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Ya se puede decir: Zapatero es un inepto

Liquidado con meses de anticipación a las elecciones, el PSOE paga hoy las consecuencias por haber llevado al poder a un político que no estaba preparado para el momento histórico que requería España. Pero por otro lado, los indignados exigen muchas cosas que llevaron al país a su situación actual. Paradoja mayúscula

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JUNIO, 2011. Por fin, los jóvenes españoles se están dando cuenta de algo que se veía claro, desde hace años, para el resto del mundo: José Rodríguez Zapatero no era la persona idónea para el momento histórico que enfrentó ese país tras los atentados del 11 de marzo del 2003. Se trata, qué duda, de un mandatario coyuntural al que beneficiaron políticamente aquellos ataques y, segundo, la torpe repuesta que dio el entonces jefe de gobierno José María Aznar a la emergencia. Zapatero pudo canalizar ese descontento prácticamente sin pronunciar un solo discurso, y de repente resultó electo cuando apenas unos días antes las encuestas lo ubicaban nueve puntos atrás de su contrincante; hasta los más entusiastas miembros del PSOE se habían resignado a la derrota.

Ocho años después, y cuando el desempleo alcanza ya un alarmante 18 por ciento (casi empatado con Grecia, otro miembro de la Comunidad, que tiene un 19 por ciento), los jóvenes españoles comienzan a comprender el costo de votar con las entrañas y no con la cabeza fría. Fue ese sector poblacional el que dio un triunfo holgado a Zapatero en el 2003: se acuerdo con la página libertaddigital.com, "quien marcó el giro preferencial al PSOE tras los atentados fue la juventud, mucha de la cual votaba por primera vez (..) en realidad las tendencias en lo general no habían variado mucho; los jóvenes fueron quienes marcaron la enorme diferencia", tan grande que Zapatero ganó el con 42 por ciento y Aznar quedó con un 35 por ciento.

No es de extrañar, entonces, que el PSOE y Zapatero mantuvieran un "romance" con los jóvenes los primeros años. Pero eso fue entonces y ahora el repudio de ese sector hacia el mandatario es cada vez mayor. Y la razón es muy sencilla, el Estado español se ha metido en una vorágine de mayor gasto público y ha aumentado los impuestos, entre ellos uno del uso de Internet, primer paso que enfureció a los jóvenes. La percepción general es que el país ha es estancado, que los sindicatos oficiales han sido los grandes beneficiados con Zapatero y la burocracia, que ha crecido un 14.5 por ciento el último sexenio, es la consentida de se gobierno (en momentos, y quizá no sea coincidencia, pareciéramos estar hablando de México).

Y al igual que lo hizo en su momento el fallecido ex presidente argentino Néstor Kirchner, el gobierno de Zapatero aplacó la inquietud juvenil con un discurso antinorteamericano poco sutil. El odio a los yanquis en ese estrato creció tanto tras los atentados que miles de ellos salieron a las calles a aplaudir a Zapatero una vez que éste anunció que unilateralmente abandonaba la coalición con Washington y Londres que había enviado tropas a Irak. En los años que siguieron el turismo de jóvenes hispanos a Norteamérica se desplomó en un altísimo 22 por ciento, según Libertad Digital. 

El mismo Zapatero asumió actitudes un tanto infantiles como cuando se quedó sentado durante una ceremonia en la que pasó frente a él la bandera de Estados Unidos--el rey Juan Carlos, que estaba a su lado, sí se levantó y puso cara de sorpresa ante la actitud grosera del jefe de gobierno--, del mismo modo los legisladores del PSOE han enviado iniciativas que buscan reducir la presencia de la cultura norteamericana en los medios y volver a los felices tiempos en que TVE era la única autorizada a emitir contenidos en radio y televisión, sobra decir que sin éxito. Pero las intentonas están ahí.

Lo innegable es que el sentimiento antiyanqui entre los jóvenes posterior a los atentados fue felizmente alimentado por Zapatero.

Pero como señala el ensayista cubano avecindado en Madrid Carlos Alberto Montaner, el súbito retiro de las tropas hispanas en Irak fue "una clara señal para el terrorismo de cuánto podían influir en las altas esferas de un gobierno. ¿No me parece lo que hacen ustedes? Entonces pongo una bomba en un sitio público y termino por hacerlos cambiar de opinión". Cuando un atentado similar ocurrió en Londres, el ex primer ministro Tony Blair actuó mucho más inteligentemente que Zapatero y no cedió a las presiones de los terroristas.

Pero al final se impuso la veleidosidad del voto juvenil: esos mismos que adoraban a Zapatero cuando ordenó retirarse de Irak son los mismos que hoy protestan y lo repudian en La Puerta del Sol. Este punto fue el inicio de la catastrófica derrota que el PSOE sufrió en todo el país, incluso Barcelona y la capital Madrid, que por muchos años habían sido sus bastiones. El jefe de gobierno José Luis Rodríguez Zapatero tuvo que tragarse la humillación pese a su enorme ego aunque reacio a adelantar los comicios, lo que es una de las exigencias de los "indignados", el movimiento que tomó las principales plazas en las ciudades españolas y al que inevitablemente se ha comparado con la "primavera democrática" en la región del Magreb.

Y como forma de atemperar el desastre que se avecina el próximo marzo cuando se realicen elecciones para escoger nuevo jefe de gobierno, el PSOE tiene prácticamente amarrada la postulación de Alfredo Pérez Rubalcaba, un tecnócrata cuyas aspiraciones fueron bloqueadas por el equipo de Rodríguez Zapatero en el 2003, quien esta vez y por razones previsibles, anunció que no se postulará nuevamente.

Hasta aquí podría decirse que el desenlace del romance entre Zapatero y los jóvenes españoles terminó en profundo odio, resultado de las políticas erradas de alguien que jamás debió haber tomado cargo alguno: incluso el diario madrileño El País, que lo apoyó incondicionalmente casi todo su gobierno, empieza a lanzar críticas, si bien aún tibias, a quien ha sido sin duda el mandatario más inepto desde el regreso de la democracia a España.

Esta, sin embargo, el otro lado: ¿qué es lo que realmente quieren los jóvenes que conforman la oleada de "indignados"?

El regreso del Partido Popular no es una de sus prioridades. Si bien esta organización derrotó con holgura al PSOE en los comicios de hace unas semanas, lo consiguió gracias a esa parte del electorado que vota por uno o por otro de acuerdo a los vientos económicos. El repunte no se dio entre los jóvenes, la mayoría de los cuales se abstuvo de votar o anuló su boleta (Como muestra y pese a la prohibición gubernamental, estos grupos se mantuvieron apostados en las plazas todo el domingo sin acudir a las urnas).

Estos grupos parecen tener muy en claro sus peticiones, entre ellas una política de mayor gasto público que estimule el empleo. Estos grupos culpan a Zapatero de haber reducido las partidas presupuestales a la educación pública, algo cierto pero debido a la quiebra de sus finanzas estatales, pero fueron recortes que no alcanzaron a la burocracia, que hasta hoy sigue tan rampante en las oficinas públicas españolas. En otras palabras y ante la emergencia financiera, Zapatero cortó el presupuesto en un sector que no considera esencial para hacerse de votos y lo hizo en otro que, luego que de llevarlo al poder en el 2003, le ha importado muy poco, o nada.

Otra exigencia de los "indignados" es la "nacionalización" de los bancos, propuesta copiada de Islandia, país que también sufrió una fuerte crisis económica el 2009. Como si los bancos fueran los culpables directos de la debacle y no a que su respuesta obedece el comportamiento financiero del país donde operan. Se trata, pues, de una contradicción en términos: si la crisis se debe a la creciente intervención del Estado en la economía española ¿cómo exigir entonces que crezca el aparato gubernamental para superar la emergencia? También exigen la desaparición de la monarquía, algo riesgoso si se asume que ésta es uno de los pocos elementos que dan identidad a un país cada vez más dividido a causa de sus regionalismos.

El peligro actual es que el movimiento, hasta hoy pacífico, comience a ser infiltrado por grupos radicales, ya sean los globalifóbicos, separatistas y quienes piden el derrocamiento de un gobierno constitucional, experiencia que en el pasado llevó a España a una sangrienta guerra civil, algo que seguramente muchos jóvenes desconocen o sólo están al tanto por la historia idealizada que al respecto se ha hecho en cine y televisión.

Por el momento el panorama sigue siendo tranquilo, y se espera que continúe así. Pero al final del camino, los votantes españoles, en especial los menores de 30 años, tendrán tiempo para razonar más por quien desean dar su confianza. Votar con las entrañas está lejos de ser un buen consejo.

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