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NACIONAL
2 de octubre, conmemoración amenazada por los
rijototalitarios
Si bien aún falta por
recorrer, los avances democráticos en la vida política de México
desde 1968 han sido innegables por lo que exigir deslinde de
culpas por lo ocurrido en Tlatelolco a gente que ya
falleció suena ocioso. Asimismo, los desmanes de la
reciente conmemoración de esa fecha indican cómo hay
quienes buscan llevarnos de vuelta al totalitarismo,
esta vez con otro sello ideológico
Versión impresión
SEPTIEMBRE,
2019. Antes de la marcha del 2 de octubre de
este año les fueron entregadas unas camisetas a
funcionarios del gobierno de la ciudad de México.
Las prendas blancas llevaban en la parte trasera la
leyenda cinturón. El periódico Reforma
señaló que cada una de estas camisetas tuvo un costo
de 48 pesos, IVA incluido, lo que arrojó un total de
960 mil pesos gastados en prendas que se utilizaron
apenas un par de horas, algo que no habla
precisamente bien de un gobierno que pregona una muy
republicana austeridad.
De hecho las camisetas sirvieron par su propósito
menos tiempo del esperado. Un grupo de rijosos
comenzó a provocar a quienes formaban parte de esta
"cinturón de paz" (obviamente encapuchados) hasta
que el "cinturón" quedó roto y sus miembros
comenzaron a quitarse las camisetas, seguramente
temerosos que se convirtieran en blancos visibles.
Al final la policía logró aislar a los encapuchados
y detener a cuatro de ellos, acusados por haber
arrojado cohetones a la multitud y a las fuerzas de
seguridad. Fue la primera manifestación del 2 de
octubre en el llamado gobierno de la "cuarta
transformación" por lo cual no parece ser objeto de
críticas para los medios de comunicación que
igualmente no han investigado lo que sucedió a
principios de año cuando estalló una toma ilegal de
gasolina en el estado de Hidalgo a principios de
año.
Este incidente también dejó en claro que nada
detendrá las protestas ni los discursos demagógicos
en torno a lo ocurrido ese 2 de octubre de 1968, no
tanto porque la fecha merezca ser recordada y vista
como el inicio de la lucha contra un gobierno
totalitario al cual terminó de derrotársele en el
2000 con el triunfo de la oposición de
centro-derecha, algo que pudiera explicar el
comportamiento de esos rijosos y encapuchados. Pero
desde hace casi un año gobierna en México un partido
de izquierda electo democráticamente. ¿Qué razón
tienen ahora para quejarse? ¿Quiere esto decir que
hay que derribar toda la estructura más que al
partido que llega al poder?
Es triste que se siga medrando con la memoria de una
fecha al mismo tiempo dolorosa y difícil en la
historia de México. Desafortunadamente, y en lo que
fue un error infantil en la falta de coordinación
entre el ejército y el famoso Batallón Olimpia, se
ha puesto como prueba clara de que Gustavo Díaz
Ordaz fue una versión, adelantada unos años, de
Augusto Pinochet.
De inmediato y ante la presión internacional, Díaz
Ordaz fue obligado a aceptar su culpa luego que
quiso guardar las formas dada la inminencia de los
juegos olímpicos. Su silencio en esos días costó
caro a su reputación no solo ante la comunidad
internacional sino ante la población que exigía
explicaciones convincentes. No fue hasta su Informe
de gobierno el 1 de septiembre de 1969 cuando el
mandatario aceptó su "completa responsabilidad" en
lo ocurrido en la Plaza de las Tres Culturas, más
que nada para mantener la estabilidad de su gobierno
y, sobre todo, proteger a quien se sospecha fue
quien realmente dio la órdenes esa tarde en
Tlatelolco, el entonces secretario de Gobernación
Luis Echeverría, virtual candidato presidencial
priísta para las elecciones que se realizaron en
julio de 1970.
A medio siglo de distancia y cuando la mayoría de
quienes participaron en esos hechos ya han
fallecido, suena extraño que se exija castigo, como
si Díaz Ordaz y su gabinete hubieran sido criminales
de guerra nazis; incluso, cuando se pide al gobierno
actual la creación de una comisión que investigue
"la verdad" sobre Tlatelolco, nos preguntamos qué
falta por investigar: el Estado mexicano finalmente
aprendió la lección y se le obligó a ir abriendo
espacios democráticos aun contra su voluntad y, algo
muy importante, sin llegar a una guerra civil.
Hace algunos años, durante el gobierno de
Vicente Fox, se
exigió llamar a cuentas al ex presidente Echeverría
solo para toparnos con la novedad que, en caso que
todo de lo que se le pudo culpar eran delitos que ya
habían prescrito. Difícilmente el señor será juzgado
penalmente en su ya casi centenaria vida.
¿Qué motivos tienen, entonces, esos rijosos que
destruyeron propiedad privada y agredieron no solo a
los cuerpos de seguridad sino a personas que iban a
conmemorar pacíficamente esta terrible matanza? La
respuesta la dio hace algunos años el ensayista
cubano-español Carlos Alberto Montaner: "Aun y
cuando gane, la izquierda se asumirá como víctima de
una injusticia (...) Ello le da la coartada perfecta
para seguir protestando sin importar que se hayan
cumplido todas sus demandas".
¿Qué otra razón existe, por ejemplo, para que haya
quienes se enfrenten contra la policía en Chile cada
11 se septiembre? ¡Ya Pinochet está tan sepultado
como su régimen y hoy ese país vive una vida
democrática plena! ¿Por qué la izquierda
norteamericana, hasta hace poco relativamente
sensata, insiste hoy en las "reparaciones" hacia la
población afroamericana por los años de la
esclavitud si ésta hoy goza de los mismos derechos
que la población caucásica? Algo similar pasa con
Tlatelolco: el PRI autoritario difícilmente
regresará a escena ni impondrá su voluntad como lo
hizo hasta inicios de los años 90 cuando la
población era más dejada y pasiva que hoy. Pero
todavía le dedicamos mentadas hasta ultratumba a
Díaz Ordaz, fallecido en 1979.
De nuevo
Montaner: "La izquierda está obsesionada con el
poder. Respeta las formas democráticas únicamente
cuando le son favorables para hacer avanzar su
causa, y las desprecia cuando le representan un
estorbo (...) Al final la izquierda busca la
destrucción del orden establecido para imponer el
suyo aunque asegure jugar con sus reglas".
El 2 de octubre no debe ser olvidado. Sin embargo su
conmemoración tiene que sopesarse como el momento
cuando comenzó la caída del viejo régimen, y ésta ya
quedó consumada. Cualquier intento violento por
socavar su conmemoración busca derribar los
innegables avances democráticos que México ha tenido
desde 1968; estos intentos buscan llevarnos de
vuelta a esa etapa totalitaria. Recordar esto ante
las provocaciones es igual de importante que
recordar la fecha misma.
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Previo
Ahora sí preocúpate, Rosario...
Con una palmadita verbal
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de las secretarias de las cuales estuvo al frente, pero ahora
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