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INTERNACIONAL

La guerra cultural en Estados Unidos amenaza con inundar otros ámbitos, incluso su estabilidad

Los edificios en las grandes ciudades están intactos mientras la vida parece transcurrir con normalidad en buena parte del territorio. Pero bajo la superficie se está dando un conflicto ideológico que, de seguir creciendo, orillará a este país, de por sí ya muy dividido, a una situación tan difícil como peligrosa

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MARZO, 2019. Los edificios en las principales ciudades norteamericanas lucen impecables, muchos de ellos antiguos pero que aún conservan su aire majestuoso, y otros, los más modernos, con sus vidrios de espejo donde a diario se firman negociaciones que involucran inversiones por millones de dólares. Cuando se pasea por sus calles emblemáticas, sus parques de diversiones y sus monumentos históricos, pareciera que la vida en el gigantesco país sigue como siempre, inalterada, y aun indiferente, al caos que se registra en otras partes del planeta.

Pero debajo de esa superficie en apariencia apacible se está desarrollando una aguda guerra entre dos formas de pensamiento que ya está desgarrando la estructura social norteamericana. La mayoría de los ciudadanos de ese país coinciden en que desde los atentados del 2001, los Estados Unidos ya no son lo mismo, y que el cambio difícilmente ha sido positivo. "Todavía esa misma noche de los atentados tanto demócratas como republicanos estaban dispuestos a trabajar juntos para combatir al agresor; incluso si tu vecino que tenía ideas políticas diferentes a las tuyas concordaba contigo en este punto", recuerda David Solway, colaborador de la página americanthinker.com-- "pero desde entonces se se ha profundizado una división cultural que hoy se antoja insalvable y que ha separado muchos amigos y familias al saberse que unos habían votado por Trump o por Hillary".

Agrega: "En otros tiempos, una vez concluida la elección, dejábamos de ser republicanos o demócratas y nos poníamos a trabajar juntos. Hoy tenemos incluso a padres de familia que prohíben a sus hijos jugar con otros niños solo porque sus progenitores simpatizan con Trump o con Hillary".

Americanthinker.com también cita el caso de un tal Bertrand, sobreviviente de las revueltas estudiantiles de los años 60 quien se muestra sorprendido por el odio y virulencia de esta guerra cultural cuyos alfiles, los llamados Social Justice Warriors (SJW) presentan un adoctrinamiento que habría complacido al mismo Mao: "En aquellas protestas pugnábamos por la caída del rector de la universidad, que las tropas salieran de Vietnam o que se aumentara el presupuesto público a la educación, pero ni de chiste atacamos a los próceres de este país como Washington o Jefferson pues estábamos conscientes que a ellos debíamos la libertad de decir lo que se nos pagara la gana en público. Pero hoy yo veo con preocupación que esta nueva generación se muestra decidida a destruir los cimientos de nuestra democracia y borrar todo vestigio de la historia de Estados Unidos".

De hecho en miles de planteles a lo largo del territorio las imágenes de esos próceres han desaparecido y en su lugar cuelgan pósters de Ché Guevara, incluso en las escuelas primarias donde sus profesores cuentan que el Ché era "un gran hombre" que luchó contra la injusticia de los pueblos oprimidos, contra el racismo en América y por ello fue aniquilado por la CIA. Sylvio Canto Jr. escribe al respecto: "Ese 'gran hombre' odiaba la libertad de que goza Estados Unidos ¿Y de eso qué luchó contra el racismo? Este era un hombre totalmente racista que comparaba a los negros con los monos del zoológico y decía que ese era su color porque no eran afectos al baño diario".

También se ha hecho frecuente que los escolares reciben la visita de trasgéneros quienes cuentan sus "experiencias"; entre otras cosas, dice el columnista, "les dicen que ningún adulto puede obligarlos a decirles a qué género pertenecen y que ellos deberán decidirlo por sí mismos. ¿Pero cómo va a estar totalmente maduro un niño de 8 años para saber de identidad sexual?"

Agrega Canto: "El que estos admiradores del Che al mismo tiempo sean activistas de la comunidad gay resultaría ser una cómica ironía a no ser que recordemos que el Ché odiaba a los gays y mandó encerrar a cientos de ellos durante los días posteriores a la revolución cubana; les llamaba 'mariquitas' (así en el original en inglés) y no dudaba en mandarlos fusilar si se negaban a renunciar a sus tendencias sexuales. Tampoco parece importarles gran cosa que la homosexualidad en Cuba estuvo prohibida hasta el 2006 y que una de sus víctimas haya sido el poeta gay Reynaldo Arenas, encerrado únicamente por lo que el régimen castrista llamó 'desviación sexual'"

Ofensivas por todos lados

El norteamericano promedio suele despertarse y vivir un mundo semiorwelliano, aunque quizá no se dé cuenta de ello. Enciende el televisor y se topará con noticieros que atacan inmisericordemente al presidente Trump y hacen un escándalo mediático alrededor de todo aquel (o aquella) que diga tener "información comprometedora" que mande al presidente a juicio político.

Si el ciudadano se harta del noticiero puede comprar un periódico o entrar en línea y repasar las noticias las cuales repiten, incluso en sus encabezados, la misma andanada anti Trump aunque, al igual que sus similares de la TV, guardan sospechoso silencio o bien tratan de relativizar los efectos cuando el culpable es un simpatizante liberal.

Quizá el norteamericano sienta hambre y vaya a un restaurante. Si es simpatizante de Trump será mejor que se abstenga de colocarse la gorra MAGA porque pondría en peligro incluso si integridad física o un nativoamericano se le acercará tocando un tamborcito con lo cual caerán sobre él todo tipo de andanadas, desde ser "racista" o descender de los "blancos genocidas".

Caso distinto si usted porta gorras o camisas con la hoz y el martillo, del Che Guevara o de movimientos radicales como Black Lives Matter, Antifa o incluso ISIS. Ahí está usted ejerciendo su derecho a la libertad de expresión y nadie lo molestará, y si ello ocurre, basta con acudir a cualquier medio para que apoye su causa y tache de "fascista" e "intolerante" al agresor.

Tal vez el norteamericano sienta deseos de entrar a Twitter o Facebook. Si tuvo un mal día o anda de mal humor será mejor que no mande tuits para desahogarse pues los censores al otro lado podrían desactivar su cuenta por unos días acusándolo de incitar el "lenguaje de odio", y si repite la dosis, su cuenta le será desactivada permanentemente. En Facebook tampoco deberá "subir" fotos o imágenes de la famosa gorra MAGA o quejarse de que su vecino, un inmigrante, organiza ruidosas fiestas hasta horas de la madrugada y nadie le llama la atención. Le suspenderán su cuenta acusándolo de "incitar el odio hacia los in migrantes", y su usted reincide, sin autorización esa plataforma borrará todo el historial suyo.

En la oficina el norteamericano promedio debe andarse con cuidado: cualquier piropo a una muchacha guapa --incluso invitarla a salir-- puede transformarse en una acusación posterior de "acoso sexual" y su nombre será exhibido en el hashtag #MeToo. Por eso decenas de ejecutivos han solicitado que en los viajes de negocios nunca lo hagan acompañados de una colega y en su lugar vaya con ellos otro varón.

Si un empleado de oficina finalmente logra el ansiado ascenso, será cuestión de días o horas que una rival resentida que buscaba el mismo puesto entable contra la empresa una demanda por "sexismo". Afortunadamente hasta hoy los juicios se basan en el respaldo curricular y no tanto en el género por lo que muy pocas de estas demandas han prosperado. ¿Pero por cuánto tiempo?

Mientras el norteamericano promedio trabaja en la oficina y sin que él lo sepa, sus hijos recibirán un virtual adoctrinamiento en vez de la educación y preparación que se supone les ayudará a enfrentar mejor al mundo. Ahí les dirán que la historia de Estados Unidos es para sentir vergüenza, no orgullo; algunos profesores obligarán a sus alumnos a firmar un "manifiesto" donde se indica que "Dios no existe", "expresar que solo hay dos sexos es una imposición del patriarcado". Si el alumno se niega a firmar el "manifiesto" simplemente no aprueba la asignatura aun si su profesor sea de matemáticas.

Y para distraerse, el norteamericano común irá al cine. Ahí se topará con una cartelera donde los personajes o superhéroes defienden causas que tienen más qué ver con el mundo real que con la fantasía; las llamadas "franquicias" mostrarán a sus personajes con posturas diferentes, y aun opuestas, a lo que fue su idea original. También se topará con escenas donde ocurren cientos de asesinatos con armas de fuego, esas mismas que los actores y productores de esas películas quieren prohibir su uso al resto de la población. También se topará con películas que denuncian la tensión racial o los sacerdotes pederastas en el país durante los años 60 pero ni una sola sobre los depredadores sexuales Harvey Weinstein o Roman Polanski o los depredadores pederastas al interior de Hollywood que han sido denunciados, entre otros, por McCaulay Culkin (Mi Pobre Angelito) o por Corey Feldman.

En la TV por cable el norteamericano promedio se encontrará con la misma dosis anti Trump y argumentos en los programas que atacan sin cesar los valores que le fueron inculcados desde su infancia, desde los Boy Scouts hasta la YMCA. Ya de noche, si decide sintonizar los programas "de comedia" encontrará a Jimmy Kimmel o James Colbert donde el humor es sustituido por la abierta agresión contra los "deplorables" que denunció Hillary Clinton. Y si todavía le quedan ganas, en el Saturday Night Live podrá ver al actor Stephen Baldwin haciendo su enésima burla a Donald Trump. Curiosamente Baldwin dejó pasar otros sketches, como el del gobernador de Virginia vestido con un traje del Ku Klux Klan en una "fiesta de disfraces" en los años 80.

Las barras comerciales de esos canales tampoco le darán descanso: los comerciales de Gillette lo acusarán de ser "demasiado hombre" y "depredador sexual" en potencia mientras los comerciales de Nike, además de llamar héroe a Colin Kaepernick, un sujeto que se negó a rendir honores a la bandera (¿imaginamos que en México un atleta nos saliera con lo mismo?) lo regaña porque se burla de los esfuerzos de las mujeres por sobresalir en cualquier disciplina deportiva, aunque el norteamericano promedio pase horas tratando de recordar cuándo hizo mofa de las hermanas Williams, o de Billie Jean King (una tenista lesbiana).

El único sitio que escapa de este orwellianismo es la radio, que se mantiene muy similar a la que el norteamericano promedio escuchaba en su niñez y su juventud. La letra de esas canciones aborda temas que  ya no se tocan en la TV o el cine, y encontrará programas de oinión refrescantes o, al menos, diferentes a lo que encontrará en los otros medios. El norteamericano promedio seguramente desconoce que en el Congreso hay una decena de iniciativas dispuestas a echar abajo ese pedacito de libertad que le queda a los norteamericanos, ya sea mediante enmiendas que prohíban letras "controversiales" o "sexistas", con lo cual cualquier canción que alabe una relación heterosexual quedaría restringida.

La reciente aprobación en el estado de Nueva York para realizar el aborto aun en su última etapa --una forma de asesinato que ni siquiera Herodes pudo haber concebido-- es la afrenta más grande que han recibido quienes están a favor de la vida en Estados Unidos, y quienes siguen siendo mayoría. En vez de continuar la promoción de campañas en el uso de preservativos o métodos anticonceptivos para evitar embarazos, "ese estado acudió a legalizar el pleno asesinato de un ser vivo. Y en la mayor de las paradojas, estos son los mismos activistas y jueces que están en contra de la pena de muerte", escribe Canto.

El hartazgo del norteamericano común hacia esta censura y golpeteo a sus valores es cada vez más evidente. No ha habido una respuesta más decisiva pues, como escribe Canto, "el ciudadano normal no está acostumbrado a esos embates y cree que todo se puede solucionar con el respeto a las leyes en la mano. Pero como bien dice la máxima, en una guerra todo se vale". Por ello, afirma, los Estados Unidos están en peligro de que esta guerra cultural alcance otros matices. "De cualquier modo esta guerra ya tiene efectos irreversibles pues, a diferencia del daño a las construcciones que puede ser reedificadas, el daño a la mente de millones de norteamericanos producido por esta guerra cultural tardará muchas décadas en restañarse. Eso si antes no llegamos a una guerra civil como la del siglo XIX".
 

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