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TEORIA GENERAL DE PSICOLOGIA


LIBRO:
LAS LEYES DEL PSIQUISMO

Alberto E. Fresina


CAPITULO 10
-(páginas 207 a 230 del libro de 426)


Indice del capítulo:

FUNCIONAMIENTO DE LAS BIPULSIONES
1. Las bipulsiones y la contradicción fundamental del psiquismo
2. La esencia acumulada, en las bipulsiones, del funcionamiento de los impulsos
3. Flexibilidad funcional de la bipulsión del rendimiento personal
4. Las relaciones humanas y el funcionamiento del sistema de bipulsiones
5. La bipulsión ética y las relaciones humanas
6. Valores relativos o adquiridos
7. La fuente de los valores relativos


 


CAPITULO 10


FUNCIONAMIENTO DE LAS BIPULSIONES


Si ponemos en movimiento el sistema de bipulsiones, encontramos que la combinación e interacción funcional que experimentan tiene un dinamismo de la más alta complejidad. Lo asombroso de ese funcionamiento es que la ley general no cambia jamás su simple mecánica básica (afirmación del placer y negación del displacer). Pero la disposición o distribución del placer y el displacer es tan exacta, que la conducta intencional del conjunto de individuos de la tribu, a pesar de estar movida en lo esencial sólo por esa ley, da como producto un funcionamiento conjunto tan integrado y coherente, que termina en el orden superior de un “animal gigante” con las aptitudes más perfectas para sobrevivir y reproducirse.


1. Las bipulsiones y la contradicción fundamental del psiquismo

La lucha entre la ley general y las fuerzas contrarias está presente con todo su rigor en este nivel, permitiendo el movimiento de las bipulsiones. La bipulsión, entendida como la doble tendencia de la intencionalidad a evitar o suprimir el valor negativo y a afirmar el positivo, no tiene todas las facilidades para lograr esos propósitos. Las fuerzas contrarias tienen una gran presencia aquí. La prueba de su poder está dada en que el valor negativo se da en similares proporciones que el positivo, a pesar de los esfuerzos de la bipulsión. Para lograr el valor positivo y evitar el negativo, la bipulsión debe luchar constantemente contra las fuerzas contrarias. En cada momento está el riesgo de caer en el valor negativo, además de ser difícil lograr el positivo.

Las fuerzas contrarias, aquí, son todo aquello de la realidad objetiva que, por su influencia global, tiende a que se produzca el displacer del valor negativo y a impedir el placer del valor positivo. Si bien la complejidad de las diversas situaciones es algo que tiende frecuentemente a ello, lo que influye con más significación para asegurar el equilibrio y movimiento de los valores antagónicos es el propio mecanismo social que determina el tipo de conductas que corresponden a cada uno de los valores absolutos. Tal mecanismo consiste en que el promedio social de la calidad de las conductas es lo que determina que los actos que se destaquen en los extremos sean positivos o negativos.

Esto lo vimos al analizar la esencia del acto inteligente o estúpido. Una conducta es inteligente o estúpida según el parámetro del promedio social. Lo mismo ocurre con los otros valores. Si, por ejemplo, tomamos dos grupos de personas donde, según nuestro criterio, en uno son todos valientes y en el otro todos cobardes, veremos que en la convivencia interna de cada grupo habrá una equilibrada distribución de actos valientes y cobardes. Los cobardes tendrán su propio promedio en cuanto a nivel de arrojo, al igual que los valientes. Todas las conductas evaluables en términos de valentía-cobardía que se alejen del respectivo promedio serán cobardes o valientes. La distancia en relación al promedio es automáticamente determinante de lo positivo o negativo de los valores. Por eso, en cada grupo funcionará normalmente la bip. de la valentía, junto con la respectiva respuesta ética. Esto, a pesar de que la más cobarde de las conductas del grupo de valientes sería quizá un acto valiente en el otro grupo, y viceversa, la conducta valiente de un sujeto del grupo de cobardes sería probablemente una cobardía en relación al promedio social del grupo de valientes.

Lo que resulta, es que en el propio grupo social tiene lugar la dinámica de una contradicción interna con respecto al movimiento de los valores. Ello hace que la mayoría de las conductas se ubiquen alrededor de la neutralidad, mientras que una proporción necesaria y regular de las que se alejan del promedio corresponden al valor positivo o negativo. Inclusive, aunque todos hagan lo bueno y mejore el grupo en términos absolutos, en nada cambiará el mecanismo esencial, ya que se formará un nuevo promedio social, repitiéndose la situación. Cualquiera sea el nivel que alcance el promedio del grupo en bloque, siempre habrá una mitad de las conductas que serán mejores que la otra mitad. Eso es suficiente para que las peores sean malas en relación al promedio, y por lo tanto malas en definitiva, porque el promedio es el determinante de lo positivo y negativo.

Las fuerzas contrarias, como factores de la realidad que influyen a favor de la aparición del valor negativo y dificultando la aparición del positivo, existen en el interior del grupo. Consisten en el hecho de que siempre se renueva el promedio, que asegura la eterna existencia de lo peor y mejor en relación a él. Por lo tanto, está asegurada la presencia de los valores negativos, así como la dificultad de obtener el positivo. Toda vez que sea fácil para todos hacer lo bueno, avanzará el mecanismo, instaurando el nuevo promedio, y exigiendo un mayor esfuerzo (o habilidad, etc.) para lograr un acto positivo. Luego, cuando todos hacen el esfuerzo, y logran realizar con facilidad el acto positivo, avanza nuevamente el promedio, partiendo resumidamente en dos las conductas en existencia: las mejores y las peores, transformándolas en buenas y malas.

Este es el mecanismo fundamental del accionar de las fuerzas contrarias, que junto a la necesaria tendencia de la ley general, aseguran la continuidad de una equilibrada lucha que permite el siempre vigoroso movimiento de la conducta. Para que sea efectiva la tarea de las bipulsiones, y considerable la fuerza de su motivación, deben estar exigidas por las fuerzas contrarias, que amenacen constantemente con la aparición del valor negativo y que limiten u obstaculicen el logro del positivo. Debe ser difícil hacer bien las cosas y “fácil” hacerlas mal. Si por el contrario, fuera fácil hacerlas bien, logrando a cada momento el placer por ello, y muy raro tener displacer por algo negativo, la motivación y la conducta sufrirían un gran freno, siendo la tribu eliminada de la naturaleza.

Además de esas exigencias del mecanismo del promedio social, las fuerzas contrarias se valen también de otros elementos que aseguran la presencia de los valores negativos y dificultan la aparición de los positivos. Uno de ellos consiste en la utilización natural de la orientación que toman algunos impulsos, haciendo que la satisfacción eventual de éstos sea excluyente con respecto a los fines de determinadas bipulsiones. Así por ejemplo, el imp. de agresión puede movilizarse en una dirección en que su satisfacción es al mismo tiempo un acto de maldad, es decir significa la aparición del valor negativo de la bip. de la bondad. Otro caso en que se presenta una situación similar está dado cuando el imp. de aprobación motiva al sujeto a hacer notar públicamente un mérito propio, pero donde eso implicaría la aparición del valor negativo de la bip. de la humildad: pedantería, arrogancia. Así, se produce una lucha entre aquel interés específico del imp. de aprobación, que trata de llamar la atención hacia el presunto mérito personal, contra la bip. de la humildad que tiene un fin excluyente con respecto a ello. Otro ejemplo está dado cuando el imp. de comunicación empuja a relatar un extraño y misterioso suceso que nunca ocurrió, pero que sirve para “asombrar” a los receptores. Aquí la lucha es contra la bip. de la expresión de la verdad, que debe oponerse a aquel interés, para evitar la aparición de su valor negativo: mentir, faltar a la verdad. También es frecuente que los impulsos de descanso y de comodidad corporal se opongan a la bip. de la abnegación o a la del rendimiento personal, o sea, dichos impulsos quieren unilateralmente “abandonar todo” y lograr su satisfacción, poniendo fin al esfuerzo; pero aquellas bipulsiones deben luchar contra ese interés, para lograr sus respectivos valores positivos, y evitar los negativos: haraganería o falta de voluntad, mal rendimiento, que implicaría abandonarse al descanso y la comodidad. Por otro lado, la bip. de la valentía debe luchar naturalmente contra el imp. de conservación. La satisfacción de este último, al evitar un peligro por medio de la huida, significa, en ciertos casos, un acto de cobardía.

Estos enfrentamientos naturales pueden presentarse también entre las propias bipulsiones (o entre distintas aspiraciones de una misma bipulsión, ejemplo: entre dos deberes que aparecen excluyentes), pero se plantean más significativamente entre impulsos y bipulsiones. Tales luchas caen en el encuadre de lo que habíamos concebido como luchas funcionales o normales en el interior de la intencionalidad. La función que cumplen esas oposiciones naturales entre los motivos de la intencionalidad es la de estimular a las bipulsiones para que respondan en su tendencia a afirmar el valor positivo, que es lo útil a la sobrevivencia de la tribu.

Como decíamos, las bipulsiones tienen un considerable peso en la motivación y eficacia en su movimiento sólo cuando están exigidas por las fuerzas contrarias, que tienden a provocar el valor negativo y dificultan la obtención del positivo. Si no existiera ningún factor que amenace con la aparición del valor negativo y dificulte el logro del positivo, la bipulsión se paralizaría. Esto sería perjudicial, porque al ser útil a la vida el movimiento de las bipulsiones, orientadas desde el valor negativo hacia el positivo, se hace imprescindible la presencia de ciertos factores que “hostiguen” a la bipulsión, amenazándola con el valor negativo.

Esta es la función que tienen esas “desviaciones” de la orientación de algunos impulsos. Sirven para que la bipulsión responda hacia lo positivo. Se trata de entrecruzamientos internos de los fines de la intencionalidad, que contribuyen a la aparición de los valores negativos, y con ello al sostenido movimiento del sistema de bipulsiones.

Dado que las fuerzas contrarias, aquí, son todo aquello que influye a favor del valor negativo y en contra del positivo, esa disposición de exclusión natural entre las metas de la intencionalidad forma parte de las fuerzas contrarias en relación a la contradicción o lucha que experimentan algunas bipulsones. Pero en todos los casos la naturaleza “preparó” estas luchas para que “gane” la bipulsión, o al menos para que se imponga continuamente la conducta externa orientada hacia ello. Durante la lucha de la bipulsión, y en su victoria contra las fuerzas contrarias, es donde se produce su accionar productivo, es cuando ocurre aquello que define su utilidad para la sobrevivencia. Sin embargo, no podría tener lugar esa fase productiva si no estuviesen presentes los factores que tienden a provocar el valor negativo. Los impulsos de conservación y de alivio, por ejemplo, que en las bipulsiones tienen la función de negar (evitar y eliminar respectivamente) el dolor de los valores negativos, no se movilizarían empujando la conducta desde lo negativo hacia lo positivo si no existiera aquello como condición estimulante.

No solamente el acto concreto de la satisfacción de aquellos impulsos implica la aparición del valor negativo correspondiente, sino que muchas veces la sola “idea” agresiva, por ejemplo, significa ya la aparición del valor negativo: maldad, crueldad; o el solo temor, aunque no haya huida concreta, puede ser suficiente condición para la aparición del valor negativo: cobardía.

Por otra parte, la afirmación de que la naturaleza “preparó” estas luchas para que gane la bipulsión, no quiere dar a entender que deba presentarse sólo el valor positivo y nunca tener lugar el negativo, ya que ello implicaría un desequilibrio en la lucha, que frenaría el movimiento de las bipulsiones. Ese “triunfo” del valor positivo se refiere a la conducta concreta o práctica final. Pero a nivel subjetivo, o en el interior del individuo, es donde las fuerzas contrarias más influyen y equilibran la situación, haciendo aparecer frecuentemente la “idea” del valor negativo, o el deseo de la conducta correspondiente a él. Tal “idea” o deseo, así como en algunos casos el solo recuerdo de un acto negativo realizado en el pasado, suelen significar automáticamente la presencia del valor negativo, que genera el displacer moral respectivo. Ello sucede aunque no tenga lugar la conducta material o concreta que esa idea negativa sugiere. En otros términos, el equilibrio de la lucha, y el pasaje de uno a otro de los valores contrarios, se dan fundamentalmente a nivel interno, o en medio de la vida anímica del sujeto; pero en la conducta externa final (en estado normal) termina imponiéndose casi siempre el acto reafirmatorio del valor positivo. Sólo en ese sentido el triunfo es naturalmente para la bipulsión; en relación al producto final de la conducta material, y no en cuanto a la ausencia total del displacer moral del valor negativo, lo cual llevaría a un desequilibrio paralizador del movimiento de la lucha.

De lo que estamos analizando, se desprende la explicación de un raro fenómeno psicológico: la capacidad potencial de homosexualidad (y/o lesbianismo) en el sujeto humano. La “rareza” de este fenómeno está dada en que parece contradecir una de las leyes vistas más arriba, referida a que la naturaleza sólo permite la posibilidad de placer en aquello que sea útil a la sobrevivencia individual y grupal. Al ser la orientación homosexual algo claramente negativo a los fines de la reproducción y la sobrevivencia del organismo social, la selección natural tendría que haber impedido la posibilidad de esa inclinación del impulso sexual, permitiendo la sobrevivencia únicamente a aquellos en los que fuera imposible dicha orientación. Sin embargo no fue así, sino que sobrevivieron los que tenían esa potencial homosexualidad. Esto significa que, de alguna forma u otra, esa capacidad de homosexualidad fue útil a la sobrevivencia. Tal afirmación se basa en que todo lo que se halla universalmente presente en una especie existe por haber significado una ventaja para los organismos que lo poseían. Por lo tanto, al encontrarse universalmente en la especie humana esa capacidad potencial de orientación homosexual, quiere decir que, durante la evolución de la especie, los que contaban con eso tenían una ventaja respecto al resto. Así, gracias a dicha ventaja la selección natural les permitió la sobrevivencia, eliminando a quienes no contaban con ello. Veamos, pues, cuál es esa insólita ventaja.

La bip. de la reafirmación sexual, como recordaremos, es la que mueve hacia la realización de conductas o actitudes masculinas en el hombre y femeninas en la mujer. Pero dado que la bipulsión no puede funcionar si no se ve exigida por algún factor contrario que tienda a producir el valor negativo, obstaculizando la afirmación del positivo, aquella potencial homosexualidad tiene entonces la función de hostigar o amenazar a la bipulsión, para que ésta responda con cierto énfasis hacia la conducta sexual normal o heterosexual. Si el sujeto no tuviera ningún factor que lo hiciera dudar circunstancialmente sobre la propia identidad sexual, tampoco existiría el interés de reafirmar su sexo por medio de actos o actitudes reafirmatorios del valor positivo correspondiente.

Lo que se deduce de esto es que durante la evolución de la especie, tenían una mayor actividad sexual normal quienes se veían más motivados para ello con el agregado del interés moral de reafirmar el propio sexo; mientras que en las hipotéticas tribus donde los sujetos no contaban con aquella amenaza homosexual, que hiciera dudar eventualmente sobre la propia identidad sexual, había una menor frecuencia de actividad sexual normal, puesto que no existía el agregado del interés moral por actos reafirmatorios de la inclinación sexual respectiva. Por tanto, estos últimos tenían una menor reproducción en relación a aquéllos, y se extinguieron gradualmente. Aunque este factor signifique una minúscula y muy esporádica mayor frecuencia de actividad sexual normal, ello sería igualmente suficiente para que a lo largo de los miles de años se imponga la descendencia de los sujetos que posean tal mecanismo.

Este elemento tendría su máxima influencia como factor de las fuerzas contrarias durante el desarrollo de la orientación sexual del sujeto. Pero una vez definida la inclinación sexual hacia el valor positivo correspondiente, comenzaría a decaer el peso de dicho factor como parte de las fuerzas contrarias. De allí en adelante, el elemento fundamental del que éstas se valdrían pasaría a ser el mecanismo del promedio social. Así por ejemplo, una conducta que es masculina o neutra en términos “absolutos”, pasará quizá a ser femenina en un varón, por el hecho de considerarse menos masculina que otras conductas habituales en su medio social. O sea, el cuestionamiento básico pasaría a tratar sobre el ser “más hombre” o “menos hombre”, “muy femenina” o “poco femenina”, etc.; aunque esto ya más referido a los roles generales que la cultura establece a cada sexo.

El desarrollo normal de la orientación sexual dependería principalmente de tres condiciones naturales que lo favorecen: 1- funcionamiento pleno de los valores absolutos en el medio social que rodea al sujeto (en especial los relacionados a la identidad sexual). 2- identificaciones que favorezcan la inclinación normal respectiva. Esto es, la adecuada adopción de modelos a imitar, como orientadores de los ideales personales. 3- regular y normal actividad sexual desde la propia maduración biológica de la sexualidad. Estos elementos serían “materiales” naturales del desarrollo normal de la orientación sexual. La homosexualidad concreta, como fenómeno, respondería básicamente a la ausencia, parcial o total, de tales condiciones. Pero cuando las mismas están presentes, no habría motivos para que se produzca dicho fenómeno. En tal caso, el desarrollo de los valores y de los ideales personales se orientan en una dirección contraria a ello, lo que determina la voluntad de reafirmar el propio sexo, junto al rechazo estético, ético y moral hacia la posibilidad contraria. Por otro lado, al haberse vivenciado con frecuencia el goce más intenso en la relación sexual normal o heterosexual, no sólo el imp. sexual se orienta a allí como meta-fin regular, sino que el imp. de gozo consolida o fija también el deseo en el objeto heterosexual. De tal modo, aunque persista siempre la capacidad potencial de sentir placer por la conducta homosexual, la orientación dominante de los valores y de los ideales del sujeto, así como de los impulsos sexual y de gozo, hacen que sea despreciable o carente de atractivo aquella posibilidad.

Esta situación sería equivalente, por ejemplo, al caso del sadismo. Es decir, todo ser humano tiene la capacidad potencial de sentir placer por conductas del más horrendo sadismo. Pero según la orientación del desarrollo de los valores y motivaciones el sujeto, no surgirá el deseo o interés al respecto.

La analogía de la homosexualidad con el sadismo se refiere a los mecanismos psicológicos que pueden impedir o favorecer su desarrollo, y no es una igualación valorativa de uno y otro fenómeno. De todos modos, aunque no sean lo “mismo”, se trata en ambos casos de valores negativos, y contra eso no hay nada que hacer. Claro que puede objetarse que la desaprobación hacia el sadismo es justificada porque la crueldad perjudica materialmente a los demás, y en cambio el homosexual no hace mal a nadie. Pero si nos centramos en el efecto social de las conductas, tendremos que el individuo soberbio o arrogante, por ejemplo, tampoco hace mal a nadie, no perjudica materialmente a los demás; él sólo da muestras de su autosobrevaloración. Sin embargo, provoca un desagrado y desaprobación sociales espontáneos y naturales, por tratarse de un valor negativo absoluto como lo es la conducta femenina en el hombre o masculina en la mujer.

Lo que debe entenderse es la causa, el origen y la función natural de las respuestas desaprobatorias hacia esas actitudes. Si bien la influencia de cierta cultura puede acentuar o minimizar la importancia valorativa de algunas bipulsiones, no llegaría al punto de “sepultar” las reacciones espontáneas y naturales de agrado o desagrado por los valores absolutos respectivos.

Por otra parte, el interés moral de reafirmar el propio sexo, además de favorecer la posibilidad de encontrarse con más frecuencia en situaciones de actividad sexual heterosexual, útil a la reproducción, significa un refuerzo motivacional importante para la efectividad en los roles que cada cultura establece a los sujetos según el sexo. Ello es así, porque se da el fenómeno de una disposición psicológica natural por la que el buen desempeño en el rol que corresponde al sexo del sujeto tiende a concebirse como una reafirmación del sexo respectivo. Si bien la relatividad cultural puede hacer que los roles masculinos en un lugar sean femeninos en otro, a nivel de la estructura anímica tiene lugar esa adecuación de los valores, por la que se “aprovecha” naturalmente el interés moral de reafirmar el propio sexo, como refuerzo motivacional para la eficiencia en determinados roles y funciones. Esto es sin dudas algo favorable para el mejor funcionamiento global del organismo social, y por ende para su sobrevivencia.

Retomando el enfoque general sobre la esencia de estos fenómenos, tenemos que aquellos entrecruzamientos en el interior de la intencionalidad, donde las aspiraciones eventuales de algunos impulsos se oponen a los fines de las bipulsiones, contribuyen, junto al mecanismo del promedio social, a fomentar la aparición de los valores negativos, como condición necesaria para el movimiento de las bipulsiones.

Debemos tener en cuenta que esas luchas funcionales o naturales no tormentan al sujeto, ni significan un impedimento para la satisfacción de sus impulsos. Sólo sirven para contribuir al constante movimiento del sistema de bipulsiones, orientado hacia la afirmación de los valores positivos. La negación, a nivel de la conducta externa, de todos los valores negativos y la afirmación de los positivos, no son excluyentes con la satisfacción regular de todos los impulsos. Sólo se impide dicha satisfacción en determinadas circunstancias, para luego tener lugar y en forma total en otras condiciones. La naturaleza promovió esas luchas internas entre los motivos de la intencionalidad, pero “se aseguró” de que el triunfo generalizado de las bipulsiones no sea excluyente con respecto a la satisfacción regular de todos los impulsos, ni tampoco con la salud mental de los individuos. Como ambas condiciones son indispensables para el funcionamiento efectivo del organismo social, sólo sobrevivieron las tribus en que todo el sistema de tendencias necesarias de la motivación, a pesar de aquellas “enredaderas” internas, tenía la máxima armonía funcional en los sujetos.

Hay otro factor que también contribuye a fomentar la presencia de los valores negativos y a dificultar la obtención de los positivos. Estriba en la propia actividad de la bip. de la lucha moral, que al poner en juego los diversos valores en el ganar-perder, o mejor-peor., hace que el perdedor o “peor” obtenga automáticamente el valor negativo correspondiente. Las condiciones objetivas en que se mueve aquella bipulsión, donde las otras bipulsiones quedan sometidas a su mecánica: ganar-perder o mejor-peor, determinan que el perder o resultar peor signifiquen torpeza, estupidez, cobardía, según la naturaleza del desafío; mientras que el ganar o hacerlo mejor implica habilidad, inteligencia, valentía, etc. Si bien el perder en un juego de ingenio, por ejemplo, no quiere decir que el sujeto actuó necesariamente en forma estúpida, existe no obstante en nuestra estructura anímica, como ya vimos, una adaptación a los resultados, donde el perder provoca automáticamente el sentimiento de torpeza, estupidez, inutilidad, y el ganar es vivenciado como la aparición de los valores positivos en juego. Esta condición objetiva en la que funciona la bip. de la lucha moral de cada miembro del grupo asegura la equilibrada distribución de los valores contrarios. La sola posibilidad de perder o de resultar peor es un factor que forma parte de las fuerzas contrarias en relación a los fines de las bipulsiones.

Los valores de las bipulsiones se pueden dividir en dos grandes campos (aunque no estrictamente delimitados): 1- los que se vuelcan fundamentalmente a la actividad: habilidad-torpeza. inteligencia-estupidez, saber-ignorar, buen rendimiento - mal rendimiento, etc. 2- los que hacen más a la relación humana: bondad-maldad, justicia-injusticia, humildad-soberbia, lealtad-deslealtad, etc. Las fuerzas contrarias se valen de la natural mecánica de la bip. de la lucha moral principalmente en relación a los valores de la actividad; mientras que aquel factor de la oposición entre la eventual aspiración de un impulso con respecto a los fines de las bipulsiones se vuelca más marcadamente hacia los valores de la relación. Por su parte, el mecanismo del promedio social, como factor central que asegura el movimiento de los valores contrarios, abarca los dos tipos de valores. En otros términos, el elemento fundamental del que se valen las fuerzas contrarias, y que actúa por igual en ambos grupos de valores, es el mecanismo del promedio social de la calidad de los valores, que hace que las conductas que se destaquen en los extremos, o que se alejen del promedio, correspondan al valor negativo o positivo correspondiente. Luego, este mecanismo fundamental cuenta con el refuerzo de aquellos dos factores, donde cada uno acentúa su presencia en un respectivo sector de valores. Todo ello asegura el sostenido desarrollo de la lucha entre las bipulsiones y las fuerzas contrarias.

Hay que decir que todo lo tratado hasta aquí sobre la lucha y pasaje de los valores de un contrario a otro está referido al movimiento de las bipulsiones con motivaciones morales, que son las más numerosas. Con respecto a las bipulsiones no morales (estética, ética, espiritual, intelectual), aquí las fuerzas contrarias parecen valerse con más regularidad de las condiciones y circunstancias generales de la realidad ambiental, que tienden naturalmente y con cierta frecuencia a promover la aparición de los valores negativos y a impedir o dificultar el logro de los positivos.

De todas maneras, en estas bipulsiones también interviene el factor del promedio social como determinante de los valores. En el caso de la bip. espiritual, por ejemplo, un padre puede sentir displacer espiritual porque a su hijo no le va bien y percibe un salario de sólo 300 pesos. Mientras que ese mismo padre, en otra condición socio-económica más precaria, puede experimentar una alegría porque a su hijo le aumentaron el sueldo y pasará a cobrar 200 pesos.

Con respecto a las bipulsiones estética y ética, la presencia de los valores negativos está asegurada, por ejemplo, por el hecho de que las conductas ajenas negativas provocan el displacer correspondiente. Y como la sola condición de que el promedio social determina que siempre se presenten tales conductas ajenas malas o negativas (y por tanto desagradables y rechazables), queda por ello garantizada la presencia del displacer estético-ético, así como la respuesta externa orientada a corregir y/o mejorar tales conductas.

En cuanto a la bip. intelectual, la presencia del valor negativo está garantizada, además de otras circunstancias, por la propia dinámica del avance del conocimiento. La solución y el esclarecimiento de un determinado problema o interrogante, que se traducen al dominio cognoscitivo correspondiente (valor positivo de la bipulsión), es seguido por las dudas, los nuevos interrogantes, la confusión y el sentimiento de ignorancia que generan los nuevos contenidos y problemas surgidos a instancias de ese avance.


2. La esencia acumulada, en las bipulsiones, del funcionamiento de los impulsos

Las bipulsiones más complejas llevan la esencia de las más básicas. Estas a su vez contienen la esencia de los impulsos. Por consiguiente, las bipulsiones más complejas acumulan la presencia de los impulsos. Y como éstos tienen la esencia de los reflejos dirigidos, las más complejas de las bipulsiones son también una forma del funcionamiento de dichos reflejos.

Veamos de qué manera las bipulsiones siguen siendo la actividad de los impulsos. En principio, la evitación de todos los valores negativos significa una cuarentena de metas absolutas del imp. de conservación. Por su parte, el imp. de alivio es el que trata de salir del dolor cuando los valores negativos ya están presentes (o cuando no pudieron ser evitados por el imp. de conservación). Luego, los valores positivos, en su gran mayoría, son metas absolutas de los impulsos fraterno y de aprobación; siguiendo en importancia los impulsos de curiosidad, de comunicación, a los que se agrega el imp. de gozo que trata de afirmar el placer de los valores positivos, sumándose a esos impulsos.

En base a esto, encontramos que aquellas luchas funcionales entre impulsos y bipulsiones, básicamente son luchas entre los propios impulsos. Como las bipulsiones, en su esencia, no son más que impulsos organizados, en rigor todo ocurre entre los mismos impulsos. Se trata de oposiciones entre un impulso y otro, o bien entre dos metas del mismo impulso. Así por ejemplo, cuando el imp. de conservación responde con temor ante un peligro, y ese mismo temor y la huida del peligro implican un acto de cobardía, se presenta una lucha en el interior del imp. de conservación. Por un lado está el temor al peligro material o concreto, y por otro el temor de cometer un acto de cobardía. A ello se suma el interés del imp. de aprobación por afirmar el acto de valentía, que se logra al rehusarse a la huida. Entonces, la lucha se plantea entre una meta del imp. de conservación: evitar el peligro material, contra otra meta del mismo impulso: evitar la cobardía, más el imp. de aprobación que se suma a esto último: afirmar el acto valiente. Esta lucha se resuelve siempre según ley de la decisión (qué opción promete más placer y/o menos displacer). Si analizamos aquella lucha entre el imp. de aprobación, que quería llamar la atención hacia el propio mérito, contra la bip. de la humildad, encontraremos que la lucha está dada entre dos metas del mismo imp. de aprobación. Por un lado está el interés por la aprobación hacia el mérito que se quiere hacer notar. Y por otro, el interés excluyente del mismo impulso por la aprobación (y autoaprobación) hacia el acto de humildad. A este último interés se suma el del imp. de conservación, que trata de evitar la actitud de arrogancia o inmodestia.

Por más complejas que sean las bipulsiones, no dejan de ser impulsos organizados. Si analizamos, por ejemplo, los valores positivos de las bipulsiones derivadas de la moral global (habilidad, inteligencia, sinceridad, lealtad, heroísmo, abnegación, buen rendimiento, etc.), veremos que todos ellos cuentan con el sustento anímico y motivacional del imp. de aprobación. Entre esos valores, el buen rendimiento en la actividad, al ser un valor que reúne muchos otros valores positivos, es generalmente la meta más preciada de aquel impulso, y constituye siempre una gran oferta de satisfacción moral. La bip. del heroísmo también reúne un importante número de bipulsiones que tienen que ver con la aprobación, y por ello el honor de realizar un acto heroico es también de especial interés para el impulso.

Recordemos que esos valores positivos son también buscados en su integridad por el imp. fraterno y otros. Por eso, es múltiple la naturaleza de la motivación que persigue una misma meta.

Al decir que un hecho, valor o conducta, es buscado en su integridad por dos o más motivos, significa que cada motivo persigue unilateralmente el acto entero y no una parte o un “trozo” de él. Por ejemplo, al afirmar que el cumplimiento del deber es un bien moral y algo favorable al O.M.I.F., quiere decir que el acto de cumplir el deber es un bien moral en toda su “circunferencia”, el acto entero es un bien moral. Pero al mismo tiempo, ese acto es algo bueno para el O.M.I.F., también en toda su “circunferencia”. La relación es igual que si alguien es padre e hijo al mismo tiempo. El sujeto es padre en todo su contorno, todo ese ser humano es un padre. Pero a la vez, el mismo sujeto, y todo lo encerrado bajo la “circunferencia” de su cuerpo, es un hijo. Este es el sentido que debe entenderse cuando decimos, por ejemplo, que el deber tiene una doble esencia moral y espiritual. El cumplimiento del deber es en todo su volumen un bien moral; y a la vez, el acto entero es algo positivo o favorable para el O.M.I.F. En su calidad de bien moral, el deber es buscado por la bip. propiamente moral, y en su condición de bien espiritual, o de hecho favorable al O.M.I.F., es perseguido por la bip. espiritual. Pero al ser regular la combinación de esas bipulsiones, donde ambas procuran unilateralmente el mismo hecho en su integridad, se produce una suma y fusión naturales de ambas motivaciones, dando estructura a una nueva bipulsión: de la responsabilidad social.

En base a estas relaciones, podemos observar que el buen rendimiento en el trabajo común o el acto heroico, como valores positivos, aunque tengan el sustento del imp. de aprobación, son a la vez perseguidos en su integridad por el imp. fraterno. Ambos se satisfacen a través del mismo hecho.


3. Flexibilidad funcional de la bipulsión del rendimiento personal

En el organismo social primario, la actividad social fundamental es el trabajo productivo tendiente a lograr los medios de subsistencia. Hoy, las diversas profesiones o actividades a las que se dedican los individuos hacen que la bip. del rendimiento personal se una, fundiéndose con la bipulsión que cada actividad acentúa. Así, en el artista se superponen los valores de las bipulsiones artística y del rendimiento personal; el buen rendimiento está dado por la calidad estética de la obra. En el deportista, el buen o mal rendimiento quedan a cargo de la bip. de la lucha moral; el triunfo-derrota hablan por sí mismos de la calidad objetiva del rendimiento deportivo. En el científico y filósofo el buen rendimiento consiste en el valor positivo de la bip. racional. El humorista tiene buen rendimiento cuando es gracioso y hace reír a la gente. Lo mismo con respecto al juez; no porque haga reír al público, sino porque su buen desempeño coincide con la equidad y justicia de su obrar. El educador tiene como valor positivo en su bip. del rendimiento personal al valor positivo de la bip. de la enseñanza. El periodista tiene buen rendimiento según provea informaciones oportunas y verdaderas de lo que tiene importancia social. En el estudiante, su buen rendimiento coincide con el valor positivo de la bip. del saber.

Esa flexibilidad de la bip. del rendimiento personal sería una adaptación del psiquismo, tanto a las variadas actividades que complementan o reemplazan al trabajo, como a los diversos roles que pueden haber en la tribu. Siempre será positivo para la sobrevivencia que se desarrolle un interés generalizado por el buen rendimiento como valor en cualquier actividad que se realice.

La capacidad de la bip. del rendimiento personal, de movilizarse plenamente en otras actividades no laborales, tendría también la función de asegurar el saludable funcionamiento psíquico durante las épocas afortunadas de la tribu, cuando el trabajo es apenas necesario. O sea, al tratarse de una bipulsión integradora de un conjunto de otras tendencias componentes, sería positivo para la salud psicológica que en las jornadas en que el trabajo se encuentra ausente, dicha bipulsión se mantenga siempre movilizada, asegurando el normal funcionamiento de ese cúmulo de elementos motivacionales que contiene en su estructura, y que son funciones psicológicas esenciales.

Durante la actividad laboral de la tribu tiene lugar simultáneamente todo lo que hoy está dividido. El mismo trabajo es un arte, un juego, un deporte, una ciencia, una escuela. No obstante, la flexibilidad de la bip. del rendimiento personal es una premisa para que en el desarrollo social se puedan producir las diversas especializaciones con el funcionamiento pleno de dicha bipulsión; es decir, junto a cada elemento motivacional acentuado en la profesión particular, va sumando el peso pleno de la bip. del rendimiento personal, junto a toda su batería de valores. Esto permite que en el ámbito de cada tipo de actividad, los sujetos que se hallan inmersos compartan una alta valoración por el buen rendimiento en ella. Es como un mundo independiente con respecto al resto de campos de la actividad social. Dicho “mundo” está formado por el conjunto de quienes participan y comparten las valoraciones en relación a esa actividad. Por eso se reconoce y admira especialmente a individuos o grupos del mismo ámbito, a la vez que en ese campo es en el que se desea tener un buen rendimiento individual o grupal.


4. Las relaciones humanas y el funcionamiento del sistema de bipulsiones

Todo el sistema de bipulsiones y sus valores absolutos son, como dijimos, de necesario desarrollo. Sólo hace falta un medio social y cultural cualquiera, con los mínimos elementos que lo definen, para que aquello se desarrolle y funcione. Sin embargo, para que ese desarrollo sea pleno se hacen indispensables algunas “vitaminas” socio-culturales.

Un factor importante sería en principio la normal relación madre-hijo durante la primera infancia. Al ser una etapa de suma fragilidad para el desarrollo psicológico en general, toda alteración de la más primaria relación afectiva con la madre puede provocar secuelas capaces de ejercer una influencia perturbadora en cualquier esfera del desarrollo psíquico, incluyéndose el campo de los valores, o de la moralidad, espiritualidad.

Otra de las condiciones es el pleno y vigoroso funcionamiento de los valores absolutos en el medio social que rodea el desarrollo del sujeto. Esto, indudablemente, debía ocurrir en el medio social primitivo. Hoy, en cambio, suele haber una gran carencia al respecto, resultando pobre en muchos casos el desarrollo de las naturales funciones morales y espirituales del psiquismo humano.

Otro factor, y quizás el más importante, es la presencia de un ambiente nutrido de afecto, donde el sujeto es querido, estimado o valorado en su persona, y a la vez éste valora y estima a quienes lo rodean. Veamos el porqué de esta condición. En primer lugar, los elementos fundamentales que generan los valores son la aprobación-desaprobación. El sujeto tiene interés por hacer lo bueno cuando ello conduce al placer de la aprobación, y evita lo malo cuando lleva al displacer de la desaprobación. Pero una condición para que la aprobación-desaprobación sociales sean anímicamente significativas es que se debe valorar o apreciar a quienes aprueban o desaprueban. Sólo cuando tiene lugar dicha valoración es cuando la aprobación produce un natural placer y la desaprobación un correspondiente displacer. De lo contrario, tales respuestas sociales no tienen prácticamente significado anímico para el destinatario. Pero cuando están presentes aquellas condiciones valorativas-afectivas, es cuando las repetidas reacciones de placer-displacer morales, que se producen durante el desarrollo del sujeto, se van consolidando, haciéndose luego autónomas en su capacidad de surgir en forma de autoaprobación y autodesaprobación. El grado de autonomía de la autorregulación ética-moral marcaría un índice de normal desarrollo de los valores. Tal desarrollo estaría presente cuando la autorrespuesta ética tiene una similar importancia anímica que la respuesta externa.

Cuando existe ese clima de estima y valoración, no sólo es moralmente dolorosa la desaprobación de los valorados, sino que al sentirse aprecio hacia éstos, se trata de no disgustarlos, ya que al haber identificación fraternal, por cuanto son seres queridos, produce un displacer espiritual todo lo malo para ellos. Por lo tanto, hacer algo negativo producirá un doble displacer: moral-espiritual; mientras que hacer algo bueno, que es festejado y aprobado, producirá un doble placer: moral (aprobación) y espiritual (hecho beneficioso para el O.M.I.F.). Esto marcaría el comienzo del sentido del deber y del altruismo de la motivación.

El clima de afecto y la recíproca valoración e identificación fraternal (amor, cariño, estimación), así como el sostenido interés de cada uno por el bienestar común, serían imprescindibles para el normal desarrollo de las bipulsiones, por constituir los principales “combustibles” para el funcionamiento de los valores absolutos. Tanto la bip. propiamente moral como la espiritual, que entre ambas construyen una gran parte del sistema de bipulsiones, suponen ese clima de afecto, amor, estima, valoración e interés por el bien común. Todo ello, sin dudas, debía hallarse presente en el organismo social primario. Las propias condiciones naturales de vida de la tribu favorecían la fuerte identificación fraternal en el conjunto de sus miembros.

Para tener una idea de esas relaciones entre los miembros de la tribu, no hay que imaginar un determinado grupo de primitivos “desconocidos”, sino que debemos sentirnos uno de ellos. Para eso, tenemos que hacer el ejercicio de reunir en nuestra mente un grupo lo más numeroso posible de familiares, amigos y demás personas que escogemos según nuestra cercanía afectiva o agrado por ellos, y trasladarnos a un ambiente natural donde nos instalamos para vivir como una auténtica tribu. Ese es el clima afectivo que debemos imaginar. Es de suponer que en tales condiciones los valores de las bipulsiones comenzarían a “girar” en el ambiente con el sólo “empuje del viento”.

Si bien no puede dudarse sobre la importancia del clima fraternal para el normal desarrollo y funcionamiento de las bipulsiones, deberíamos ver de qué dependen las relaciones entre los hombres. En tal sentido, funcionan muy poco los mandatos tales como “amaos unos a los otros”. Aunque nadie duda sobre lo bienintencionada de esa propuesta, sabemos que la forma del funcionamiento psíquico tiende a responder mejor a las condiciones materiales y concretas de vida, que a los preceptos de ese tipo. Todo intento de mejorar las relaciones humanas, si pretende tener éxito, supone la transformación de dichas condiciones objetivas de vida. Si los intereses más básicos de las personas son excluyentes, de modo que cada una de las partes es un obstáculo para la otra, y donde cualquier beneficio para unos significa un perjuicio para otros, surgirán afectos correspondientes a la situación, es decir habrá una enemistad básica. Un ejemplo al respecto es lo que sucede en la sociedad dividida en clases con intereses económicos enfrentados. Aquí no es suficiente sugerir a los sujetos que se amen. Antes de eso es necesario transformar las relaciones de oposición y exclusión objetivas de los intereses, de modo de enderezarlos para que toda la sociedad tenga intereses económicos paralelos.*


* Como hoy no existe la tribu para la mayoría de los seres humanos, puede pensarse que la familia es su reemplazo actual, y que sólo a ésta debe limitarse la situación de ausencia de clases, paralelismo de los intereses materiales y relaciones de igualdad entre sus miembros. Pero la “tribu” en su significado anímico es algo más que eso. La tribu equivale más a la noción de comunidad o sociedad. Es por ello que en las sociedades actuales, quien tiene suficientemente desarrollada, por ejemplo, la responsabilidad social, no sólo siente el deber de cumplir con lo que es positivo para su familia, sino que también siente con fuerza el deber de servir a la comunidad, la sociedad, a determinado grupo de pertenencia, o bien a la humanidad toda.
. . Si bien en la vida de la tribu primitiva tienden a unificarse las nociones o sentimientos de familia y sociedad, tendría lugar también una relativa división en subgrupos de convivencia o de cercanía afectiva más íntima, que corresponderían a la vivencia más específica de familia. Al menos eso es lo que se ha encontrado en los distintos estudios de tribus contemporáneas, así como de la historia conocida. En todos los casos, las gens constituyen los subgrupos de la tribu, y son las distintas familias, determinadas por el parentesco generalmente por línea materna. Pero la existencia de tales subgrupos no altera el hecho de que la tribu funcione como un solo organismo social, donde todos sus miembros tienen igualdad de condiciones y un compromiso común. (Véase Morgan L. H. La sociedad primitiva. Colofón. México.- Engels F. El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Editorial Cartago, Argentina y Editorial Letras. México. 1985.)


La ausencia de intereses económicos enfrentados sería la primera condición para pensar en relaciones fraternales entre los hombres. La segunda estaría dada por la adecuada organización de las actividades sociales. Cuando se comparten interesantes actividades, surgen intereses comunes y se favorece la mutua valoración entre los participantes. La actividad es un importante factor en la determinación de la calidad de las relaciones humanas. Si no hay actividades comunes, tampoco habrán intereses comunes, ni temas de conversación, ni motivos para valorar suficientemente al otro.

Las condiciones naturales de la tribu llaman constantemente a realizar actividades comunes, las que generan intereses igualmente comunes, y éstos favorecen la fraternidad de las relaciones. El interés común o compartido no sólo se refiere a los fines grupales perseguidos (los cuales son de gran importancia para el buen funcionamiento de los valores), sino que la expresión: interés común, también se refiere, por ejemplo, a coincidir en el gusto por determinadas cosas, o a compartir una misma situación o condición. Las dos formas de interés común hacen estrechar las relaciones afectivas. Ambas situaciones están presentes en la vida de una tribu.

Al ser las actividades, generadoras de intereses comunes de ambos tipos, de ellas depende gran parte de la calidad de las relaciones humanas. El poder determinante de la actividad social, en relación a la valoración y cercanía afectiva de las personas, alcanza inclusive a desconocidos, por el solo hecho de compartir la misma actividad. Vimos ya cómo los diversos ámbitos de la actividad social, por sí mismos levantan un mundo propio de valoraciones. Por lo tanto, una vez logrado el bienestar y la seguridad materiales para todos los miembros de la sociedad, así como la igualdad social y el paralelismo de los intereses económicos, el paso siguiente para mejorar las relaciones humanas consistiría en la adecuada organización de las actividades sociales. Dichas actividades, entre las que se incluye fundamentalmente el trabajo, deben ser del máximo agrado y entusiasmo para quienes participan. Tal condición contribuye a la fraternidad de las relaciones, lo que a su vez favorece el funcionamiento normal del sistema de bipulsiones o valores absolutos.

Trataremos luego sobre la actividad social y su importante papel como “engranaje” natural para el saludable y normal desenvolvimiento de las diversas funciones psicológicas (cap. 11 y 16).


5. La bipulsión ética y las relaciones humanas

El disgusto o agrado causados por la conducta ajena movilizan la segunda fase de la bip. ética, consistente en la respuesta del imp. de agresión que rechaza, o del fraterno que aprueba; a los que se agrega el imp. de comunicación con su nec. de expresar al otro la disconformidad o conformidad por lo que hizo.

Las espontáneas respuestas de crítica o reconocimiento hacia los actos ajenos forman el mecanismo que orienta la modificación, adecuación y el mejoramiento de las conductas sociales de los individuos. Si se detiene el funcionamiento de la respuesta ética, dejará de funcionar uno de los principales elementos que hacen a la regulación de las conductas de la convivencia grupal. Eso llevará, por ejemplo, a que nadie sepa que sus acciones molestan a los otros. Cuando éstos no desaprueban al sujeto, seguirán acumulando disgustos a causa de él, ya que éste continuará con toda naturalidad con el mismo comportamiento. Lo que ocurre en tales casos es que se produce un bloqueo de la normal actividad de la bip. ética. El sujeto está desconforme con la conducta del otro, pero no se atreve a manifestarlo. El temor de ofenderlo se opone a la espontánea respuesta externa de los impulsos de comunicación y de agresión, que naturalmente dan forma a la expresión desaprobatoria o de rechazo hacia la conducta ajena. Al repetirse la situación muchas veces, se termina deteriorando la relación. En cambio, si desde un principio se le hubiera hecho notar la propia disconformidad, aquél habría modificado su conducta “hace tiempo”.

La incapacidad de desaprobar las conductas ajenas en el momento oportuno es perjudicial para ambos. El uno porque acumula disgustos y sentimientos negativos. El otro porque carece del normal parámetro indicador para regular y mejorar sus conductas. Pero cuando la bip. ética funciona normalmente, nunca hay malestar acumulado; todo lo que entra va saliendo con el mismo ritmo. Por el contrario, si lo que va ingresando no tiene salida, lo nuevo que entra se acumula, provocando el rebasamiento. No hay dudas de que es positivo el evitar hacer sentir mal a otro sujeto, pero el caso de la desaprobación es quizás la única excepción. Aquí lo bueno para él y para todos es manifestar la propia disconformidad. Aunque ello provoque un cierto displacer moral en aquél, no se deteriora la buena relación como se teme, sino que se la refuerza. De no ser así, en la tribu se habría presentado una situación de exclusión entre la respuesta ética y las buenas relaciones, lo cual no podía suceder al ser ambas cosas indispensables. Por esa razón, el psiquismo viene adaptado para que sea “bien tolerada” la desaprobación espontánea por determinada acción propia. En los casos en que “cae mal” el reproche, es cuando contiene elementos acumulados del pasado. Lo que ofende realmente es enterarse de que había una disconformidad anterior no manifestada en su momento. Naturalmente es preferible que se expresen los afectos oportunamente.

Además de este mecanismo, por el que espontáneamente se prefiere la manifestación directa de disconformidad hacia la propia conducta, a cambio de su ocultamiento, existe otro elemento por el cual la respuesta de enojo, etc., no perjudica sino que favorece las relaciones humanas. Consiste en el arrepentimiento mutuo o sentimiento bilateral de culpa que se produce comúnmente luego del hecho. Una vez que el sujeto se enojó con el otro, surge después de ello un estado anímico por el que se siente haber “estado mal” con él. Paralelamente, el otro sujeto siente que no debía haber hecho aquello que motivó el enojo. Esta situación es seguida por el mutuo pedido, implícito o explícito, de disculpa, por lo que todo vuelve a la normalidad, pero, y aquí está lo importante, habiéndose purificado la relación y garantizado la futura corrección y el mejoramiento de la conducta.


6. Valores relativos o adquiridos

Todo lo que hemos tratado hasta ahora sobre las bipulsiones corresponde al plano de las funciones esenciales, a lo necesario y común en toda cultura. Los valores relativos, en cambio, son las variables formas de manifestarse los valores absolutos.

En las bipulsiones, las relaciones dialécticas de esencia y fenómeno, contenido y forma, etc., se presentan de la misma manera que habíamos observado en los impulsos. Allí decíamos que el ingerir alimento, por ejemplo, era el objeto de satisfacción del impulso alimenticio, como lo esencial, necesario, constante, o el contenido común. Luego, las metas-medio y metas-fin eran lo manifiesto, casual, variable o la forma diferente. Los valores absolutos, o de necesario desarrollo, equivalen al objeto de satisfacción; se refieren a lo esencial, constante y común en todos. Y los valores relativos o adquiridos equivalen a las metas de los impulsos; son lo manifiesto, variable, o las diversas formas en que pueden presentarse los absolutos. Los valores relativos tratan sobre el gran colorido de los hechos concretos concebidos como lo que es bueno o malo, estúpido-inteligente, justo-injusto, etc., y que pueden variar de una cultura a otra, o entre sujetos de una misma cultura.

Las bipulsiones y sus valores absolutos constituyen el mecanismo vacío al que la cultura le “coloca” los valores relativos, completando la tarea. Tales valores relativos o adquiridos, por más variados que sean, jamás dejan de ser las formas particulares en que se manifiestan los absolutos. El valor absoluto, al ser la esencia general, existe en los hechos particulares concretos, que son los diversos valores relativos. Los valores absolutos o necesarios, y la doble tendencia a afirmar uno y negar el otro, constituyen sólo la mecánica básica de las bipulsiones. Pero la forma de funcionar ello, y los hechos concretos a los que se refiere cada valor, quedan en manos de la cultura, sus costumbres, tradiciones, y los distintos criterios que puedan funcionar en cada sociedad.

La afirmación de que el valor absoluto se manifiesta en los valores relativos, significa, también, que el valor absoluto, como contenido, se halla ocupando plenamente la integridad del hecho concreto o valor relativo. Así como el contenido común: comer o ingerir alimento, está presente en la plenitud del acto de comer una manzana, o en toda la conducta de ingerir un trozo de carne asada, el valor absoluto: cumplimiento del deber, por ejemplo, se encuentra cubriendo todo el “volumen” de la conducta en que se lleva a cabo una determinada misión, o en todo lo que hace al acto de entregar un dinero, etc. El contenido esencial no puede existir sin una forma concreta. Esas formas concretas son los valores relativos, son las nociones que expresan “en qué consiste” el valor absoluto, siendo esto lo variable.

Según habíamos visto, las bipulsiones y sus valores absolutos van estructurándose de lo más general a lo más particular, pero siempre en un plano de cierto grado de generalidad en relación a los hechos concretos; mientras que los valores relativos van siguiendo de cerca esa derivación o ramificación de los valores absolutos, pero ocupándose de los hechos concretos, y donde debe funcionar un criterio práctico y dinámico sobre qué cosas “exactamente” están bien o mal, o son ridículas - no ridículas, respetuosas-irrespetuosas, etc. En ésto es donde tiene lugar la variabilidad de los criterios, pudiendo diferir enormemente entre grupos o individuos.

Las viejas teorías morales, que procuraban definir en qué consistía el bien y en qué el mal, tendieron a desaparecer cuando se fue arribando a la certeza de su relatividad, a que estaba todo en el “aire”; que lo que para unos era bueno, podía ser, con el mismo derecho, malo para otros. En el caso de la inteligencia, por ejemplo, se repitió la situación. Así, se desarrolló una “carrera” de definiciones de inteligencia, que continúa hasta hoy en la psicología, y nunca se vio en su aspecto más esencial, es decir, como lo que es en definitiva: un valor positivo, contrario a la estupidez, al igual que el bien con respecto al mal. Por eso, ante la más sofisticada definición de lo que implica la inteligencia, cualquiera que la lea de reojo puede decir que no, que en realidad esa es la estupidez, que lo inteligente es no hacer nada de eso que dice la definición, y tendrá el mismo grado de razón-sinrazón que el autor de la trabajosa definición.

Por supuesto que habría, en todos los valores, lo que se podría considerar como una tendencia general, universal, a coincidir en ciertos criterios elementales sobre qué significa cada valor, o cuáles serían las conductas que implican uno u otro. Pero por más que haya gran consenso, será siempre algo arbitrario en último análisis, porque esa es la naturaleza de los valores relativos o adquiridos.

Esta relatividad es aplicable, inclusive, a la verdad como valor (aunque ya veremos que no del todo). La ciencia, por ejemplo, se mueve bajo un marco general, que es la concepción materialista y determinista del mundo, como sus características más importantes. Y dentro de ese marco hay ciertas reglas aceptadas por consenso, que son las que llevan a determinar que algo sea cierto o falso. Está claro que alguien, contrario a esa concepción general de la ciencia, puede rechazar todo lo que ésta diga, considerándolo falso. Por ello, la cuestión de la verdad-falsedad científicas es válida para quienes comparten esa concepción general, y que además participan de la reglamentación implícita que funciona dentro de aquel supuesto básico. Pero cuando alguien que aceptó previamente esas reglas, se ve “acorralado” por argumentos que le demuestran su equivocación, y recurre a aquella relatividad de la verdad, diciendo que cada uno tiene “su verdad”, etc., se trata ya de otra cosa. Es simplemente una actitud poco honorable de quien habiendo aceptado las reglas del juego, decide “patear el tablero” ante su inminente derrota.

Pero por otro lado, en el caso de la verdad-falsedad se da una situación particular, y es que en la determinación de qué es verdad y qué falsedad el criterio no es del todo arbitrario o subjetivo, sino que también se basa en lo real-irreal objetivos. Si bien a nivel de vivencia psicológica de los valores pueden haber dos personas con opiniones o creencias totalmente opuestas sobre los hechos de la realidad, y cada una sentir que lo suyo es la verdad, aquí surge un elemento nuevo: la realidad es una sola; y puede por lo tanto darse el caso de que una de las opiniones coincida con ella y la otra no. En tal caso, la que se ajusta a la realidad, aunque no sepamos cuál es, además de ser una verdad relativa, subjetiva, igual que la otra, será también absoluta u objetiva (aunque incompleta, por cuanto no podrá abarcar toda esa realidad). Y por lo general esa verdad objetiva se puede comprobar recurriendo a la práctica, a la evidencia de los hechos, a lo que demuestra la propia realidad. Los otros valores sólo dependen de elementos subjetivos, y en último análisis del placer-displacer que sostienen lo que se considera positivo o negativo. Si esto es opuesto entre los sujetos, jamás habrá un criterio o parámetro objetivo que determine quién tiene razón. Siempre dependerá de aquellos elementos psicológicos subjetivos. Lo que es bueno para uno, por ejemplo, puede ser malo para otro; y “afuera”, en la realidad objetiva, no hay nada bueno o malo en sí, ni algo que se le parezca, como sí ocurre con lo real-irreal objetivos, fundamentos de lo verdadero-falso.

El bien y el mal, lo bello y feo, junto a muchos otros valores, entre los que se incluye, en gran medida, aquello que se considera inteligente o estúpido, dependen, en último término, del placer-displacer que los sostienen. Estos pueden presentarse en forma inversa entre individuos, y todo seguirá en la discusión, porque no hay otro parámetro o punto de referencia. En cambio en el caso de la verdad-falsedad, la base de su determinación, además de ser el placer-displacer correspondientes, es también la realidad misma, la que, más allá de que se coincida o no con ella, es de una sola manera*. Por eso, la verdad-falsedad, en cuanto a la base de su determinación, tienen un “pie” afuera de la subjetividad y apoyado en la realidad objetiva. Esto no quiere decir que se pretenda algo por fuera del placer-displacer, sino que dichas reacciones anímicas se “ligan” a la verdad-falsedad respectivamente, valores que a su vez dependen de lo real-irreal como elementos objetivos, independientes de los intereses y afectos subjetivos.


* Si se supone que podría no ser de una sola manera, sino por ejemplo: múltiple, entonces sería de una sola manera: múltiple.


7. La fuente de los valores relativos

El mecanismo que hace que determinados hechos sean concebidos como buenos o malos en general, consiste básicamente en la aprobación-desaprobación sociales hacia los actos concretos. La aprobación-desaprobación hacia un niño, por determinados actos, harán que queden fijados tales hechos o actos concretos como lo bueno y lo malo respectivamente. Si en otro lugar los padres de otros niños aprueban y desaprueban las conductas inversas, los valores relativos fijados como lo bueno-malo en esos niños serán contrarios en relación a aquél.

Aunque las conductas se aprueben o desaprueben según se consideren buenas o malas, en origen son buenas o malas porque se aprueban o desaprueban. Es decir, lo determinante de los valores relativos es la dirección de la aprobación-desaprobación. Según la orientación que tengan en una cultura tales respuestas sociales, los hechos estarán bien o mal. Esto alcanza inclusive a los valores relativos del gusto estético, cognoscitivos y otros.

Los intereses de quienes mandan determinan casi todos los valores relativos, por el hecho de ser los que deciden la dirección en que se orientarán las respuestas de aprobación y desaprobación. Lo aprobable es lo que favorece a los intereses dominantes, y lo desaprobable lo perjudicial para ellos. En la tribu, lo que manda es el beneficio común; esto marca el interés dominante. Por tanto, las conductas se aprueban o desaprueban según correspondan o no a los intereses comunes. En el ejemplo del niño, los padres son los que mandan. Las conductas de aquél estarán bien o mal según su correspondencia con los intereses y el criterio de los padres. Ellos aprueban o desaprueban de acuerdo al agrado o desagrado causados por la conducta del niño. En la sociedad dividida en clases, los intereses de la clase que gobierna determinan lo bueno o malo de las conductas de individuos y grupos. Toda conducta, iniciativa, idea, opinión, que sea perjudicial para los intereses de la clase dominante, estará mal, mereciendo la condena y el rechazo; a la vez que será merecedor del reconocimiento y el apoyo todo lo que sea favorable a esos intereses.

El mecanismo por el cual la clase dominante establece la tendencia general de los valores relativos en toda la sociedad no consiste, obviamente, en la aprobación-desaprobación directas hacia cada individuo, sino que hay vías intermedias por las que ocurre el fenómeno. Desde el núcleo de la clase dominante se originan las respuestas de aprobación o desaprobación de determinados contenidos, según favorezcan o perjudiquen sus intereses. Esto se propaga como una reacción en cadena en todos los ámbitos de la sociedad, a través del gigantesco aparato ideológico dirigido por dicha clase (medios de información, educación, política, actividad cultural, etc.), determinando así la orientación general de los valores relativos (ideas, afectos, normas, modelos, principios, concepciones), los que terminan respondiendo a la conveniencia de aquellos intereses.

El fenómeno por el que los intereses dominantes marcan la tendencia general del tipo de valores relativos era algo útil en el organismo social primario. Como lo que allí mandaba era el interés material común, o del grupo en su conjunto, era imprescindible que los valores relativos fueran aquellos que favorecieran los intereses materiales de la tribu. Sólo ello podía asegurar la sobrevivencia grupal. Pero desde que aparece la sociedad dividida en clases, basada en la dominación y la explotación de una clase sobre otra, los intereses materiales de la clase dominante terminan imponiéndose por su mayor poder, propagando sus valores en todos los ámbitos de la sociedad. Esto hace que hasta muchos de los sometidos adopten esos valores como guía de sus ideas y conductas, a pesar de ser contrarios a sus propios intereses objetivos.


© Autor: Alberto E. Fresina
Título: Las Leyes del Psiquismo
Editorial Fundar
Impreso en Mendoza, Argentina

I.S.B.N. 987-97020-9-3
Registrado el derecho de autor en la Dirección Nacional del Derecho de Autor en el año 1988, y en la Cámara Argentina del Libro en 1999, año de su publicación.
Características del ejemplar: Número de páginas: 426; medidas: 15 x 21 x 2,50 cm.; peso: 550 gs.


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