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CINE

Sin trama profunda

El boom del cine para adultos que se dio en los setenta aún es motivo de discusión entre si se trató de una rebelión hacia una sociedad represiva o fue un negocio alimentado por quienes iban solos a una sala de cine para... bueno. ya lo sabemos. Lovelace habla sobre una actriz XXX que luego abjuró de un pasado al que acomodó a su personal modo. Una cinta. sin embargo, regular

Lovelace
Amanda Seyfried, Peter Sarsgaard, Sharon Stone, Robert Patrick, Chris North
Dirigida por Rob Epstein y Jeffrey Friedman
Animus Films/2013


OCTUBRE, 2013. En esta época cuando el Internet permite acceder al porno a todas horas, cuesta un poco de trabajo pensar que en algún momento se pensó que podría ser un mundo alterno al del Hollywood tradicional, que incluía cintas con diálogos, argumento y duración tradicionales. Todavía a mediados de los ochenta, y para quien lo recuerde, había salas de cine que exclusivamente proyectaban películas para adultos donde el público, una idea que luego se convirtió en cliché, lo constituían tipos con gabardinas y anteojos negros, gordos malfajados y adolescentes que se iban de pinta y lograban sortear la cartilla militar para que se les permitiera entrar a la sala. Hubo estrellas, naturalmente, entre ellas Edwig Fenech, la ya fallecida Sylvia Kristel, Gloria Guida y, en el mercado norteamericano, Linda Lovelace. Luego vendrían la Cicciolina y, ya más recientemente, Jenna Jameson, como figuras emblemáticas donde el video, efectivamente, mataría a la estrella porno del cine.

Pero los setenta fueron el momento en que el cine porno floreció con más ganas, azuzado por el rompimiento de muchos estándares y valores sociales en Estados Unidos, una liberación femenina cuyo destino era confuso, la relajación de las ligas de la decencia y la aceptación tácita de que el cine porno, del cual ya se rodaban peliculitas casi desde que nació la industria, había llegado para no irse más. Aquella década parecía ser propicia a todos los excesos imaginables, entre ellos el uso de cocaína, que se consideraba entonces era una forma de "liberación" mental, el sexo de todos contra todos, dinero a carretonadas y posterior llegada de la mafia al negocio. Las cosas acabaron mal, como ya lo había referido Paul Thomas Anderson en su magistral Boogie Nights. Cuando se pensaba que la pachanga seguiría hasta los noventa aparecieron el herpes y luego el sida, quizá no como castigo divino, aunque sí autoinfligido.

El cine porno setentero ha servido para muchas ponencias, ensayos y, por supuesto, películas, no solo la ya referida Boogie Nights. Por un lado se ha manejado como la respuesta a una sociedad represiva y, por el otro, como muestra de la decadencia norteamericana (aunque, cosa extraña, ese concepto no se aplica igualmente al europorno igualmente setentero). Lovelace, dirigida por el tándem Epstein-Friedman, se maneja por ambos flancos, pero también deja en claro que el anhelo de ver al porno como una forma de liberación sexual era una quimera absurda y que quienes lo consumen no buscan la reivindicación social sino el mero placer solitario.

Lo que sí enfatiza la cinta es cómo Lovelace (Seyfried), nacida en una familia de fuertes convicciones religiosas --hay altares con  vírgenes en la casa-- recibe los peores epítetos por parte de su madre (Sharon Stone) y regresa a casa luego de un embarazo no planeado pero aquello se convierte en un infierno. Tras una discusión con su padre (Robert Patrick), la chica se refugia en un bar donde conocerá a Chuck Traynor (Sarsgaard), el dueño de un restaurante de quien ella se hace novia y luego contrae matrimonio. Corre el año de 1970 y la cinta nos recuerda los graves acontecimientos que ocurrían alrededor,. entre ellos la muerte de varios jóvenes que protestaban contra la guerra de Vietnam, realizado por miembros de la Guardia Nacional en la Universidad de Kent. En ese ambiente tenso Traynor y Boreman dedicen casarse. Pronto aquel matrimonio demostrará ser no muy convencional.

Pocos años después Chuck filma a Linda mientras le realiza el sexo oral a otro hombre y decide mostrarle la película al director porno Gerry Damiano (Azaria), quien queda impresionado por Linda y decide incluirla en una película que esta a punto de filmar, titulada Deep Throat (Garganta Profunda). Damiano tiene lazos con la mafia, la cual ayuda a distribuir la película en varias salas de todo el país. Deep Throat tiene un éxito impresionante e impulsa el cine de adultos a alturas gigantescas; para ese momento la, actriz es conocida como Linda Lovelace y participa en otro par de cintas porno aunque ninguna iguala los números de su debut.

La trama avanza cinco años cuando Lovelace publica un libro donde revela lo que realmente ocurrió durante la filmación de Deep Throat, entre ellos el salvaje abuso del que fue objeto por parte de su esposo Traynor y el director Damiano, denuncia que muchas escenas las realizó mientras un cañón de pistola apuntaba a su sien --algo de lo que luego se desdijo-- de que la habían obligado a participar en la cinta y otros abusos más. También se declararía feminista e iniciaría una cruzada contra la pornografía. Sus últimos años (falleció en el 2002) los pasó en Long Island con el nombre de Linda Marciano, aunque para entonces ya había reescrito su biografía tres veces, en cada ocasión llena de información contradictoria.

La cinta contiene algunas escenas de desnudos pero son muy ligeras y van de acuerdo con esa película, que a 40 años de haber sido filmada ya nos suena bastante ingenua para el cine adulto actual. El problema de Lovelace va por otro lado, esto es, que los directores optan por manejar el guión de una chica cuya historia es bastante corta para una cinta de hora y media de modo el último cuarto de la película se va en discursos, tribunales y sermoneos. Lovelace, como muchas otras ex actrices porno que salieron del infierno, se escudó en el feminismo a modo de expiar sus culpas. 

Sin embargo el guión de esta película parece remachar la idea de que la frustrada revolución sexual de los setenta fue una segunda salida, al final en falso, de la revolución sexual de la década anterior. Pero al final ¿liberación de qué? Quienes buscaban despojarse de las familias represivas que las consideraban meros objetos reproductivos terminaron siendo reprimidas por cineastas sin escrúpulos que hicieron enormes fortunas a costa de la explotación que Lovelace luego denunciaría.

En suma, Lovalece está lejos de ser una cinta memorable; es débil y, para disimular sus momentos tediosos, viene acompañada de algunos hits setenteros, entre ellos "Spirit in the Sky" (sin embargo no rebasa, ya ni digamos iguala, la soberbia calidad del soundtrack de Boogie Nights). La pobre taquilla que la película ha tenido en Estados Unidos --y en México también: pese a ser domingo, la sala no estaba llena ni a su cuarta parte-- dejan entrever el poco interés de los espectadores contemporáneos por Linda Lovelace. 

Tal vez les parece una necedad de otros tiempos ir al cine y pagar por ver una película porno ahora que cualquier puede ver videos XXX en su computadora. Vaya uno a saber.

 

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