La Casa del Hada
Canci�n al ausente

  
Por  Mar�a Angeles M�ndez


Toca el invierno con sus flecos
y es amargo el bostezo, cuando en el corredor
silente una boina tiembla.

El invierno,
es una manera triste de pensar en los abrazos
de creer en aquellos dulces amigos,
que pintaron su coraz�n sobre la corteza.
Y juntos dibujamos monta�as, �guilas enormes y cartas.
Pero ninguno de ellos puso a arder su le�a
ni grab� sonidos en los p�talos,
donde escribieron la palabra adi�s.




Retorno a la inocencia 2

  
                         Para Adriana Herrera, quien a�n
                          pone su adolescente  coraz�n en estos versos.


Eramos locos descalzos
y alguna vez nos pintamos la cara.
El roc�o saltaba en chispas de luz sobre los monigotes.
Nos qued�bamos quietos, hasta apagarse la estrella del polo
y ver cruzar lobos que antes fueron �rboles.
Fue entonces la man�a de domesticar bibijaguas
eran piconas, alegres, t� ordenabas ...
Luego corr�amos; aquella manada eran saurios
y yo sobre Dino, una princesa inca.

(Dino siempre con su aire dulz�n y su cielo de mercurio).

De alguna latitud ven�a el eco,
de alg�n sitio ruinoso, humanoide
y despertaba el polvo en los guijarros.
Era un reloj llamando para dormir.

"No hagas caso -dec�as-,
la noche es buena para tibiar el coraz�n.
Con tus ojos voy a colgar dos soles
para que ni el pueblo duerma,
para que la vecina no se esconda tras la puerta ..."

Yo era entonces una princesa inca,
t� alguna vez fuiste m�sico.
Siempre hab�a una cuerda desde las nubes,
un sonoro espejismo.

Eros, por qu� se nos fue aquel payaso
de neblinosos trastumbes, aquella gota fiel.

Todav�a las bibijaguas recuerdan la historia,
de nosotros cazadores sobre la hierba
h�bridos,
            heterog�neos,
                                  solos cazados,
                                                        t� sobre m�.



Carta a un pa�s que duele


Y siempre los mismos all�, 
donde no puedo voltear mi espalda contra el horizonte.
Los mismos, depositando un grano en las  esquinas
con los ojos vueltos hacia un pu�o que nunca se abre.
Nunca rompen su desolada forma de mirar al mar,
ni penetran uvas en las ropas del amigo.

Los mismos, se han quedado en el sitio
en que los unicornios se arrastran bajo las nubes
y no hay l�cidos inventos
ni hombres adormilados junto al fuego.
Es que no pueden contra el aullido sobre la nuca
y se prestan d�biles fantasmas.
Gritan con ganas de masticar el mundo
y s�lo tejen mantas de flores grises.

Pero el tiempo cuelga las mangas en la puerta
en la estatura se deslizan los segundos.           
Tarde cruza un dolor invernal degollado por la lluvia.

Cu�nto duele su luna de cart�n y los zapatos    rotos,
el gesto al abandono, el sudor triste y duro caer
resbaladizo, entre hoyos olvidados por los asnos.
PORTADA
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