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Y DEMÁS/Testimonios

Y ahora, la opinión de un inmigrante legal

¿Es verdad que los mexicanos ya establecidos de aquel lado apoyan en su totalidad la oleada de inmigrantes ilegales que han atizado las peroratas de Donald Trump? En opinión de nuestro entrevistado, lo dicho por Jorge Ramos, y otros periodistas, difícilmente refleja una postura que está lejos de ser unánime

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SEPTIEMBRE, 2015. Una idea que han defendido entre otros el periodista Jorge Ramos de Univisión, es que existe un respaldo unánime a la inmigración ilegal entre los hispanos que ya radican en Estados Unidos. Curiosamente, ni Ramos ni las grandes cadenas ni periódicos tanto en inglés como en español han consultado directamente a esos ciudadanos legalmente establecidos e integrados ya totalmente en la sociedad norteamericana aunque no hayan perdido sus raíces. Por esa razón Raymundo "Ray" Ortiz, de profesión dentista, un mexicoamericano que lo mismo apoya a los Giants de San Francisco que a sus adoradas Chivas Rayadas ("las de Guadalajara, el Chivas USA siempre me pareció un chiste") nos envía su punto de vista como un latino común avecindado en Estados Unidos.

Este es el texto enviado por Ortiz, con leves correcciones en ortografía y estilo:

Lo recuerdo como si hubiera sido hace unas horas. Era abril de 1974 cuando al regresar de la primaria en Colima me dieron la noticia: tan pronto terminara el año escolar mis padres, mi hermana menor y yo nos iríamos a vivir "al otro lado", a alguna parte de California. La idea me asustó. ¿Qué tendría yo que hacer en otro país, donde se hablaba un idioma que yo no entendía y con costumbres que desconocía? Desde que nací en 1969 escuchaba el estar orgulloso de ser mexicano, de aprender a entonar el Himno Nacional --incluso en ocasiones a base de golpes; en ese tiempo aún abundaban los maestros abusivos-- ¿y de repente iba a vivir en otro país que me provocaba pánico?

Años después supe porqué mi padre, don Luciano, decidió irse a vivir "a Gringolandia", como le decía él: Era el dueño de una pequeña cadena de dulcerías que comenzaba a prosperar. Desde mediados del 73 unos señores de traje, patillas y anteojos --recuerdo que cuando llegué a verlos me parecían muy similares al señor Barriga-- habían ido a visitar a mi padre a su tienda. La razón, luego me enteré, era que aquellos señores eran de Hacienda y habían encontrado "irregularidades" en las cuentas de mi papá, quien siempre aseguró que llevaba "todo el regla". Pero aquellos tipos de apariencia fofa, aumentaron el hostigamiento, la extorsión del "moche" para ver "cómo nos arreglamos". Mi padre comenzaba a sufrir hipertensión, más aún cuando esos burócratas estaban preparando una orden de aprehensión en su contra por "evasión fiscal", según le dijo un amigo suyo que trabajaba en la procuraduría.

Sin anunciar a nadie más que a mi mamá y a unos parientes, mi padre optó por emigrar, y advirtió a su compadre "cuando termine este sexenio (el de Luis Echeverría), el país se va a ir a la chingada, por eso mejor me voy". Tenía toda la razón. La dulcería cerró al poco tiempo y dejó desempleadas a más de 40 personas. Gracias a la bendita corrupción.

Nos ubicamos en Stockton, más o menos dos horas de la capital Sacramento. Fueron años muy difíciles y muy duros. En la escuela se burlaban de nosotros por no hablar inglés, no solo los gringos sino nuestros mismos paisanos; una de las primeras palabras que aprendí del inglés fue greaser, grasoso o mugroso, una manera despectiva de dirigirse a los mexicanos. Mi padre trabajó el triple de como lo habría hecho en México y logró sacarnos adelante: hacia 1980 se compró una casa que en México sería considerada de lujo.

Mi hermana estudió arquitectura y yo opté por ortodoncia. En 1986 me casé con Bertha, una muchacha mexico-americana y formamos una familia. Éramos apenas un grano entre los miles de inmigrantes llegados a Estados Unidos en busca de una vida mejor (mi padre murió en 1999; el fisco jamás volvió a acosarlo), y puedo asegurar que la mayoría, sus abuelos, padres y descendientes, somos gente de bien. Con todo y las vejaciones sufridas los primeros años, similares a las que los mexicanos damos a los centroamericanos que cruzan el país rumbo al American Dream, le estoy muy agradecido a mi país adoptivo. Mientras mis amigos en México hablan de crisis, inseguridad, corrupción y recientemente de devaluaciones, aquí el respeto al estado de derecho es mucho mayor.

Sin embargo las cosas han empezado a cambiar desde mediados de la década anterior. Siempre supimos del paisano que llegaba aquí y con una serie de transas engañaba a las autoridades y lograba que le dieron un cheque de welfare por tiempo indefinido. Pero los que venían acá en busca de vivir del gobierno eran minoría. Desde entonces, la tendencia se está revirtiendo. Me apena decir que muchos mexicanos como yo llegan aquí no en busca de salir adelante con el trabajo propio sino viendo al Estado de Bienestar como una teta de la cual estar chupando indefinidamente.

Si hoy viviera mi papá concluiría en que aquellos tipos de vientre abultado que lo extorsionaban en 1973 hoy están tocando las puertas de Norteamérica, disfrazados esta vez de inmigrantes en busca del sueño americano.

La prensa en español de este país piensa que los inmigrantes estamos unánimemente a favor de la inmigración ilegal. Esto es falso. Muchos de nosotros sentimos como una patada en el estómago la amnistía anunciada por Barack Obama hace casi un año pero no lo decimos abiertamente dada la mordaza políticamente correcta que nos castiga por decir lo que realmente pensamos. Esto en un país que hasta hace poco se ufanaba de su plena libertad de expresión.

Estamos dispuestos a echar la mano a nuestros paisanos que vienen aquí legalmente, algunos huyendo del México inseguro, otros huyendo del México cuyo gobierno promueve la mediocridad de sus habitantes. Yo estoy totalmente en contra de quienes llegan a este país en forma ilegal, sean compatriotas o no lo sean.

Nosotros venimos aquí legalmente. Mi padre sufrió lo indecible en ese trámite pero nunca se arrepintió de haberse venido a California. Cuando me convertí en ciudadano americano en 1983 se me abrían muchas ventajas pero también muchas responsabilidades, entre ellas pagar mis impuestos, participar obligatoriamente cada año como parte de un jurado, y respetar todas las leyes de mi nuevo país.

Creo que a los mexicanos no les haría gracia que de repente llegaran cientos de miles de inmigrantes ilegales de Centroamérica y que el gobierno mexicano, con el fin de mantenerlos, obligara a sus gobernados a pagar más impuestos. ¿Porqué estar financiando a gente que no existe en las estadísticas y que no paga un centavo de impuestos?, pensarían. Pues bien, a eso se nos obliga a los habitantes de California. 

Aquí en Stockton, hace un par de años el hospital público más grande de la ciudad fue invadido de mujeres inmigrantes ilegales en estado de gravidez. Al dar a luz a un hijo en Estados Unidos, el bebé adquiere la ciudadanía norteamericana, lo cual complica una posible deportación de los padres. Ninguno de esos inmigrantes pagó por el servicio de parto, el cual fue cubierto por el ayuntamiento de Stockton. Nueve meses después, vaya ironías, la ciudad se declaró en bancarrota. ¿Y a quién creen ustedes que se está pasando la factura de esa quiebra financiera? 

Los últimos cinco años he pagado miles de dólares en impuestos de los cuales yo no he recibido un beneficio directo. Esta es una de las ciudades con mayores tasas impositivas del país, lo cual ha llevado al cierre de cientos de negocios. ¡Y aun así hay quienes quieren imponer el salario mínimo de 15 dólares la hora! Si eso pasa, tendré que despedir a mis empleados de mi pequeña clínica odontológica.

La inmigración ilegal nos ha hecho mucho daño. No dudo que entre ellos haya gente de bien pero es innegable que abundan los vivales y los que quieren vivir del gobierno sin hacer nada.

Por eso muchos de nosotros lo decimos, en voz bajita, que Donald Trump tiene algo de razón, y quiero enfatizar lo de "algo". Los inmigrantes ya no son lo que eran hace unos décadas atrás. Ni mi padre ni nosotros fuimos nunca una carga fiscal a este país, y de hecho me habría dado vergüenza que un "güero" hubiera tenido que pagar los gastos de parto cuando mi esposa dio a luz a nuestros dos hijos. El Obamacare, por cierto, va a empeorar la situación.

¿Saben ustedes en México lo que significa el Obamacare? ¡Exactamente lo mismo que el desastroso Seguro Social allá! Contribuyentes cautivos que pagan por un servicio pésimo, pero que al ser gratuito ¡qué más da!, aunque sea una odisea el conseguir los medicamentos, el soportar malos tratos de empleados y doctores, de tener que dar a luz a las afueras del hospital porque la mujer nunca recibió atención.

El servicio médico es caro en Estados Unidos porque es de primera calidad, pero con el Obamacare se creará una competencia desleal con lo cual cerrarán cientos de hospitales y aseguradoras privadas. En este país usted todavía puede demandar por negligencia médica a un doctor. Traten de hacer lo mismo en México con el Seguro Social y verán como les va. Pero si el Obamacare se aplica en su totalidad pronto nos encontraremos aquí en una situación similar.

Donald Trump no me simpatiza pero en algo le doy la razón: hay que hacer algo para que este país no pierda su esencia y continúe siendo un ejemplo mundial de superación. Es verdad que lo fundaron los inmigrantes, pero eran inmigrantes ansiosos de trabajar por un futuro, no para pasar el presente viviendo de la chichi gubernamental a costa de los demás.


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3 opiniones

pedro_soprano escribe 25.09.15

Cuando la economía de un país anda mal los primeros en salir bailando con la culpa son los inmigrantes, los "fuereños" que nos "quitan nuestros empleos" y demás babosadas como las que anda difundiendo Donald Trump. La mayoría de los mexicanos que cruzan la frontera ilegalmente lo hacen ante la imposibilidad y los tramites que resulta hacerlo legalmente así que los gringos también tienen su parte de culpa.

paco_meraz escribe 18.09.15

Tiene razón el Doctor "Joe" Ortiz: si yo soy un ciudadano legalmente establecido en Estados Unidos ¿por qué tengo que pagar con más impuestos la estancia de pránganas que llegan a ese país y lo primero que hacen es encargar un bebé para dificultar su deportación? Es como si a los mexicanos nos diera gusto pagar los servicios médicos y otros subsidios a los inmigrantes ilegales que llegan de centroamérica.

andres_malestra escribe 14.09.15

Espero que con la actitud mamila de Donald Trump los mexicanos experimentemos en carne propía lo que sienten los que llegan de Honduras, El Salvador y Guatemala y que sufren aquí humillaciones iguales o peores que en Estados Unidos

 

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