La Casa del Hada
Este nuevo Callejas que escribe en espa�ol es un escritor audaz, de garra y de profunda vocaci�n, cuya pasi�n por la escritura impregna cada palabra, cada cl�usula, cada apretada p�gina. Un escritor que sufre un nuevo "mal del siglo" y, como aquel de Muset franc�s del siglo XIX, abraza una bohemia tan real como literaria. Un autor cuya labor creadora revela una no menos intensa y cultivada amargura que la del poeta. Aqu� el vocablo "cultivada" puede leerse de dos maneras; porque este escritor cubano desterrado es hombre "de varia y voluptuosa lectura", como dijera Lezama Lima de s� mismo, y porque en sus relatos el sedimento amargo de la experiencia (y de lo imaginado) est� plasmado con la minucia amorosa de un jardinero que irriga puntualmente sus "flores del mal" .
El barroquismo de Callejas, muy de otro cu�o que el metaf�sico de Lezama, no desde�a el riesgo y se aproxima en ocasiones a lo visionario superrealista. En algunas de sus p�ginas -se�aladamente las que se concentran en un lejano momento de la Historia como El emperador- la acerada precisi�n que es capaz de lograr en otras (La mordedura del cristal) cede a una opulencia verbal no siempre eficaz. El conmovedor texto Una tarde de cine es a la vez una profesi�n de fe est�tica y un documento desnudo y revelador. Pero queda claro al lector atento que este escritor cubano no cree que la escritura pueda cambiar la vida, ni persigue vislumbres de un trasmundo de esperanza. Su agresiva subjetividad est� te�ida de una l�cida y acerba iron�a, que alcanza incluso las grandes obsesiones que pueblan sus textos: el erotismo, el alcohol, el cine. Callejas, lector fervoroso de autores "decadentes" como Barbey d'Aurevilly y Villiers de L'isle-Adam, es el notario imaginativo de un mundo que sus textos acotan y exploran como un reo las paredes de su celda.

Jes�s I. Callejas se supera cada vez m�s en su labor creadora, siempre fiel a una visi�n cr�tica, con frecuencia par�dica y desolada, de la existencia.  

             Manuel Santayana
"En la poes�a de Olga Gonz�lez del Pico predomina la preocupaci�n formal, puesto que en la perfecci�n y armon�a de la estrofa se enmarca su poema. Esto no le impide, sin embargo, el desplazamiento y la aventura de la expresi�n de sentimientos e ideas que, con trazos sugerentes, recogen los rel�mpagos de la intuici�n, que ella trata despu�s de enmarcar en l�neas l�gicas. No obstante, es la suya una poes�a esencialmente de la inteligencia que siempre trata de despejar y definir las interrogantes de la vida". Angel Cuadra

�Veo que sabe usted manejar las arduas consonantes del soneto. En fin le doy las gracias por
hab�rmelos enviado y me gustar�a elogiarle su acierto  en el dif�cil arte de juntar catorce  versos.�
Eugenio Florit
�Sus sonetos son impecables; salvo una cierta hip�rbole admirativa que cuadrar�a a un Aleixandre o a un Neruda, pero no a m�, y que atribuyo a su natural bondad y generosidad intelectual.� Lucas Lamadrid

�Olga Gonz�lez del Pico comenz� su quehacer po�tico dentro de los c�nones  clasicistas, sonetos, d�cimas, romances, a los que el depurado lenguaje, el dominio de la t�cnica, la profundidad del pensamiento y la creatividad de las im�genes otorgan reconocido grado de superioridad. Pero como su imaginaci�n no admite valladares, ha rebasado el clasicismo para acercarse a una poes�a m�s libre y acorde con las nuevas corrientes po�ticas�.
Herminia D. Ibaceta, Diario de las Am�ricas, 10/06/2002

"Se ve que es usted una mujer extraordinaria y de gran sensibilidad. Maneja el lenguaje como si fuera materia propia y la imaginaci�n es de una riqueza y variedad inmensa. Tiene que estar agradecida de Dios por tantos dones merecidos y sabiamente desarrollados. Guardar� como un manojo de siemprevivas esas otras poes�as tan hermosas, de elegante decir, plenas de gracia y fuerza."
Antonio J. Molina.

�Cualquiera que sea su orientaci�n futura, su obra de ahora posee suficiente calidad po�tica, fuerza emotiva suficiente, para situarla como figura destacada en la po�tica cubana actual.�
J. L. Hortsman Manrara, Pueblo, 12/20/55
Es de ese derrumbe y transformaci�n de valores e ideas de las que nos habla Vargas Vila �desde su b�dico agnosticismo- en ese Diario esot�rico y desconocido, a trav�s de la presente selecci�n de lo mejor del documento manuscrito y original cautivo a�n en La Habana, y en cuyas p�ginas sentiremos una honda emoci�n e inquietud ante el enorme misterio de su tr�gica existencia tan pre�ada, adem�s, de raros fen�menos mentales de naturaleza indudablemente esot�rica y parapsicol�gica.

Es de esa existencia solitaria e incomprendida de donde hubo de nacer con ira sagrada y met�fora tajante -nos dice Luis Alberto S�nchez- su ataque demoledor e insobornable contra la mediocridad, cobard�a e inautenticidad de su tiempo.
Y es que su rebeld�a atac� en su misma ra�z el fundamento greco-judaico en que ha descansado hasta hoy la llamada Civilizaci�n Occidental, ya en franca e irreversible agon�a. Una agon�a que es la expresi�n final de esa fatiga existencial y colectiva, que como desenlace nihilista del romanticismo y voluntarismo europeo, hoy actualiza con caracter impostergable, el viejo apotegma hind�-socr�tico de conocernos a nosotros mismos como norma primera del saber y fundamento insoslayable para una relaci�n m�s genuina y pac�fica entre los hombres.

Por ello Vargas Vila fue el testigo insomne de su aciaga �poca, no s�lo en Colombia, su patria lejana y convulsa, sino de toda una era de decadencia de la cultura y el arte mundial. Es as� que Vargas Vila se constituy� en un heredero, en gran medida de esa angustia post-rom�ntica, que Federico Nietzsche, el genial pensador alem�n, hab�a sintetizado en el terrible y anonadante anuncio de que Dios ha muerto entre los hombres que as� se entregan desesperadamente al intento in�til e ilusorio de suplantar con su ego hipertrofiado el enorme y tr�gico vac�o dejado por ese Dios ausente y que fuera la autoproyecci�n milenaria de la propia ignorancia humana.
                                                      
   Ra�l Salazar Pazos
Los fantasmas en el espejo constituye el segundo volumen de cuentos publicados por la escritora colombiana Luz E. Mac�as, creadora de Los pasos: cuentos del cielo y el infierno. 

Lo inmediato que convoca antenci�n t�m�tica sobre el trabajo de la autora es la aparente sordidez en que sumerje a la mayor�a de sus personajes, y digo aparente porque el lector no alerta a la sutileza expresiva de su narrativa pierde el alcance de una  rigurosa indagaci�n en el comportamiento ps�quico de aqu�llos.
...
Recuerdos se nutre, de muy personal modo, de lo macabro, en espiral que recuerda los cuentos de Edgar Allan Poe, en tanto, Los espejos, tejido con amenazante elegancia; y, especialmente, Fantas�as, nos remiten, con mordaz enfoque, a las paranoicas y alucinantes narraciones malditas del maestro del terror H. P. Lovecraft.
Me llaman Mar�a establece nuevamente el juego de ilusiones, de apariencias y desdoblamiento delirante, mientras que La casa azul y Anatema (una vez m�s el serpenteo ir�nico se evidencia) utilizan ingredientes del "realismo m�gico" -Juan Rulfo y Gabriel Garc�a M�rquez, respectivamente-
sin que tal alusi�n sea peyorativa, pues Mac�as aporta voz propia a una codificaci�n literaria que es s�lo plet�rica de falaces artilugios esquem�ticos para escritores carentes de su intuitiva seguridad.
                                                                      Jes�s I. Callejas

Escribo poes�a porque la curiosidad de los insectos todos se retuerce bajo una telara�a muda, porque las barbas de Dios son en realidad jard�n de colgantes espinas, porque mi cabeza es un �nfora que segrega vino desde afuera. Oh, cautela m�a, borracha prodigiosa, peligro contiguo es el temor. Escribo poes�a porque no soy �poeta�, porque los implementos de mi vocaci�n son la inutilidad y la abulia. Escribo poes�a cuando un har�n se transforma en pensamiento y la culpa es ya mir�ada -�dije mirada?- de gesto encanecido. Escribo poes�a porque algo hay que hacer, a pesar de mi af�n hermoso por no hacer algo o creer que nada se hace, es decir, por simular hacer lo que hecho est�. Escribo poes�a cuando el amanecer difumina sus latidos grit�ndome que he vivido sin rencores. Escribo poes�a aunque los dem�s, varios muchos, prefieran que no escriba, porque lo hacen mejor ... o peor que yo. Escribo poes�a porque ignorante autodidacta
soy y, sin embargo, me he ganado la amistad del viejo libro para despecho de los ritualistas. S�. La sarna exprime su gir�n dorado y el movimiento es incesante. Escribo poes�a porque cargo m�s honestidad en un rel�mpago de sentimiento que esa horda de �intelectuales� que trepan al arte sobre el vapuleado cuerpo del talento. Escribo poes�a porque a�n cometo faltas gramaticales y ortogr�ficas que me saben a ambros�a pues me aman sin temor a los sofismas masacrados en la ducha. Escribo poes�a porque s�lo la vida me pasar� la cuenta, no el microbio que el pr�jimo en su mano hueca me propicia, el microbio que flota en el rencor de un coraz�n hip�crita y en el vidrio perfumado de la palabra infame. Escribo poes�a aunque no me lean. Escribo poes�a.
Mar�a Angeles M�ndez no ser� "la �nica mujer del mediod�a", que se desviste para entrar en las palabras con la total disposici�n de arder entre sus s�labas. Pero puedo afirmar, asumiendo todo riesgo a equivocarme como un placer, que s� es una de las pocas voces femeninas (aut�nticamente femenina) en el concierto o desconcierto de la poes�a  actual, due�a de un lenguaje tropol�gico casi virgen, intuitivo y sorprendente.

Haciendo un breve an�lisis de este libro, vemos que en "Cielo de mercurio:; (primera parte); el lirismo rueda hacia una tierna intimidad con el lector, acentuando su crecimiento po�tico en el ser, la soledad, el amor y las p�rdidas primeras. La imagen golpea poderosa cuando dice: "los muros del patio se estrellan contra la noche"; quedando desgarrada la inocencia pero no muerta. La diversidad y riqueza de esta poetisa permite que despu�s de un poema como "Retorno a la inocencia 2", se abra "El port�n" en su segundo libro con otro poema cuya construcci�n y desborde denota la obra de una mujer en toda su trascendencia; viajando hasta densas regiones del inconsciente. Eros y la muerte contin�an su danza ascendente en "Soliloquio del tiempo", siendo palpable el tema metafisico - filos�fico con un poder cognoscitivo y cinest�sico que fusiona hacia los planos divinos, cuando nos lleva hasta "El alter ego frente al espejo", en una lograda perfecci�n de los tropos realza su tono en los �ltimos poemas. Nos traslada hasta los "elementales  de la naturaleza", nutrida de ternura, desgarramiento y magia cerrando en un c�rculo su reino interno donde resurge con todo su esplendor la ni�a viviente.
Agradezcamos pues esta voz, esta r�faga que salvando la altura y la distancia, nos da la sensaci�n como en Delmira Agustini, de un toque del m�s all�. Apasionada en todo, Mar�a �ngeles, a�n en contra de su voluntad estar� marcada para siempre por la poes�a.

                                            Magnol�a  Garc�a
La palabra de Patricia Maiorana le devuelve a la poes�a sus elementos esenciales: profundidad y armon�a. Leda contempor�nea, oficia con la certidumbre de quien posee el don divino de nombrar, de signar, de marcar. En su voz po�tica se conjugan los opuestos: el nacimiento y la muerte, la paz y la guerra, el agua y el fuego, el blanco y el negro, el deseo y el hast�o. Sus espacios, vecindarios y residencias, son el universo y al asomarnos a ellos, corremos el riesgo de sucumbir embriagados ante la perfecta simetr�a de sus versos o precipitarnos, sin retorno, en el abismo de su fr�a y terrible lucidez.

                                  Freda Mosquera
                                  Escritora
'Memorias amorosas de un afligido': Mucha aflicci�n, poco amor

MANUEL C. DIAZ

Especial/El Nuevo Herald

Hay algunos escritores en Miami que despu�s de publicar un libro desaparecen por un tiempo. No se les ve. No asisten a los eventos literarios. Ni a�n a los que ofrecen refrigerios. Es como si se volvieran invisibles. A veces uno piensa que han muerto. Entonces, un buen d�a, aparecen con un nuevo libro bajo el brazo. ''Es que estuve escribiendo'', se excusan. No deber�an pedir disculpas. Hacen bien en encerrarse a escribir en sus espacios �ntimos. Porque es la �nica manera de poder hacer literatura..
Es lo que debe haber estado haciendo Jes�s I. Callejas, porque acaba de terminar una novela de cuatrocientas p�ginas titulada, Memorias amorosas de un afligido. Debo confesar que me acerqu� a esta novela con cautela. Y es que hace unos a�os, al rese�ar un libro de cuentos escrito por �l, titulado Los dos mil r�os de la cerveza y otras historias, le reproch� la utilizaci�n de una prosa demasiado barroca en algunos de los relatos. Cre�a que ese lenguaje no ten�a cabida en un cuento corto. Todav�a lo sigo creyendo. Y aunque los otros cuentos me parecieron magn�ficos, en mi memoria s�lo permaneci� el recuerdo de aquel lenguaje profuso que de alguna manera me recordaba al de Cela o Saramago, por la vastedad del vocabulario, pero m�s enfebrecido.

Memorias amorosas de un afligido, para mi sorpresa, result� ser una magn�fica novela. Si es que puede llam�rsele as� a esta sucesi�n de incre�bles vivencias. Que son no s�lo amorosas, sino tambi�n tr�gicas. Todo el decursar de una vida contada desde el vaci� existencial de un hombre sin religi�n, sibar�tico, alcoh�lico y desajustado.

Una novela sin trama en la que los cap�tulos son puentes transitorios que le dan continuidad a la existencia del narrador. Una novela en la que no hay sorpresas argumentales y que sin embargo, tiene la garra de un page turner. No puedo explicarlo; pero una vez que se comienza a leer no se puede parar. Quiz�s sea su fluidez narrativa; o la morbosa curiosidad que despiertan las desventuras que le ocurren al personaje. Tal vez sea la extra�a fascinaci�n que provoca una escena de sexo salpicada de referencias cinematogr�ficas. O literarias. Porque este es un libro escrito con una erudici�n enciclop�dica. Y es que Callejas no ha cambiado; sigue escribiendo con la misma gongorina intensidad. Su prosa sigue siendo un torrente de palabras tan frescas, que parecen reci�n inventadas.

Pero esta vez el libro lo admite. No s�lo por su extensi�n, sino por el tema. Y por el tono. Que se me antoja angustioso como el de Camus. O por su estilo, que recuerda el de Vargas Vila en sus mejores momentos. Hizo bien Callejas en situar estas memorias en la ficticia ciudad de Arataxia, en lugar de La Habana. No me imagino esta historia en el tr�pico. Mientras m�s le�a, m�s me parec�a que todo ocurr�a en Bogot�. O en Lima. La casa de la malvada que lo cr�a no puede ser luminosa como las de El Vedado, sino oscura y fr�a como las de Miraflores. Los bares donde el personaje se emborracha no pueden ser alegres como los de La Habana, sino l�gubres como los del Cuzco. Ni sus mujeres escapan del oscuro destino de este hombre. Todas son almas atormentadas. Algunas por la demencia; otras por la lujuria.

Jes�s I. Callejas demor� en escribir este libro. Pero lo escribi� bien. Sobre todo, lo escribi� a su manera. Sin tomar en cuenta lo que est� de moda. Ignorando todas las reglas de las grandes editoriales. Como para que no se lo publicasen. Pero lo public�. Y ahora que lo hizo, volver� a perderse. Se encerrar� por un tiempo en su espacio creativo, para reaparecer otra vez, con un nuevo libro bajo el brazo y decir: ``Es que estuve escribiendo''.
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