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CINE
Ni Aristóteles ni Onassis la hubieran salvado El inesperado taquillazo del 2002 lo constituyó una comedia que sirvió para aligerar la devastación moral producida por los atentados del 11 de septiembre. Casi tres lustros después se estrena la segunda parte que dista mucho de la magia original de una comedia étnica. Más que en griego, el enredo argumental quedó en sánscrito My Big Fat Greek Wedding 2 ABRIL, 2016. Quizá el hit fílmico más inesperado del 2002 fue una película que conocimos por acá como Mi Gran Boda Griega acerca de una mujer que desafía a su familia para casarse con un xeno (extranjero) blanco anglosajón. El hecho de que la familia inmigrante de ella fueran los verdaderos extranjeros era apenas una de las innumerables bromas que colocaron a este filme entre uno de los más taquilleros de ese año; con apenas una inversión de 5 mil dólares, Mi Gran Boda Griega ¡recaudó 241 millones! ¿Quien dudaría entonces como ahora, que una cinta realmente familiar tiene altísimas posibilidades de arrasar en taquilla? (Como muestra, Rollerball, Treasure Planet y K-12 The Widowmaker, ésta última con el mismísimo Harrison Ford y que costaron 10 veces más, fueron fracasos espantosos ese mismo año). Producida por Tom Hanks y su entonces esposa Rita Wilson, esta fue una de las últimas cintas políticamente incorrectas. Por ello dudábamos que habría una segunda parte --sin incluir una fallida serie de TV-- pero hace unos meses nos sorprendió a todos el anuncio de su rodaje. Con dudas pero también con algo de curiosidad, decidimos ver las nuevas andanzas de la familia Portakolos. Entre las buenas noticias a rescatar tenemos que prácticamente el elenco original está de vuelta: la carismática Toula (Vardalos, quien escribió el guión), su esposo Ian (Corbett, quien después de esta cinta se había hundido en el anonimato), la tía Voula (Martin) y Angelo (Joey Fatone, el ex 'N Sync). Por supuesto que también nos reencontramos con Gus (Constantine) y su esposa María (Kazan), la mayoría visualmente indemnes al paso del tiempo. También está el restaurante familiar, la enorme familia que se mete en todo y para todo y muchos elementos que hicieron a la primera parte tan entretenida y recomendable. Y si todo está ahí, si los ingredientes que disfrutamos hace 14 años respondieron a la convocatoria para una segunda parte, ¿por qué My Big Fat Greek Wedding 2 resultó tan decepcionante que ni siquiera el Windex del buen Gus han podido salvarla de su hundimiento? Para responder a eso primero tenemos que repasar la historia. Toula y John se encuentran en un momento difícil de su matrimonio donde la chispa se ha perdido y las salidas románticas son esquivadas con cualquier pretexto. Una causa de sus diferencias ha sido su hija Paris (Kampouris, una beldad de apenas 19 años aunque aquí tiene 16) quien desea entrar a una universidad lejana a Chicago. Paris también se ha hartado de la presión de su abuelo Gus para que se case con un griego y tenga hijos. La intervención de su madre en el problema empeora las cosas por lo que poco a poco comienza e entretejerse la consabida comedia de enredos. Y como forma de canalizar su frustración porque la herencia griega de su familia está en riesgo de perderse, Gus se obsesiona con la idea de que es descendiente de Alejandro Magno. El pobre hombre no sabe utilizar una computadora para rastrear sus raíces en la red pero con ayuda de su hija se topa con una información inesperada: el ministro que casó a ella y a María 50 años atrás olvidó firmar el certificado por lo que, amigos lectores, será necesario realizar otra gran boda griega, pero no será tan fácil: al ver involuntariamente recobrada su libertad, María enfurece cuando Gus da como un hecho que ella ya lo ha aceptado en re-matrimonio. Asimismo y decidida a escapar del asfixiante ambiente de su familia griega, Paris comienza a salir con ¡horror! lo que parece ser el clon anglosajón de John. Lo que colma la paciencia de Paris es una de las escenas más divertidas de la película cuando Gus invita a su restaurante a George, una personalidad de la TV (John Stamos) y a su esposa Anna (Wilson) para que le presentan a su nieta al hijo de ambos y quienes por supuesto son de ascendencia griega. Es de carcajada ver el momento en que se da el encuentro y del cual nos abstendremos de abundar aquí. ¿Habrá reconciliación entre Gus y María, casándose esta vez con todas las de la ley? ¿Lograrán Toula y John revivir los mejores años de su romance? Aparentemente la respuesta es fácil, pero para darse habrá que pasar por la selva multiargumental que se presenta en My Big Fat Greek Wedding 2 y que la hacen tan densa y poco disfrutable, a diferencia del primer filme del 2002. En primer lugar y como lo demostró la fallida serie televisiva, ninguna necesidad había de una segunda parte en especial con el cierre redondo y conciso de la cinta original. En segundo, la repetición de chistes y gags que vimos hace 14 años se torna cansada luego de un rato, tanto o más que la abrumadora presencia de toda la familia Portakolos. Tercero, la abundancia de escenas innecesarias: ¿realmente era vital para la historia ver a Gus desnudo y atorado en una bañera o e meter a calzador las inclinaciones gay en uno de los personajes, algo incluido sin duda para darle gusto a la censura PC? Si a ello agregamos que en esta ocasión el guión es confuso debido a tantas historias, lo que aquí encontramos es una película malograda si bien fue hecha con la mejor de las intenciones para complacer a una parte del público que, efectivamente, extrañaba a esta singular familia griega. La certera frase "si no está roto, no trates de repararlo" pudiera ser la lección en torno a esta cinta.
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