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Juego de Pelota con bastón



























































































































El Juego del Volador


El más celebre de estos juegos, se da en la costa del Golfo de México en la zona conocida el Tajín, denominado juego del volador en el que 4 hombres ataviados como Guacamayas, ave dedicada al sol, descendían girando de un tronco alto y pesado desprovisto de follaje.

Aunque si bien no se tiene una fecha cierta, de cuando surgió su práctica, se sabe que al momento de la llegada de los españoles, los cronistas consideraron esta danza como un “juego”, porque originalmente el atuendo empleado consistía en trajes confeccionados con auténticas plumas de aves.

Aun cuando sus orígenes no están plenamente identificados, existe una leyenda que describe el posible motivo de la ceremonia: “Hace muchos años, una fuerte sequía en la zona del señoría de Totonacapan [que comprende los límites de los actuales estado de Veracruz y Puebla] causó estragos entre los pueblos de la región y diezmó gran parte sus habitantes. Un grupo de viejos sabios encomendó a unos jóvenes castos localizar y contar el árbol más alto, recio y recto del monte, para utilizarlos en un ritual complementado con música y danza, con el fin de solicitar a los dioses su benevolencia para que les concediera lluvias generosas que devolvieran su fertilidad a la tierra. Este culto debía realizarse en la parte superior del tronco, para que las oraciones expresadas con fervor fueran escuchadas en las alturas por sus protectores.”

LA CEREMONIA

La ceremonia de los voladores no inicia cuando éstos se arrojan al vacío, como se cree. El ritual empieza, con la selección del “Palo volador”, por parte del caporal; éste se adentra al monte en busca de un buen árbol; al localizarlo, danza en torno a él, inclinando el cuerpo en forma de reverencia y en armonía con un son conocido como “del perdón” y se señalaba hacia los cuatro puntos cardinales con bocanadas de aguardiente.

Antes de derribarlo, se limpia cuidadosamente el área de la posible caída a fin de evitar dañas a su estructura; enseguida se le quitaban las ramas y follaje. Una vez esto, se lleva al centro de la población. Y una vez ahí, se comienza a tejer a su alrededor una escalera de liana o soga que permita llegar a la punta. Justo antes de pararlo el, se realiza un ritual consistente en la “siembra”, de un gallo o siete pollitos vivos, los cuales se rocían con aguardiente, tabaco y tamales; que en conjunto sirven de ofrenda para que el poste no reclame la vida de los danzantes.

En el extremo superior se coloca el tecomate, aparato giratorio y principal punto apoyo y equilibrio de los danzantes; sujetos únicamente por los cables de lazo amarrado y enrollados a los trinquetes del mástil. Actualmente se ha generalizado al empleo de postes de acero con pequeños peldaños metálicos, conservándose únicamente de madera el bastidor y el tecomate.

La parte de la ceremonia, que todo distinguen, como tal, es prácticamente el final, en éste momento los danzantes de dirigen al mástil en una fila ordenada y con la cabeza inclinada en signo de humildad y respeto a los dioses; al frente del grupo marcha el caporal, quien entona una melodía con su tamborcillo y flautín. Al llegar al pie del “palo volador”, realizan una serie de giros en torno a él, alternando las vueltas en una dirección y otra.

Uno por uno, van subiendo por el mástil hasta llegar al bastidor; allí se colocan en cada extremo para equilibrar el peso. El último en subir es el caporal, quien al llegar a la cima se ubica de pie sobre el tecomate, y realiza una serie de saltos acompañados de un impresionante zapateado con el que pareciera querer clavar un poco más el poste. Posteriormente gira sobre su eje y señala los cuatro puntos cardinales, iniciando por el oriente para continuar con su trayectoria hacia el lado izquierdo; después se sienta sobre la base para realizar nuevamente los giros en la misma secuencia, pero ahora reposando su peso sobre la espalda sin dejar de tocar sus sencillos instrumentos musicales.

Una vez pasado esto, los voladores, ya amarrados con una soga a la cintura y con una coordinación perfecta, inician el descenso arrojándose de espaldas al vacío con la cabeza hacia abajo, extendiendo sus brazos como las alas de un ave en pleno vuelo, donde resaltan sus penachos multicolores. Conforme descienden los giros se hacen más amplios, tradicionalmente, los giros de los cuatro suman en total 52, correspondientes a los años del ciclo de fuego nuevo o calendario mesoamericano.

Al aproximarse al suelo, los voladores se incorporan para poder aterrizar con los pies: ya en el suelo los cuatro danzantes equilibran el bastidor al sujetar tensamente las cuerdas, para permitir que el caporal se deslice por uno de los extremos hasta tierra firme.

LOS VOLADORES

En cuanto a la vestimenta de los voladores; en la antigüedad consistían de disfraces elaborados con plumas de aves, gracias al mestizaje, está ha ido cambiando ante la influencia española. Hoy en día, el traje empleado en el rito es usado por los indígenas totonacas encima de sus tradicionales prendas de manta blanca.

Sobre su cabeza, se pone un paliacate, sobre el que se coloca un gorro cónico, en cuyo extremo tiene un penacho multicolor en forma de abanico, que tiene un doble simbolismo: el copete de un ave y los rayos solares que parten de un pequeño espejo redondo que representa al astro. De su espalda, se desprenden largos listones de colores, simulando el arcoiris que se forma después de la lluvia, y flores de diversos tonos, símbolos de la fertilidad de la tierra. También se puede apreciar, que de su hombro derecho en dirección diagonal, sobre pecho y espalda penden dos medios círculos de tela roja que representan las alas de los pájaras; encima de ellos se encuentran figuras de flores, plantas y aves de distintos colores y tamaños, bordadas con lentejuela, que aluden a la primavera; de la parte inferior penden unos flecos dorados que reproducen los rayos del Sol. Su pantalón, también de color rojo, lleva adornos de chaquira y espiguilla; en la parte inferior se aprecian los flecos dorados, rematados por los botines de piel con tacón alto. El empleo del color rojo es considerado como representativo de la sangre de los danzantes muertos y la calidez del astro rey.

LA MUSICA

En cuanto a la música, es el caporal quien se encarga de ejecutarla con un tamborcillo y un flautín. La sencillez de los instrumentos no constituye una limitación; al contrario, demuestra una gran creatividad y los conocimientos de armonía y acústica que posee el pueblo totonaca.

Esta práctica, se realiza aún en nuestros días durante festividades y religiosas y paganas de gran importancia; así mismo, nos encontramos con espectáculos públicos, hoy en día se puede ver casí a diario, en la explanada de la iglesia de Papantla; en el centro arqueológico del Tajín y en el Museo Nacional de Antropología en el D.F.


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