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TEORIA GENERAL DE PSICOLOGIA


LIBRO:
LAS LEYES DEL PSIQUISMO

Alberto E. Fresina


CAPITULO 15
-(páginas 301 a 316 del libro de 426)


Indice del capítulo:

EL MOVIMIENTO GLOBAL DEL PSIQUISMO
1. Recuento de las tendencias necesarias
2. Las tendencias necesarias y lo consciente e inconsciente
3. Relación entre los impulsos y las tendencias superiores
4. Papel directriz de los aparatos
5. Los ideales comunes y su papel regulador del funcionamiento psíquico
6. El trabajo: centro de convergencia motivacional
7. Unidad y superposición funcionales de las tendencias





CAPITULO 15


EL MOVIMIENTO GLOBAL DEL PSIQUISMO


1. Recuento de las tendencias necesarias

La ley general del psiquismo constituye la base de la intencionalidad. No puede haber ninguna tendencia particular que no contenga en su esencia el simple mecanismo que la define: afirmación del placer y negación del displacer. Dicha ley actúa simultáneamente en los distintos niveles en los que se encuentra organizada la estructura motivacional humana. El primero y más elemental es el nivel reflejo, donde se expresa como el conjunto de reflejos dirigidos. Luego, la organización de tales reflejos da como producto el funcionamiento de los impulsos. Estos organizan y combinan su actividad, haciendo surgir las bipulsiones. Por último, las bipulsiones y demás impulsos “libres” se organizan dando forma y movimiento a la macropulsión y a los aparatos. El número total de tendencias absolutas llegaría a 68: 23 impulsos, 38 bipulsiones, 1 macropulsión y 6 aparatos (llegarían a ser cerca de 80 si agregamos los microimpulsos y alguna “microbipulsión” dejada de lado). Esto quizás pueda parecer "mucho". Pero esa cantidad de tendencias esenciales, junto a las pocas leyes y mecanismos básicos que las rigen, resultan algo bastante sencillo si tenemos en cuenta lo que podría "esperarse" de este especial objeto de estudio que es el psiquismo humano.

Evidentemente, este sistema de tendencias esenciales no puede pretender ser el reflejo exacto de la realidad del psiquismo. Seguramente requerirá muchos ajustes y modificaciones. En relación a ello, lo que más puede quedar en dudas es el número de bipulsiones. Es probable que otros valores absolutos den forma a otras bipulsiones. No obstante, todo valor universal y estructural de la motivación humana que pudiera haber, sólo podría existir por haber cumplido alguna función para la sobrevivencia de la tribu. En esto la naturaleza sí es muy estricta y exacta.

Con respecto a la macropulsión, podríamos considerarla ubicada en una zona intermedia entre el tercer nivel de las bipulsiones y el cuarto de los aparatos. Sería como un puente que conecta ambos niveles. Tiene en común con los aparatos el reunir o sintetizar conjuntos de hechos simples bajo un par de contrarios organizadores (hechos globales), pero a diferencia de aquéllos, se mueve en el plano de los hechos concretos sin más implicancias que su mera presentación o evitación.

Por otra parte, en todos los niveles encontramos la unidad de la esencia y el fenómeno, lo común y lo diferente, lo constante y lo variable. El conjunto de tendencias necesarias, y sus objetos o valores absolutos, constituyen lo esencial y compartido por los hombres y mujeres de toda cultura. Pero la forma de funcionar esas tendencias, así como los tipos de metas, intereses, valores e ideales relativos, marcan el aspecto flexible de la motivación, pudiendo variar infinitamente. La colorida multiplicidad de motivos adquiridos se burla de cualquier intento de clasificación. Sin embargo, ninguno de ellos deja de llevar la esencia de los objetos de satisfacción, valores o ideales absolutos. Menos aún dejan de llevar la esencia de la ley general y de la lucha que ésta libra contra las fuerzas contrarias.

[ Ingresando aquí se puede observar el esquema total de las tendencias absolutas. Se recomienda imprimir (en horizontal)]


2. Las tendencias necesarias y lo consciente e inconsciente

Debemos principalmente a Freud el concepto de inconsciente, como zona ajena a la conciencia en la que tienen lugar diversos fenómenos psíquicos.* Pero dado que Freud no dio límites a lo que abarca ese inconsciente, ni estableció una diferencia entre lo subjetivo y lo que es puramente objetivo, dio lugar a que se interprete que todo elemento, proceso, mecanismo o función psíquicos que ocurran fuera del dominio consciente, corresponden a un ente subjetivo con vida propia y ajeno a la conciencia: el inconsciente.


* Freud Sigmund. Obras completas. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1988

Si todo aquello psíquico ajeno a la conciencia perteneciera al inconsciente, los impulsos, bipulsiones, la macropulsión y los aparatos, que en cuanto tales no son de dominio consciente, estarían obligados a ser propiedad de ese misterioso inconsciente.

Las tendencias necesarias, como frías leyes psicológicas, no son conscientes, pero tampoco son “del inconsciente”. Ni la ley general ni ninguna de las tendencias absolutas presentadas es inconsciente en el sentido de contenido subjetivo oculto. El hecho de que algo exista y funcione fuera del dominio consciente, no puede ser suficiente motivo para atribuirlo al inconsciente.

La intencionalidad, como fuerza o tendencia absoluta a afirmar el placer y negar el displacer, así como las tendencias particulares en las que se ramifica, no pueden estar basadas ni en la conciencia ni en el inconsciente. Sólo se basan en la anatomía y fisiología del sistema nervioso. Son el producto de la actividad de los reflejos dirigidos. En otras palabras, la estructura motivacional del psiquismo humano, en su esencia, es algo plenamente objetivo y ajeno al dominio subjetivo, tanto consciente como inconsciente.

Lo consciente o inconsciente en sí mismos, como caracteres, aspectos o estados de lo psíquico, no pueden nunca ser elementos activos. Esto fue entendido por Freud, pero no logró clarificarlo suficientemente. Lo único activo es la tendencia absoluta de la intencionalidad, expresada en la ley general, así como en los impulsos, bipulsiones, etc., a través de los que funciona, los cuales tienen actividades conscientes e inconscientes integradamente. Por ello, lo consciente o inconsciente del accionar de la intencionalidad no tiene una gran utilidad explicativa desde el punto de vista funcional. Lo que sí convendría distinguir es entre la voluntad, como parte naturalmente vivencial y consciente de la intencionalidad, y el resto de la actividad intencional fuera del dominio consciente. A esto último se haría referencia cuando en algunos casos se habla de inconsciente en sentido activo. Pero la conciencia y lo inconsciente, como zonas o condiciones de lo psíquico, jamás pueden ser elementos activos. Cuando se dice, por ejemplo, que la conciencia “hace” determinada cosa, se trata en realidad de que la voluntad, como parte de la intencionalidad activa que actúa naturalmente en la zona consciente, es la que hace. La conciencia en sí misma no puede hacer nada por ser algo pasivo. Lo mismo con respecto a la inconsciencia o al estado inconsciente. En otros términos, lo activo es siempre la intencionalidad o la fuerza absoluta de la ley general y de las tendencias particulares en que se ramifica. Luego, dicha intencionalidad tiene una parte de su actividad que ocurre en el marco de la vivencia consciente, y que llamamos voluntad; mientras que la otra parte de la actividad de esa misma intencionalidad tiene lugar fuera del dominio consciente, o bien actúa en el espacio inconsciente.

El centro principal del gobierno de la conducta radica en la parte vivencial y consciente de la intencionalidad. La voluntad constituye la “cabecera” de la intencionalidad. Es la expresión, o la manifestación subjetiva, de la máxima integración de la actividad de los reflejos dirigidos.

La conciencia tiene un espacio limitado en cuanto a los datos a tener en cuenta. Por eso en ella sólo aparece lo fundamental, lo sintético de las cuestiones que serán tratadas por la voluntad. Y la parte inconsciente de la intencionalidad se ocuparía del gigantesco análisis de los miles de datos aislados que se deben integrar. La voluntad es la sintetizadora de la dirección global que tomará la conducta, mientras que el resto de reflejos dirigidos, que en su conjunto dan forma a la actividad intencional inconsciente, trabajan paralelamente en el análisis de los datos al respecto, así como en el control de los miles de movimientos parciales de una conducta controlada en lo global por la voluntad consciente. Si el organismo, por ejemplo, siente hambre, a lo que responde la tendencia dirigida del impulso alimenticio, tanto la voluntad como el resto de la actividad intencional ajena al dominio consciente, trabajarán coordinadamente para lograr el alimento. La voluntad consciente conducirá el grueso de las secuencias de la conducta, y la parte inconsciente rellenará el conjunto de pormenores de la misma. Este sinergismo es lo útil a la sobrevivencia. Sería perjudicial que no sea convergente y complementario el trabajo de ambas partes de la intencionalidad.

Cuando tratábamos sobre los reflejos dirigidos que sustentan la tendencia dirigida de los impulsos (cap. 5, punto 10 en adelante), observábamos que dicha tendencia dirigida responde básicamente al estado de nec. Así por ejemplo, cuando se procura lograr un determinado placer, se está respondiendo a la aparición de la nec.: deseo; o cuando se intenta evitar un dolor, se trata de una respuesta a la previa aparición del temor. Lo mismo con respecto a las diversas necs. y al interés por su satisfacción. Pero esto es plenamente válido para las conductas intencionales que tienen cierta significación o importancia anímica y motivacional. Porque en las grandes series de reflejos dirigidos condicionados (a través de la ley del efecto: repetición de lo asociado al placer y supresión de lo relacionado al displacer), que son los hábitos cotidianos y las conductas casi automáticas que realizamos a diario, tiene lugar una especie de “inercia” de las secuencias reflejas aprendidas. Dichas secuencias reflejas, que en lo esencial se hallan orientadas hacia el placer y/o hacia la negación del displacer, ocurren mayormente sin la vivencia consciente del deseo, del temor, o de las necs. respectivas precedentes, ni interviene tampoco la voluntad consciente en el empuje de la conducta. Es decir, fuera de la conducta intencional más notoria, donde los efectos buscados o evitados tienen cierta importancia anímica, y que por tal motivo se hace clara e intensa la presencia del deseo, del temor, etc., así como de la voluntad consciente como fuerza intencional vivenciada, hay una enorme cantidad de secuencias de conducta, ya condicionadas en la dirección de la tendencia general a afirmar el placer y negar el displacer, que se dan como hábitos espontáneos y de manera inconsciente.

En esas series de reflejos dirigidos condicionados, las necs. previas de cada conducta no alcanzarían a manifestarse o “sentirse”. Quizás sólo se trate de que no alcanzan a ser perceptibles en la vivencia por ser muy leves o por ocurrir en forma subliminal a ella. Pero en todos los casos, tales series de reflejos dirigidos tienen lugar bajo el control virtual de los impulsos correspondientes. Este control no consciente de la conducta permitiría que la voluntad, como parte vivencial y consciente de la intencionalidad, tenga libertad para ocuparse de lo más importante de los propósitos intencionales, dejando los pormenores a ese manejo ajeno a la atención vivencial y voluntaria. Se trata de una serie de mecanismos que hacen a la practicidad y eficiencia de la conducta y de las constantes decisiones dinámicas en cada fracción de segundo, donde sería imposible decidir voluntaria y conscientemente cada mini-acto de la serie. Pero todas esas secuencias de conducta intencionales se encuentran siempre a la “sombra” de los impulsos y de la ley general. Es como “dejar hacer” a los reflejos dirigidos que subyacen a la intencionalidad mientras hagan lo “correcto”, esto es, mientras hagan lo que se haría igualmente en caso de ser necesaria la intervención de la atención y de la voluntad en su control. Así por ejemplo, cuando un peatón cruza la calle, lo hace evitando que lo atropellen. Esa conducta evitativa por lo general pasa desapercibida en la vivencia, es decir, se evitan los peligros inconscientemente, y sin aparecer prácticamente el temor ni la tranquilidad como su satisfacción. Sin embargo, basta que por determinado motivo el sujeto quede inmovilizado en medio de la calle, para que aparezca el fuerte temor a ser atropellado. Allí se demuestra que aquella secuencia refleja de actos se encontraba en todo momento bajo el control virtual del impulso de conservación. Pero por razones “prácticas” no era necesaria la atención vivencial y el control voluntario, hasta llegado el momento en que sí para a ser indispensable.

Decimos atención vivencial, y no necesariamente consciente, porque tales mecanismos son aplicables por ejemplo a un perro. Aunque éste no tenga conciencia, se puede distinguir igualmente, inclusive en el mismo ejemplo de cruzar la calle, entre la conducta evitativa “inconsciente” o espontánea, y lo que sería la respuesta “voluntaria” a la aparición del temor vivencial concreto de su impulso de conservación.

La diferencia con el animal es que en el hombre la conciencia es una cualidad nueva de la vivencia. Lo que en el animal sería sólo vivencia, en el sujeto humano es además vivencia consciente. La capacidad de autopercepción hace que la conciencia sea como un agregado a la vivencia básica compartida con otros animales. Por eso la voluntad, en esencia, no sería estrictamente la parte consciente de la intencionalidad, sino la parte vivenciada de esa fuerza intencional. Sólo que en el hombre el estado vivencial es naturalmente consciente, y por eso en el caso humano se puede hablar de voluntad como parte consciente de la intencionalidad.

Por otro lado, en el psiquismo normal no hay barreras significativas que impidan la aparición en la conciencia, de todo lo que por su importancia anímica tiende a asomar a ella para ser manejado por la voluntad. El mecanismo que empuja hacia la vivencia consciente aquello que es anímicamente significativo es la prueba de la función suprema de la parte consciente de la intencionalidad (voluntad), de manejar integradamente y en bloque los asuntos más importantes desde el punto de vista anímico.*


* Hablamos siempre del estado de salud y normalidad psicológica. Porque los trastornos mentales, en muchos casos se caracterizan por no ajustarse a los postulados generales sobre el funcionamiento normal. Por eso es posible que en lo referido a lo consciente e inconsciente, así como en otros puntos tratados, encontremos casos donde no sea del todo aplicable lo que digamos.
.....Pero esta situación es equivalente a la relación entre el estudio de la fisiología general con respecto a lo que trata la medicina. Sabemos que cada una de las muchas enfermedades o trastornos orgánicos posibles requieren un estudio específico, a modo de ciencia independiente, porque se caracterizan, precisamente, por no ajustarse a lo que "dice" la fisiología general. Sin embargo, para entender plenamente cualquier tipo de trastorno fisiológico, así como para saber qué se debe hacer para su prevención, resulta de primera importancia conocer el funcionamiento normal del organismo. Esta misma relación es aplicable al caso de la psicología general con respecto a los trastornos y desajustes del funcionamiento psíquico.


Pero todo se complica cuando el imp. de conservación se opone a la aparición en la conciencia, de ciertos contenidos que por determinadas asociaciones y condicionamientos producen un intenso displacer a la luz de la conciencia. Tal es el caso en que un contenido que cumple los requisitos para aparecer en la conciencia es impedido por el imp. de conservación, que ejerce su función general de resistencia negadora del displacer. Aquí, el otro impulso, etc., responsable de aquel contenido, tendría entonces actividades “clandestinas” importantes, determinando algunas conductas o ideas desde la zona inconsciente, y chocando con frecuencia con el imp. de conservación que procura impedirle el paso natural a la conciencia, o con el de alivio que trata de expulsar de allí a lo que logra hacerse consciente, dado el displacer que produce. Pero si no hay contenidos que a la luz de la conciencia provoquen un displacer moral, etc., muy grande, los impulsos de conservación y de alivio serán amables con los visitantes, funcionando con toda armonía el sistema de tendencias absolutas de la intencionalidad, turnándose ordenadamente para hacer uso de la voluntad conciente.

Los estados consciente e inconsciente en que actúa la intencionalidad se combinan y complementan plenamente para el logro de los fines que se fija el sujeto. Cuando se persigue una meta que supone muchos logros parciales, la voluntad consciente suele “olvidar” provisoriamente el fin, mientras se vuelca totalmente hacia el logro de una meta parcial. En este caso podríamos decir que el fin es buscado inconscientemente por la intencionalidad. Sin embargo, la idea del fin también aparece en la conciencia cada vez que ello es necesario, es decir, la idea del fin aparece y desaparece del dominio consciente según sea o no necesaria su presencia allí. Aparece cada vez que se hace útil que el individuo recuerde lo que está buscando, o bien para no perder la claridad del objetivo. Pero desaparece de la conciencia cuando lo útil es volcar la atención y todos los esfuerzos a una meta parcial que no admite distracciones, y sin la cual no hay meta final alguna. Sería perjudicial que el sujeto se dedique a llenar su conciencia con las imágenes del fin, cuando el apremio de la realidad exige toda la concentración en la meta parcial.

El dinamismo de la fluctuación de la idea del fin, que pasa constantemente del estado consciente al inconsciente y viceversa, hace que carezca de sentido cualquier discusión sobre si el fin es buscado consciente o inconscientemente. Dicho fin se persigue de las dos formas. Pero no es buscado por la conciencia ni por el inconsciente, sino por el sujeto y su única intencionalidad.

El funcionamiento del psiquismo humano responde a leyes porque de ello no escapa ningún fenómeno de la Naturaleza. Pero sería absurdo creer que pueda estar dirigido por un ente subjetivo oculto que nos gobierna. La contradicción fundamental, la ley general, los impulsos, bipulsiones, aparatos, así como las regularidades de su funcionamiento, son sólo leyes objetivas del psiquismo. Veamos en el siguiente esquema el lugar que ocupa cada elemento:

 

Objetivo:
.
.

.
.
.
.
.
leyes, mecanismos, funciones, pocesos psíquicos, sistema
de tendencias absolutas (surgidos de la propia organización
de la estructura y el funcionamiento del cerebro)
.
   
Subjetivo:

consciente
. . . . . . . . . . . . . . .. (contenidos psicológicos diversos)
inconsciente

 


3. Relación entre los impulsos y las tendencias superiores

Tanto las bipulsiones más complejas como los aparatos siguen siendo, en su esencia, impulsos organizados. En principio, la ley general, que es lo más esencial de la motivación, se ramifica en los impulsos particulares, que son los caminos que llevan al placer y la negación del displacer, son las vías naturales que llevan a ello. Hablando desde un enfoque global, y dejando de lado detalles y particularidades, los núcleos de satisfacción de los impulsos marcan la esencia general de los propósitos de la intencionalidad, por ser los hechos que llevan al placer y paralelamente a la negación del displacer. Pero luego, esas vías esenciales de entrada al placer y displacer experimentan un gran desarrollo; comienzan a extender el campo de su aparición, haciéndose presentes en las más diversas situaciones, y en relación a nuevos objetos, tanto concretos como abstractos, ampliando cada vez más el espectro de fenómenos capaces de hacerlas activar. A la vez, tales vías de entrada al placer y displacer, y los impulsos correspondientes a ellas, se combinan y organizan dando lugar a la aparición de las bipulsiones, la macropulsión y los aparatos, que implican saltos cualitativos en cuanto al nivel de complejidad en la organización del funcionamiento psíquico.

A pesar de esos nuevos niveles de la estructura motivacional humana, el placer que producen los valores positivos de las bipulsiones, o la materialización de los ideales de los aparatos, en ningún caso pueden consistir en otra cosa que no sea la activación de las vías de entrada al placer de los núcleos de satisfacción de los impulsos. Los núcleos o vías de entrada al placer, como objetos de satisfacción de los impulsos, son géneros de hechos, son como “conceptos” que incluyen una diversidad de hechos o situaciones reunidos bajo un denominador común. Por ejemplo, lo bueno o positivo para el O.M.I.F., como objeto de satisfacción o vía de entrada al placer del imp. fraterno, abarca una cantidad de formas distintas de ocurrir. Incluye desde el placer que se siente por ver que otro individuo se encuentra bien (forma más primaria del imp. fraterno), hasta el placer espiritual por el logro de los ideales sociales más importantes, como algo que es bueno para la tribu, o comunidad, etc. Ambos fenómenos son formas particulares de la misma esencia general: placer por algo bueno para el objeto de la identificación fraternal (O.M.I.F.); es decir, tanto aquel individuo como la tribu o comunidad son, en cada caso, el O.M.I.F. Así, lo bueno o favorable para el objeto de esa identificación es la vía esencial de entrada al placer del imp. fraterno. Todo lo que permita ser concebido bajo esa noción genérica provoca el placer fraternal o espiritual. Esto es lo general y común en todos los casos. La diferencia está dada en que el “bienestar de la tribu”, como forma de lo bueno para el O.M.I.F., significa un mayor desarrollo y complejización de esa vía de entrada al placer.

Un caso similar se da en la bip. intelectual (y en la parte intelectual de las bipulsiones derivadas de ella). En el placer intelectual que se produce junto a la comprensión o entendimiento de los fenómenos y sus relaciones, está presente la vía esencial de entrada al placer del imp. de curiosidad; sólo que en una forma más desarrollada en relación a la curiosidad de cualquier animal. Sin embargo, se trata por igual del núcleo de satisfacción del imp. de curiosidad. El objeto de satisfacción o vía de entrada al placer del impulso es esencialmente la asimilación de la información. Así, tanto el caso del animal que observa algo “raro” que aparece en su campo perceptivo, como el dominio lógico y la clarificación de un problema filosófico, son dos formas del acto de asimilar una nueva información. La asimilación de la información, como hecho esencial y genérico, es la vía al placer del imp. de curiosidad.

Sucede lo mismo con el imp. de aprobación en relación al placer del sentimiento de honor y orgullo grupales. A simple vista se parecen muy poco el interés de un niño de ser felicitado por sus padres y la aspiración de un pueblo o tribu por lograr condiciones de honor y dignidad tribales. Sin embargo, el placer moral del orgullo y honor grupales que experimentan los miembros de ese pueblo o tribu se vale de la vía de entrada al placer del imp. de aprobación. Esas formas diferentes de activarse la vía de entrada al placer del imp. de aprobación (una primaria y la otra más compleja y desarrollada) tienen algo en común, que es lo que define la mecánica esencial del impulso y su vía general de entrada al placer: la respuesta (y/o autorrespuesta) positiva o aprobatoria hacia algo propio que es bueno o que está bien. Tanto la felicitación hacia el niño por su conducta, como el reconocimiento hacia un pueblo por sus destacadas cualidades o virtudes, siguen siendo por igual dos formas del mismo contenido: respuesta positiva o aprobatoria hacia algo propio que es bueno. Ese elemento común es la vía esencial de entrada al placer del imp. de aprobación.

De todas maneras, tampoco podemos ignorar la diferencia entre el placer por la mera felicitación hacia un acto y el sentimiento de honor tribal. Coinciden sólo en su esencia más general; pero la esencia general no es todo. Un unicelular y un ser humano comparten la esencia general: seres vivos. Pero hay un considerable espacio que los separa en relación al nivel de organización de la materia. Ese gran desarrollo de la vía moral de entrada al placer (orgullo y honor por lo bueno de la propia tribu) se aleja significativamente de la forma más elemental del impulso, haciendo que sean ya cosas distintas el interés por la aprobación hacia una conducta ocasional y el sostenido interés de una tribu o pueblo por el mantenimiento del más alto grado de dignidad y honor tribales. En este último caso, hay en realidad muy poco interés del imp. de aprobación en cuanto tal. Sólo persiste su vía de entrada al placer, que junto a la del imp. fraterno (placer espiritual), constituyen los “materiales anímicos” que permiten que tenga lugar el placer moral-espiritual en relación al honor de la tribu. Con esas vías de placer, más las vías de entrada al displacer correspondientes, es con lo que se “maneja” el aparato de la moral grupal. Pero la actividad global de este aparato está sostenida por la interacción funcional de muchos impulsos y bipulsiones. Los impulsos de aprobación y fraterno sólo proveen sus elementos básicos o esenciales (nec.-T.D.-satisfacción) como un “aporte” de sus materiales anímico-motivacionales, para que el aparato de la moral grupal haga uso de ellos en su complejo funcionamiento autónomo.

Las bipulsiones, la macropulsión, y los aparatos, están basados en la organización de los impulsos, porque lo más complejo sólo puede surgir del desarrollo y/o combinación de lo más simple. Pero dichos impulsos son solamente los componentes motivacionales y anímicos esenciales de los que aquéllos se forman. Las tendencias superiores sólo son explicables desde el nivel de su funcionamiento global y atendiendo sus leyes exclusivas.

Esta situación, por la que el nivel superior tiene sus propias leyes objetivas, inexplicables desde el nivel inferior, se presenta también en la relación entre los niveles psicológico y sociológico. El organismo social (tribu o sociedades complejas) no es otra cosa que el conjunto organizado de los individuos “psicológicos” que lo componen. Pero la organización, combinación, regulación y demás relaciones funcionales de la actividad del conjunto de psiquismos individuales, hacen surgir un nuevo fenómeno que responde a sus propias leyes particulares, las cuales regulan el movimiento de las conductas de individuos y grupos. Las nuevas leyes sociológicas e históricas no pueden ser explicadas desde la psicología y sus leyes, sino sólo enfocando el nivel social en su conjunto. Los intereses económicos de las clases sociales, por ejemplo, están sin dudas sustentados por las leyes psicológicas. El dinero, como objeto del interés económico, es un medio universal para los intereses absolutos o esenciales de muchos impulsos, bipulsiones, aparatos, y de la macropulsión. Prácticamente todo el psiquismo se puede ordenar funcionalmente alrededor de él. Sin embargo, las leyes o mecanismos psicológicos nada nos explican, por ejemplo, sobre el porqué de la existencia de clases sociales, ni de la oposición de sus intereses. Esto sólo se entiende enfocando la sociedad en su conjunto, así como la historia de su desarrollo, y observando la eventual ubicación objetiva de cada grupo de sujetos en relación al proceso de producción y distribución sociales.


4. Papel directriz de los aparatos

El papel integrador y organizador de los aparatos, en relación a los impulsos y bipulsiones que los forman, lo encontramos, por ejemplo, en el trabajo del aparato de la moral personal, el cual organiza, distribuye y coordina la actividad del conjunto de bipulsiones con motivaciones morales que tratan sobre hechos concretos. Los actos concretos de cada bipulsión son “supervisados” por el aparato, que en base a sus fines absolutos (afirmación de virtudes y negación de defectos personales) va regulando la actividad de las bipulsiones, para obtener el mejor promedio en el plano de la virtuosidad-defectuosidad globales del sujeto.

Entre los mecanismos del funcionamiento de los aparatos, los ideales son los de mayor importancia en cuanto a su papel organizador para el resto de tendencias menores. Una vez fijados los ideales, quedan tendidos los lineamientos generales de la conducta. Así, muchos impulsos y bipulsiones despliegan su actividad en función de lo que debe hacerse en cada caso para favorecer el logro de los ideales.

El mecanismo por el que los ideales quedan fijados en algún punto del futuro estaría basado, entre otros elementos, en la propiedad del imp. de gozo de consolidar el deseo en un objeto o meta específicos. El deseo surgido ante un objeto o meta no se borra fácilmente cuando tiene cierta intensidad, sino que permanece con su mira apuntando indefinidamente hacia el objeto de su satisfacción. Y puesto que los ideales son hechos o condiciones que se desean, quedarían por tanto fijados gracias a ello.

Si bien una parte de la actividad de los impulsos y bipulsiones se vuelca cotidianamente a los requerimientos inmediatos o hechos intrascendentes, la otra parte se ocupa de los actos y hechos concretos que tienen que ver con el continuo aporte al mejoramiento de los valores virtuales de los aparatos. Cuando se trata del logro de ideales, esta parte de la actividad de los impulsos y bipulsiones va rodeando las líneas tendidas hacia el futuro, ocupándose de los pasos parciales que se orientan al logro del ideal.

El “marcar el paso” a las bipulsiones e impulsos, por parte de los aparatos y sus requerimientos, es equivalente a lo que sucede con las exigencias funcionales de los aparatos fisiológicos respecto a sus órganos. La actividad de cada órgano se subordina a los requerimientos funcionales del aparato en su conjunto. De igual modo, el nivel más complejo de la organización motivacional del psiquismo: los aparatos, son los que marcan el orden, la secuencia y distribución de la actividad de los impulsos y bipulsiones que los forman. Entre dichos aparatos, el de la integración general es el que ejerce la mayor influencia en la regulación de la conducta; equivale al sistema nervioso en relación al resto del organismo. Los otros aparatos organizan su actividad en base al interés general por la felicidad y negar la infelicidad. Cada uno se encarga de un sector, pero el coordinador general, y al que le interesa el conjunto de aspectos, es el aparato de la integración general.

Decíamos que una parte de la actividad de los impulsos y bipulsiones va quedando subordinada al funcionamiento de los aparatos. Un claro ejemplo, ya visto, es el caso de la bip. de la responsabilidad social. Cuando se trabaja por el logro de algún ideal social, el negarse a cumplir un acto parcial, útil para ese fin, es seguido por el sentimiento de culpabilidad por faltar al deber. Una buena parte de la actividad de la bip. de la responsabilidad social (así como de sus derivadas) queda librada al cumplimiento o no con los pasos parciales que exigen los ideales sociales. El deber consiste, en tales casos, en cumplir con el paso parcial perfilado hacia el ideal social. Esto se repite una y otra vez durante el largo trabajo orientado hacia su materialización.

En definitiva, los ideales, al ser los que regulan gran parte de la conducta, son por ello las “causas”; o sea, llegan a ser sinónimos de causas por el hecho real de ser las auténticas fuentes motivacionales de cada hecho o acto concreto. El interés por lograr el ideal es el que mueve y dirige la indefinida serie de acciones concretas perfiladas hacia su logro.

Digamos de paso, que el fin no “mueve” la acción como una mágica fuerza de atracción teleológica, sino que el interés y el deseo actual y vivo de aquello imaginado como posible, y disfrutado anticipadamente en la fantasía, es lo que empuja “desde aquí para allá” hacia su materialización.

El papel de los aparatos, en su regulación sobre el funcionamiento de las diversas tendencias, no sólo está dado en relación a los impulsos y bipulsiones que regularmente forman parte de la estructura y funcionalidad de cada aparato, sino que los ideales fijados organizan y regulan, también, la forma en que funcionarán otros impulsos y bipulsiones más “periféricos”. Así, si volvemos al ejemplo del estudiante, veremos que cuando este último trata de entender lo que está estudiando, actúa su bip. intelectual (además de las bipulsiones derivadas: de la inteligencia, del saber, y racional, que se acoplan casi siempre). Sin embargo, el hecho de estar actuando allí su bip. intelectual es algo subordinado y controlado por los aparatos de la moral personal y del bienestar personal, que en la hipótesis tenían en “mente” el título profesional como ideal. Los aparatos, aquí, plantean y distribuyen gran parte de las tareas a la bip. intelectual, de modo que lo que para ella en cada caso es fin en sí mismo (lograr el placer y negar el displacer intelectuales) es a la vez un medio para el ideal.

La utilización de un impulso, bipulsión, o aparato inclusive, por parte de otra finalidad, es algo generalizado en el psiquismo. Por ejemplo, si a un sujeto no le dan alimento hasta que entienda algo, el imp. alimenticio obligará a actuar a la bip. intelectual. Aquí, el acto de entender es el fin de la bip. intelectual, pero simultáneamente el medio para el imp. alimenticio. Hay infinidad de actos que son fin en relación a un motivo y medio con respecto a otro. Pero los fines de los aparatos, al reunir grandes conjuntos de motivos, adquieren un mayor peso y pasan a ser los intereses o fines dominantes en la motivación, por lo que terminan subordinando y distribuyendo la actividad a un conjunto de tendencias menores, haciendo que los fines de éstas sean medios para aquéllos.


5. Los ideales comunes y su papel regulador del funcionamiento psíquico

Tanto los ideales individuales como los sociales tienen, en estado natural o normal, una similar importancia anímica para el sujeto. Pero dado que las aspiraciones fundamentales de cada miembro del grupo coinciden con las de sus compañeros, se produce una suma total de las motivaciones parciales, surgiendo en el conjunto un poderoso interés común que pasa a marcar los lineamientos generales de la conducta de los individuos. Los intereses comunes, y en especial las metas e ideales compartidos por todo el grupo, al imponerse por su gran peso, son los que organizan el campo más general para el despliegue de muchas funciones psicológicas. En ese campo, el sistema de bipulsiones tiene su más sostenido funcionamiento. Por otro lado, las líneas tendidas por los objetivos comunes son las que dan el marco a los ideales individuales. Estos no funcionan desvinculados de los ideales sociales, sino que se alistan detrás de ellos, organizando sus aspiraciones en relación a los fines grupales. Cuando son paralelos los intereses materiales más vitales, el aparato del bienestar personal suma sus fuerzas motivadoras al interés espiritual del aparato del bienestar grupal. Todo lo que sea materialmente favorable para el grupo será también favorable para el bienestar personal. Luego, las virtudes personales del aparato de la moral personal surgen naturalmente de las actividades y relaciones sociales promovidas por los intereses comunes. Durante los trabajos orientados al logro de los ideales comunes es cuando más se desarrollan y se ponen de manifiesto virtudes personales como responsabilidad social, eficiencia, creatividad, valentía, abnegación, etc. Tales virtudes surgen de los actos responsables, eficientes, creativos, valientes, abnegados, ocurridos durante las actividades grupales orientadas por dichos ideales. El grupo no puede estimar o valorar suficientemente las virtudes personales de sus integrantes si no son necesarias o importantes para el logro de las metas grupales. En cambio, cuando las virtudes individuales son lo más preciado, y lo que el grupo necesita de sus miembros, allí aparece la máxima valoración hacia los individuos cuyas cualidades permitieron, por ejemplo, el éxito en los ideales más valiosos.

La natural subordinación funcional de las tendencias psicológicas al timón de los intereses y las metas grupales es el resultado de la selección natural de organismos sociales. Sobrevivieron las tribus en cuyos miembros estaba así organizado el sistema de funciones psicológicas.


6. El trabajo: centro de convergencia motivacional

En el primitivo, casi toda la estructura de la motivación se halla organizada para converger, en definitiva, en el acto del trabajo concreto. En primer lugar, encontramos el interés de varios impulsos necesitados y movilizados, cuya satisfacción debe pasar por el trabajo orientado a lograr los objetos de satisfacción. Luego, la bip. del rendimiento personal, junto a muchas otras que se ordenan bajo sus valores absolutos, tienen en el buen rendimiento laboral el logro de sus valores positivos. Por su lado, la bip. de la lucha moral motiva al máximo despliegue de las energías y de las fuerzas creadoras durante el trabajo, porque eso es lo que lleva a ganar o ser mejor en cuanto al rendimiento individual o grupal. La macropulsión, en su interés por la afirmación de hechos globales placenteros (ejemplo: fiestas nocturnas con abundante comida y motivos de alegría para todos los miembros de la tribu), impulsa a trabajar con entusiasmo y eficiencia para crear las condiciones materiales que lo permitan. Por su parte, el aparato de la integración general, como conjunto organizado de los otros aparatos, empuja con toda su energía motivacional hacia el trabajo concreto, como medio indispensable para el logro de los diversos ideales. En otras palabras, las funciones psicológicas necesarias se organizaron de tal modo, que el grueso de la estructura motivacional de los miembros de la tribu terminaba desembocando, en los hechos, en el trabajo concreto como vía fundamental hacia la sobrevivencia.

El desarrollo espiritual, moral, y todas las funciones más elevadas del psiquismo humano, como por ejemplo los ideales sociales más sublimes, existen sólo porque las tribus que poseían todo eso en mayor grado, y organizado de la forma más perfecta, tenían un mejor funcionamiento general, lo que les permitía un mejor rendimiento laboral y, en resumen, comían regularmente, a diferencia de las otras tribus que quedaban rezagadas en la lucha objetiva por el alimento limitado. Todo aquello servía al organismo social primario, en síntesis, para alimentarse y con ello sobrevivir y reproducirse. Las diversas funciones psicológicas necesarias, características de la especie, existen por haber servido de apoyo para la mayor eficiencia del trabajo común y la consecuente sobrevivencia de la tribu.


7. Unidad y superposición funcionales de las tendencias

La distinción y separación en el tratamiento de los distintos impulsos, bipulsiones, etc., obviamente, no puede implicar que sean funciones aisladas o que actúen en forma independiente entre sí. Esa separación de los motivos absolutos es sólo el análisis de los elementos que componen el único movimiento sintético e integral del psiquismo. Todo aquello se entremezcla en la realidad, con un dinamismo que hace imposible seguir de cerca a cada elemento integrante de ese turbulento movimiento psíquico.

Si, por ejemplo, hacemos la distinción entre lo que sería el fin de la bip. de la inteligencia, al procurar el placer moral-intelectual que produce el tener un acto inteligente concreto, y la finalidad del aparato de la moral personal que busca el ser inteligente como virtud parcial, sólo en abstracto podemos hacer la distinción. Todo eso forma parte de la motivación única en que se fusionan los diversos motivos, los que convergen empujando la misma conducta. Ni el propio sujeto tendrá “tiempo” para distinguir en qué medida busca el placer que le produce el solo tener un acto que se destaca como inteligente, y en qué grado influye el interés por ser considerado poseedor de inteligencia como virtud. Las dos motivaciones van juntas. Lo concreto y lo virtual del interés son paralelos y se superponen en la misma conducta práctica. Una situación análoga se presenta en relación a los componentes anatómicos y fisiológicos del organismo. Aquí tampoco se puede delimitar hasta qué órgano o célula, exactamente, se extiende la estructura o el funcionamiento de un determinado aparato o sistema, y en qué punto comienza el campo funcional de otro. Sin embargo el organismo, ajeno a estos problemas, funciona con toda su armonía “enredando” la estructura y la actividad de los diversos órganos, aparatos y sistemas.

El análisis, clasificación o separación de las distintas tendencias absolutas de la intencionalidad, sólo podemos hacerlo “arrancando” y aislando forzadamente a cada elemento parcial de la motivación. Pero en la realidad, toda la enredadera funcional del psiquismo, como producto de la actividad de la otra complicada enredadera que es el sistema nervioso, forma el único conglomerado psicológico en movimiento. Ese conjunto global de elementos no es más que la síntesis máxima del psiquismo, es el sujeto mismo, la vida anímica, la estructura motivacional de la subjetividad. Todo esto es la síntesis, que coexiste con la variedad de tendencias absolutas y el total de sus relaciones funcionales, que forman el análisis de lo mismo. El sujeto es el compuesto sintético formado por el conjunto de sus componentes analíticos. Es el todo en movimiento de sus partes igualmente en movimiento.


© Autor: Alberto E. Fresina
Título: Las Leyes del Psiquismo
Editorial Fundar
Impreso en Mendoza, Argentina

I.S.B.N. 987-97020-9-3
Registrado el derecho de autor en la Dirección Nacional del Derecho de Autor en el año 1988, y en la Cámara Argentina del Libro en 1999, año de su publicación.
Características del ejemplar: Número de páginas: 426; medidas: 15 x 21 x 2,50 cm.; peso: 550 gs.


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