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CINE
El espía que se desinfló
Sin aterrizar en la ignominia ni mucho menos sin convertirse en otro clásico, la nueva aventura de James Bond queda muy por detrás del debut de Daniel Craig como el superespía, algo que notará cualquier fan, con un argumento frágil cubierto por multitramas y, bueno,
persecuciones de relleno
Quantum of Solace
Daniel Craig, Olga Kurylenko, Mathieu Amalric, Judi Dench
Dirigida por Marc Foster
MGM/Columbia 2008
NOVIEMBRE, 2008. Para darnos una idea de la pólvora mojada que ofrece
Quantum of Solace tomemos este detalle: luego de encontrarse con M. en Bolivia, Bond descubre que la chica que había ido desde Londres para llevárselo de vuelta
aparece sobre una cama, muerta... y cubierta en petróleo. La escena aparece en el último cuarto de la cinta pero nos confirmó, por primera vez, que un filme de James Bond utilizó un viejísimo gag de Goldfinger
como elemento
dramático más que de mero recuerdo como sucede en la divertida escena de
Tomorrow Never Dies cuando Q. nos muestra la bodega donde guarda los artilugios de filmes previos.
Y también nos indica que, a esas alturas, Quantum of Solace ya ha consumido todas sus ideas. Y es triste, porque Daniel Craig fue la mejor opción para reemplazar a Pierce Brosnan, algo que aquí defendemos pese a este obvio tropiezo.
Sólo que ya comenzamos a extrañar al otro Bond, al perseguidor de faldas, a los coqueteos con Money Penny, a una M menos entrometida en las responsabilidades de su agente --por ejemplo, sí dice confiar en su instinto y lo deja ir ¿por que había ordenado cancelarle sus tarjetas de crédito y su pasaporte?-- y, claro, a Q y sus inventos, es decir, algo más ligero, más entretenido, más de fórmula. En momentos la intención del director parece ser el realizar un examen sicológico de Bond pero es de suponerse que esa labor la hicieron en el M-16, dependencia, por cierto, no tan buena en tales cosas pues Mitchell, el guardaespaldas más cercano a
M, resultó ser un traidor.
La idea de que algo anda mal se da desde el principio. Hace dos años que se estrenó
Casino Royale y el tema musical de Chris Cornell aún resuena en nuestra memoria; en cambio, la canción de Alicia Keys se desvanece antes de llegar a la mitad del filme, que empieza pocos minutos antes de donde se quedó el anterior. Y comienza con una
persecución que al terminar nos manda a los créditos iniciales, de ahí a la traición de Mitchell y luego... a otra
persecución con la cámara moviéndose a ritmo de fiesta rave. Todavía no
nos acomodamos en nuestros asientos y la historia corre a a ritmo frenético, lo curioso es que no logra emocionarnos.
Al llegar a Haiti Bond es recibido por Camille (Kurulenko), una beldad que primero atenta contra él y luego va con el villano Greene (Almaric), quien se encuentra en tratos oscuros con un dictador boliviano depuesto que busca regresar al poder, todo a cambio de que Greene, un ecologista-filantrópico, tenga acceso exclusivo a una zona desértica que le permitirá especular con los mantos freáticos, sólo que a ojos del M-16 y la CIA se trata de un tipo inofensivo aunque, naturalmente, esta última agencia tiene acuerdos con Greene para reinstalar al dictador. El villano, por supuesto, es parte de Quantum, una organización secreta que mató a Vesper Lynd en la cinta anterior.
Aparte de las persecuciones, recurso tan obvio para llenar tiempo, saltan varios puntos que no cascan en la historia. Lo que hace Greene, una especie de Al Gore que viste camisas de mal gusto, viene a ser algo tan común en estos días globalizados que la categoría de villano que le endilga la cinta suena bastante a exageración: ¿en realidad representa una amenaza mundial una mera especulación de tierras? Y otra más: si se supone que Greene apenas está en tratos con el dictador boliviano para realizar sus planes ¿cómo es entonces que Bond descubre una presa subterránea construida por él tras haber sido derribado de un avión?
Bond mata a todos aquellos que se niegan a darle información pero de todos modos no pierde la hebra, y el único que le proporciona datos valiosos es su amigo de la CIA Felix Leiter esto, claro, segundos antes de otra
persecución. El caos, las cabos flotantes son tantos que el único momento que nos recuerda que estamos viendo a Bond es esa escena posterior a la seducción de la chica que más adelante morirá cubierta en chapopote. Es un guión carente absolutamente de brújula.
El principal problema, como se ve, es que este "nuevo" Bond se ha salido tanto del Bond tradicional, tanto así que más que un espía parece un agente internacional entercado en concretar una venganza personal. La elegancia y el refinamiento cedieron su lugar a un tipo que ni una sola vez ríe y ¡gulp! se embriaga pensando en Vesper Lynd. Sólo cuando se acerca el final y Camilla regresa a su pueblo natal --se despiden con un beso de boca que dura unos segundos-- y luego vemos a nuestro protagonista en un departamento moscovita donde encañona a una espía canadiense es cuando recordamos que estamos viendo a Bond, James Bond, idea remachada antes de los créditos finales al presentarlos la cortinilla que todos recordamos y apreciamos. Pero ya es demasiado tarde para resarcir el desastre.
En suma, la historia de Quantum of Solace es floja y se derruye antes de lo esperado. Emociona y por momentos hace pasarla bien, desafortunadamente son momentos esporádicos que nos invitan a divagar sobre los filmes previos y a especular cuántos efectos y situaciones de otras cintas serán incluidos en la tercera entrega de Daniel Craig, garantizada pese a esta producción que no será extrañada de nuestra colección cuando aparezca en DVD, tal vez retitulada como
Casino Royale II que es lo que realmente es, al reciclar los retazos que quedaron de la película anterior.
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