchar no merecen vivir. ¿Quién era el fuerte, en valor
y habilidad, el favorito de la naturaleza? El ario. Este era el
meollo del ideario nazi: la concepción de una raza superior era
la base del Tercer Reich y del nuevo orden de Hitler en Europa.
Los
arios han logrado tantas cosas y conquistado supremacías
pisoteando a los demás, pensaba. Hitler se revela en su libro con
un sadismo difícil de entender. Para él, la mezcla de sangres,
era un error cardenal. Ella mata a las viejas culturas y los
hombres pierden resistencia. Todos los que en este mundo no son de
buena raza pertenecen a la broza, dice. ¿Y quién es la broza?
Los judíos y los eslavos. Hitler llegó a prohibir el matrimonio
entre alemanes y algún miembro de estas razas. Era ignorante de
la historia y de la antropología. Para él los alemanes son la más
alta especie en la humanidad que existe sobre la tierra y lo
seguirán siendo si velan con cuidado por la pureza de su propia
sangre.
Dice:
"el Estado Popular debe colocar a la raza en el centro de
toda vida, debe tomar las medidas necesarias para que solamente
las personas saludables puedan engendrar hijos. Sólo hay una
desgracia: traer hijos al mundo a pesar de las propias
enfermedades y deficiencias. Es reprensible privar a la nación de
hijos saludables".
El
dominio alemán se había convertido para él en una obsesión. No
estaba de acuerdo con la democracia: no debe haber decisiones de
la mayoría, sino únicamente de personas responsables.
Un
solo hombre poseerá la autoridad y el derecho para mandar. No
dudaba en que construiría su Reich. Estaba poseído de ese
ardiente sentimiento de misión peculiar. Unificaría a un pueblo
elegido, purificaría la raza, lo haría fuerte, haría que sus
hijos fueran señores en la tierra. Todas sus ideas tenían raíces
en la experiencia y pensamiento alemanes. El nazismo y el Tercer
Reich no eran sino una continuación lógica de la historia
alemana. Primer Reich: sagrado imperio germánico medieval.
Segundo Reich: el de Bismarck, en 1871 después de la derrota de
Francia a manos de Prusia.
Ambos
le habían dado gloria a Alemania. Para Hitler la república de
Weimar había arrastrado este nombre por el fango. El Tercer Reich
lo restauraría, prometía Hitler. Alemania había sido siempre un
país formado de diversas naciones. No hubo crecimiento natural
como nación, estaban divididos en diminutos estados. La idea de
pueblo soberano, de democracia nunca echó raíces en Alemania.
Las ideas no son propias de Hitler, sino la forma de aplicarlas.
Alemania tuvo épocas gloriosas, como la de Bismarck. La idea de
la raza dominante o de los judíos como raza inferior no era nueva
en Alemania. Hitler admiraba a Nietzsche y odiaba el cristianismo:
el hombre debe ser instruido para la guerra y la mujer para la
procreación del guerrero. Al final, Hitler se consideraba a sí
mismo el superhombre de la profecía de Nietzsche.
Como
Hitler, Wagner también odiaba a los judíos, y el Führer
admiraba a Wagner, le gustaba oír sus óperas con mitos germanos.
Se
podría considerar a H. Stewart Chamberlain como el fundador
espiritual del Tercer Reich. Este inglés vio en la raza alemana
la dominante, la esperanza del futuro. Hitler lo consideró
profeta, además tenía un sentido místico de su misión personal
sobre la tierra en esos días. En su libro está salpicada la idea
de genio escogido por
la Providencia
para conducir a un gran pueblo.
Un
genio con una misión estaba por encima de la ley, no podía ser
limitado por la moral burguesa, con esta idea Hitler pudo
justificar los actos más crueles cometidos a sangre fría: la
supresión de la libertad personal, la práctica brutal de los
trabajos forzados, la perversión de los campos de concentración,
la matanza de sus mismos seguidores en junio de 1934, el asesinato
de los prisioneros de guerra y la carnicería masiva de los judíos.
En
1924 Hitler salió de la cárcel. Su partido y prensa estaban
prohibidos, la economía alemana se estaba recuperando y el pueblo
alemán estaba comenzando a vivir normalmente. El nazismo parecía
morir.
Pero
Hitler no se desanimaba fácilmente. Editó "Mi
Lucha". Pocos vieron en ese libro la continuación de la
historia alemana. Señalaba a su patria el camino hacia un
glorioso destino.
Los
años 1925 y 1929 fueron difíciles para Hitler y los nazis. Pero
él perseveraba, confiaba en que los malos tiempos no durarían.
Alemania recibió créditos y la gente parecía más feliz. El
antiguo y opresivo espíritu prusiano parecía estar muerto y
enterrado.
Casi
no se oía de Hitler o de los nazis. Alemania parecía haberse
consolidado. El primer ministro de Baviera levantó el castigo a
Hitler y a su partido.
El
26 de febrero de 1925 se reeditó el diario y el líder habló en
el primer mitin del partido nazi resucitado. Cuatro mil seguidores
se reunieron nuevamente para oírlo. Y Hitler fue tan elocuente
como siempre.
Sus
camaradas ya no estaban. Tenía un nuevo objetivo:
concentrar
el poder del partido en sus manos, restablecerlo como organización
y buscar poder en las instituciones constitucionales.
La
bestia no estaba domesticada, amenazaba al Estado con violencia.
Por dos años, el gobierno de Baviera le prohibió hablar en público.
Hitler
mudo era un fracasado. Pero también era un buen organizador. Se
puso a trabajar por el partido. Primero atrajo gente. En 1925 eran
27 mil y en 1929 ya sumaban 178 mil. La organización política
quedó dividida en dos grupos: POI (su misión era
atacar y minar el gobierno) y POII (buscaba
establecer un estado dentro de otro estado). Creó las
juventudes hitlerianas (
10 a
15 años) y organizaciones para las mujeres.
Las
S.A estaban organizadas como bandas armadas. Debían proteger los
mítines nazis y desorganizar a los otros, junto con aterrorizar a
los que se oponían a Hitler. Una vez en el poder se convertirían
en el ejército. Pero las camisas pardas (S.A) no llegaron
a ser más que una confusa mezcla de chusma camorrista. Muchos de
sus jefes eran homosexuales. Hitler creo las SS (Schutzstaffel)
con uniformes negros y les hizo jurar lealtad a su persona.
Primero fueron una guardia personal. El jefe definitivo fue
Heinrich Himmler. Comenzaron con doscientos hombres y terminaron
dominando a Alemania e infundiendo terror en toda
la Europa
ocupada. El jefe supremo del partido era Hitler. Pero la
organización no era más que un conglomerado de alcahuetes,
asesinos, homosexuales, alcoholizados y chantajistas. A Hitler eso
no le importaba mientras fueran útiles. En 1926 constituyó el
tribunal del partido.
Usando
a un joven inquieto, Strasser, mandó a organizar el partido en el
norte del país. Él nombró de secretario a un hombre de 28 años:
Paul Joseph Goebbels. Goebbels era un orador vehemente y fanático
nacionalista, tenía una pluma mordaz y una sólida educación
universitaria. Era doctor en Filosofía. Tenía un pie malo, por
lo tanto no había podido ir a la guerra. La cojera le produjo
amargura. Los socialdemócratas y comunistas propusieron la
expropiación de las tierras y fortunas reales para que fueran
puestas a disposición de
la República. Strasser
y Goebbels propusieron apoyar la idea. Hitler se enfureció,
muchos de esos antiguos gobernantes y grandes industriales
apoyaban económicamente al partido.
Hitler
envió a Feder al norte para acallar a los rebeldes.
Goebbels
gritó propongo que Hitler sea expulsado del partido. El 14 de
febrero de 1926 Hitler devolvió el golpe. Organizó una reunión
en el sur durante un día hábil. Goebbels y Strasser estaban en
minoría y tuvieron que abandonar su programa. Goebbels oyó el
discurso de Hitler y sintió un golpe, le estaban moviendo sus
cimientos. El Führer lo conquistó y lo convirtió en su más
fiel seguidor hasta el final.
Esos
años Hitler pasó mucho tiempo en un refugio en los Alpes bávaros.
Era su único hogar.
En
1928 invitó a su media hermana, Angela, quien llegó con sus dos
hijas. Hitler se enamoró de una de ellas, Geli Raubal, una
muchacha de 20 años. No se sabe si ella también lo quería.
En
1931 Geli anunció que volvía a Viena, pero Hitler no la dejó.
Al día siguiente ella se había suicidado. Él parecía
inconsolable.
Tres
semanas después Hitler obtuvo la primera entrevista con el jefe
alemán, Hindenburg. Era su primera movida para llegar al poder.
La
depresión del 29 le dio su oportunidad. El pueblo, duramente
oprimido, clamaba buscando una salida a su triste situación.
Millones de parados querían trabajo, los tenderos ayuda. Para los
descontentos Hitler era un torbellino electoral. Desarrolló una
campaña en que ofreció para los millones de desesperados una
posible esperanza en medio de la miseria general. Haría una vez más
fuerte a Alemania, se negaría a pagar las indemnizaciones,
repudiaría el Tratado de Versalles, acabaría con la corrupción,
obligaría a capitalistas (especialmente judíos) a proveer
con dinero al Estado y trataría de que todo alemán tuviera
trabajo y pan. Para los desesperados y hambrientos hombres que
buscaban no sólo socorros monetarios, sino nueva fe y nuevos
dioses, la llamada no fue hecha en vano.
Aunque
sus esperanzas eran grandes, Hitler quedó sorprendido cuando la
noche del 14 de septiembre de 1930 llegaron los resultados de las
elecciones. Dos años antes, su partido había conseguido unos 810
mil votos y elegido 12 candidatos como miembros del Reichstag.
Esta vez, su meta era cuadruplicar esos resultados, pero consiguió
6 millones de votos que le daban 107 escaños y hacían ascender
al partido nazi del noveno lugar al segundo en importancia. El PC
también había subido de
54 a
77 escaños. Engreído, Hitler volvió al propósito de atraer a
dos grupos poderosos: el ejército y los grandes industriales.
En
1930 quedó en evidencia que la propuesta nazi hacía progresos en
el ejército, especialmente en jóvenes oficiales. Los nazis
comenzaron a recolectar dinero, los negociantes y banqueros les
daban, hacían colectas.
En
1931 Hitler decidió concentrar esfuerzos en cultivar amistad con
influyentes magnates industriales. Atravesó Alemania manteniendo
entrevistas personales con prominentes personalidades del mundo de
los negocios. A principios de ese año Hitler había reunido en
torno al partido a una pequeña banda de hombres fanáticos y
crueles que le ayudarían en su impulso final hacia el poder y
estarían a su lado en el Tercer Reich. Había cinco que
destacaban de su lote de seguidores: Roehm, Strasser, Goering,
Goebbels y Frick.
En
ese período, también, el camino difícil en Alemania continuaba.
Había cinco millones de obreros parados, las clases medias
enfrentaban la ruina, los labradores sin poder pagar sus
impuestos, el Parlamento paralizado, el gobierno vacilante y el
Presidente de 84 años se hundía en la cenilidad. Entre los nazis
crecía la confianza.
El
problema político: el canciller Bruning no contaba con mayoría y
comenzó a gobernar por decreto
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