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MEDIOS/Espectáculos penosos

Los Grammys 2018, o cómo una ceremonia alguna vez respetable se fue por el retrete

En lo que se supone es el evento musical más importante del entretenimiento, los galardonados y nominados pasaron a segundo plano, arrollados por una serie de payasadas y politiquería barata donde Hillary Clinton asumió el patético rol de rock star en decadencia. El que el número de espectadores se fuera a pique no debe sorprender a nadie, pero es dudoso que los Óscares hagan caso a esta advertencia

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FEBRERO, 2018. Los progres norteamericanos están dispuestos a retar toda la lógica, aun la del marketing que consigue mantener a flote una emisión televisiva. Durante mucho tiempo sabíamos que, para lograr el éxito, los productores deberían ofrecer propuestas convincentes, de calidad y diseñadas al gusto del cliente, quien es el que finalmente paga y da de comer a aquellos que trabajan en la industria del entretenimiento.

Eso ya huele a noticias viejas: la mentalidad imperante hoy marca un mayúsculo egocentrismo donde, como esas madres que forzaban a sus hijos a tomar el aceite de ricino, si la primera vez no te gustó lo que te ofrezco, te repetiré la dosis hasta que lo aceptes y te guste. estés de acuerdo o no.

La entrega de los Grammys el pasado domingo 28 ofreció un espectáculo lastimoso, lamentable. No por los nominados, quienes a excepción de Bruno Mars, no podrían importarnos menos. De hecho, hace muchos años que dejamos de seguir a los Grammys, preseas que en algún momento llegaron a premiar lo mejor de la música grabada durante el año previo pero que hoy se han transformado en plataformas gemibundas y de humor cuestionable por parte de quienes se consideran más inteligentes que el resto de los mortales.

Cuando los Grammys en verdad cumplían su cometido había una competencia real y, efectivamente, la música era el tema central. Ni siquiera durante la guerra de Vietnam en los años sesenta se llegó a los excesos de enfermiza politización que los televidentes tuvieron que soportar en lo que se supone es una ceremonia alegre, festiva, y donde el principio es la motivación para escuchar y disfrutar la música, esto es, el sentirse bien, el emocionarse al ver como se recompensa y reconoce el talento de esos genios que componen, escriben e interpretan canciones que pasan a ser parte de nuestras vidas.

El tufillo comenzó a desprenderse de inmediato cuando el anfitrión, un tal James Corden, advirtió que la ceremonia "sería mucho más inclusiva, mensaje cifrado que significa que los artistas blancos tendrían mínima representación. Aviso para Corden: por décadas los artistas afroamericanos han acaparado las categorías gracias al talento que poseen y que nos ha deleitado por generaciones. Los Grammys han sido inclusivos por décadas.

Luego de la presentación de varios artistas que nos enteramos por primera vez de su existencia, comenzaron los discursos y la eventual politización de la ceremonia. Una mujer subió al escenario y advirtió "no podrán amedrentar ni callarnos a las mujeres", valiente declaración. ¿Pero por qué no mencionar responsables? (Y ya adivinaron, amigos lectores: no hubo una sola mención a Harvey Weinstein en las más de tres horas que duraron los Grammys).

La ceremonia ya estaba rozando lo ridículo pero aún faltaba lo peor. De repente vimos a una mujer cuyo rostro estaba tapado por la portada de un libro --cuyo título no mencionaremos aquí-- y del cual la misteriosa mujer leyó unas línea acerca del porqué Donald Trump prefería comer en restaurantes de comida rápida porque nadie sabía que iba a ir (y, suponemos, para evitar que así lo envenenaran). Por su vestido rojo (¿qué no tiene color en su guardarropa?) rápidamente deducimos que se trataba de... exacto, más aun cuando retiró la portada del libraco ése y permitió darnos cuenta que era Hillary Clinton, quien a estas alturas representa veneno puro para cualquier programa que quiera tener alto rating, algo que los productores claramente desconoce... o les vale madre.

Tras leer esas líneas, Hillary preguntó "¿entonces ya tengo el Grammy en el bolsillo?". Que patético, la verdad. Y pensar que esa señora pudo haber llegado a la Casa Blanca, esta vez como presidente.. qué horror.

A partir de entonces el rating de los Grammys se fue por el retrete. De acuerdo con Nielsen, los índices de audiencia de la larguísima entrega llegaron a un máximo de 5.9 puntos, equivalentes a un total de 19.81 millones de personas en los Estados Unidos, una caída de 24 por ciento con el año anterior

Para un país con 308 millones de habitantes y de los cuales se estima que unos 180 millones ven televisión regularmente, esas cifras de teleaudencia son ridículas. Algunos periodistas atribuyeron esta baja a la ausencia de cantantes como Beyoncé y Yatlor Swift. Sin embargo en la ceremonia la primera estuvo presente y ello no levantó gran cosa los índices de audiencia.

La conclusión es inequívoca: cada año los Grammys interesan a menos y menos gente. Peor aún cuando quienes sintonizan la ceremonia con tal de entretenerse y pasarla bien descubren que en el fondo la ceremonia esconde bazofia política aderezada con la irritante hipocresía de artistas multimillonarios que exigen aplicar la justicia social o se dicen los oprimidos del gobierno de Donald Trump y donde aún le dan cabida a un cadáver político como hoy lo es la señora Clinton.

Los espectadores ya están cansados de esos desplantes entre absurdos y estúpidos. Quienes sintonizan los Grammys o los Óscares lo hacen para ver cómo se premia el talento de sus artistas favoritos, y no para que éstos los atiborren con sermones políticos.

La payasada en que terminaron los Grammys y su consecuente descenso en ratings son una clarísima llamada de atención para los Óscares. Pero es dudoso que hagan caso. Veremos cuánto tiempo los anunciantes aguantarán el estar perdiendo millones de dólares en estas ceremonias.
 

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