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TEORIA GENERAL DE PSICOLOGIA


LIBRO:
LAS LEYES DEL PSIQUISMO

Alberto E. Fresina


CAPITULO 5 -(páginas 51 a 82 del libro de 426)


Indice del capítulo:

EL NIVEL REFLEJO
1. Substrato neurofisiológico del placer y displacer
2. El sistema nervioso y la contradicción psicológica básica
3. El sistema de mantenimiento autónomo
4. la constancia del trabajo neuronal
5. La forma de actuar el sistema de mantenimiento autónomo
6. Formas de vida y actividad de las neuronas
7. Lo psíquico y su relación con el sistema nervioso
8. Pasividad de lo psíquico
9. Las células receptoras de lo psíquico
10. Influencia del placer y displacer en el sistema nervioso
11. Los reflejos dirigidos
12. La tendencia dirigida
13. Clasificación de los reflejos



PARTE II


DESARROLLO ESPECIFICO


. La estructura y el funcionamiento psíquicos


 

CAPITULO 5


EL NIVEL REFLEJO


Si bien trataremos un nivel por vez, lo presentado en el capítulo anterior sobre los niveles del psiquismo nos servirá para saber en qué lugar del "mapa psicológico" se ubica aquello de lo que hablemos. En el presente capítulo el nivel reflejo o neuronal será la transitoria "base de operaciones" desde donde observaremos los fenómenos psíquicos.


1. Substrato neurofisiológico del placer y displacer

Aunque el sistema nervioso central es bastante complicado como para delimitar en él la base de determinadas funciones psicológicas, encontramos en la neurofisiología un dato que es de gran importancia. Esto es la existencia, en la base del cerebro, de áreas neuronales que al entrar en actividad producen como efecto vivencial estados placenteros o displacenteros. En pacientes eventualmente sometidos a intervenciones quirúrgicas, que se ofrecen para la prueba, se observa que la aplicación de estímulos eléctricos (de muy baja intensidad) en determinadas áreas de la base del cerebro (sistema límbico) tiene como efecto estados placenteros o displacenteros en el sujeto según la zona estimulada. Tales efectos vivenciales se repiten cada vez que el estímulo se presenta con la misma intensidad y en la misma zona.* Por lo tanto, a diferencia de otras funciones psicológicas, la actividad neuronal responsable de las vivencias placenteras o displacenteras parece ser localizada.


* Best y Taylor. Bases fisiológicas de la práctica médica. Editorial Médica Panamericana. Buenos Aires 1982. Pág. 1508

Esto es factible de ser así, puesto que no se trata de las complejas funciones superiores de la corteza cerebral, donde en general se hace arbitrario hablar de localizaciones, sino de las reacciones anímicas básicas, compartidas por los diversos animales, y cuya base neurofisiológica parece encontrarse en las zonas más arcaicas o primitivas del sistema nervioso, en las cuales sí habría cierta tendencia a la localización de funciones.

En otros experimentos con animales se habría logrado localizar, inclusive, núcleos neuronales particulares responsables de las necesidades más primarias, o sea, núcleos neuronales localizados que al entrar en actividad producirían hambre, sed, etc. Por ejemplo, al estimular con cierta continuidad el "núcleo del hambre", el animal no para de comer y engorda rápidamente, a diferencia de otros animales de igual camada que se hallan en condiciones normales. Luego, si se impide la actividad a ese núcleo del hambre, el organismo pierde todo interés por el alimento. También, en similares experimentos se comprueban claras reacciones displacenteras o placenteras en el animal según la zona estimulada, lo cual se observa en las manifestaciones externas que evidencian uno u otro estado anímico.*


* Whittaker James O. Psicología. Nueva Editorial Interamericana. México 1984. Pág. 150

Estos datos no son suficientes para creer que las neuronas responsables de las vivencias placenteras o displacenteras tengan una localización muy marcada. Es probable que sólo muestren una tendencia a la localización, distribuyéndose en áreas difusamente diferenciadas. De todas formas, tomaremos como hipótesis de trabajo lo que estos datos nos sugieren, y en adelante hablaremos, resumidamente o para simplificar, de neuronas del placer y del displacer.


2. El sistema nervioso y la contradicción psicológica básica

Estamos en condiciones ahora de mirar la contradicción básica desde un plano diferente. La lucha, en rigor, se plantearía entre la fuerza que tiende a producir la estimulación de las neuronas del placer e inhibir la actividad en las del displacer, contra las fuerzas contrarias, responsables de la estimulación de las neuronas del displacer y de la negación del trabajo en las del placer. Se trata de los respectivos "objetivos" de las fuerzas en lucha. Este sería el mecanismo esencial del funcionamiento psíquico. La naturaleza creó una serie de complejos mecanismos neurofisiológicos, que en su funcionamiento autónomo se encargan de estimular las neuronas del displacer e inhibir la actividad en las del placer; mientras que las fuerzas neurofisiológicas "leales" a la ley general tienden a producir la estimulación de las neuronas del placer y a negar dicha estimulación en las del displacer.

Sabemos que las vías fundamentales de entrada al placer están dadas en los núcleos de satisfacción de los impulsos. Por ello, las vías nerviosas estimuladas por los objetos de satisfacción de los impulsos son las únicas que tienen una "afluencia" significativa en las neuronas del placer. Por ejemplo, en la cavidad bucal se encuentran los receptores o terminales nerviosos que son estimulados durante la ingestión del alimento o en el acto de beber. La actividad nerviosa comenzada en la cavidad bucal asciende hasta el cerebro, y según las condiciones tiene vía libre para terminar desembocando en las neuronas del placer, a las que hará activar.

Las vías nerviosas de acceso a las neuronas del placer se hallan especialmente restringidas y solamente abiertas a la estimulación nerviosa producida por los objetos adaptativos y en condiciones adaptativas o útiles a la vida. Esto no sólo sucedería con las vías nerviosas que ascienden desde determinadas zonas del cuerpo. Cuando el objeto de satisfacción es un hecho ocurrido en el plano simbólico o de la abstracción (satisfacción del impulso de curiosidad por ejemplo), se produciría, según las condiciones, un descenso de la actividad nerviosa desde la corteza hasta la base del cerebro, donde se hallan las "neuronas anímicas".

Los objetos de satisfacción de los impulsos no sólo producen la estimulación de las neuronas del placer, sino que a la vez son las únicas vías que concluyen en la inhibición de la actividad de las neuronas del displacer o nec.

En la contradicción o lucha continuas entre la ley general y las fuerzas contrarias, la actividad de la corteza cerebral que subyace la intencionalidad inteligente se encuentra siempre al servicio de la ley general. Toda la actividad intencional del cerebro tiende a lograr los objetos-situaciones que son las vías de entrada a las neuronas del placer, y que a la vez inhiben la actividad de las neuronas de la nec. o displacer. Sin embargo, por más poderosa que sea la fuerza de la intencionalidad inteligente, nunca puede lograr un triunfo absoluto contra el enemigo, es decir, nunca puede conseguir que se dé sólo placer y se extinga totalmente el displacer. Al respecto cabe una pregunta: ¿qué sucede si alguien sólo tiene motivos de placer y ha logrado suprimir completamente todos los motivos de displacer ?. Es muy común que los individuos que se aproximan a esas condiciones de vida excepcionalmente favorables presenten cuadros de frecuentes y duraderos estados de displacer, que aparecen sin motivo justificable para el dominio subjetivo, ejemplo: ansiedad, angustia, disconformidad general, etc. Este fenómeno de la ansiedad "sin motivo" ha desconcertado a la psicología y a otras ciencias ocupadas del tema, además de desconcertar "más seriamente" al sujeto que la vive.


3. El sistema de mantenimiento autónomo

La explicación de ese raro fenómeno compensatorio estaría dada por lo que sigue. Una de las leyes más generales de la fisiología, y que es un axioma de dominio popular, nos dice que todo órgano que no funciona con normalidad tiende a atrofiarse o degenerar. Las neuronas no están exentas de esta ley. Por el contrario, son de las más propensas a degenerar con la falta de actividad normal. Por lo tanto, si un sujeto no tiene ningún motivo productor de displacer por mucho tiempo, esto quiere decir que las neuronas del displacer estarían durante todo ese tiempo sin actividad alguna. A causa de ello comenzarían a atrofiarse hasta degenerar. Esto parece un peligro. Pero la naturaleza está siempre "atenta" a tales situaciones. Por eso, existiría en los organismos un sistema homeostático especial, cuya función sería la de asegurar el buen mantenimiento de la capacidad estructural y funcional de todos los órganos. En aquellos órganos que no hayan tenido un adecuado monto de actividad por estímulos externos o normales, dicho sistema actuaría promoviendo la estimulación autónoma de esos órganos, a fines de su mantenimiento. De tal modo, en el caso que nos ocupa, este sistema sería el responsable de la estimulación autónoma de las neuronas del displacer, a fines del mantenimiento de su buen estado, lo cual tendría efecto en la vivencia, siendo éste la ansiedad o angustia "sin motivo".

El sistema de mantenimiento autónomo se hallaría generalizado en el organismo, controlando que todos los órganos se encuentren en buenas condiciones. Ejemplo, las contracciones estomacales que se producen cuando el organismo lleva mucho tiempo sin ingerir alimento serían controladas por este sistema, que sometería a la musculatura del estómago a su obligatoria "sesión de entrenamiento". Si esa musculatura se mantuviera en reposo absoluto durante los muchos días que el organismo eventualmente puede estar sin comer, quedaría en malas condiciones de rendimiento. El estómago no se encontraría preparado para cuando el animal logra ingerir gran cantidad de alimento. Aquí la digestión supone un estómago en buenas condiciones, y para ello debe entrenarse, entretenerse con contracciones de mantenimiento mientras espera el alimento. También encontramos la presencia del sistema de mantenimiento autónomo en la fase del sueño llamada sueño paradójico (momento en el que se vivencian los sueños), caracterizada por una actividad eléctrica del cerebro similar a la de vigilia, y que cumpliría la función de impedir que sea muy prolongado el reposo de la formación reticular y demás áreas del sistema nervioso central que se hallan prácticamente sin actividad durante el sueño profundo.

Habría más para decir sobre el sistema de mantenimiento autónomo, pero significaría un viraje hacia la fisiología general, y ese no era el "trato". Lo que nos interesa aquí es que en el caso visto más arriba, de aquel que no tiene motivos de displacer, este sistema sería el responsable de la estimulación forzosa de las neuronas correspondientes, a fines del mantenimiento de su buen estado, lo que tendría como efecto aquella "ansiedad autónoma" en la vivencia.

Es evidente que esa no sería la única causa de la ansiedad. Pero sí lo sería en los casos como en el ejemplo visto, dado que si un sujeto logra evitar todo motivo de displacer, ejemplo: come ante el menor indicio de hambre, bebe sin sentir sed, descansa sin cansarse antes, no tiene motivos de preocupación o temor, y así con todas las necesidades, las neuronas responsables de producir con su actividad: hambre, sed, cansancio, temor, no pueden estar mucho tiempo sin trabajo. Por tanto, llegará un momento en que el sistema de mantenimiento autónomo provocará la actividad conjunta de todas esas neuronas, dando forma a la ansiedad (nec. indiferenciada), o a la angustia (ansiedad intensa matizada con temor).

Con respecto a las neuronas del placer, ocurriría algo parecido. Cuando alguien se encuentra en una situación muy problemática que lo lleva a vivir tres o cuatro días seguidos de continuo displacer, llegará un momento en que las neuronas del placer ya no "soportarán" la situación de un reposo tan prolongado y darán comienzo a su "agradable" sesión de entrenamiento. Por su parte, las neuronas del displacer, que han tenido una actividad intensa e ininterrumpida, deben pasar al reposo para restablecer sus energías. Es aquí el momento en que el individuo cambia de actitud ante sus dificultades; comienza a ver que todo se aclara y que no es "para tanto"; aparece una sensación reconfortante y de gran tranquilidad, cuando sus problemas siguen siendo objetivamente los mismos, o quizá más graves aún. Una vez que las neuronas del placer cumplieron su sesión de entrenamiento, y cuando las del displacer recuperaron sus energías, estas últimas reinician su dolorosa tarea y vuelve la oscuridad de la situación a la conciencia del sujeto.

La conclusión que obtenemos por el momento es que los núcleos o áreas neuronales responsables del placer y del displacer tendrían siempre aproximadamente el mismo monto global promedio de actividad, a pesar nuestro. Quizás no sea exactamente constante el promedio de actividad de cada grupo de neuronas; pero debe ser cercano a ello, puesto que un trabajo a "media máquina" produciría una atrofia parcial, y el organismo necesita tener siempre a punto y en buen estado esos órganos nerviosos si pretende sobrevivir.

Aunque el volumen global promedio de trabajo de cada grupo de neuronas no sea exactamente el mismo, al menos lo sería en relación al efecto de su mantenimiento estructural y funcional. La prueba de ello es que jamás se deteriora la capacidad de tales centros nerviosos de producir placer o displacer como efecto de su trabajo.

La situación es bastante curiosa. La intencionalidad o ley general busca que trabajen solamente las neuronas del placer y que no trabajen las del displacer, cuando eso es imposible y una "pérdida de tiempo".

Este es un aspecto que muestra la contradicción objetiva del psiquismo. Pero es claro que no podemos quedarnos con los brazos cruzados, sino que profundizaremos en los pormenores de esta situación "psicoabsurda".


4. La constancia del trabajo neuronal

Un argumento en contra de la hipótesis sobre la constancia objetiva del promedio de trabajo de aquellas áreas neuronales lo da el hecho de que a veces se viven épocas de felicidad y otras de infelicidad. Tal objeción es importante, ya que la hipótesis de la constancia es que en tres o cuatro días se emparejaría el total de actividad promedio de cada grupo de neuronas. Por tanto, si vivimos dos meses con un cierto bienestar promedio y otros dos meses con malestar promedio, esto contradice la hipótesis de la constancia. Pero hay una respuesta a la objeción, y consiste en la consideración de los factores: intensidad y duración, como componentes de la masa total y constante de trabajo neuronal. Así por ejemplo, si el total del trabajo neuronal tiene una magnitud: 100, su composición puede ser: intensidad 10 - duración 10 (10 x 10 = 100), o bien intensidad 20 - duración 5,o intensidad 5 - duración 20, etc. En todos los casos el volumen global de trabajo es 100 por igual.

Tomemos un espacio de tres días en los cuales tendría lugar necesariamente ese total de trabajo de cada grupo de neuronas; o sea, en cualquier "corte" de tres días seguidos que tomemos la cantidad global de trabajo neuronal es la misma. El sistema de mantenimiento autónomo procuraría sólo mantener el monto global promedio, pero no le "interesa" la relación duración-intensidad, puesto que ello no afectaría el resultado del adecuado mantenimiento de las neuronas. Sin embargo, el efecto vivencial no sería el mismo con una u otra distribución de duración-intensidad de ese trabajo neuronal. Para la vivencia resultaría mejor cuando el monto necesario del trabajo de las neuronas del displacer se reparte en la máxima duración y mínima intensidad. Mientras que en relación al placer sería a la inversa; habría un mejor resultado anímico cuando las neuronas del placer tienen la máxima intensidad y mínima duración consecuente en su actividad.

Esto parece erróneo, es decir, con una u otra distribución el total vivenciado tendría que ser el mismo también. La explicación de que no sería lo mismo para la vivencia es algo intrincado pero finalmente claro de comprender. En principio, para que aparezca el efecto vivencial hace falta un mínimo de intensidad de la actividad nerviosa que lo haga surgir. En otras palabras, si se estimula una sola neurona, ínfima e invisible, por ejemplo del displacer, no habrá efecto vivencial alguno. Si se estimulan diez o treinta neuronas tampoco habrá efecto vivencial. Si seguimos aumentando el número de neuronas estimuladas, de modo que sumen mil, diez mil, tampoco tendremos efecto. Pero en algún momento el efecto aparecerá, ejemplo arbitrario: el efecto displacentero surgirá cuando las neuronas del displacer estimuladas superan el número de un millón. (En realidad la intensidad no surge sólo de la cantidad de neuronas que trabajan, sino del producto de la cantidad de neuronas más la frecuencia de los impulsos nerviosos de cada una. Pero supongamos constante la frecuencia de los impulsos nerviosos de cada neurona, de modo que la intensidad sólo esté dada por el número de neuronas estimuladas.)

Tenemos entonces que la actividad de un millón de neuronas solamente sirve para alcanzar el umbral vivencial, pero no tiene ningún efecto. Sólo tiene efecto en la vivencia el trabajo de las neuronas que exceden la cifra de un millón. Ello significa que mientras más tiempo trabajen las neuronas del displacer, será mayor la pérdida del efecto de ese trabajo constante equivalente a un millón de neuronas, siendo poco lo que asome al efecto vivencial en relación a todo lo que se pierde en lo subumbral. En cambio, si la masa global constante del trabajo de las neuronas del displacer se distribuye en la máxima intensidad y mínima duración, será poco lo que se perderá en lo subumbral y la mayoría de ese trabajo pasará al efecto vivencial. Gráficamente:

 

 

 

 

En ambos gráficos encontramos la misma masa global de trabajo neuronal, representada por la superficie total de la figura. En el gráfico 1 vemos que el efecto de displacer vivencial es mucho menor que el quantum de displacer vivencial del gráfico 2. Sin embargo, en ambos casos es el mismo total de trabajo neuronal. Toda la diferencia reside en la mayor pérdida, en el primer caso, del trabajo subumbral de un millón de neuronas en cada instante sucesivo. Esto por el hecho de distribuirse la masa de trabajo en la máxima duración y mínima intensidad.

En el caso de las neuronas del placer se da la misma situación. Claro que en vez de obtener una barra horizontal que haga perder todo el efecto, deben presentarse numerosas y frecuentes barras verticales altas y finas.

Veamos una analogía sencilla de otro campo de la realidad, que nos demostrará la universalidad de estas relaciones y nos ayudará a comprender mejor la naturaleza del fenómeno. Supongamos que tenemos un gran camión estacionado y contamos con treinta hombres de la misma fuerza muscular cada uno para empujarlo. El efecto que consideramos es el movimiento del camión y el quantum de su movimiento. Supongamos que el vehículo ofrece una resistencia cuyo poder es equivalente a la fuerza de empuje de 13 hombres. Por tanto, la fuerza de 13 sujetos aplicada al camión sólo sirve para equilibrar la resistencia, pero no es suficiente para provocar el efecto del movimiento. Sin embargo, en esa situación de equilibrio el menor soplido ya lo mueve. Establezcamos que cada uno de los 30 sujetos sólo puede aplicar sus fuerzas máximas durante 5 segundos. Así, la fuerza o energía total con que contamos es la fuerza máxima de 30 hombres aplicada durante 5 segundos.

Observemos dos formas posibles de distribuir ese total de energía. En la primera prueba dividimos en 2 grupos de 15 cada uno. Hacemos empujar los 5" al primer grupo, y medimos la energía dinámica transmitida al vehículo, como expresión de la cantidad de su movimiento. Hacemos lo mismo con el otro grupo de 15 y volvemos a medir la energía dinámica transmitida, que será la misma. Finalmente sumamos los dos productos parciales y nos dará un producto x como resultado de la primera prueba. Luego, en la segunda prueba hacemos empujar a los 30 juntos durante los 5". No hay dudas de que la energía dinámica transmitida al camión, en la segunda prueba, será mayor que la suma total de la primera. Esto por lo siguiente: la resistencia del vehículo equivale a la fuerza de 13 hombres. Por ello, en cada uno de los dos intentos parciales de la primera prueba, la fuerza de 13, de los 15 que empujaban, sólo sirve para equilibrar la resistencia, aprovechándose el efecto de la fuerza de 2. Por lo tanto, en el total de la primera prueba se pierde el efecto de la fuerza de 26 hombres en equilibrar la resistencia del camión y solamente se aprovecha el efecto de la fuerza de 4. En cambio en la segunda prueba, al empujar los 30 juntos, sólo se pierde el efecto de 13 sujetos en equilibrar la resistencia, aprovechándose el efecto de los otros 17.

Vemos entonces que en ambas pruebas se utilizó la misma cantidad de trabajo muscular. Pero en el primer caso su distribución fue: intensidad 15 (hombres) x duración 10" (dos tandas de 5") = 150; y en el segundo: intensidad 30 x duración 5" = 150. Sin embargo, el efecto logrado es muy distinto en uno y otro caso.

Traduciendo esto a lo que ocurre con el trabajo de las neuronas del placer o displacer en relación al efecto vivencial, encontramos que así como la fuerza de 13 hombres se pierde en equilibrar la resistencia del camión, la energía del millón de neuronas en actividad se pierde sólo en alcanzar el umbral de la vivencia, o bien en equilibrar la resistencia que se opone al efecto vivencial.

Entonces, si el volumen total de trabajo de las neuronas del displacer es constante en aquellos 3 días, será mejor repartirlo todo lo posible, para que la energía del trabajo subumbral equivalente a un millón de neuronas se pierda durante el máximo tiempo posible, y sea poca la proporción que asome como efecto vivencial displacentero. En cambio con respecto a las neuronas del placer, lo mejor es que empujen reiteradamente todas las neuronas juntas para aprovechar al máximo el efecto vivencial, y no haya pérdida subumbral inútil de ese monto de actividad asignado.

Existen algunas razones para creer que el área ocupada por las neuronas del displacer es mayor que en el caso del placer. En principio, la experiencia subjetiva nos muestra que el placer casi nunca es más que irrupciones esporádicas y breves, mientras que el displacer suele ser muy duradero y no menos intenso. Luego, según el criterio de adaptación para la sobrevivencia sería más útil que fuera así, de modo que el organismo se vea más obligado a conseguir lo que necesita. Por otro lado, los datos experimentales que proveen los sondeos realizados por la neurofisiología en las distintas áreas del cerebro, parecen demostrar también que sería mayor el área ocupada por los centros neuronales responsables de las vivencias diplacenteras. Por último, podemos agregar el hecho, conocido por todos, de que ser infeliz es algo de lo más "fácil". Supondremos entonces que las neuronas del displacer son el doble que las del placer. Por ejemplo, si en aquellos 3 días seguidos el total de la energía generada por el trabajo de las neuronas del placer es 100, el total en las del displacer es 200. Por supuesto que es una relación arbitraria, pero aceptemos la hipótesis y recordemos que hablamos del trabajo de las neuronas sin tener en cuenta la vivencia.

En base a esa diferencia de magnitud, podemos suponer que aunque esos 200 de trabajo de las neuronas del displacer se distribuyan en la máxima duración y mínima intensidad, igual asomaría en forma de efecto vivencial displacentero una proporción; es decir, si durante aquel espacio de 3 días las neuronas del displacer trabajan con la máxima duración y mínima intensidad, se perdería el efecto de 150 por ejemplo, de ese trabajo, y 50 de displacer es lo que se registraría en total en la vivencia. Luego, si las neuronas del placer, cuyo trabajo total es 100 en esos 3 días, se estimulan con la máxima duración y mínima intensidad, prácticamente se perdería todo, sin asomar nada o casi nada al efecto vivencial. Esto porque al ser menos, y al "estirarse" todo ese trabajo en la máxima duración, la intensidad no alcanzaría el efecto vivencial. Por eso, las neuronas del placer deben tener la máxima intensidad y mínima duración en su trabajo. En tal caso, del total de 100 de la energía del trabajo de las neuronas del placer, asomaría a la vivencia, por decir, el efecto de 90, perdiéndose sólo 10. Por su parte, si las neuronas del displacer trabajan con la máxima intensidad posible y la mínima duración consecuente, del total de 200 se "sienten" en la vivencia unos 180 y se pierde el efecto de sólo 20.

De tal manera, la máxima felicidad objetiva, o sea el trabajo de las neuronas del placer en la máxima intensidad y mínima duración, y las del displacer a la inversa: máxima duración y mínima intensidad, implicaría un producto vivencial total de placer 90 y displacer 50. Pero la máxima infelicidad, que es el hipotético monto invariable del trabajo de las neuronas del placer en la máxima duración y mínima intensidad, y las del displacer en la máxima intensidad y mínima duración, daría un producto vivencial de displacer 180 y placer 0. Obsérvese que esa diferencia abismal entre la máxima felicidad y la peor infelicidad no afectaría en absoluto el hecho de que tanto unas neuronas y otras tengan, cada grupo, la misma masa total de trabajo en cualquier distribución. Ello les permitiría su adecuado mantenimiento estructural y funcional, que es lo que a las neuronas les "interesa". Pero si a ellas les da lo mismo una distribución u otra, para nosotros, que somos los destinatarios del efecto vivencial, es muy distinto una forma de distribución u otra, es la diferencia entre el paraíso y el infierno.

Si relacionamos esto con la contradicción básica del psiquismo, veremos que aunque sería fatal una resolución absoluta de la lucha, donde uno de los contrarios anule totalmente al otro, puede no obstante haber una resolución relativa de la contradicción. Se trata de una lucha más amplia y abarcativa, donde está en juego el promedio general del dominio en la vivencia. Así, si triunfa la ley general logra como efecto: la felicidad, y negar obviamente la infelicidad; mientras que el triunfo de las fuerzas contrarias, en este nivel, significa la afirmación de la infelicidad como efecto y la negación de la felicidad. En otros términos, se da un dominio promedio de una de las fuerzas sobre la otra, sin por ello detenerse la lucha, ni las victorias esporádicas del contrario.

Es probable que el volumen global de trabajo promedio de cada grupo de neuronas no sea exactamente constante. Por ejemplo, la masa total de 100 del trabajo promedio de las neuronas del placer tal vez pueda agrandarse o comprimirse un poco, o sea, quizás pueda variar entre 90 y 110, y no obstante lograrse el adecuado mantenimiento neuronal. Sin embargo, no podría alejarse mucho del promedio. Probablemente nos cueste creer que exista una tendencia homeostática al automantenimiento del promedio de actividad de las neuronas por el hecho de que las miramos desde la manifestación vivencial, que es lo que nos afecta. Pero si olvidamos la vivencia y observamos el cerebro material, focalizando dos grupos de frías neuronas, viéndolas como células sometidas a todas las leyes fisiológicas, se hace más aceptable la existencia de un simple mecanismo regulador que tienda a promediar su actividad.

Aunque el total de trabajo de cada grupo de neuronas pueda comprimirse o agrandarse más de lo que recién suponíamos, sin afectar el buen mantenimiento neuronal, encontraríamos de todos modos un mínimo y un máximo del total de actividad. En el caso de las neuronas del displacer, por ejemplo, aunque sea solamente ese mínimo, saldrá en forma de ansiedad, etc., cuando las neuronas del displacer han tenido un reposo absoluto. Por ello, aunque fuera más variable el promedio total del trabajo neuronal, sería igualmente válida la consideración de los factores duración-intensidad, al menos como elementos parcialmente determinantes del mayor o menor placer o displacer vivenciales. En tal caso, la "fórmula" para la felicidad objetiva sólo tendría un agregado: "para la máxima felicidad objetiva, las neuronas del placer deben trabajar con la mayor intensidad posible y la mínima duración consecuente, a lo que se agregaría que el volumen global, así distribuido, sea el máximo posible; y las neuronas del displacer deben trabajar en la máxima duración y mínima intensidad, agregando que la masa de trabajo sea la mínima posible". Por supuesto que sería preferible la posibilidad de una amplia variación del volumen de trabajo neuronal. Pero es bastante más probable que de existir alguna diferencia en la masa total de actividad neuronal, la misma no se alejaría significativamente del promedio. Todo alejamiento del promedio sería acercarse a la degeneración neuronal (cuando se acentúa el reposo), o a la fatiga neuronal y el consumo de las reservas energéticas (cuando tiene lugar la sobreactividad).


5. La forma de actuar el sistema de mantenimiento autónomo

El placer o displacer "autónomos", como efectos de la actividad neuronal de mantenimiento, casi nunca surgirían por sí mismos, separados de los motivos psicológicos. Lo que sucedería con más frecuencia es que a medida que se aproxima la estimulación autónoma, que responderá al reposo muy prolongado de las neuronas, se van requiriendo estímulos externos o psicológicos internos cada vez más leves para desencadenar el efecto de la actividad neuronal; es decir, los estímulos leves, que en otro momento no tienen efecto, cuando aumenta la proximidad de la estimulación autónoma estarían en condiciones de desencadenar lo que ya viene empujando solo. Esta situación sería comparable a lo que sucede en relación a la causa de la muerte. Si no se presenta ningún motivo desencadenante del deceso, igual llega la muerte natural por ley. Pero a medida que se aproxima ese momento, motivos cada vez más pequeños en poder, que en otros casos no producirían el efecto, aquí lo desencadenan. Por ello, cuando un solo motivo insignificante nos angustia, y ese mismo motivo en otra oportunidad no nos afecta, entonces, la causa de aquella angustia no es tanto el motivo, sino que muchas veces sería el eventual estado de las "mareas fisiológicas", que hacen necesario el trabajo de las neuronas responsables, con o sin motivos. Un ejemplo de esto estaría dado en la conocida "angustia del domingo". El motivo desencadenante no diferiría mayormente con respecto a lo que sucede en cualquier otro día de la semana. Dicho motivo (en aquellos lugares donde se descansa sábado y/o domingo) sería básicamente el fin del descanso o la proximidad de la jornada de trabajo del día siguiente. Pero la diferencia consiste en que las neuronas del placer tuvieron durante muchas horas el máximo trabajo posible, mientras que las del displacer prácticamente suspendieron su actividad desde el viernes o sábado al medio día. Por lo tanto, llegado el domingo al atardecer las neuronas del placer caen "agotadas" luego de su sostenida tarea, y las del displacer comienzan a "empujar las puertas" exigiendo entrar en actividad como respuesta a su prolongado reposo. Tales condiciones neurofisiológicas serían las responsables de que el menor motivo psicológico desencadene con facilidad el estado displacentero.

Por otra parte, es evidente que si la presencia de estímulos o motivos externos, o psicológicos internos, es adecuada o se adapta al volumen promedio del trabajo necesario de las neuronas, el sistema de mantenimiento autónomo, aunque esté virtualmente presente, no interviene en absoluto.

Con respecto a la actividad anímica ocurrida durante el sueño, se produciría cierta acentuación compensatoria de la actividad de las neuronas del placer o del displacer, según el grupo de neuronas que necesite actividad. El trabajo más pronunciado de unas u otras tendría su manifestación en los contenidos placenteros o displacenteros del sueño. Sin embargo, el papel del sueño como equilibrador del trabajo promedio de las neuronas anímicas sería sólo parcial, dado que es escaso el tiempo total en que hay "sueños". Por su parte, el estado de sueño profundo muestra un acentuado reposo en la base del cerebro, por lo que habría ausencia de actividad vivencial. Por ello, la actividad autónoma de mantenimiento tendría lugar principalmente durante la vigilia.

Para finalizar, la ansiedad autónoma no sería solamente un mero efecto vivencial derivado del trabajo de mantenimiento de las neuronas del displacer o nec., sino que tal ansiedad sería aprovechada naturalmente para mantener en movimiento al organismo durante las épocas de ocio, empujándolo al juego o a la práctica de cualquier actividad. Si no existiera esa ansiedad autónoma, y donde aquellas neuronas tuvieran otra forma de mantenimiento de su buen estado, sin efecto vivencial, en las buenas épocas, donde todo está al alcance de la mano y no hay prácticamente motivos externos de displacer, el animal o el hombre primitivo estarían mucho tiempo sin movimiento, produciéndose el deterioro de las capacidades y habilidades globales. Y así, cuando cambia la suerte y hace falta la aplicación de las máximas capacidades, el organismo se hallaría desentrenado y torpe, siendo exterminado en la lucha por la vida. En base a esto, vemos que ese tipo de ansiedad sería un refuerzo para la función del impulso recreativo. Tanto el aburrimiento (nec. del impulso recreativo) como la ansiedad autónoma empujan naturalmente a "hacer algo" para salir de allí, lo que termina en la seguridad de la continua actividad del organismo.


6. Formas de vida y actividad de las neuronas

Nos dedicaremos ahora a observar la relación entre lo dicho acerca de las neuronas, y la actividad de los impulsos. Hasta ahora tenemos que la tendencia absoluta de la intencionalidad, expresada en la ley general, se ramifica en los impulsos ya presentados (más unos pocos microimpulsos), que son las formas o vías particulares en que se manifiesta en el hombre esa tendencia general a afirmar el placer y negar el displacer. Por otro lado, vimos que la felicidad objetiva tendría un fundamento psicofisiológico definido. El criterio subjetivo de lo que implica la felicidad puede variar infinitamente de un sujeto a otro, pero el criterio objetivo está dado en el promedio favorable de placer-displacer vivenciales. Como hemos observado, el promedio favorable al placer dependería, en última instancia, de una relación específica de duración-intensidad de la actividad de las neuronas del placer y del displacer.

La satisfacción regular de todos los impulsos o necesidades primarias sería una condición necesaria para la felicidad, aunque no suficiente. Necesaria porque la insatisfacción prolongada de un impulso, cuando está movilizada su necesidad, produce frecuentes e intensos estados dolorosos surgidos de esa frustración, así como estados de angustia y ansiedad, atribuibles en este caso a dicha insatisfacción que somete fácilmente a la infelicidad. Luego, la satisfacción regular de los impulsos, decíamos, no sería condición suficiente, porque si alguien tiene todo "a mano", tiende a satisfacer las necesidades antes de que aparezcan, es decir, no alcanza a desarrollar el estado de nec., previo a la satisfacción. Así, al no lograrse el placer intenso, se insiste repetidamente en la búsqueda de objetos o situaciones placenteros, lo que lleva a vivir horas enteras con placer casi continuo pero de muy poca intensidad. Paralelamente, el trabajo postergado de las neuronas del displacer va comenzando a "pedir turno", asomando poco a poco. Esto hace que se busque contrarrestarlo con otros objetos y situaciones placenteros. Con ello se lograría mandar nuevamente al reposo a las neuronas del displacer, mientras se consume todo el volumen de trabajo de las neuronas del placer que queda. Una vez que ya nada produce placer, al sucumbir las neuronas correspondientes al reposo obligado, comenzarían a subir lentamente las aguas de la ansiedad. El sujeto usará todas sus estrategias personales para huir de ella, pero ya está derrotado. Es el momento en que la profunda angustia, la disconformidad general, los temores y la ansiedad dominarán su estado de ánimo. La duración de tal situación anímica depende de los requerimientos de "práctica" de las neuronas del displacer, pero en general sería de dos a tres horas.

Hasta ahora vimos dos modelos de actividad de los impulsos que llevan a la infelicidad como promedio anímico. El tercer modelo de infelicidad es la combinación de los dos anteriores. El primero era el sufrimiento promedio a causa de la prolongada frustración de los impulsos. Allí no se logra el placer por no lograrse los objetos de satisfacción. En cambio se obtiene el displacer de la dolorosa nec. insatisfecha, más los picos del sentimiento de frustración. En el segundo modelo, si bien están presentes los objetos de satisfacción, no aparece el placer intenso al no haber nec. previa que lo haga posible; pero sí se hace presente el displacer intenso, que es causado por la estimulación autónoma de las neuronas del displacer, en forma de ansiedad, depresión, angustia. El tercer modelo, que es la mezcla de esto, sería el más común y generalizado. Consiste en que algunos impulsos se hallan indefinidamente insatisfechos y frustrados, mientras que en los otros, donde hay satisfacción, no hay desarrollo previo del estado de nec. En otros términos, en algunos impulsos la satisfacción es demasiado fácil y en otros es extremadamente difícil. Por un lado, el placer de los impulsos insatisfechos obviamente no tiene lugar. Por otro, el placer de los que son fáciles de satisfacer no tiene la menor intensidad al no desarrollarse el estado de previa nec. En cambio, el displacer tiene vía libre por los dos flancos: 1- el sufrimiento por los impulsos insatisfechos o frustrados. 2- la ansiedad causada por la actividad de mantenimiento de las neuronas del displacer, que reemplaza a las necs. no sentidas de los impulsos prematuramente satisfechos.

Los tres modelos vistos serían los esenciales, y marcarían las "fórmulas básicas" para la infelicidad. En resumen, la infelicidad se logra con estados de pronunciada insatisfacción de las necesidades o impulsos y/o con una excesiva comodidad que libre de todo esfuerzo o problema.

Habrían también tres modos generales de lograr un mejor promedio anímico, y los tres suponen primero que nada la satisfacción regular de todos los impulsos. Al hablar de satisfacción o insatisfacción de los impulsos, se trata de una noción grosera de toda la "nube" de impulsos, descontando que se entiende la noción global que se intenta transmitir. Por ello, seguiremos con este modo de concebir "los impulsos", hasta que sea el momento de entrar en detalles sobre sus diferencias y particularidades.

La primera forma de lograr un mejor promedio anímico se refiere a la situación de tener todas las facilidades, agregando la "administración" de ello. Consiste en permitir que se desarrolle el estado de nec. de cada impulso antes de darle satisfacción abrupta y con sabor a saciedad. De tal forma, la actividad total de las neuronas de la nec. o displacer se repartirá durante gran parte del día, cubriendo aproximadamente el monto necesario de actividad neuronal, por lo que no haría falta la intervención del sistema de mantenimiento autónomo y su estimulación sobre esas neuronas. También ello permitiría que la satisfacción de los impulsos provoque un placer más intenso.

La segunda forma se basa en tener una mediana dificultad para la satisfacción de cada impulso. Habíamos dicho que es perjudicial, a fines del promedio anímico, tener una excesiva facilidad o excesiva dificultad para lograr la satisfacción de los impulsos. Pero si se da una mediana dificultad en todos, de manera que "cueste" pero que se logre finalmente la satisfacción regular, ello hará que mientras el sujeto se ocupa de satisfacer un impulso, ya ha comenzado el desarrollo de la nec. de otro. Al lograr la satisfacción de éste, ya ha crecido la nec. de otro, y así sucesivamente. Tal situación hace que la satisfacción de cada uno sea intensa, a lo que se agrega la frecuente e igualmente intensa alegría anticipatoria por el logro de las metas parciales que preceden al placer concreto de la satisfacción. Por otro lado, no aparece el displacer autónomo, al haberse consumido aproximadamente la totalidad del trabajo de las neuronas del displacer o nec.

Por último, la tercera forma, que rescata en cierta manera lo positivo de las dos anteriores, sería la mejor de todas. Las dos anteriores en realidad sólo aliviarían la infelicidad, o bien rondarían la neutralidad. En cambio este último modelo permitiría la felicidad o el promedio favorable en la vivencia. Consiste en tener en principio todas las facilidades materiales para la satisfacción de los impulsos, pero el interés se vuelca a actividades sociales tales como el juego, el deporte, el trabajo cuando es entretenido, campamentos, excursiones, actividades artísticas, etc.; es decir, actividades o situaciones con una gran variedad de estímulos, que mantengan durante todo el tiempo un constante tono emocional y entusiasmo, esto es, un continuo estado de expectativa, incertidumbre, suspenso, deseo, concentración, interés, más la presencia de frecuentes e intensas reacciones placenteras*.


* En tal sentido, además de aquellas actividades y de algunas otras situaciones, habría que agregar, por ejemplo, lo que significa el estado de enamoramiento, que también promueve en buen grado el característico tono emocional del entusiasmo.


El estado de entusiasmo, traducido al sistema nervioso, sería aquel donde auténticamente se daría el trabajo de máxima duración y mínima intensidad de las neuronas del displacer. El deseo, expectativa, suspenso, en realidad son estados de nec. o displacer, pero tan leves en intensidad, que se hacen sumamente livianos para el sujeto. Aquí la intensidad del trabajo de las neuronas del displacer sería la mínima, asomando apenas a la vivencia. Pero la duración, cuando aquel estado anímico es sostenido, haría consumir el monto de trabajo necesario de esas neuronas. A la vez, durante el entusiasmo promovido por aquellas actividades o situaciones es cuando se producen los estados de placer más intensos y frecuentes, que se manifiestan en profundas alegrías o estados de júbilo y gozo, y que tienen lugar a través de la satisfacción intensa y reiterada de los impulsos que participan en la actividad y la sostienen. Luego, una vez finalizada la larga jornada de diversión y entusiasmo, encontramos que se han desarrollado la sed, el cansancio, el calor, el hambre. Así, además de haber disfrutado el largo lapso de la entretenida actividad, se encuentra vía libre para la intensa y saludable satisfacción del resto de impulsos.

Esta tercera forma, que se basa en la actividad, principalmente de carácter social, no sólo permitiría el mínimo displacer vivencial, sino también el máximo placer, ya que además de los frecuentes e intensos placeres de los impulsos que participan en la actividad, se suman los del resto de impulsos, cuyas necs. se fueron movilizando con el desarrollo de las actividades.

El hecho de ser esta forma la mejor, no sería algo casual. Se trata de la forma esencial de vida de los hombres primitivos. La casi totalidad del día de la tribu primitiva era sin duda actividad conjunta, sea laboral o de entretenimiento. Es evidente que dado lo útil a la sobrevivencia, de la unidad y actividad del grupo, debía ser la condición de vida en que los primitivos se sentían más a gusto. Así como, en términos naturales, sólo produce placer concreto lo útil a la vida, de la misma forma, en un plano más abarcativo, las condiciones o situaciones de vida concebidas en extensión de tiempo que fueran útiles a la sobrevivencia de la tribu debían provocar en sus miembros un promedio anímico favorable al placer. Es por ello que la selección natural, en base a esas situaciones de actividades sociales, indispensables para la sobrevivencia grupal, "moldeó" la distribución del trabajo de las neuronas del placer y displacer, para que tales situaciones fueran, en el balance, del agrado de los miembros de la tribu. De lo contrario, la ley general haría evitar dichas actividades, pereciendo la tribu toda a causa de los efectos negativos que tal inactividad tendría. Por esa razón, los mecanismos más generales del funcionamiento psíquico se encuentran adaptados para que el psiquismo se despliegue de la mejor manera en el marco de actividades sociales con gran riqueza de estímulos y matices, entre las que se destaca fundamentalmente el trabajo en su forma natural, es decir, cuando la actividad laboral de los primitivos, dadas sus condiciones generales de vida, era para ellos, además de trabajo, un juego, un deporte, una escuela, un arte, una aventura al mismo tiempo.

Como se podrá deducir, la felicidad supondría, entre otros elementos, la transformación del contexto social, de modo que posibilite el desarrollo de actividades sociales capaces de provocar un estado de profundo entusiasmo por ellas. La pasión por las actividades a realizar (junto a cierta seguridad de satisfacción para todas las necesidades primarias o impulsos) es la base de la felicidad. La actividad, y en especial el trabajo, es el marco que envuelve la vida normal del hombre. Si no existe entusiasmo por la actividad que se realiza, o si no se realiza actividad alguna, es prácticamente sinónimo de infelicidad.

Como conclusión, serían dos las condiciones generales para la felicidad social, y en el orden en que aparecen:

1- Seguridad material para la satisfacción de todos los impulsos o necesidades primarias en todos los individuos.

2- Condiciones adecuadas para el entusiasmo general por el trabajo y las actividades sociales.


7. Lo psíquico y su relación con el sistema nervioso

Antes de abandonar el nivel reflejo, para entrar de lleno en el tratamiento de los impulsos, nos detendremos en el análisis de la relación entre el fenómeno subjetivo o conciencia, vivencia, idea, espíritu, y la actividad del sistema nervioso.

Lo psíquico, entendido como contenido subjetivo (idea, vivencia, imagen mental, reacción anímica, sensación de "voluntad" en el empuje de la conducta, etc.), es en principio, y como definición más elemental y "segura", efecto de la actividad neuronal. Luego, al ser un efecto que sólo puede surgir de la actividad eléctrica de las neuronas, es indudable que se trata de algo material o físico en su esencia. Sin embargo, cada ente de la realidad tiene dos aspectos unidos e interpenetrados: uno es la síntesis, el compuesto, el todo, la cualidad; y el otro el análisis, las partes, las relaciones cuantitativas de sus componentes. Así, un hecho subjetivo, como puede ser una imagen mental concreta, es un fenómeno psíquico y físico a la vez; psíquico en su síntesis cualitativa o en su manifestación global, y físico en su análisis cuantitativo o en cuanto a las particularidades del movimiento de los átomos que participan, sus propiedades electromagnéticas y el conjunto de sus relaciones, que forman la cara material o física del mismo fenómeno.

La unidad de esos dos aspectos en un mismo hecho no es una "rareza" del psiquismo. Si tomamos como ejemplo una célula, veremos que se trata de un hecho biológico y físico simultáneamente. La cualidad: vida, o célula viva, es la síntesis surgida, que convive con el analítico "remolino de átomos" que la sustenta.

De todas formas, en adelante olvidaremos la diferencia de los dos aspectos, y a aquel fenómeno lo consideraremos sólo como efecto psíquico de la actividad neuronal (sobreentendiéndose que simultáneamente es físico o material en su esencia). Lo psíquico tendría una influencia en el sistema nervioso, pero una influencia pasiva. Veamos cómo puede suceder esto.

Así como los órganos de los sentidos tienen receptores nerviosos que captan los estímulos ambientales físicos, mecánicos, químicos, en el sistema nervioso central existirían también los receptores de lo psíquico. De la misma forma que los conos y bastoncillos (células nerviosas receptoras de la visión, ubicadas en el ojo) están especializados para activarse como respuesta a una medida definida de la longitud de las ondas electromagnéticas de la luz, así, los fenómenos psíquicos surgidos de la actividad del cerebro, al ser simultáneamente físicos en su esencia y consistencia material, emitirían determinadas ondas que llevarían contenido algo así como el reflejo integral de su imagen, lo que sería receptado o captado por aquellas células especializadas (receptores).

El mecanismo básicamente sería el siguiente. La actividad de una primera vía nerviosa genera un efecto psíquico pasivo. Antes de que éste se "esfume", es receptado o captado por las células receptoras especializadas, las que inician una nueva vía nerviosa como respuesta al estímulo receptado. La segunda vía nerviosa emitirá otro efecto psíquico, que será captado por otros receptores, y así sucesivamente. (Probablemente la concavidad craneana sea el "radar" que facilita la recepción de tales ondas).


8. Pasividad de lo psíquico

Lo psíquico, como tal, es siempre efecto pasivo. No obstante, influiría en el curso de las vías nerviosas siguientes. El papel de lo psíquico en relación al sistema nervioso sería del mismo tipo que el de los estímulos externos ambientales en relación al sistema nervioso y al curso de su funcionamiento. Por ejemplo, si en nuestro camino aparece un farol que nos llama la atención, ese farol influye en la orientación de la actividad de nuestro sistema nervioso. Sin embargo es una influencia pasiva. Dicho farol no se entromete en el sistema nervioso, ordenándolo o controlando su actividad. Solamente influye en él, puesto que en caso de no haber estado el farol, otro hubiera sido el curso de los reflejos cerebrales. Así, lo psíquico es como un conjunto de estímulos pasivos externos al sistema nervioso. Su influencia en el curso de la actividad nerviosa sería equivalente a la del farol, donde lo único activo es el sistema nervioso. El efecto de la actividad nerviosa (lo psíquico) influiría sólo por el hecho de ser receptado por aquellas células especializadas.

Lo psíquico, como dijimos, es siempre efecto pasivo de la actividad nerviosa. Cuando cesa la actividad de las neuronas que lo generan, desaparece el efecto psíquico. Es imposible que éste pueda hacer algo más que servir de estímulo pasivo para ser captado por los receptores del sistema nervioso.

Algo que surge como deducción es que un hecho psíquico no puede ser seguido directamente por otro, a modo de relación "aire-aire", sino que el primer hecho psíquico, surgido de la actividad neuronal, es captado por los receptores nerviosos, los cuales ponen en movimiento otra vía refleja neuronal que emite como efecto un segundo hecho psíquico. Lo que sí tiene lugar junto a esto es el trabajo "tierra-tierra" de las sinapsis neuronales y los reflejos integrales. Se trata de una compleja combinación de sucesos; pero lo que no puede existir de ninguna manera es la relación directa de una idea a otra sin la mediación de la actividad nerviosa, puesto que la "segunda idea" no puede aparecer si no se activan las neuronas que la hagan surgir como efecto.

El proceso, analizándolo en su conjunto, consistiría en una relación de influencia recíproca entre el sistema nervioso y su producto psíquico. Se trata de un turbulento "zig-zag" de actividad nerviosa con el efecto psíquico emitido. Tal efecto es receptado en otro sector por el sistema nervioso, que vuelve a emitir otro efecto psíquico, el cual vuelve a ser receptado. Esto tendría lugar con tanta frecuencia y abundancia que jamás hay un instante sin que hayan varios hechos psíquicos en existencia. Los fenómenos subjetivos cubren constantemente el panorama psíquico o de la conciencia, vivencia, etc. Pero si detenemos de golpe la "rueda", paralizando todo el conjunto, veremos que de "este lado", del lado activo, está el sistema nervioso y su actividad; y del otro encontraremos el panorama de efectos o hechos psíquicos pasivos, y que no hacen otra cosa que ser. Lo psíquico, como tal, siempre es sólo efecto, es una seguidilla de efectos. El sistema nervioso es la máquina expulsora y receptora de efectos psíquicos. La secuencia coherente de los sucesivos hechos psíquicos no sería más que el producto de la coherencia del trabajo del sistema nervioso. Ello porque los hechos psíquicos no serían captados por cualquier receptor nervioso, sino por aquellos que tengan la sensibilidad especial para cada tipo de hecho psíquico particular. Por eso, el segundo efecto psíquico será el que corresponda a la secuencia coherente de las ideas (o demás contenidos subjetivos).

Las relaciones vistas serían equivalentes a las que se observan en el proceso de producción industrial. En la analogía, los productos industriales constituyen el elemento pasivo; son los efectos del trabajo activo realizado por las fábricas, las que equivalen al sistema nervioso en cuanto elemento activo del proceso. Si contemplamos el aparato industrial en su conjunto, encontraremos que simultáneamente existen miles de fábricas trabajando y generando productos. Los productos salen de una fábrica y, según el caso, son "receptados" por otra, la cual los utiliza para emitir otros productos, que son tomados por otra, y así sucesivamente. Aquí, lo único activo que encontramos son las fábricas; mientras que los productos, aunque cumplen el importante rol de ser los materiales a utilizar, son siempre elementos pasivos. Sin embargo, si miramos sólo los productos pasivos y su movimiento, veremos que la secuencia, distribución, traslado, y demás relaciones entre ellos, es algo coherente. Así ocurre con la coherencia de la secuencia de las ideas; es la manifestación pasiva de la coherencia del trabajo concreto del verdadero elemento activo que es el sistema nervioso.


9. Las células receptoras de lo psíquico

Las células de la neuroglia serían "candidatas" a ser las receptoras de lo psíquico. Tales células no son neuronas, sino un tipo especial de células nerviosas que se hallan distribuidas en el sistema nervioso. Su número es similar al de neuronas (miles de millones), y en general se hallan rodeando a las neuronas, delimitando y contactando con ellas.

Digamos que aunque los receptores no sean las células de la neuroglia, sino neuronas especializadas en esa función receptora, en nada variaría la situación esencial; es decir, lo importante, aquí, es el hecho de que habrían necesariamente, en el sistema nervioso, células receptoras de lo psíquico. Esto es lo único que explicaría el sentido y función del hecho psíquico. Si desconocemos la existencia de receptores nerviosos que capten los estímulos psíquicos pasivos, sólo nos quedaría elegir entre el puro idealismo, que concibe un espíritu separado de la materia, burlándose del hecho de que en el interior del cráneo hay un cerebro en actividad, o un materialismo reduccionista, no dialéctico, limitado a la actividad nerviosa, y que debe negar todo sentido y función al efecto psíquico del trabajo neuronal.


10. Influencia del placer y displacer en el sistema nervioso

Supongamos que hay células receptoras especiales que captan el placer y otras el displacer. Así, cuando trabajan las áreas neuronales responsables del placer o displacer, y generan el efecto vivencial correspondiente, esos efectos (o aquello físico específico que implican) serían captados por los receptores especializados, los que al activarse transmitirían una determinada influencia sobre las neuronas en actividad que tienen a su lado. Las células receptoras del placer, una vez activadas, transmitirían una influencia facilitadora de la actividad futura sobre los reflejos que se encontraban en actividad cuando se produjo el placer. Por su parte, los receptores del displacer provocarían un efecto inhibidor, o de ruptura de la secuencia refleja, sobre las neuronas vecinas que se hallaban en actividad en el momento previo a producirse el displacer.

Las neuronas activas, al estar siempre en contacto con los receptores, provocarían con su actividad una especie de habilitación en éstos para que recepten el efecto de placer o displacer. Una vez captado el placer o displacer por los receptores correspondientes, éstos provocarían la respectiva influencia sobre las neuronas que se encontraban en actividad en los momentos previos a la recepción del correspondiente efecto anímico.

Aquí habría que ordenar los datos antes de continuar. Más arriba habíamos dicho (cap. 4) que el funcionamiento de la ley general y de los impulsos no puede ser otra cosa que el producto global surgido de la actividad de los reflejos, los cuales sólo se mueven según excitación-inhibición. Por su parte, los reflejos que caen bajo el orden de la ley general eran los que habíamos llamado reflejos dirigidos. Por último, entendíamos que la coherente secuencia de los reflejos dirigidos sólo podía resultar del control de un mecanismo de facilitación y obstaculización selectivas de vías nerviosas. Tal mecanismo selectivo consistiría, entonces, en la distribución, en todo el cerebro, de células receptoras del placer y del displacer, las que estarían capacitadas para ejercer aquel control sobre el curso de las vías nerviosas. Las células receptoras del placer, al activarse con la aparición del placer, provocarían una facilitación de la actividad futura en las neuronas vecinas que forman parte de un reflejo activo, quedando grabada o condicionada la facilidad de la actividad ulterior de esa secuencia refleja. Y las células receptoras del displacer, al receptar el displacer, dejarían grabada en la estructura del reflejo una mayor resistencia a la actividad, de modo que no se repita la misma vía nerviosa, es decir, provocarían una desarticulación virtual de la secuencia refleja cuya actividad concluyó en el displacer.

Estos mecanismos se extenderían inclusive a los reflejos que subyacen la actividad intencional en el plano de las ideas o de la abstracción. Los razonamientos y representaciones mentales, en general son acompañados por reacciones concretas de placer o displacer de acuerdo a la naturaleza del contenido representado. Tales reacciones de placer o displacer serían también captadas por los receptores correspondientes, los que orientarían, en base al mecanismo descripto, el curso de los reflejos cerebrales que sostienen las ideas. En todos los casos, la secuencia refleja que terminó en el placer se fortalecería por medio de un grabado consolidador, iniciado por las células receptoras del placer que rodean la estructura del reflejo; mientras que las células receptoras del displacer, igualmente distribuidas, iniciarían el "desarmado" de los reflejos que llevaron al displacer, o al menos elevarían su resistencia, dificultando su activación futura.

Este sería el mecanismo que subyace el aprendizaje de la conducta intencional, el cual, como sabemos, consiste básicamente en la consolidación de lo que lleva al placer y la supresión de lo que se asocia al displacer.

Teníamos que la ley general, en el nivel reflejo, consiste en el conjunto de reflejos dirigidos. Estos se encontrarían encauzados, como dijimos, por el mecanismo selectivo de facilitación-obstaculización según el placer-displacer con que se asocia cada vía refleja. Los receptores del placer y del displacer serían los ejecutores de esa asociación o condicionamiento. Se trata de un automatismo por el que los reflejos serían "premiados" o "castigados" según lleven al placer o al displacer. El premio es el condicionamiento facilitador de la excitación futura, promovido por los receptores del placer, y el castigo la inhibición u obstaculización de la repetición del reflejo que llevó al displacer, a cargo de las células receptoras del displacer que circundan el reflejo.

Todo esto está inmerso en una de las fuerzas en lucha; corresponde a la tendencia general y esencial de la motivación a afirmar el placer y negar el displacer. El otro ejército de reflejos, que forman las fuerzas contrarias, radica en la parte de la actividad del sistema nervioso que no cae bajo el control de ese mecanismo selectivo. Las fuerzas contrarias estarían basadas en trenes reflejos ya establecidos en su secuencia de excitación-inhibición, más los nuevos condicionamientos autónomos inevitables. Constituyen una gran maquinaria de reflejos que tiende automáticamente a generar el displacer y a inhibir el placer. Contra esta maquinaria es contra la que lucha la intencionalidad y el sistema total de reflejos dirigidos que la sostienen.


11. Los reflejos dirigidos

Lo que hemos tratado hasta ahora sobre los receptores del placer y del displacer, y su influencia sobre el curso de los reflejos dirigidos, se refiere sólo al mecanismo orientador del curso de los reflejos, al o no como condicionamientos estables para las vías reflejas, según lleven al placer o al displacer. Pero aún no hemos visto a qué responde el empuje original del movimiento y actividad de los reflejos dirigidos que subyacen la intencionalidad activa. Más allá de aquel mecanismo orientador de la dirección de los reflejos, faltaría ver cuál es el motor de los reflejos dirigidos.

Sabemos que la tendencia dirigida de los impulsos responde al estado de nec. Luego, como la tendencia dirigida está formada por los reflejos dirigidos, éstos se movilizarían o se pondrían en actividad como respuesta al estado de nec. Por tanto, el "primer impulso" de los reflejos dirigidos consistiría en la activación de determinados receptores del displacer o nec., los cuales una vez activados pondrían en movimiento el ejército de reflejos dirigidos, subyacentes a la intencionalidad, que se perfilan hacia la satisfacción. A su vez, esa fuerza impulsora, prácticamente ciega en sí misma, se vería encauzada por el mecanismo de facilitación y obstaculización selectivas de vías nerviosas (aprendizaje), que ya ha trazado el camino a los reflejos y lo sigue haciendo sobre la marcha.

Es probable que los reflejos dirigidos se movilicen también como respuesta al efecto subumbral a la vivencia del trabajo de las neuronas del displacer o nec.; es decir, aunque la actividad de las neuronas que generan el estado de nec. no tenga la suficiente intensidad como para que llegue a sentirse la nec. en la vivencia, habría no obstante un efecto físico (seudopsíquico) surgido de ese trabajo neuronal, que sería captado por aquellos receptores, los cuales pondrían igualmente en movimiento los reflejos dirigidos, anticipándose a la propia vivencia de nec.

Por otro lado, es también factible que los reflejos dirigidos respondan directamente a las propias sinapsis de las neuronas del displacer o nec., en combinación con aquello.

Pero aquí surge necesariamente el interrogante "último" acerca de porqué, o cómo, los reflejos dirigidos que subyacen la intencionalidad activa tienden automáticamente a la afirmación del placer y a la negación del displacer, y porqué "gusta" el primero y "disgusta" el segundo. En primer lugar, no hay que olvidar que todo esto es producto de la evolución biológica y de las leyes de la selección natural. Ello quiere decir que tales fenómenos, funciones o mecanismos, significaron elementos útiles a la sobrevivencia para los organismos en los cuales se originaron. Y tan útiles fueron, que se mantuvieron y se desarrollaron en los diversos animales, alcanzando lo que se manifiesta como la intencionalidad humana.

En cuanto al porqué "gusta" el placer y "disgusta" el displacer, el interrogante en sí, como es de notar, contiene una trampa. Es como preguntarse porqué la sensación o percepción del color rojo aparece "rojiza", o "verdosa" la verde, o porqué se escucha lo que se "oye", o, también, porqué los huesos son "óseos". Es decir, es casi como preguntarse porqué es real la realidad. Estas cuestiones, sin embargo, están bastante esclarecidas por la concepción del materialismo dialéctico. Sencillamente hay que aceptar que aquellos son fenómenos, funciones, elementos o cualidades, que antes de su surgimiento ya existían potencialmente en las propiedades de la materia. Y por haber resultado útiles a los organismos en los que se dieron las condiciones y combinaciones por las que aparecieron, la selección natural promovió su mantenimiento y desarrollo.

Con respecto al automatismo de los reflejos dirigidos, en cuanto a los destinos necesarios de su orientación, aunque el hecho en sí es realmente asombroso, no es algo tan "extraordinario" si se lo compara con otros complejísimos e increíbles mecanismos y sistemas fisiológicos, también "automáticos" en su funcionamiento. Pero aquí la explicación última del fenómeno, es decir, el porqué tales reflejos se encuentran orientados necesariamente en una dirección definida, se puede equiparar a la razón de ser de la atracción y la repulsión como fuerzas elementales de la materia. Se trata del carácter necesario de una contradicción dialéctica, de una unidad y lucha de contrarios como condición básica para que resulte posible el movimiento; en nuestro caso el movimiento de la conducta. Por eso hacía falta algún par de contrarios que se presenten como lo positivo y lo negativo; que se manifiesten a nivel global como "atractivo" uno y "repulsivo" el otro, de modo que los reflejos subyacentes a la intencionalidad activa se desenvuelvan como una de las fuerzas en lucha.

El comprender lo imprescindible que se hace la presencia de una contradicción motriz básica para el dinamismo funcional del fenómeno, tiene su importancia teórica. Así por ejemplo, si en otros mundos hay vida inteligente, si hay seres con subjetividad que actúen en forma intencional, deben moverse también en el marco de una contradicción o lucha de contrarios, deben contar necesariamente con un automatismo similar al nuestro, que se manifieste como tendencia esencial y absoluta a lograr el efecto positivo y/o a suprimir el negativo. De lo contrario, simplemente no serían seres intencionales, no tendrían "interés" ni motivación.

De aquí se desprende, también, que si se pretende desarrollar un androide o un ser con inteligencia artificial que simule la mente humana (o animal en principio), es decir, que tenga motivación, intencionalidad, capacidad de aprendizaje, y "motor propio" en sus elaboraciones, deberá tenerse en cuenta primero que nada esa condición básica.

En definitiva, lo que se rescata, aquí, es el hecho de que el cerebro trae preparado un sistema de reflejos dirigidos orientado (y guiado por aquel mecanismo selectivo) automáticamente hacia la estimulación de un sector de neuronas y/o la inhibición de otro; y esto se manifiesta a nivel global, o de la síntesis subjetiva, como intencionalidad, como vivencia de voluntad en el empuje de la conducta. Todo esto, ya sea que se lo mire desde el funcionamiento objetivo de los reflejos, o desde su manifestación subjetiva como fuerza intencional vivenciada, son dos caras de lo mismo, son "las células y el órgano"; son dos maneras de enfocar la misma tendencia absoluta e "inevitable" hacia la afirmación del placer y la negación del displacer, y es a lo que llamamos ley general del psiquismo.


12. La tendencia dirigida

El impulso es el compuesto de tres elementos: nec. - T.D. - satisfacción. La tendencia dirigida es la parte activa del impulso, es la "flecha en movimiento" que subyace a todo el colorido de la conducta manifiesta que busca la satisfacción.

La T.D. del impulso y la conducta manifiesta tienen una relación de esencia y fenómeno, o contenido y forma, respectivamente. La T.D. es la fuerza impulsora que tiende a poner fin al displacer de la nec. y lograr el placer de la satisfacción; y la conducta manifiesta es la forma de ocurrir esto, es todo lo que el organismo "hace" para lograr la satisfacción. Ejemplo, la T.D. del impulso de bebida es sólo la fuerza que empuja a poner fin al displacer de la sed y lograr el placer del acto de beber; y la conducta manifiesta es, por ejemplo, llenar de agua un vaso y proceder a beber. Ambos aspectos se hallan unidos. Sólo que la T.D. es el contenido o esencia subyacente, y la conducta concreta es la forma, el fenómeno manifiesto.

La T.D., según habíamos dicho, es la unidad de las dos tendencias parciales (negadora del displacer y afirmadora del placer). Pero además de eso, es la unidad de otros elementos. Uno de ellos es el instinto. Entendemos por instinto, aquella parte de la T.D. basada en secuencias fijas e innatas de reflejos dirigidos, que no requieren del mecanismo de facilitación-obstaculización selectivas, sino que ya traen establecida la secuencia: excitación-inhibición. El instinto es la dotación innata de secuencias fijas de conducta, que es compartida por todos los miembros de la especie, y que se encuentra orientada desde la nec. hacia la satisfacción. En la conducta humana es relativamente poco lo que hay de secuencias reflejas fijas o invariables, ya que el espacio librado al aprendizaje ha abarcado la casi totalidad de las secuencias de reflejos dirigidos que forman la T.D.. No obstante, existe la parte instintiva; ejemplo, la secuencia de los movimientos de la masticación, o el agazaparse ante un peligro sorpresivo, son conductas dominantemente instintivas y comunes a todos los hombres.

La otra parte de la T.D. corresponde a la inmensidad de lo aprendido, a la infinidad de secuencias de conducta que están perfiladas también desde la nec. hacia el objeto de satisfacción, pero que pueden variar infinitamente de un individuo a otro según su diferente experiencia. Esta parte adquirida de la T.D. se puede dividir en dos clases. Una es el aprendizaje a nivel de la conducta práctica, donde la realización de una secuencia de actos que llevó al efecto del placer de la satisfacción queda grabada, repitiéndose con regularidad mientras siga siendo efectiva para el impulso. Se trata de una especie de "instinto aprendido". Por ejemplo, cierto tipo de conducta realizada durante la relación sexual se asocia al placer con más fuerza que otras, quedando grabada y repitiéndose espontáneamente luego. El aprendizaje de esas conductas, que consiste en el grabado de una secuencia de actos que tiende a repetirse por haber sido efectiva para los fines del organismo, fue llamado por Skinner: condicionamiento tipo R, también conocido como condicionamiento operante.* Por último, la otra clase de la conducta aprendida corresponde al accionar de la inteligencia abstracta y creadora. La actividad de la representación mental va incluida en la T.D., dado que abarca todas las estrategias, elaboraciones, planes, etc., que sintetizaremos con el concepto: ideaciones dirigidas, y que se orientan también hacia la satisfacción del impulso. Por ejemplo, una vez aparecido el hambre se comienza a pensar sobre la forma posible de conseguir alimento.


* Skinner B. F. La conducta de los organismos. Editorial Fontanella. Barcelona 1979

Reuniendo todo lo visto, encontramos los siguientes elementos que integran la T.D.:

 

 

En el esquema superior (1) tenemos la T.D. del impulso como el total indiferenciado de acontecimientos que ocurren en el organismo tendientes a satisfacer la nec. En el segundo, encontramos la descomposición de ese conjunto activo en cinco elementos:

A : tendencia parcial negadora del displacer de la nec.
B : tendencia parcial afirmadora del placer de la satisfacción.
1 : instinto, o parte innata y fija de reflejos dirigidos.
2 : operantes, o parte aprendida, en el nivel concreto, de reflejos dirigidos.
3 : ideaciones dirigidas, o parte aprendida y creativa, en el nivel abstracto, de secuencias de reflejos dirigidos.

Los últimos tres componentes de la T.D. no se excluyen entre sí, sino que actúan en forma complementaria. Son los tres géneros de reflejos dirigidos que cooperan para poner fin al displacer de la nec. y afirmar el placer de la satisfacción. En el hombre, la parte de instinto es la más insignificante, siguiendo en importancia el condicionamiento operante, mientras que la porción más significativa de la conducta humana está guiada por el pensamiento o ideaciones dirigidas.

Si bien las ideaciones dirigidas hacen al plano creativo del pensamiento, responden esencialmente al mismo mecanismo por el que se fijan los operantes: consolidación de lo asociado al placer y supresión de lo ligado al displacer (ley del efecto). La diferencia sólo está dada en que los operantes se consolidan o suprimen en base al placer o displacer concretos a nivel de los hechos y como resultado de la conducta práctica, mientras que las ideaciones se van consolidando o suprimiendo según el placer o displacer que generan los propios contenidos del pensamiento (comúnmente reacciones de placer o displacer anticipatorios de lo que implicaría poner en práctica una u otra idea).

Con respecto a las dos tendencias parciales de la T.D. (afirmadora del placer o satisfacción y negadora del displacer o nec.), tienen una unidad indestructible. Es la misma conducta la que sale del displacer y se dirige al placer. Tal unidad es como si alguien atravesara una puerta, dirigiéndose desde un pasillo a una habitación. Simultáneamente está saliendo del pasillo y entrando a la habitación. Por ello, la negación de la nec. y la afirmación de la satisfacción son dos aspectos unidos en el mismo hecho. La entrada a la satisfacción es la salida de la nec., y viceversa, la salida de la nec. es la entrada a la satisfacción. No obstante, la nec. (hambre, sed, temor, deseo, etc.) es la que pone en movimiento a la T.D. Así por ejemplo, cuando se procura lograr un placer se está respondiendo a la aparición del deseo como nec. Por otro lado, cuando se intenta evitar el dolor, se debe a que previamente ha surgido el temor al estímulo doloroso. Cuando se evita el dolor se está respondiendo a la nec.: temor. Si no surgiera el temor como nec. no se evitaría el dolor. Tampoco se buscaría el placer o goce si no apareciera el deseo como nec.

Más allá del análisis de los elementos que forman la T.D., rescataremos por ahora los componentes esenciales del impulso: nec.-T.D.-satisfacción. Sólo recordaremos que la T.D. es la parte activa del impulso, y que es la fusión de aquellos cinco elementos.


13. Clasificación de los reflejos

Resulta necesario ordenar las distintas clases de reflejos. Habrían dos clasificaciones válidas, que son transversales una a la otra:

1- El conjunto total de reflejos del sistema nervioso se divide en autónomos o ajenos a la intencionalidad, y dirigidos o subyacentes a la intencionalidad.
2- Ese mismo conjunto total de reflejos del sistema nervioso, como lo estableciera Pavlov,* se divide en incondicionados o innatos, y condicionados o adquiridos.


* Pavlov Iván. Reflejos condicionados e inhibiciones. Ediciones Península. Barcelona 1975

Esquemáticamente :

 

Ambas clasificaciones, combinadas en cruz, surgen por el hecho de existir simultáneamente dos importantes pares de cosas: lo innato-adquirido, y lo intencional - no intencional. Lo innato corresponde con los reflejos incondicionados, y lo adquirido con los condicionados. Luego, lo intencional corresponde con los reflejos dirigidos y lo no intencional con los autónomos.

La ley general se basa en el conjunto de reflejos dirigidos, tanto incondicionados como condicionados. Las fuerzas contrarias están basadas en reflejos autónomos, tanto incondicionados como condicionados.

De los cuatro espacios que deja la cruz del esquema, el instinto se ubica en el cuadro inferior y de la izquierda. Lo instintivo es el conjunto de reflejos dirigidos incondicionados. Los operantes e ideaciones dirigidas cubren, entre ambos, el total de reflejos dirigidos condicionados, o sea el cuadro inferior de la derecha.

El condicionamiento de estos últimos reflejos tendría lugar, como ya vimos, a través del mecanismo de facilitación y obstaculización selectivas de vías nerviosas, según lleven al placer o al displacer (ley del efecto), y en base al accionar de las células receptoras de esos efectos, como ejecutoras de tal asociación.


© Autor: Alberto E. Fresina
Título: Las Leyes del Psiquismo
Editorial Fundar
Impreso en Mendoza, Argentina

I.S.B.N. 987-97020-9-3
Registrado el derecho de autor en la Dirección Nacional del Derecho de Autor en el año 1988, y en la Cámara Argentina del Libro en 1999, año de su publicación.
Características del ejemplar: Número de páginas: 426; medidas: 15 x 21 x 2,50 cm.; peso: 550 gs.


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