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TEORIA GENERAL DE PSICOLOGIA


LIBRO:
LAS LEYES DEL PSIQUISMO

Alberto E. Fresina


CAPITULO 16
-(páginas 317 a 352 del libro de 426)


Indice del capítulo:

TRANSFORMACION DEL TRABAJO Y DE LAS ACTIVIDADES SOCIALES
1. El concepto objetivo de felicidad
2. Condiciones generales para el saludable funcionamiento psíquico
3. Aplicaciones en las diverss actividades
4. Ventajas del sistema desde el punto de vista psicológico
5. Ventajas del sistema en relación al progreso de la productividad material y cultural
6. La ley universal del progreso
7. Factores de los que depende la aceleración o desaceleración del progreso
8. Condiciones para la aceleración del progreso en el rendimiento del trabajo y las actividades sociales
9. El ejemplo de Grecia
10. La unidad de lucha y cooperación
11. Leyes de la dialéctica, trabajo y psiquismo
12. Sobre la aplicación del sistema
13. Salud mental


 


PARTE III



CONCLUSIONES GENERALES Y TRANSFORMACION DE LA VIDA SOCIAL


.
Organización del trabajo y las actividades sociales para su adecuación a
las necesidades y tendencias absolutas del hombre

. El socialismo científico como condición objetiva previa para los cambios
en la organización del trabajo y las actividades sociales


 


CAPITULO 16


TRANSFORMACION DEL TRABAJO Y DE LAS ACTIVIDADES SOCIALES


1. El concepto objetivo de felicidad

La felicidad en sentido objetivo o absoluto se refiere al resultado positivo del balance de placer-displacer vivenciales, como promedio de un determinado período de tiempo (días, semanas, meses o años). En términos objetivos, esto es lo que debe lograr el aparato de la integración general si pretende tener éxito en su propósito magno. Más allá de las distintas estrategias o tipos de valores virtuales, si las cosas no terminan en aquella relación anímica concreta, significa haber fracasado.

Como recordaremos, las neuronas del placer y del displacer tendrían, según la distribución de su actividad, la última palabra al respecto (ver cap. 5). Esos dos grupos de neuronas, de acuerdo a lo que habíamos deducido, tendrían siempre aproximadamente la misma cantidad promedio de actividad global. Sólo variaría el efecto anímico según la distribución: duración-intensidad del monto constante de trabajo neuronal. El producto anímico más favorable consistiría en el trabajo frecuente e intermitente de las neuronas del placer en la máxima intensidad y mínima duración, y en el continuo trabajo de las neuronas del displacer en la máxima duración y la más leve intensidad. Toda alteración de esa relación implicaría alejarse de la felicidad y aproximarse a la infelicidad objetivas.

Las distintas relaciones posibles de la actividad neuronal dependen siempre de lo que suceda en la vida externa del sujeto. Aquella relación “ideal” de la distribución del trabajo neuronal ocurriría solamente con el estado de entusiasmo. Dicho estado no sería más que la cara subjetiva de ese modo del trabajo neuronal. El entusiasmo como estado anímico se traduciría a la actividad continua y de mínima intensidad de las neuronas del displacer (deseo, expectativa, incertidumbre, suspenso, tensión de concentración) y la paralela presentación de reiteradas irrupciones de actividad intensa de las neuronas del placer (reacciones de alegría, júbilo y “emoción”).

Como sabemos, el placer no puede ser continuo; pero el entusiasmo sí puede serlo. Es un estado concebido en la extensión del tiempo, que incluye vivencias tanto placenteras como displacenteras, y donde el propio concepto lleva implícita la referencia al promedio favorable al placer que supone ese estado.

Si bien es algo evidente la ventaja de vivir con entusiasmo, faltaría ahora lo más importante. Esto es, cómo debería organizarse la vida de la sociedad para que aquello funcione. No se puede decidir “espontáneamente” comenzar a vivir con entusiasmo. Sería absurdo suponer tal cosa. Ese estado depende de las condiciones objetivas de vida y de las posibilidades que ellas ofrezcan al respecto. De lo contrario, desde hace mucho tiempo todo el mundo viviría lleno de entusiasmo y felicidad.


2. Condiciones generales para el saludable funcionamiento psíquico

La más general y básica de las condiciones sería el funcionamiento pleno del sistema global de tendencias psicológicas naturales y esenciales, el adecuado y armonioso funcionamiento de todas las tendencias absolutas. Ello implica la satisfacción regular de los impulsos; la vigorosa actividad de las bipulsiones; la existencia de hechos globales placenteros que interesen a la macropulsión; y el continuo funcionamiento de los aparatos, orientados hacia el logro de ideales. Cuando todo eso funciona, tendría lugar un significativo tono vital y un básico entusiasmo de vida. La razón de esto, estaría dada en que la más adecuada distribución del trabajo de las neuronas se habría estructurado para sostener ese modo normal del funcionamiento psíquico. Y dado que el funcionamiento pleno del total de las tendencias necesarias era lo útil a la sobrevivencia de la tribu, toda desviación o interrupción de ese modo del funcionamiento psíquico debía estar seguido por un deterioro de la calidad de vida anímica, debía ser acompañado por la disminución o pérdida del básico entusiasmo de vida.

Cuando tratábamos sobre las neuronas, contemplábamos la posibilidad de que el volumen global, promedio, del trabajo de las neuronas del placer y del displacer pudiera variar un poco; o sea, que la máxima felicidad objetiva podría no sólo depender de la distribución: duración-intensidad de la misma cantidad de actividad neuronal, sino que sería posible un margen de variación de ese monto. En caso de existir dicho margen, el máximo trabajo global de las neuronas del placer y el mínimo en las del displacer solamente se lograrían bajo la condición del armonioso funcionamiento de todo el sistema de tendencias psicológicas esenciales, en el marco del máximo entusiasmo.

Como oportunamente se habrá notado, en el tratamiento de los distintos niveles del psiquismo arribábamos, en cada caso, a las mismas conclusiones sobre las dos condiciones sociales generales que pueden favorecer el funcionamiento psíquico: 1- seguridad e igualdad en las condiciones materiales de vida. 2-adecuada organización del trabajo y las actividades sociales.

1- La primera condición, que supone la equidad en la distribución de los bienes materiales y el paralelismo de los intereses económicos en todos los miembros de la sociedad, es la premisa que hace a la seguridad y tranquilidad para la satisfacción de las necesidades más vitales en todos los individuos. A su vez, ello ofrece el campo más básico para la fraternidad de las relaciones sociales, que es lo que lleva al sólido desarrollo y funcionamiento de las tendencias morales-espirituales. Nada de esto puede tener lugar cuando el sistema económico obliga a la lucha desconsiderada y enfermiza entre individuos o grupos por la apropiación de bienes materiales. La competencia sana y natural siempre estuvo limitada al plano moral, donde el ganador recibe el merecido reconocimiento. La competencia alrededor de los bienes económicos es extraña a la naturaleza humana. En el organismo social primario, todo lo relacionado a la distribución de los bienes materiales estaba a cargo de las funciones espirituales, de justicia, bondad, altruismo, responsabilidad social, respeto, compañerismo; mientras que lo referido a la competencia era siempre independiente de la sobreentendida distribución material equitativa. Toda competencia o “espíritu deportivo”, emulación, correspondían sólo al plano moral. Ninguna tribu primitiva podría sobrevivir de otra manera.

Por eso, no se trata de impedir la competencia en sí, como valor mal entendido por la ideología de la selva social. Al contrario, si consideramos la competencia sana, la que tiene lugar en el plano moral, encontramos que una sociedad que brinde la plena seguridad material, igualitaria, para todos sus integrantes, ofrece las condiciones objetivas más favorables para que el ambiente del trabajo y de las actividades sociales pase a ser como el de una villa olímpica gigante, donde en cada actividad se puedan desarrollar distintas competencias por el mejor rendimiento, con un carácter verdaderamente deportivo y en el natural plano moral.

2- Una vez lograda la equidad y seguridad materiales, y el paralelismo de los intereses económicos en todos los miembros de la sociedad, quedaría la transformación del carácter de las actividades sociales y el trabajo. De la adecuada organización de las actividades depende el grado de entusiasmo de quienes participan. De esa organización depende también la posibilidad de satisfacción de los impulsos que se movilizan naturalmente en el marco de la actividad. También de ella depende el adecuado funcionamiento de las bipulsiones; tanto de las que se mueven en el marco de la actividad, como las bipulsiones de la relación humana, que circundan el desarrollo de las actividades grupales. De la organización de las actividades depende también el interés por ellas de la macropulsión. Al ser algo agradable participar en la actividad, ésta se convierte en un hecho global placentero en su integridad. Por último, la misma naturaleza de la actividad, cuando es adecuada, favorece la fijación de grandes metas e ideales en relación a ella.

Si repasamos los elementos enunciados, encontramos que el deporte es la actividad social que permite todo eso junto y en mayor grado. Esto es lo que hace decir: “mente sana en cuerpo sano”. Sin embargo la mente sana no está determinada por la sola salud corporal. Lo que más hace a la mente sana es el despliegue integrado de las distintas funciones psicológicas, que el deporte eventualmente favorece. Pero ese “monopolio” por parte del deporte, de tales funciones psicológicas esenciales, no significa que sean propiedad exclusiva de él, sino que se pueden rescatar los valiosos elementos motivacionales presentes en el deporte y aplicarlos en todas las actividades sociales, especialmente en el trabajo. Como el espíritu deportivo, o emulación, espíritu de competencia, agonística, lucha moral, no aparecieron en la estructura del psiquismo humano para “permitir” la existencia de los deportes actuales, sino porque favorecían la productividad laboral de la tribu, el traslado de los elementos esenciales del deporte a la actividad laboral y al resto de actividades no sería más que la recuperación del natural funcionamiento psicológico en el desarrollo de las mismas.

La transformación del trabajo y las actividades sociales, adquiriendo un carácter de juego deportivo o competencia moral reglamentada, tendría dos efectos positivos: 1- entusiasmo por la actividad. 2- mejoramiento de la productividad material y cultural.

Veamos un ejemplo particular. Supongamos que en el interior de una fábrica se plantea una lucha entre las distintas secciones, a modo de juego deportivo, por la mejor producción de la jornada. Como se podrá notar, no es necesaria una gran modificación en la infraestructura de la fábrica ni en la naturaleza concreta del trabajo. El cambio se produce fundamentalmente en los elementos “invisibles” de la actividad. Solamente se agrega un reglamento de juego, más los métodos objetivos como criterio de triunfo, y la determinación de los premios para los ganadores.

Tal como hoy se ven los trabajadores de una fábrica, así mismo se verían en aquel caso; sólo que mientras trabajen, lo harían pensando en ganar el juego-trabajo. El estado de ánimo puede variar de un extremo a otro aunque la posición del cuerpo y la forma de los movimientos sean los mismos. Cuando un sujeto experimenta un gran entusiasmo por una actividad en la que otro siente un continuo desagrado, la diferencia se debe sólo a los distintos contenidos psicológicos que acompañan el mismo acto material. Por ello, la misma actividad puede pasar de ser tediosa y detestable a ser fuente de entusiasmo (sin excluir la conveniencia de transformar las condiciones y la propia naturaleza de muchos trabajos).

Siguiendo con el ejemplo de la fábrica, supongamos que además de la disputa por el triunfo en la jornada, se está desarrollando paralelamente una competencia reglamentada entre las mismas secciones, por la mejor producción global del mes, y donde habrá un premio mayor para la sección ganadora.

Aquella primera lucha por el triunfo en la jornada tendría características de juego. En cambio el ganar la competencia mensual, como objetivo mediato, se acerca más a lo que entendemos por ideal. Otro elemento que puede ser una importante meta es el récord de producción de una sección, tanto en la jornada como en el mes, lo que tendría también un premio especial.

Los premios serían materiales en principio. Pero como junto al premio material se agrega inevitablemente el premio moral, ello permitiría ir disminuyendo el premio material, en la medida en que aumenta la proporción moral del premio, hasta que la motivación moral adquiriría con el tiempo una total autonomía, tal como la tiene el deporte (el deporte “sano” o natural, y no el que es objeto de los negocios). Esa autonomía moral de la motivación estaría ayudada, también, por aquel fenómeno por el cual cada sector de la actividad social desarrolla un sistema propio de valoraciones; es decir, se valora siempre la capacidad de rendimiento y demás virtudes individuales y grupales de quienes comparten el mismo ámbito de la actividad. Es natural que se tienda a creer que la actividad más importante es aquella en la que se halla ocupada la atención del sujeto. Las personas más admiradas corresponden por lo general al ámbito de la actividad social en la que está inmerso el interés del individuo. Pero es obvio que esto es relativo a las valoraciones. No obstante, es algo positivo el sentir que es importante la actividad que se realiza. Este fenómeno era útil en la tribu, porque favorecía el máximo interés por el buen rendimiento en cualquier actividad que eventualmente fuera necesario realizar.

Es importante no mirar el ejemplo que estamos analizando, desde la ideología y los intereses hoy dominantes en la realidad del capitalismo. Las valoraciones vigentes son muy degradantes con respecto al trabajo productivo concreto de los trabajadores. Porque si hay una actividad social que es la más importante de verdad para la sociedad, es el trabajo propiamente dicho, el que crea todos los bienes y riquezas: el trabajo productivo.

Por otra parte, la aplicación de ciertos intentos de competencia laboral, que conocemos, no tienen, como es sabido, la finalidad de “favorecer a los trabajadores”, sino que constituyen, más bien, la imposición de juegos macabros tendientes a aumentar la explotación y las ganancias, y que profundizan la angustia de quienes sólo aspiran a la subsistencia. Por eso, para que tenga algún sentido, debemos mirar siempre el ejemplo desde la nueva sociedad, desde la igualdad esencial de todos los hombres, desde la previa existencia de la primera y más básica de las condiciones generales de la sociedad, definida más arriba, que era el paralelismo de los intereses económicos y la justa distribución de los productos del trabajo. Esto supone necesariamente el socialismo científico, el predominio real de los intereses y la voluntad de los trabajadores, y donde no haya lugar para ninguna clase de “amigos del trabajo ajeno”. En tales condiciones, serían los propios trabajadores quienes decidirían, en última instancia, lo que conviene o no hacer con respecto a las condiciones de trabajo, en función de sus intereses y los de toda la sociedad (en el capítulo siguiente trataremos sobre todo lo que hace a esta importante condición de la vida social).

Existen todas las premisas para el desarrollo de la máxima valoración por ese trabajo y su nuevo carácter. Así como el triunfo en el ámbito de cada deporte es algo tan valorado a pesar de ocurrir todo en el “aire”, o sea sin dejar ningún producto concreto, mucho más valorable puede ser el triunfo en lo que además tiene un valioso producto social.

Siguiendo con el ejemplo, supongamos ahora que toda la fábrica está participando paralelamente en una competencia productiva contra el resto de fábricas similares de la región. Esta lucha se resuelve, por ejemplo, cada tres meses. El criterio de triunfo, nuevamente, es la mejor producción global de la fábrica ganadora en esos tres meses, con los premios correspondientes. Finalmente, se estaría desarrollando al mismo tiempo una competencia anual entre las distintas regiones.

Volvamos a los trabajadores de la sección de la fábrica. Estos se hallan en sus habituales puestos de trabajo. Pero ahora encontramos que la misma actividad que realizan en un momento dado, sirve simultáneamente para varios fines. El mismo acto de operar una máquina con eficiencia, por ejemplo, sirve para contribuir con la sección a la que se pertenece, en vistas al triunfo del grupo en la lucha por la producción de la jornada. También es útil para el triunfo de la sección en la disputa mensual. Luego, sirve para contribuir con la fábrica para su victoria contra sus similares. A la vez, el mismo acto de operar correctamente la máquina es algo que ayuda al triunfo de la región. A ello se agrega el interés por el mejor desempeño personal, que puede determinarse objetivamente según la actividad. También, el interés por superar algún récord de producción, individual o grupal. Y por último, el interés por trabajar con eficiencia en algo que tiene la más alta importancia social, y cuyo producto se vuelca equitativamente al beneficio de toda la sociedad. Todo eso motivaría conjuntamente a operar la máquina de la mejor forma, en un marco de entusiasmo por la actividad.


3. Aplicaciones en las diversas actividades

Este sistema es aplicable prácticamente a todas las actividades sociales. Sólo hace falta hacer expresa y reglamentada la natural emulación que tiene lugar en todas las actividades, es decir, organizar claramente las condiciones y reglas de juego, de modo de canalizar de la forma más provechosa y saludable esa emulación universal. La misma se manifiesta necesariamente en las diversas actividades sociales, pero de la forma más enfermiza por no existir las condiciones adecuadas para su natural manifestación. En tal sentido sólo quedaría exceptuado el deporte, donde la lucha moral es por definición expresa y reglamentada.

Como ejemplo de otra actividad donde todo aquello es aplicable, tenemos la propia actividad científica. Además de las investigaciones independientes de cada científico, se pueden presentar problemas concretos a cada centro de investigación, con una fecha de presentación de los trabajos o hipótesis al respecto. En tal caso, deberían crearse métodos adecuados de evaluación que escojan los trabajos ganadores, aunque ninguno haya solucionado definitivamente el problema científico en cuestión (mejores hipótesis, etc.), o sea, se obtendría necesariamente el centro de investigación ganador, así como los galardones individuales. Aquí también puede funcionar en toda la sociedad aquel “círculo de círculos” de competencias combinadas y ordenadas según los distintos niveles. Lo que se debería tratar es que se presenten con cierta frecuencia los resultados, parciales y finales, que son los que mantienen la plenitud de la motivación y el entusiasmo. Ello favorecería el mejor rendimiento, o producción científica en este caso, y a su vez contribuiría a evitar la situación por la que un investigador debe esperar largo tiempo para saber cuál fue la suerte que corrieron sus ideas. Es como si un jugador tuviese que esperar varios años para saber si entró o no la pelota que lanzó al arco.

Otra actividad donde el sistema es aplicable es la educación en general. Por ejemplo, se pueden distribuir en el aula varios grupos que compitan por el promedio de las calificaciones de los miembros de cada grupo. Así, cada sujeto desarrollaría un compromiso con su grupo, de modo de no ser el responsable del bajo promedio grupal. También, de esa manera cada uno se preocuparía por enseñar lo que sabe a sus compañeros. A la vez, se mantendría el interés por el reconocimiento a la mejor calificación individual. En realidad sólo así habría un verdadero reconocimiento, tanto por parte de los favorecidos compañeros de grupo como por todos, al tratarse de una clara disputa donde el triunfo concreto es lo que está en juego. Por otro lado, pueden agregarse periódicos concursos, donde los distintos grupos ofrezcan exposiciones o conferencias en equipo sobre los diversos contenidos de las asignaturas, obteniéndose puntajes o calificaciones especiales para los ganadores, así como para los segundos y terceros puestos, etc., los que pasarían a promediarse con los puntajes generales. Paralelamente a ello, toda el aula se estaría preparando para la competencia contra otros cursos similares, por el promedio en calificaciones de exámenes masivos. Aquí, el curso ganador sería el que logre el mejor promedio general, surgido de las calificaciones de jueces imparciales (junta de profesores, u otros métodos objetivos). A su vez, todo el establecimiento educativo participaría en competencias mayores donde se pondría en juego el “honor del colegio”.

Por otra parte, a nivel de quienes cumplen funciones directivas, éstos no serían ajenos al entusiasmo general. El “material emulativo” existe en abundancia. En los cargos de conducción, cada director o jefe de cualquier institución, sección, área, etc., siempre trata de evidenciar un buen desempeño. Pero ahora la prueba del grado de capacidad directiva o de conducción quedaría expresada en el triunfo del sector a su cargo. Los directivos disfrutarían el triunfo de su grupo o sector como un auténtico logro, es decir, como sucede con todo entrenador de un equipo deportivo triunfador, así como con los dirigentes de un club deportivo. En el caso de estos dirigentes, no sólo se disfrutan las victorias de los propios equipos por identificación con ellos y con el club, sino que tales triunfos reafirman los valores de capacidad directiva. Por lo tanto, en la suerte que corra la propia sección, la fábrica, colegio, centro de investigación científica, estaría en juego la propia capacidad directiva y el conjunto de cualidades que ello implica, lo que quedaría expresado en la evidencia de los resultados.

Esta situación haría posible, también, que quien desempeñe funciones directivas no aparezca como una hostil autoridad en relación a sus dirigidos, con intereses y aspiraciones contrarios o desvinculados respecto a éstos, sino que al haber claras metas comunes, se convertiría en un verdadero compañero de tareas, compartiendo plenamente las aspiraciones de todo el grupo. Ello favorecería las relaciones entre los sujetos, así como el más óptimo funcionamiento grupal. Los directivos cumplirían, pues, la verdadera función de líderes, recuperándose la forma natural del liderazgo, que es inconcebible si no hay relaciones de compañerismo e interés común entre el eventual líder y el resto del grupo.

La actividad artística, por su parte, también ofrece las condiciones adecuadas para la aplicación del sistema. Los concursos de música, baile, pintura, poesía, etc., que vemos en la actualidad, y que tienen un verdadero carácter de lucha moral entre los participantes, por la calidad estética de la obra, son una prueba de las posibilidades que ofrece el arte como actividad.

Esta situación no significaría, como puede parecer, una “degradación” con respecto a las motivaciones propias del arte. Se trataría sólo de la creación de una nueva fuente de posibilidades, donde muchos artistas verían diversificadas las oportunidades de poner de manifiesto sus dotes y habilidades, sin que ello sea opuesto o excluyente en relación al resto de motivaciones presentes en la actividad artística.

Con respecto a los trabajos o actividades en que aparenta ser más difícil la aplicación de ese carácter de la actividad, sería no obstante siempre aplicable. Si no hay criterios o parámetros objetivos que determinen el triunfo, queda siempre la posibilidad de jueces competentes que definan los resultados. Inclusive en muchos deportes no hay métodos objetivos que decidan el resultado, pero todo se soluciona con la palabra de jueces que dan su fallo irrefutable. Todo lo que hace falta es la presentación clara y frecuente sobre quién ganó. Cuando esto no está presente, la emulación continúa en lo subyacente, perturbando las relaciones entre los compañeros de tarea, o entre colegas, etc. Por el contrario, si hay juegos expresos, cuyos resultados se presenten con nitidez en el ambiente, todo ello se invertiría.

Hay quienes tampoco serían ajenos al sistema: los ancianos. Al tener una larga experiencia en el ámbito de la actividad realizada durante años, nadie mejor que estas autoridades morales de la sociedad para cumplir la entretenida y valorable tarea de jueces (sin que ello impida la posibilidad de participar en las diversas actividades).

Además de funcionar el carácter de lucha o competencia moral en las distintas actividades sociales, demás está recalcar la importancia del deporte propiamente dicho. Al respecto, se pueden organizar variadas competencias deportivas, así como juegos de cualquier tipo, entre los mismos grupos, regiones, etc., que se enfrentan por el rendimiento en las actividades productivas o culturales. De esos juegos se obtendrían resultados paralelos, que podrían promediarse con los obtenidos en las actividades laborales o culturales, o bien funcionar desvinculados como posibilidad alternativa de triunfo.


4. Ventajas del sistema desde el punto de vista psicológico

La forma exacta de la organización de las actividades es algo que escapa a toda posibilidad de descripción. Habría una infinidad de detalles técnicos que sería necesario contemplar en cada caso. Pero lo que nos debe interesar por ahora es lo esencial, es decir, los elementos comunes, o que estarían presentes por igual en todas las actividades, y que según veremos favorecerían el armonioso desenvolvimiento de las funciones psicológicas. Observemos cuáles serían las ventajas en relación al funcionamiento psíquico:

1- Muchos impulsos tendrían el campo más propicio para su normal satisfacción:

El imp. de aprobación tendría su natural manifestación, tal como la tiene en el deporte, donde es lo más habitual el deseo de tener una labor destacada, que será reconocida con todas las muestras de afecto y aprobación hacia el autor. En cambio, en el resto de actividades actuales el impulso se mueve frente a las más negativas condiciones, que hacen prácticamente imposible su natural satisfacción.

El imp. fraterno tendría su satisfacción en todo aquello que sea positivo para los diversos grupos de interés común, con los que se trataría de contribuir en todo momento. Esto, sobre la base de la identificación fraternal con cada grupo al que se pertenece, y con cada uno de los compañeros (colaboración, compañerismo, amistad, metas comunes).

El imp. recreativo, dado el carácter que tendrían las diversas actividades, encontraría indudablemente nuevas posibilidades para lograr su satisfacción.

El imp. de variación vería su satisfacción en el fin del tedio o hartazgo generados por la monotonía de los trabajos. Dicha monotonía sería reemplazada por el colorido de los nuevos matices de la actividad.

El imp. de agresión tendría menos posibilidades de movilizarse hacia el sadismo o la destrucción, al decaer el nivel general de severas frustraciones. Por el contrario, se movilizaría con una orientación constructiva en la lucha con espíritu deportivo, satisfaciéndose junto al éxito en el logro de las metas. La agresividad con orientaciones socialmente enfermizas, como por ejemplo la que es causada por la envidia hacia las virtudes ajenas, quedaría reducida a su mínima expresión. La envidia, como sentimiento hostil, surge de la propia frustración. El presenciar en otro sujeto lo que uno no tiene causa el displacer de la frustración. Es el impacto de la obligada toma de conciencia de la propia carencia. (El sentimiento de “injusticia” se diferencia de esto en que el otro es concebido como el real causal y culpable del propio malestar). Pero si nadie está seriamente frustrado, no habría motivos para que aparezca una envidia enfermiza. Por tanto, se podría valorar y reconocer con gran pureza las virtudes ajenas. El natural agrado estético y admiración por las virtudes no serían obstaculizados por la propia frustración; menos aún cuando las positivas cualidades de un compañero, por ejemplo, además de ser motivo de orgullo para el grupo, son de especial importancia para el logro de las metas comunes.

El imp. de recuperación lograría el reencuentro con el estado de entusiasmo, que las condiciones y exigencias de la vida social quitan a la mayoría de los sujetos cuando llegan a adultos. Por otro lado, se recuperarían los grados normales de valoración o aceptación estables hacia el individuo como miembro del grupo, o en cuanto al normal reconocimiento a la persona, por ser cada uno un elemento importante para los fines grupales. También, y lo que es de suma importancia, se recuperaría en gran medida la forma natural del trabajo, donde las diversas funciones psicológicas se desenvolverían armoniosamente durante su desarrollo, siendo aquél nuevamente un juego, un deporte, un arte, etc., simultáneamente.

El imp. de curiosidad desarrollaría un constante interés por las novedades acerca de los múltiples resultados. Los comentarios y especulaciones cubrirían la atmósfera de las actividades. Digamos de paso, que la expectativa, suspenso, incertidumbre, “interés”, como componentes del estado de entusiasmo, característico en todo juego, se forman con una buena parte de sentimiento de curiosidad. (Otros elementos importantes son: el temor ante el probable carácter negativo de la sorpresa, y el deseo de la posible naturaleza positiva del incierto resultado).

El imp. de comunicación se vería también favorecido. Los intereses comunes más estrechos, y el acercamiento afectivo promovido por ellos, fortalecerían el compañerismo y la amistad, facilitando la fluidez de la comunicación interpersonal.

El imp. mediador sería el encargado de las frecuentes y profundas alegrías y estados de júbilo, inexistentes en la actualidad de los trabajos y actividades sociales. La alegría es un placer que anticipa o refuerza el logro de otro objeto o hecho placentero. Pero al no estar ese hecho u objeto placentero, tampoco aparecen las reacciones de alegría y júbilo que lo anticipan y refuerzan.

Por último, el imp. de gozo también depende de la existencia de hechos placenteros que movilicen el deseo. En tal sentido corre la misma suerte que el imp. mediador. Pero cuando existe la real posibilidad de lograr hechos placenteros, allí aparece el sostenido deseo de su logro. En esa situación de continua oferta de gozo natural no habría necesidad de recurrir a métodos desesperados (excesos, adicciones, desviaciones) tendientes a lograr algún motivo de placer.

Hemos visto, así, diez impulsos que tendrían una regular y saludable satisfacción. El único impulso importante que quedaría al “desnudo” sería el sexual. Su natural satisfacción no se vería garantizada con la seguridad y equidad materiales o económicas ni con la adecuada organización de las actividades; sería el único que no alcanzaría a ser cubierto por alguna de esas dos condiciones generales de la sociedad. Al respecto, sería necesaria una labor educativa y preventiva que tienda al objetivo de asegurar que el arribo a la maduración biológica de la sexualidad sea acompañado por el comienzo de una normal y regular actividad sexual, que es para lo que se encuentra adaptado el psiquismo sano. De todas maneras, es de suponer que la propia transformación de la vida social tendría también una repercusión favorable al respecto, aunque en forma más indirecta y como producto del cambio cultural consecuente.

2- Al existir un campo de variados compromisos comunes y de importantes metas grupales, que serían objetivos claros y específicos, comenzaría a “girar” con toda su armonía el sistema de bipulsiones. En tales condiciones, se haría vigoroso el funcionamiento de los valores, tanto de los que corresponden directamente a la actividad (habilidad, inteligencia, creatividad, conocimientos, espíritu de sacrificio, capacidad de rendimiento, etc.) como de los valores de la relación humana, que rodean y matizan el desarrollo de las actividades grupales (lealtad, respeto, justicia, humildad, cumplimiento de compromisos, etc.).

Entre las bipulsiones, las que tendrían una participación más directa y relevante serían las de la lucha moral, moral grupal, y del rendimiento personal. La bip. de la lucha moral constituiría el “escenario general” para el movimiento de los valores. Se cargaría con un caudal de valores, que quedarían “amarrados” del triunfo-derrota. Así por ejemplo, el buen rendimiento, como valor, quedaría “prendido” del triunfo. Y puesto que el buen rendimiento incluye muchos otros valores componentes (labor inteligente, hábil, creativa, abnegada, etc.), el propio triunfo implicaría la aparición conjunta de todos esos valores. Por otro lado, alrededor de la posibilidad de la victoria grupal se desarrollaría un gran interés de la bip. moral grupal. El triunfo del grupo significaría “buen rendimiento grupal”. Por tanto, irían allí encerrados los diversos valores positivos de la conducta grupal. Cuando es considerable el grado de identificación con el grupo al que se pertenece, el “honor” de cada uno de sus miembros queda naturalmente depositado en el resultado grupal.

Como se puede notar, las bipulsiones moral grupal y del rendimiento personal funcionarían subordinadas a la mecánica de la bip. de la lucha moral. Alrededor de los diversos resultados de triunfo-derrota, grupales o individuales, aquéllas se movilizarían con el máximo dinamismo y con su importante peso motivacional, arrastrando al conjunto de valores menores que ellas reúnen, los que quedarían librados al resultado de la lucha.

Por otra parte, el interés por el resultado individual no sería algo desvinculado con respecto a los fines grupales. En los campeonatos de equipos deportivos, por ejemplo, cada jugador procura en principio tener el mejor desempeño en vistas al triunfo grupal. Pero además del interés por colaborar con los fines grupales, funciona simultánea y paralelamente el interés por ser el goleador individual del campeonato, o ser el mejor jugador del partido, etc.; es decir, se trata de dos motivaciones paralelas y complementarias, que convergen naturalmente empujando al mejor rendimiento del conjunto.

Casi todas las actividades sociales permiten la identificación y el reconocimiento a los sujetos destacados (o en este caso ganadores) en lo individual. Por ello, al combinarse adecuadamente el interés por el triunfo grupal con el deseo de ganar en lo individual, se crearía el campo más favorable para que una diversidad de valores y motivaciones funcionen con su máximo esplendor bajo el marco de la bip. de la lucha moral o espíritu deportivo, donde todos serían protagonistas, y no sólo espectadores o aficionados como sucede con la gran mayoría en la actualidad.

El fenómeno del fanatismo deportivo en todo el mundo sería la expresión de dos necesidades fundamentales. Una, la de identificarse con algún grupo, sentir que se pertenece a él, que se tienen metas comunes. La otra, la necesidad de lucha o competencia moral, o con carácter de juego deportivo, que es inherente al psiquismo humano, y que las condiciones generales de vida de nuestro tiempo hacen que su práctica sea casi imposible para la mayoría de los sujetos. Pero el fanatismo deportivo (junto a otros) sólo puede satisfacer parcialmente aquellas necesidades. Nunca se pueden satisfacer plenamente cuando el sujeto es eternamente espectador. En cambio, con la nueva organización de las actividades sociales y el trabajo, se podría ser protagonista de apasionantes competencias, individuales y grupales, en aquello que a la vez tiene la máxima importancia para la sociedad (actividades laborales, científicas, educativas, etc.).

3- La macropulsión es, como vimos, el mecanismo por el que el sujeto busca vivir hechos globales placenteros y evita los displacenteros. Entre los hechos globales que más interesan a la macropulsión se destacan las actividades a realizar. Por tanto, si las actividades, además de ser tareas de gran utilidad social, pasaran a ser verdaderos entretenimientos, significarían una gran oferta para el interés esencial de la macropulsión.

4- Ese mismo campo social favorecería el funcionamiento de los aparatos:

El aparato ético evaluaría las cualidades de los individuos y grupos en base a los resultados de triunfo-derrota en las actividades. Esos seguros indicadores que tendría la función del aparato harían que su actividad valuadora (y estimadora-desestimadora) se ordene bajo criterios objetivos. La utilidad de esto no radica solamente en facilitar la actividad del aparato ético, sino que ello organizaría y daría orientación a la actividad de los aparatos de la moral personal y de la moral grupal. El triunfo-derrota constituirían un parámetro o indicador objetivo para la evaluación de los valores. Como los participantes tendrían igualdad de condiciones y posibilidades, los resultados hablarían por sí mismos sobre las capacidades y cualidades de los grupos e individuos. El triunfo de un grupo, por ejemplo, sería la prueba de virtudes tales como: buen funcionamiento grupal, inteligencia en las estrategias y tácticas, laboriosidad, habilidad, etc. Así, cada grupo o individuo encontraría en los triunfos concretos la existencia de metas claras como ideales morales.

El éxito en esos ideales-metas, individuales o grupales, es automáticamente “proveedor” de virtudes. En el caso del deporte, por ejemplo, resultar campeón o triunfador significa la adquisición automática del conjunto de virtudes que hacen a ese título. El título de ganador o campeón lleva encerrado un correspondiente conjunto de cualidades positivas o virtudes. Aunque un grupo gane por azar, de todas formas recién allí se convierte en un grupo hábil, inteligente, capaz, etc. Esto es así, porque el aparato ético trae preparado el mecanismo de reconocer al triunfador, descontando que el que gana es el mejor en el grado de las cualidades que sirven para ganar (lo cual tiende a ser así en general). El que evalúa no necesita “verificar” esas cualidades. El triunfo ya le dijo todo lo que quería saber. Ahora sólo reconoce y admira al ganador. La propia condición por la que existe ese “práctico” mecanismo lleva sin dudas a favorecer el interés por el triunfo. Por eso, gracias al orden objetivado que tendrían las valoraciones, los aparatos de la moral personal y de la moral grupal verían en los triunfos correspondientes los más claros ideales.

Los ideales morales son los que mantienen el entusiasmo y la motivación en todo deportista. Siempre hay ofertas de títulos de campeón que orientan las aspiraciones individuales o grupales. También los récords se fijan como grandes aspiraciones o ideales-metas. Todo ello es lo que, por ejemplo, mantiene el entusiasmo en una aparentemente monótona sesión de entrenamiento. Pero lo que hace que no sea monótona es la reiterada imagen o representación mental del acto de lograr el ideal-meta y la nueva condición virtual que se consigue con ello. Esto es lo que está presente continuamente en la sesión de entrenamiento. Allí se vive a cada momento disfrutando anticipadamente el ideal.

Con respecto a los aparatos del bienestar personal y del bienestar grupal, esas condiciones de vida, donde tendría lugar un entusiasmo general por el trabajo y las actividades sociales, significarían el logro de una buena parte de lo que entendemos por bienestar personal y social. Pero, obviamente, estos aparatos no paralizarían su actividad, sino que continuamente aparecerían nuevos ideales de bienestar, compartidos por toda la sociedad, y orientados siempre hacia el ininterrumpido mejoramiento de la vida (además de los ideales de bienestar que hacen a los aspectos de la vida particular o privada).

Por último, el aparato de la integración general, como síntesis de los otros aparatos, tendría el mejor campo para orientar su actividad hacia las renovadas metas que lleven a lograr o a mejorar la felicidad. Habrían diversos ideales, que no sólo serían accesibles o posibles de ser alcanzados y disfrutados, sino que además mantendrían constantemente un elevado entusiasmo de vida durante el propio trabajo orientado hacia su logro.

Como se podrá observar, la felicidad objetiva de que hablamos abarca los dos momentos del proceso por el que los aparatos tratan sobre los ideales que hacen a la felicidad: 1- conformidad pasiva luego del logro del ideal. 2- disconformidad activa y entusiasta durante la que se trabaja por su logro. En otros términos, incluye todo el tiempo que duran las reacciones de alegría por el éxito en el logro de los ideales-metas, más la conformidad con los valores conquistados; y también comprende la propia actividad de los aparatos desde la fijación del ideal hasta su logro. Así, se incluyen los dos momentos de la rueda y los siguientes dos momentos sucesivos, es decir, abarca el continuo giro de la rueda. De los dos momentos del proceso, el más importante para la felicidad objetiva es, paradójicamente, la felicidad sentida mientras se lucha y trabaja para lograr la felicidad. No obstante, el logro de la meta no puede faltar de ningún modo, al igual que la situación en que se la disfruta intensamente.

5- En caso de lograrse una alta valoración por los resultados, éstos despertarían un gran interés, que se traduciría al estado de entusiasmo. La propia incertidumbre de un resultado por el que existe un gran interés lleva a generar un estado de expectativa, suspenso, deseo, etc., así como frecuentes reacciones de placer, producto de la continua representación mental de un resultado positivo que puede presentarse con cierta probabilidad.

Entre otras actividades o situaciones, el juego con carácter de lucha (ganar-perder), así como el trabajo orientado al logro de ideales, son elementos que promueven de manera significativa el estado de entusiasmo. Ello respondería a los factores comunes que contienen ambas situaciones, que serían precisamente los causales del entusiasmo. Uno de esos factores es el deseo de una clara meta (ganar y lograr el ideal respectivamente). Otro es la lucha como esencia común; o sea, existen obstáculos o elementos en contra que tienden a impedir el éxito o a que se produzca el fracaso, por lo que se desarrolla la máxima motivación para vencer los factores en contra y obtener el éxito. Por último, hay una incertidumbre del resultado; están presentes las posibilidades de éxito o fracaso.

Pero una condición básica para que tenga lugar ese entusiasmo es la mediana dificultad en el logro de la meta. Si un jugador gana siempre, o, por el contrario, pierde siempre, desaparece el entusiasmo y el interés por el juego. Lo mismo con respecto a los ideales. El entusiasmo no está presente si el logro del ideal es prácticamente imposible; tampoco si todo es fácil y no hay nada a qué aspirar, es decir aquí directamente no habría ideales ni entusiasmo al respecto. En resumen, no hay entusiasmo si la meta es muy difícil, muy fácil, o si no hay meta alguna. Sólo se produce plenamente cuando la meta es de mediana dificultad. Este es el punto de equilibrio que moviliza el conjunto de reacciones anímicas que dan lugar al continuo tono emocional del entusiasmo.

El entusiasmo generado por el trabajo orientado hacia el logro de ideales es más estable y abarcativo en relación al promovido por un juego de resolución inmediata. Los estados de entusiasmo generados por los juegos de la jornada serían como satélites que giran alrededor de un planeta, mientras que el entusiasmo por el trabajo hacia ideales sería el planeta que gira en la órbita mayor. En el caso del modelo del equipo deportivo, el estado anímico de los jugadores que se enfrentan en un partido es el cotidiano entusiasmo del momento. Pero durante el resto del día sobrevive el continuo entusiasmo sostenido por la esperanza de obtener el título de campeón de la temporada, o de lograr un importante récord, o la posibilidad de ser el goleador individual del campeonato.

La misma relación estaría presente en el ejemplo de la fábrica, al igual que en todos los campos de la actividad social. El entusiasmo por el juego-trabajo de resolución inmediata estaría girando alrededor de la órbita mayor del entusiasmo promovido por las metas más grandes y más anheladas.

Esa forma de la actividad anímica, promovida por el trabajo orientado hacia los ideales, más los estados de entusiasmo “satélites” surgidos durante los juegos de resolución más inmediata, rellenarían entre ambos la plenitud del mejor movimiento de la vida anímica.


5. Ventajas del sistema en relación al progreso de la productividad material y cultural

La competencia, emulación, etc., como contradicción dialéctica “encarnada” en el hombre, es un elemento fundamental para el progreso de la productividad en las actividades sociales. A causa de ese beneficio concreto, la selección natural permitió la sobrevivencia a las tribus que poseían tales mecanismos de competencia moral.

La aplicación de aquel “círculo de círculos” de competencias morales productivas en la sociedad, significaría el movimiento continuo de un sistema de contradicciones, bajo el natural espíritu deportivo. A primera vista, tal sistema nos habla del progreso global del rendimiento en las actividades laborales y culturales que podría tener lugar con su aplicación.

Como el psiquismo se encuentra adaptado para la lucha por el logro de las más diversas metas, es durante esa lucha donde se produce la máxima motivación y el más vital entusiasmo. Durante la lucha por lograr metas, especialmente de mediana dificultad, es cuando se generan las máximas energías de la motivación y el florecimiento de las fuerzas creadoras del hombre. Por tanto, aquellas luchas reglamentadas, con carácter deportivo, donde a causa de las propias características de la justa deportiva las metas serían naturalmente de mediana dificultad, constituirían el campo más apropiado para el mejor desarrollo de las potencialidades de rendimiento y realización humana.

Es sabido que el deportista despliega las máximas energías que puede un ser humano. Sin embargo, sus notables esfuerzos tienen lugar en el marco de un gran entusiasmo. Esto es así, porque las condiciones objetivas del deporte (lucha, mediana dificultad de la meta, incertidumbre del resultado) son las más favorables, no sólo para el máximo despliegue de las energías, sino paralelamente para el mejor estado anímico.

Como sabemos, en términos generales la naturaleza solamente permite el buen estado de ánimo en lo que es útil a la sobrevivencia. Luego, como el despliegue de las máximas energías de los miembros de la tribu era quizás lo más útil de todo, evidentemente tal cosa debía estar acompañada por el más favorable de los estados de ánimo. En otros términos, sobrevivieron las tribus cuyos miembros sentían un mayor entusiasmo durante la lucha y el esfuerzo del trabajo tendiente al logro de los bienes materiales (que son los mismos con los que se logran los bienes morales: buen rendimiento, ser mejor, etc.; y espirituales: beneficio para la tribu).

En definitiva, si están organizados adecuadamente los elementos y detalles técnicos de aquel sistema de competencias morales productivas, estaría asegurado un importante incremento de la motivación.

Las contradicciones o luchas en todos los niveles de la actividad social favorecerían, entonces, la máxima motivación o el máximo despliegue de las energías humanas. Sin embargo, tal aumento de las energías de la motivación no sería la única fuente de progreso productivo que promovería el sistema. El aumento de la motivación, desde un nivel medio en el que lo podríamos considerar actualmente, hasta el nivel máximo, implicaría un progreso en el nivel productivo pero sólo la primera vez, puesto que una vez que la motivación se ha estabilizado en la “meseta máxima”, ya no puede haber un nuevo progreso a causa de un imposible aumento de la motivación. Por eso, una vez logrado el máximo de energías motivacionales, y de haberse producido el correspondiente aumento de la productividad, de allí en adelante la motivación se transforma en un factor constante. Todo nuevo progreso comienza a depender del mejor aprovechamiento de las mismas energías de la motivación, es decir de la aplicación de las mejores técnicas o métodos. El progreso ulterior dependerá solamente del progreso de las técnicas o métodos que permitan el cada vez mejor aprovechamiento de ese mismo esfuerzo, concentración, voluntad creadora, etc., que es ahora un factor constante.*


* Al hablar de mejores técnicas o métodos, debe entenderse todo aquello que signifique lo más avanzado en un momento dado, sin distinguir el campo de su aplicación. Se trata de todo cuanto sea novedoso y eficiente en cada ramo de la actividad, y que de un modo u otro haga al progreso y desarrollo de la sociedad.

Aquel primer incremento de la productividad, determinado por el aumento de la motivación, no sería un auténtico progreso, sino sólo un aumento “bruto”, a modo de ventaja básica. El verdadero progreso sería el ulterior, el experimentado por la aplicación de las nuevas técnicas, que se irían desarrollando en el marco de las contradicciones o competencias productivas. Tales luchas constituirían el gran motor que funcionaría a toda máquina, haciendo mover intensamente el interés por inventar y/o aplicar las mejores técnicas o métodos, en vistas al triunfo individual, grupal o regional.

Esa relación entre el quantum de la motivación y el progreso de las técnicas es algo que se ve claramente en el caso del deporte. El triunfo deportivo siempre exige el máximo esfuerzo. Pero como en general los deportistas aplican por igual el esfuerzo máximo, el resultado pasa a depender de las nuevas y mejores técnicas deportivas (sistemas de entrenamiento, estrategias y tácticas de juego, perfección del calzado a utilizar, etc.) y no ya de la motivación. Sin embargo, no podría haber interés por inventar, desarrollar y/o aplicar las mejores técnicas sin la premisa de la máxima motivación, surgida del movimiento de la contradicción o competencia deportiva.


6. La ley universal del progreso

Para que tenga lugar el progreso de algo, deben haber en principio dos fuerzas opuestas. Una es la fuerza creadora y la otra la destructora de lo creado. Tomemos como ejemplo la evolución biológica. Cuando una especie se reproduce en abundancia, estamos en presencia de la fuerza creadora o afirmadora. Por su parte, la adversidad de la naturaleza constituye la fuerza destructora o negadora, que tiende a eliminar a esos nuevos individuos. Sin embargo no elimina a todos, sino sólo a los peores, mientras que los mejor capacitados, gracias a sus adecuadas aptitudes, vencen la fuerza negadora y logran sobrevivir. Los mejores, únicos sobrevivientes, establecen el nuevo punto de partida desde donde se originará la siguiente reproducción o generalización de individuos similares; es decir, la fuerza creadora tiene ahora un punto de partida más elevado. Los nuevos descendientes serán, en su conjunto, de mejor calidad adaptativa que en la reproducción anterior. Pero otra vez, la renovada fuerza destructora o negadora de la naturaleza tiende a eliminar a estos individuos; pero sólo eliminará a los peores. Los que nacieron con algunas ventajas lograrán vencer la adversidad, sobreviviendo y reproduciendo su género. Nuevamente, de los múltiples hijos algunos heredarán rasgos superiores a los propios padres, otros tendrán rasgos de inferior calidad, y la mayoría será de un nivel similar al punto de partida. Así, la fuerza destructora eliminará con el tiempo a todos menos a los más aptos, los que marcarán el nuevo y más alto punto de partida, y así sucesivamente.

Esquemáticamente:


Si imaginamos retirar la fuerza negadora, desaparecería el progreso en la orientación unilateral del cambio paulatino. En tal caso, el proceso tendería a ser horizontal, reproduciéndose prácticamente el mismo nivel del punto de partida inicial. En cambio, al haber una fuerza negadora se va eliminando lo malo, elevándose paso a paso el nivel de lo vigente.

Esos mecanismos de la ley del progreso no son exclusividad de la evolución biológica, sino que son leyes universales de toda evolución. La evolución biológica es sólo un caso particular de la ley. La misma está presente, por ejemplo, en el progreso de las ideas. Aquí, la crítica es la fuerza destructora o negadora. Desde el punto de partida del nivel de conocimientos que tiene un sujeto, surgirá la variedad de nuevas ocurrencias (fuerza creadora). Cada una de esas nuevas ideas deberá enfrentar la fuerza de la severa crítica (o autocrítica) que tiende a eliminarlas o desecharlas. Así, la crítica destruirá grandes cantidades de hipótesis “hijas”. Pero las ideas que tengan el mayor peso lógico resistirán el embate de la crítica y sobrevivirán; o sea, las únicas ideas sobrevivientes serán las mejores. Estas marcarán el nivel del nuevo punto de partida para la siguiente variedad de nuevas ocurrencias. Y otra vez, la severidad de la crítica irá al choque frontal contra cada una de las ocurrencias “hijas”, destruyendo todas las que carezcan de un cierto nivel lógico, sobreviviendo las más resistentes, y repitiéndose continuamente el mecanismo del progreso. En cambio si alguien, contrario a aceptar la crítica y/o autocrítica, no promueve la eliminación de ideas propias que son malas desde el punto de vista lógico, continuará con el mismo punto de partida, y con una reproducción “horizontal” del mismo nivel, sin experimentar el mecanismo del progreso.

La ciencia y la religión son los mejores modelos, opuestos, de lo que hablamos. La ciencia continuamente emite nuevas ideas en abundancia, a lo que le sigue la severa fuerza negadora de la crítica (basada fundamentalmente en las evidencias de la verificación práctica), que elimina todo lo malo, dejando “vivo” lo que se defiende a sí mismo por su fuerza lógica. Lo que sobrevive marca el nuevo y más alto punto de partida para la infinidad de nuevas hipótesis, de las que sólo sobrevivirán las mejores, y así sucesivamente. La religión en general es lo contrario. Sus contenidos no son objeto de crítica ni discusión. Ello hace que el mismo nivel de contenidos se reproduzca horizontalmente durante siglos, sin experimentar aquel mecanismo.

Un último ejemplo de la ley del progreso es precisamente el que nos interesa ahora: el progreso de las técnicas. El mecanismo esencial es el mismo que en los ejemplos anteriores. De la variedad de técnicas que existen en un momento dado, sólo sobreviven las más eficaces y el resto se elimina. Luego, desde el punto de partida de las técnicas sobrevivientes surge la nueva reproducción. Durante la reproducción o generalización, en toda la sociedad, de una técnica eficaz, algunos aplican modificaciones. Estas favorecerán a unos y perjudicarán a otros. Nuevamente, la fuerza negadora eliminará con el tiempo a todas las técnicas malas y medianas, sobreviviendo las mejores, las que establecerán el nuevo y más elevado punto de partida para la siguiente reproducción o generalización, y así sucesivamente.

La fuerza negadora, en este caso, está dada en el propio mecanismo de elegirse necesariamente lo mejor y de despreciarse lo peor. Consiste en lo excluyente de lo que quedará. Hay espacio para unas pocas técnicas: las mejores. Es como si las técnicas lucharan por ocupar ese espacio excluyente. Cada técnica “aspirante” hace de fuerza negadora para el resto. La propia limitación del espacio es el factor adverso para cada aspirante a ocuparlo. Sólo sobrevive la mejor técnica y el resto se elimina.*


* Estos procesos de unidad y lucha entre dos fuerzas contrarias generales, como son las fuerzas creadora y la destructora de lo creado, constituyen el mecanismo básico de lo que se manifiesta como ley de negación de la negación. Es decir, todo el proceso en su conjunto se desarrolla como un movimiento espiralado ascendente, o como un zig-zag en elevación, por el cual lo nuevo niega a lo viejo, y a su vez lo más nuevo y mejor vuelve a negar o desplazar a lo que antes era nuevo y bueno pero que pasó a convertirse en malo, y así sucesivamente. Por otra parte, en este mismo marco ocurre el funcionamiento de la ley de los cambios cuantitativos y cualitativos. El proceso de paulatino cambio o transformación unilateral de lo que va progresando va experimentando saltos cualitativos en el camino: nuevos órganos y funciones en la evolución biológica; descubrimientos en el caso de la ciencia; inventos en la evolución de las técnicas.


7. Factores de los que depende la aceleración o desaceleración del progreso

Lo acelerado o desacelerado del progreso depende de la intensidad de la lucha entre las fuerzas afirmadora y negadora. Ello significa que será más acelerado el progreso mientras la fuerza afirmadora o creadora sea más abundante en su producción, y la fuerza destructora o negadora tenga a su vez la máxima severidad, dejando en pie sólo lo mejor de lo creado*. A esto se agrega la condición de la máxima rapidez de ese proceso; es decir, que la reproducción por parte de la fuerza afirmadora no solamente sea abundante sino también inmediata, y que la fuerza destructora, además de tener la máxima severidad, actúe rápidamente en su tarea eliminadora. Veamos los dos gráficos que siguen. En el primero hay poca abundancia de la fuerza creadora, poca severidad de la destructora, y lentitud en el proceso. En el segundo caso tenemos una gran abundancia de la fuerza creadora, la máxima severidad de la fuerza negadora, y rapidez en el proceso. En ambos casos el progreso está expresado en la altura alcanzada en la unidad de avance horizontal (tiempo):


* Esa severidad de la fuerza negadora nunca debe llegar al punto de eliminar todo; o sea, siempre debe ir quedando algo de lo creado. De lo contrario es obvio que se interrumpe automáticamente el proceso.

 


8. Condiciones para la aceleración del progreso en el rendimiento
del trabajo y las actividades sociales

En base a lo visto se rescatan tres factores generales de los que depende la aceleración del progreso en la productividad material y cultural:

1- Abundancia de la fuerza creadora. Esto es, la invención continua de variadas técnicas, métodos, tácticas, estrategias, tendientes a mejorar el rendimiento productivo y cultural. Es evidente que de la multiplicidad de pruebas surgirán con más frecuencia nuevas técnicas eficaces.

2- Existencia de un criterio ágil que permita la rápida y segura identificación de las mejores técnicas o métodos.

3- Rapidez con que las técnicas más ventajosas, o identificadas como las mejores y seleccionadas por ello, se generalizan o reproducen en toda la sociedad, desplazando a las menos eficaces.

Estos elementos no son más que la adecuación a los pasos o etapas regulares del mecanismo del progreso. Por eso, la aceleración de dicho progreso sólo depende de la amplitud y rapidez de tales pasos.

Para que tenga lugar esa amplitud y rapidez es indispensable la premisa de otra contradicción más básica o primaria, como fuerza motriz que ponga en movimiento el máximo interés por inventar, seleccionar y aplicar lo que es eficaz. Tal contradicción básica o motriz consistiría, entonces, en el desarrollo de las múltiples y equilibradas luchas o competencias morales en el marco de las actividades sociales y el trabajo. La propia existencia de una situación objetiva de contradicción o lucha entre grupos e individuos, alrededor del triunfo, significaría la condición estimulante para el desarrollo del máximo interés en la invención, renovación y selección de las técnicas a aplicar.

La amplitud y rapidez de aquellas fases del progreso (1- gran producción de la fuerza creadora, 2- severidad de la fuerza negadora, que elimine todo lo malo y lo mediano dejando sólo lo mejor, 3- rapidez en la reproducción o generalización de eso bueno que sobrevive y en la eliminación del resto) estarían presentes con la aplicación del sistema de contradicciones del que hablamos:

1- Al haber un interés por ganar en las competencias individuales, grupales o regionales, en todos los órdenes de la actividad social, habría constantemente un deseo de crear o inventar nuevas técnicas o métodos que lleven al triunfo. Esa motivación haría multiplicar las fuerzas creadoras en todos los niveles.

2- El criterio ágil para la rápida y segura identificación de las mejores técnicas o métodos surgidos, y eliminación de los peores, sería el triunfo. El triunfo reiterado de un individuo, grupo o región, sería la prueba de la supremacía de las técnicas, métodos, planes, estrategias, que permitieron su mejor producción material o cultural y con ello su victoria.*


* El triunfo, como práctico y seguro resultado-guía, indicador de lo que es o no eficaz, significaría un reemplazo, en todo sentido superador, de la ganancia económica, como elemento que cumple con esa función en el capitalismo.

3- El interés por el resultado movilizaría la más rápida generalización o reproducción de las mejores técnicas y la inmediata eliminación de las menos eficaces. Nadie seguiría aplicando los viejos métodos cuando ello es sinónimo de fracaso.


9. El ejemplo de Grecia

En base a lo que estamos tratando, podemos deducir que el sorprendente progreso y florecimiento cultural de la Grecia antigua habría sido permitido en gran medida por la aplicación espontánea de estas leyes. Allí existía un espíritu deportivo o agonístico manifiesto en las actividades culturales. La lucha en el plano moral trascendía la esfera del deporte propiamente dicho, haciéndose extensiva al marco de las diversas actividades.* Según tenemos entendido, se realizaban, por ejemplo, importantes competencias en las diversas artes, y hasta certámenes matemáticos de gran interés público. En un ambiente así, donde las actividades contienen un carácter de juego deportivo, o de lucha moral expresa, más la elevada valoración e interés por el triunfo, el progreso sería algo necesario de ocurrir. Aunque desde el punto de vista técnico no sea muy ordenada la organización de las actividades, aquellas condiciones significan siempre un gran estímulo para la creatividad y el progreso en general.


* Diem Carl. Historia de los deportes. Luis De Caralt Editor. Barcelona 1966. Pág. 126-127

El experimento natural de Grecia sería también una prueba de las ventajas y los positivos resultados que podría tener ese carácter del trabajo y las actividades sociales. Claro que en el caso griego todo ese progreso y florecimiento se limitaron a la producción cultural, y gracias al sostén del trabajo productivo de los esclavos, excluidos de todo beneficio.


10. La unidad de lucha y cooperación

Para observar lo que sería la adaptación de las motivaciones del trabajo al funcionamiento psicológico natural durante la actividad, analizaremos paralelamente una tribu primitiva y una fábrica en la que tiene lugar el nuevo carácter de la actividad. Tanto la tribu como la fábrica se encuentran en plena actividad laboral; la tribu repartida en subgrupos que se separan, y la fábrica especialmente organizada en varias secciones o plantas que realizan un trabajo similar. Focalicemos al mismo tiempo la atención en un individuo de la tribu y en un trabajador de alguna de estas secciones, donde ambos desarrollan un gran interés por el mejor rendimiento laboral. Veamos algunos elementos motivacionales que componen ese interés por el mejor desempeño:

1- El deseo por destacarse en lo individual. Eso llevará al reconocimiento hacia el sujeto por parte de los compañeros del subgrupo de la tribu, o de los compañeros de la sección de la fábrica. También, la labor individual destacada puede convertir al sujeto en la figura eventual de la tribu, o de la fábrica toda (récord de producción, etc.).

2- El buen desempeño personal es movido también por el interés de colaborar con el subgrupo de la tribu, o con la sección de la fábrica, para lograr el triunfo en la emulación contra el resto de subgrupos o secciones.

3- Paralelamente, está presente el interés de colaborar con la tribu en su conjunto, o con la fábrica toda, en procura del éxito de la tribu contra la adversidad de la naturaleza, o del éxito de la fábrica en la competencia contra sus similares de la región.

De tal manera, encontramos simultáneamente: una lucha contra el resto de individuos por ser el mejor en lo individual; una lucha entre el subgrupo propio contra el resto de sus similares por el mejor desempeño subgrupal; y por último una lucha entre la tribu contra la adversidad, o entre la fábrica contra el resto de establecimientos similares.

Pero al mismo tiempo que se lucha, se está cooperando con los compañeros del subgrupo o sección, para lograr el triunfo grupal como meta común. También, el propio subgrupo se encuentra cooperando con los subgrupos rivales en relación a los fines de la tribu o fábrica en su totalidad.

Dado que la lucha y la cooperación son relativas al efecto considerado, simultáneamente se coopera con los propios contrincantes. Un subgrupo lucha contra los otros en relación al efecto de triunfo o derrota entre ellos. Pero a la vez, las mismas energías que cada subgrupo vuelca hacia su respectiva tarea para vencer a los otros son las que se suman y convergen en favor del producto global de la tribu o fábrica. Así, en relación al efecto de aumentar la producción global de la fábrica para vencer a las otras, las secciones están cooperando mientras luchan entre sí; y mayor será la cooperación para tal fin mientras más intensa sea la lucha por el triunfo interno. Lo mismo con respecto a la tribu. Los subgrupos enfrentados en forma emulativa, más cooperan con el logro del máximo producto global para la tribu mientras más intensa sea la lucha moral por ser el subgrupo más exitoso o productivo.

Tal simultaneidad objetiva de los fenómenos de lucha y cooperación tiene su correlato a nivel de la estructura motivacional y de las reacciones subjetivas. En relación a lo que es lucha está la fuerza del interés moral, y en lo que hace a cooperación se encuentra presente la motivación espiritual. Pero como simultáneamente se está luchando y cooperando con los propios compañeros, al mismo tiempo actúan las tendencias morales y espirituales: ganar o ser mejor, y beneficio para el conjunto, respectivamente.

La adaptación del psiquismo a la dialéctica de la lucha y la cooperación unidas en el mismo hecho es la adaptación de la motivación humana a las leyes objetivas de la realidad, a la necesidad de contradicciones internas, sin que ello sea excluyente con respecto a la cooperación y colaboración, sino un refuerzo complementario para la máxima eficiencia del conjunto.


11. Leyes de la dialéctica, trabajo y psiquismo

Durante la evolución de la especie, y en el marco de la lucha objetiva por la sobrevivencia de la tribu, el trabajo se fue desarrollando en su forma, ajustándose cada vez con más precisión a las condiciones o exigencias objetivas de las leyes de la dialéctica, en especial a la ley de la contradicción interna, o unidad y lucha de contrarios, de modo que ello permitiera la máxima productividad posible. Es decir, fueron sobreviviendo las tribus que se iban ajustando de la manera más perfecta a las condiciones o exigencias de tales leyes. Al seleccionarse las tribus que gracias a esa forma de trabajar eran las más eficaces en el logro de los medios de subsistencia, se fueron seleccionando, obviamente, los psiquismos que en su estructura esencial venían mejor adaptados para esa forma eficaz del trabajo (espíritu deportivo o emulación, entusiasmo por aquella forma de trabajo, etc.). Así, tenemos la siguiente relación: la forma del trabajo de la tribu se ajustó a las exigencias de las leyes de la dialéctica para la máxima productividad. El psiquismo, por su parte, se formó ajustándose a esa forma del trabajo. Por carácter transitivo, el psiquismo se estructuró adaptándose a aquellos mecanismos dialécticos.

Pero por determinadas circunstancias, inherentes al desarrollo histórico de la sociedad, la forma del trabajo se desvió de aquella adecuación a las exigencias de las leyes dialécticas. Por tanto, el psiquismo se ajusta como puede a ese trabajo, desviándose junto con él. Esa desviación de la forma del trabajo y del modo del funcionamiento psíquico, con respecto a aquellas condiciones de las leyes dialécticas, tiene hoy dos efectos negativos: 1- poco progreso de la calidad del rendimiento laboral y cultural (en relación a lo posible). 2- disconformidad con la forma del trabajo y ausencia de todo entusiasmo.

Las leyes de la dialéctica no se pueden modificar; corresponden al "armazón lógico" de la realidad. Luego, la estructura esencial del psiquismo y su sistema de funciones necesarias, al menos por ahora, tampoco es modificable. Lo único que queda para transformar es el trabajo y su forma de organización, o sea, volverlo a adecuar a las exigencias objetivas de las leyes dialécticas y a las necesidades funcionales del psiquismo. El adaptar el trabajo a aquellas condiciones dialécticas implica adaptarlo al psiquismo. O también, adaptar el trabajo a los requerimientos funcionales del psiquismo, significa su ajuste a las exigencias de las leyes de la dialéctica para la mejor productividad. Tal adecuación de la forma de organización del trabajo y de toda actividad social tendría dos efectos positivos: 1- progreso de la productividad material y cultural. 2- entusiasmo por la actividad, florecimiento de las fuerzas creadoras, salud mental y mejoramiento de la vida social en general.


12. Sobre la aplicación del sistema

La forma concreta de la organización de las actividades es algo que quedaría librado a las investigaciones de las ciencias sociales y a las experiencias prácticas al respecto, así como en última instancia a la creatividad de los propios trabajadores y de quienes participen en las diversas actividades. Pero en principio encontramos que es incalculable la cantidad de combinaciones posibles sobre las distintas competencias o certámenes individuales y grupales.*


* Un tipo de competencia que podría tener lugar en forma paralela a la de los ejemplos presentados consistiría en la división de bandos en cada ramo de la actividad social. Esto, en virtud de que no sólo existen sentimientos localistas, sino que también se da la identificación con agrupaciones cuyos miembros, a pesar de estar física o territorialmente separados, se ven unidos en lo espiritual y moral por intereses, causas o aspiraciones comunes.

También es inimaginable la cantidad de formas del aprovechamiento de la tecnología moderna. Los progresos alcanzados en los campos de la informática y las comunicaciones servirían para el inmediato registro y difusión de los múltiples resultados parciales y totales en todos los órdenes de la actividad social.

En relación a la aplicación del sistema, hemos observado muchas ventajas sin hallar desventaja alguna. Sin embargo, no se puede esperar que sea fácil hacerlo funcionar en la práctica. En el intento aparecerían sin dudas obstáculos y dificultades de diversa naturaleza. Quizá un obstáculo importante radique en nuestros propios valores relativos y costumbres. Los diversos valores, intereses, gustos, hábitos, arraigados en nuestros afectos, traen una “inercia” relativamente definida en su curso, lo que contribuye a que aquellas imágenes aparezcan como ajenas a nosotros o carentes de gran atractivo.

El tema de la orientación de los valores es tal vez el que requiera el más delicado tratamiento. Si no hay una valoración positiva por el nuevo carácter de la actividad, tampoco puede haber interés ni entusiasmo ni progreso. Tal valoración hace interesante a toda actividad. No puede haber interés o entusiasmo en un juego, por ejemplo, en el que da lo mismo ganar o perder. Las valoraciones son las que hacen que no sea lo mismo.

Hay varios elementos que pueden contribuir a desarrollar esa valoración. Como la difícil tarea es crear una valoración que no existe, dichos elementos deberían combinarse y aplicarse simultáneamente. Una ventaja básica que encontramos es que nadie tendría que hacer nada nuevo. Todo tendría lugar sobre la base de las mismas actividades que realiza cada uno, y que se deben cumplir de todas maneras. También se cuenta con la ventaja del mecanismo por el cual se desarrolla en general una cierta valoración espontánea por el ámbito de la actividad social que cada uno realiza. Por último, está el hecho de que todo el mundo espera la oportunidad de ver valoradas sus capacidades y esfuerzos. Pero para eso es indispensable la creación de un adecuado campo social que permita recuperar el marco y las condiciones naturales que lo favorecen.

Uno de los elementos generadores de valoraciones sería el premio material. El mismo movilizaría el interés por ganar desde un principio. Luego, la carga moral ligada al triunfo-derrota iría creciendo en su proporción con el desarrollo de las competencias. Ello permitiría ir disminuyendo el premio material, hasta lograrse una autonomía moral del interés en relación a los resultados, similar a la que se desarrolla en el deporte, donde la motivación, como se sabe, llega fácilmente a su “meseta máxima” aunque no haya otro interés que el moral.

Otro elemento sería la correcta organización de los detalles técnicos de la actividad. Para que se valore la actividad, la misma debe contar con algo que sea interesante en sí mismo (posibilidades de lograr grandes metas, adecuada proporción de la influencia del azar en los resultados, ausencia de monotonía, frecuencia en la presentación de los resultados parciales y totales, posibilidades de crear estrategias, etc.). Cuando la naturaleza de la actividad es variada y entretenida, lleva por sí misma a su valoración.

Un último elemento estaría dado en la labor educativa que tienda directamente a favorecer la valoración, dada la importancia social que podría tener la aplicación del sistema.

El nuevo carácter de las actividades seguramente “prendería”, y tal vez con gran fuerza, en los niños, adolescentes y jóvenes. En los más adultos se haría quizás más difícil, dada la mayor consolidación de los valores relativos, gustos y hábitos de vida en general, que hacen aparecer como absurdo, ridículo, o estúpido, aquello que contrasta con las propias costumbres. No obstante sería posible también la asimilación del sistema por parte de los mayores y en forma inmediata, puesto que no sería necesario un cambio muy grande en la forma de vida. Por supuesto que en ningún caso sería obligatorio participar; pero se puede aceptar como entretenimiento, sabiéndose que el ganar o perder no son lo más importante. Sin embargo, sabemos lo que pasa cuando, por ejemplo, un grupo de amigos, ya maduros, decide practicar por un rato algún juego o deporte. Todos saben que la “idea” es entretenerse y pasar un momento agradable. Ninguno sentirá una gran humillación si pierde. A todos les da lo mismo cualquier resultado. Pero todo eso pasa al olvido cuando el desarrollo del juego es el que dirige los afectos. Allí se produce una turbulencia del movimiento anímico, y nada interesa más que el resultado.

De todas formas, no hay dudas de que es poderosa la influencia de los valores relativos, o gustos, costumbres, cuando se han consolidado en una determinada orientación. Pero ello no implica, obviamente, que sean elementos inmutables a los que las nuevas generaciones deban ajustarse necesariamente, sino que son transformables en su totalidad.

Aunque se ha enfatizado el carácter de lucha o competencia moral que tendría el trabajo, ello no significa que el mismo se reduciría a ser solamente un juego o deporte. Lo presentado es sólo el esquema general de la organización de las actividades, donde el carácter de lucha reglamentada es un elemento esencial de dicha organización; es el “esqueleto” del sistema. Pero además de ser un juego y un deporte, el trabajo sería también, entre otras cosas, un arte y una ciencia. Un arte porque se evaluaría la calidad del trabajo, la belleza y perfección de la obra; es decir, no ganarían sólo quienes más producen en términos cuantitativos, sino que el triunfo, según las condiciones y posibilidades que ofrezca cada actividad, sería además para el individuo o grupo cuya obra, trabajo o producto, tenga mejor calidad, más belleza, más armonía y perfección*. Por otro lado, sería también una ciencia, en el sentido de que el interés por el triunfo motivaría a desarrollar ideas, investigaciones y nuevos conocimientos tendientes a mejorar la productividad y la calidad del desempeño en cada una de las actividades laborales y culturales.


* En el caso de los trabajos que generan bienes de consumo, los propios consumidores podrían ser los "jueces" encargados de evaluar la calidad; ya sea calificando expresamente los productos, o bien en los hechos, simplemente escogiendo los mejores.

Por otra parte, el hecho de desarrollarse competencias o luchas morales en las actividades laborales, científicas, educativas, etc., no implica, como puede parecer, que se viviría “cegado” por un obsesivo interés en ganar, y sin importar cómo “salga” el trabajo. Por el contrario, los ganadores serían aquellos que desarrollen el máximo interés y la mayor dedicación en la tarea. No debemos concebir separados el triunfo-derrota de los demás valores, sino que se ganaría precisamente en el quantum de los otros valores. Si un educador, por ejemplo, se opone a todo lo propuesto, afirmando que no se trata de ganar, sino de educar con responsabilidad y pensando en la formación de los alumnos, no se puede dejar de estar de acuerdo. Sólo que el triunfo, en este caso, correspondería a quien educa con más responsabilidad y más se preocupa por la formación de sus alumnos. Ganaría el mejor educador, el que más objetivos pedagógicos logra. En otras palabras, y paradójicamente, ganaría el que menos piense en ganar y más en educar (ese triunfo del educador sería la expresión del triunfo de sus alumnos; surgiría del mayor grado en que éstos alcancen los distintos objetivos educativos).

La misma situación se presenta en todas las actividades. Siempre se triunfaría en el quantum de aquello que es lo más valorado. Si la actividad es la ciencia, por ejemplo, no se impondrán quienes sólo piensen en “ganar”, desatendiendo los contenidos de sus investigaciones. Quienes ganen serán aquellos que más piensen en tales contenidos, tratando de realizar un buen trabajo científico.

El interés por el triunfo sería sólo una fuerza motivacional agregada, que impulsaría a realizar el trabajo de la mejor forma posible. Pero en el dominio consciente, en la “mente”, existirían fundamentalmente los contenidos, objetivos, dificultades, propios de la actividad. El deseo de ganar no perturbaría en absoluto la responsabilidad de hacer bien un trabajo que sirve al beneficio social, sino que multiplicaría el interés por hacerlo cada vez mejor. De cualquier manera, está claro que nada puede haber de malo en que el trabajo sea vivido como un juego o entretenimiento, máxime cuando ello hace más eficiente la tarea.

Digamos, por último, que el sistema propuesto, y que quizás con justa razón pueda parecer que no es “gran cosa”, no es la conclusión o la aplicación única y necesaria de todo lo tratado anteriormente sobre el psiquismo. Se trata solamente de algo surgido como una deducción o derivación, ni remotamente sospechada al comienzo del desarrollo teórico, que de acuerdo a los distintos argumentos podría servir para mejorar el funcionamiento psíquico. Pero indudablemente, la vida humana, y sobre todo en nuestra época, es más que eso. Hay diversos aspectos de la vida que poco tienen que ver con la forma en que se organicen las actividades.

Sin embargo, tampoco debemos “exagerar” con respecto a las posibilidades de la vida psicológica. En realidad el psiquismo humano, en su esencia, tampoco es “gran cosa”. El cerebro, que es el órgano cuya actividad sostiene toda la vida psicológica, no tiene mucho a qué aspirar, además de la estimulación de un grupo de sus células y la inhibición de otro. ¿Qué más puede pretender un órgano?. Por eso, si encontramos una manera de hacer que ese órgano, así como el psiquismo que es el producto de su actividad, funcionen saludablemente, cabe entonces preguntarnos: ¿qué más podemos pretender?.


13. Salud mental

Con respecto a las causas de la enfermedad mental, se hace válida la analogía con lo que sucede en relación a los problemas cardíacos. Por más variadas y complejas que sean las distintas formas de los trastornos cardíacos, la causa general, exceptuando los pocos casos en los que hay una anomalía genética, es siempre la misma: el funcionamiento antinatural del corazón, o bien la falta del modo de funcionar para el que se encuentra adaptado. Todos los factores conocidos como causales de los trastornos cardíacos (obesidad, tabaquismo, sedentarismo, estrés, etc.) contribuyen por igual, en definitiva, a que el corazón no funcione de la forma natural para la que viene preparado.

En el psiquismo ocurre algo parecido. A pesar de la variedad y complejidad de los distintos tipos de transtornos mentales, la causa general o común a todos ellos, exceptuando los pocos casos de anormalidad innata o de agentes fisiológicos nocivos que alteran las funciones cerebrales, no puede ser otra que el modo antinatural del funcionamiento psíquico, promovido por las desfavorables condiciones generales de la vida social, que impiden el natural y armónico desenvolvimiento de las funciones esenciales del psiquismo.

Si nos limitamos a la terapia individual y particularizada, es poco lo que se puede lograr a nivel de salud mental, además de aliviar provisoriamente la urgencia del caso. No obstante, hay que reconocer que es posible lograr resultados favorables al respecto.*


* La terapia individual, más allá de los casos en que se lograría un efectivo cambio de la conducta y de las actitudes del sujeto, mayormente hace “bien” porque en el marco de ella se daría satisfacción a algunas necesidades insatisfechas del individuo. Fundamentalmente serían las correspondientes a los impulsos de comunicación y de aprobación. Durante las sesiones de psicoterapia, el paciente logra muchas veces comunicar contenidos íntimos que nunca había tenido oportunidad de manifestar, y que los llevaba como una molesta carga. Luego, está el hecho de que la confianza, las palabras y demás expresiones del psicoterapeuta, a menudo hacen que el paciente deje de sentir culpa, vergüenza, humillación, y comience a aceptarse a sí mismo, lo que se traduce al logro de una cierta autoestima con la que no se contaba antes.

De todas maneras, la psicoterapia jamás puede ser más que un método de “emergencia”. Lo que hace falta es la prevención de los trastornos mentales. La terapia psicológica apunta siempre a combatir lo que es un efecto (sea éste un problema específico y aislado, o una inadecuada y enfermiza estructura de la personalidad global del sujeto). Pero sabemos que para extinguir un efecto se deben desarticular las causas que lo generan. Si se “arranca” el efecto, manteniendo intactas las causas, es evidente que aquél se reproducirá con regularidad. La causa general de los trastornos mentales no consiste, obviamente, en maleficios innatos masivos, ni en caprichos de los enfermos. Sólo radica en las negativas condiciones de la vida social, que obligan a un funcionamiento antinatural del psiquismo. Por más que las circunstancias casuales hagan que un individuo adquiera una enfermedad mental y otro no, dadas constantes las condiciones generales de la sociedad, aparecerá en cada generación un porcentaje regular y necesario de enfermos mentales. Si se afirma que los que adquieren la enfermedad mental son los que tienen predisposición para ello, tal predisposición no nos ayuda en nada a los fines explicativos de la etiología de la enfermedad mental. Sólo es equivalente a imaginar un salón lleno de gente con todas las entradas de aire herméticamente cerradas. Cuando comience a faltar el oxígeno, no todos resultarán asfixiados simultáneamente, sino que primero les tocará a algunos. Pero no se trata de una “predisposición a la asfixia”. Quizás los primeros afectados puedan ser asistidos con respiración artificial o con otros métodos de urgencia. Pero si se abren las ventanas no hará falta hablar de predisposiciones.

El problema se ve mejor enfocándolo desde su esencia más general, esto es, concibiéndolo como una lucha concreta entre dos fuerzas que tienden a resultados contrarios y excluyentes. Supongamos que un sujeto normal tiene una resistencia a la enfermedad de magnitud 100. Por su parte, el conjunto de factores que conforman el medio social desfavorable, como fuerza activa que acciona contra cada individuo tendiendo a provocarle la enfermedad mental, llegaría en nuestros tiempos a tener, por ejemplo, un poder de magnitud 90. Esto implica que todavía es superior la resistencia del sujeto normal, por lo que la influencia nociva del medio social adverso no alcanza a vencer esa resistencia para desencadenar la enfermedad mental como efecto. En cambio, quien a causa de circunstancias casuales, o de cualquier tipo, ha tenido un desafortunado desarrollo psicológico, y a quien consideramos un individuo con predisposición a la patología mental, tendría una resistencia de 80 por ejemplo. Aquí es superior la fuerza activa de la influencia hostil del medio en relación a la resistencia a la enfermedad con que cuenta el sujeto, produciéndose por tanto el trastorno mental como efecto, o como resultado de la lucha. Pero si transformamos aquel medio social, de modo que deje en todo sentido de ser hostil para el funcionamiento psíquico, ello significa que reduciríamos a cero su poder 90 como fuerza activa que tiende a trastornar el psiquismo. En tal caso, tanto el que posee predisposición (resistencia 80) como el sujeto normal o sin esa predisposición (resistencia 100), se hallarían lejos por igual del riesgo de trastorno mental, ya que con una resistencia 1 sería suficiente para que no se desarrolle la enfermedad.

La solución definitiva de los trastornos mentales, sea de una manera u otra, sólo puede consistir en la transformación de la vida social. Entre los fenómenos negativos, generados por las condiciones del medio social, que contribuyen a la sola infelicidad en los mejores casos, y a la enfermedad mental en los peores, se encuentran como ejemplo los siguientes: problemas de comunicación, falta de reconocimiento a la persona, frustraciones en las aspiraciones personales, ausencia de metas comunes, deterioro de los valores, soledad, insatisfacción con el trabajo, ansiedad, depresión, ausencia de motivos de alegría, carencias afectivas. Todo eso, y otros fenómenos negativos, se reducirían sensiblemente con el mismo hecho de la adecuada organización de las actividades sociales y el trabajo (sobreentendiéndose la premisa de la seguridad y tranquilidad materiales). En la tribu no existía nada de aquello. Allí el psiquismo funcionaba con armonía. Pero la desviación del trabajo, respecto a su forma natural, es como la ruptura del engranaje principal, que desorganiza el movimiento de toda la cadena de funciones psíquicas. Por eso, la adecuación de la forma de las actividades sociales solucionaría quizás todo aquello junto. Esto no es magia, pero es parecido a ello, puesto que la colocación en su lugar del engranaje principal, y su puesta en funcionamiento, arrastraría tras de sí al conjunto de elementos y engranajes menores que dependen de él, que se desarrollaron y estructuraron alrededor de él. El trabajo en su forma natural fue, durante la larga evolución de la especie, el timón que orientó el desarrollo de las funciones psicológicas esenciales. Por ello, todo comenzaría a funcionar con su máximo esplendor si las actividades sociales y el trabajo recuperan su forma o carácter perdidos, si se logra que sean vividos nuevamente como un juego, un deporte, un entretenimiento, un arte, una ciencia, una aventura, al mismo tiempo.

Hasta la propia enfermedad orgánica o corporal suele ser otro de los efectos negativos de la forma inadecuada de las actividades sociales. Al no estar el abundante placer del entusiasmo que ellas en su forma natural generan, el mismo es reemplazado por el tabaquismo, la gula, el alcoholismo, la drogadicción, arruinando la salud fisiológica.

La situación general es como si suponemos que se ha caído el parante central de la carpa de la sociedad. Así, la arrugada carpa nos cubre a todos y no nos permite movernos con comodidad. Todos levantamos el brazo empujando la carpa hacia arriba, pero ésta cae nuevamente al soltarla. En cambio, si ubicamos correctamente el parante central, la carpa social recuperaría como por arte de magia su plena extensión en todos los aspectos psicosociales. Los miles de pliegues y arrugas de cada sector y de cada rincón de la sociedad recuperarían simultáneamente su plena extensión. Aquella transformación general del carácter del trabajo y de las diversas actividades sociales no sería más que levantar y colocar en su lugar el gran parante central; implicaría poner en movimiento el engranaje principal; significaría abrir todas las ventanas para que circule la hermosa brisa primaveral de la nueva sociedad humana.


© Autor: Alberto E. Fresina
Título: Las Leyes del Psiquismo
Editorial Fundar
Impreso en Mendoza, Argentina

I.S.B.N. 987-97020-9-3
Registrado el derecho de autor en la Dirección Nacional del Derecho de Autor en el año 1988, y en la Cámara Argentina del Libro en 1999, año de su publicación.
Características del ejemplar: Número de páginas: 426; medidas: 15 x 21 x 2,50 cm.; peso: 550 gs.


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