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Los Emmys, o porqué las payasadas anti Trump hundieron el rating

Al criticar con inusitada virulencia al presidente norteamericano en lo que se supone era una ceremonia de premiación, las celebridades refrendaron su desprecio hacia los televidentes que admiran su trabajo. ¿A quién extraña que los Emmys haya sido un vergonzoso capítulo que, afortunadamente, tuvo poquísimos espectadores?


SEPTIEMBRE, 2017. Sería momento de preguntarnos hasta dónde puede llegar la estulticia de las celebridades norteamericanas. Los niveles de audiencia de sus películas, series de televisión y programas especiales nos pueden dar una clara respuesta. Tras la puntada del quarterback Colin Koepernick de hincarse como protesta cuando se interpreta el Himno Nacional de Estados Unidos ha dado como resultado un vertiginoso descenso en los niveles de audiencia y de espectadores en los estadios, al tiempo que Mother, la nueva película de Jenniffer Lawrence, fracasó miserablemente en taquilla días después que afirmara que los huracanes Harvey e Irma "eran una furiosa respuesta de la naturaleza por haber llevado a Donald Trump a la presidencia". Ello debiera dar pausa a la izquierda en la industria del entretenimiento de ese país de que algo anda mal a su interior.

Sin embargo, esta minoría de seres cuyo complejo de superioridad es alarmante, ha optado por arreciar los ataques a Donald Trump cada vez que se les presenta la oportunidad. En la pasada entrega de los Óscares la andanada fue relativamente tibia, sin embargo el pasado domingo la ceremonia de los Emmys se caracterizó por el ataque despiadado contra el presidente norteamericano. ¿Qué no se trataba de una ceremonia que premia los mejores programas de TV producidos el año previo? ¿Desde cuándo se convirtió en palestra para echar pestes políticas?

El conductor Stephen Colbert --Letterman y Leno ¿por qué nos han abandonado?-- soltó desde el primer momento su andanada anti Trump y culpó al jurado de los Emmys por no haberle dado un premio "pues de ese modo jamás se le habría ocurrido postularse para presidente". Los ataques siguieron a lo largo del programa, entre ellos la aparición de Lily Tomlin, Dolly Parton y Jane Fonda, quienes protagonizaron en 1980 la comedia Cómo Eliminar a su Jefe (9 to 5) y llamaron a Trump "sexista", "ignorante" y "homofóbico". Ello ya no es desacuerdo con un alguien cuyas políticas son diferentes. Es odio desbordado, profundo.

Lo increíble es que a esa andanada se agregó el premiar a una serie de TV llamada The Handmaid's Tale la cual ganó un reconocimiento como "mejor guión original" cuando el libro en que se basó fue publicado en 1986 y al año siguiente se filmó una película protagonizada por la ya fallecida Miranda Richardson y que fracasó en taquilla. Hay motivos obvios para que el jurado hubiera premiado a esa serie: la historia trascurre en un Estados Unidos gobernado por una teocracia de corte fascista donde a causa de un virus la mayoría de las mujeres quedaron estériles y solo unas cuantas, valoradas más que el oro, son capaces de engendrar hijos. En los 80 la analogía era Ronald Reagan, y este 2017, por supuesto, es Donald Trump.

Lo hemos dicho varias veces, es válido criticar al actual inquilino de la Casa Blanca siempre y cuando sus burradas tengan fundamento. Esa noche no fue el caso: el odio de las celebridades ya ha rebasado lo racional; los recientes Emmys no premiaban lo mejor de la TV, premiaban a quién hubiera mostrado mayor desprecio por Trump, de otra manera no se explica que Stephen Baldwin hubiera sido reconocido por su ya cansada interpretación de Donald Trump en el cada vez más políticamente correcto y por tanto más aburrido Saturday Night Live.

El resultado en ratings demostró que los Emmys tuvieron la teleaudiencia más baja en toda su historia. De acuerdo con un reporte publicado por Nielsen, tan pronto comenzó la andanada anti Trump, el número de espectadores se fue desplomando hasta llegar a un ínfimo 19 por ciento de preferencias. Aparte de contar el hecho que a una abrumadora parte de los norteamericanos no le interesa The Handmaid's Tale, era evidente que para el domingo, luego de haber soportado toda la semana los enfermizos lamentos de Hillary Clinton, pocos estaban dispuestos a escuchar los regaños de las celebridades por que el público había electo al multimillonario.

Y es aquí donde yace un punto esencial del asunto. Ciertamente Hollywood, la prensa y las celebridades padecen un odio patológico hacia Donald Trump porque él alguna vez fue parte de esa maquinaria y conoce sus puntos débiles. Mientras a George W. Bush le producía depresión que los principales medios no lo bajaran de tonto, a Trump, al final un sujeto vanidoso, esas catarata de adjetivos no podría importarle menos.

Por otro lado, ese odio de las celebridades también tiene un destinatario, el pueblo norteamericano al cual consideran poco menos que retardado mental que no posee la gracia de inteligencia de ellos, un desprecio hacia millones de norteamericanos a quienes, ya lo dijo Michael Moore, "se les debería despojar de su derecho al voto en bien del país"... Vaya promotor de la democracia que Moore jura ser.

La soberbia en la que viven los Stephen Baldwin, los Colbert, las Chelsea Handler y los De Niro, va dirigida hacia los votantes de Trump. Y es que, ya se ha dicho, las celebridades saben lo que es mejor para la sociedad, y cuando no se les hace caso, reaccionan con furia ante el bajo nivel intelectual de la sociedad.

No importa que sus fortunas sean producto del modelo capitalista en el que viven, en un país tan deplorable el cual, sin embargo, aún no abandonan para irse a radicar a Europa o a Canadá como habían prometido (¡ninguno lo ha hecho!). Y es precisamente esa burbuja de lujos, de automóviles último modelo, de millones de dólares por película, la que aleja a las celebridades del común de la gente que vive al día, que necesita adquirir créditos para todo, que paga impuestos excesivos a Washington y en respuesta recibe el desprecio de los burócratas y los políticos de esa capital al que se debe ahora agregar el de las celebridades de Hollywood y de la TV.

El norteamericano común admira el innegable talento de muchas de esas celebridades pero ello no necesariamente indica que apoye sus posturas políticas. El problema es que toda esa gente quiere convertir en entretenimiento su desprecio hacia Donald Trump; desafortunadamente para ellos, sus ataques al multimillonario también son interpretados como ataques a la figura presidencial, sobre todo cuando una mayoría abrumadora ya lo ha aceptado como el mandatario de igual modo que millones de norteamericanos conservadores aceptaron la decisión del electorado por llevar dos veces a Barack Obama a la Casa Blanca.

El desprecio fue recíproco cuando los espectadores le cambiaron de canal y con ello hicieron perder millones de dólares a la CBS y a los anunciantes. Veremos si la soberbia de las celebridades termina por imponerse, aun a costa de hundir las finanzas de las cadenas, o las próximas ceremonias del Emmy, del Óscar y el Grammy vuelven a ser lo que alguna vez fueron, especialmente con esos ataques absurdos y despechados que consiguen el efecto contrario de fortalecer la figura de Donald Trump entre la opinión pública de Estados Unidos.

 

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