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A lo mejor se acuerda: antenas parabólicas

Fueron un símbolo de estatus social pues al poseer una se daba cuenta de estar en contacto con el resto del mundo. Peor tanta felicidad no podía ser longeva: la devaluación primero y la decodificación después convirtieron a esas antenas en chatarra. 

ENERO, 2012. Si bien el símbolo de estatus por décadas ha sido el automóvil, a principios de los 80 las antenas parabólicas le disputaron seriamente la posición. Quién lucía o presumía en el techo de su casa ese enorme artefacto redondo, por lo general blanco y que parecía sostenerse milagrosamente sobre una pequeña base metálica, era alguien digno de admiración, alguien al que económicamente le estaba yendo bien, alguien que había conseguido, entre otras cosas, tener acceso directo a lo mejor de la TV mundial. En ocasiones veíamos sorprendidos cómo la antena cambiaba de posición en busca de otro satélite que le proporcionara más canales que ver y disfrutar.

A todos nos provocaba curiosidad y envidia saber que el dueño de una parabólica podía sintonizar no solo canales gringos sino de prácticamente todo el mundo, posibilidad que aumentaba mientras más grande fuera el diámetro del artilugio ése. Así, nos enteramos que los propietarios ya habían visto canales de Japón, de Australia, de la India, de Francia, de Italia, de Canadá y de Sudamérica mientras al resto, nosotros, se nos dejaba a merced de la TV nacional (entonces era mala, hoy está más abajo de pésima) o se nos proporcionaba una mordidita mediante la TV por cable, la cual programa del modo que se le antojaba, no respetaba los horarios, estúpidamente "cortaba" los comerciales gringos y en vez de ello nos dejaba un espacio negro, como si fuéramos a Estados Unidos a comprar un detergente gringo en vez de hacerlo aquí con solo ver un comercial. Y, en especial para nosotros que éramos adolescentes espinilludos, nos irritaba que la TV por cable no incluyera canales XXX como Spice o Venus y que cualquier dueño de parabólica podía ver sin censura alguna.. ah, claro, y el Playboy Channel; quienes habían logrado verlo poseían un poco más de sabiduría sexual que el resto de nosotros.

Las antenas no eran baratas, de ahí su estatus. Allá por 1982 costaban unos 4 mil pesos y, ojo, no olvidemos que en 1993 en tiempos del calvo Salinas le quitaron tres ceros a la moneda, de modo y si consideramos la depreciación, estaríamos hablando que en pesos actuales su costo equivaldría a unos 16 mil pesos. No parece muy viable, ni racional, gastar tanto dinero únicamente para ver televisión. Pero es lo mismo que con un automóvil: el Lamborgini tiene sirve exactamente para lo mismo que un Golf, aunque con el primero puede usted ofrecer raid a la chica que quiera y recibir un rotundo si, mientras que con el segundo usted podrá recoger chicas únicamente si trabaja como taxista.

La venta de antenas parabólicas fue desregularizada a mediados de 1981 y se abrió la venta a los particulares. La idea, al menos en Estados Unidos, era permitir que los residentes en las regiones más apartadas, como granjas o zonas boscosas, sintonizaran la misma programación que en las mismas ciudades y a donde no llegaba la TV por cable. Todo fue hecho, pues, en aras de la libre competencia y al eliminación de monopolios. Tan solo se precisaba de un receptor, una antena y si así lo deseaba el cliente, un amplificador que se conectaba al sistema de audio para obtener un sonido estéreo, impecable. El chiste no hizo gracia a cadenas como HBO, dueña además de los canales Cinemax y Nickelodeon, ni tampoco a Warner Amex, propietaria de MTV, que por entonces volaba a convertirse en el activo más valioso de la TV por cable. Gracias a esa desregulación y al hecho que los dueños de parabólicas no eran suscriptores sino que recibían la señal de "a grapa", comenzaron a perder millones de dólares; el "lobbying", o movimiento de influencias en el Congreso, comenzó casi desde el momento mismo que la FCC, la Comisión Reguladora de Comisiones de Estadios Unidos, autorizó la venta de parabólicas para todo aquél que quisiera comprarlas.

De hecho, cuando en México comenzó el furor por las antenas, la sentencia estaba a semanas de ser dictaminada. Mientras tanto, ningún proveedor previó de esto a los compradores y las parabólicas siguieron vendiéndose masivamente. El 90 por ciento de los canales eran en inglés ¿pero qué importaba? No se necesitaba tener conocimientos vastos del idioma de Steve Jobs para entender la programación del Playboy Channel. por ejemplo. En determinado momento la ciudad de Monterrey entró al récord Guiness por contar con la mayor cantidad de antenas parabólicas en el mundo. Era explicable: uno de los satélites más buscados era el Telsat IV pues ofrecía mas de 250 canales, desde películas sin comerciales hasta deportivos, caricaturas y, por supuesto, los de adultos. También era una muestra del enorme poder adquisitivo de esa capital hoy tan enproblemada y, claro, la necesidad de mostrar estatus social ante los demás. Pero también era una muestra tácita, repartida en las casi 900 mil parabólicas legales que llegó a haber, de lo abominable que era la TV mexicana para un sector considerable de la sociedad: Univisión y Galavisión eran los únicos canales disponibles en español: es dudoso que la gente comprara sus antenas solo por ese tándem.

Eran tiempos en los que la piratería se encontraba relativamente baja en el país por lo hubo quienes tomaron provecho de la moda parabólica. Hubo ingenieros que construyeron sus propios receptores y luego hicieron negocio vendiéndolos a sus amigos. Hubo una familia chilanga cuyo paterfamilias estaba desempleado y aprovechó el tiempo para construir antenas él mismo. En cuestión de meses logró un respetable capital que le permitió vender sus artilugios a otras partes del país y aun Centroamérica; los primeros platos blancos dieron lugar a otras antenas hechas de rejilla e incluso hubo unas hechas de latón con plástico

Todo parecía demasiado bueno para ser verdad y, en efecto, dos golpes fueron letales para los propietarios de parabólicas o quienes deseaban entrar a la moda. En julio de 1982 el Banco de México anunció que se "retiraba" del mercado y ponía a "flotar" el peso, circo que auguraba una devaluación del peso que luego fue peor a la esperada pues la moneda brincó de un 22.50 a un 92.30 en menos de una semana. Con esto el precio se disparó y muchos probables compradores tuvieron que resignarse a la bazofia de los canales llamados aéreos.

Meses después, allá por octubre del mismo año, HBO anunció que "escrambleaba" su señal, es decir, que la codificaba para que pudieran sintonizarla solo quienes pagaran por ello. Más tarde hicieron lo mismo MTV, Showtime y, bueno, todos los canales por los que convenía hacerse de una antena parabólica. La suscripción se podía conseguir, por supuesto, aunque debería ser pagada en dólares, y por ese tiempo los dólares estaban más escasos que una ciudad donde realmente esté funcionando la estrategia anticrimen del presidente Calderón. Para 1983 lo único que podía sintonizarse sin costo en las parabólicas se reducían a canales religiosos y de ventas, es decir, lo mismo que meterse a escuchar la radio de onda corta.

Acabada (o sofocada) la euforia de las antenas parabólicas, el siguiente pasó era qué hacer con ellas: de símbolo de estatus pasaron a ser un estorbo que afeaba los techos de las casas además que con el tiempo comenzaron a llenarse de caca de pájaros y comenzaban a ladearse ante la falta de mantenimiento. Miles regresaron a la TV por cable y otros se hicieron de receptores "hechizos" a los que había que "reprogramar" la tarjeta cada vez que la señal era "codificada" de nuevo, algo que podía ocurrir dentro de los siguientes seis meses, un año o apenas unas horas. En más de una ocasión nos tocó ver los restos de antenas parabólicas en los tiraderos a las afueras de la ciudad.

Televisa, por su parte, contraataco con el lanzamiento del Morelos I y II en 1985 tras lo cual la señal de cable comenzó a ser dominada por canales en español la mayoría, claro, propiedad del consorcio. Para finales de la década la programación de cable era de igual o peor calidad que la aérea. Más tarde llegarían otros servicios satelitales como SKY y DirecTV aunque éste último no logró sobrevivir en México. Para entonces las antenas eran mucho más pequeñas y nadie las veía como símbolo de estatus social. 

Con la aparición del Internet, la telefonía celular y empresas como Dish, los días de las antenotas parabólicas hoy nos producen risa. Sin decodificar y sin nada.

 

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