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Soylent Green, cuando el pesimismo nos alcance

A las cintas de desastre de los setenta se agregó el elemento ecologista donde los culpables del desastre eran el progreso y los grandes corporativos, acusación que, como se ve, no es nueva, con el capitalismo como principal responsable. Nada nuevo, pues, debajo del sol  de las izquierdas

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JUNIO, 2015. Con frecuencia el tema de una película rebasa a la pantalla y es motivo de debates y mesas redondas. Ese fue el caso de Soylent Green (Cuando el destino nos alcance), estrenada en 1973 y que quizá sea una de las películas más catastrofistas de todos los tiempos. ¿Era ese realmente el futuro que aguardaba a la humanidad? ¿Realmente todos terminaríamos consumiendo comida sintética hecha con cadáveres para poder sobrevivir?

Soylent Green puso en primer plano un panorama donde el hombre es el culpable directo, y único, de un desastre ambiental, décadas antes de An Inconvenient Truth y otros documentales proecologistas. Asimismo, Soylent Green está fuertemente influenciada por Rachel Carson, autora de Silent Spring (Primavera Silenciosa ¿y sí se fija el lector qué parecido es el título de la película?) y una de las principales activistas para que fuera eliminado el uso del DDT en los campos de cultivo. El futuro que veía la ya fallecida Carson esta claramente reflejado en la película. Otra fuente que surte de argumento a Soylent Green son las teorías de sobrepoblación de Malthus, muy populares a inicios de los años setenta en el mundo occidental.

Quien vea esta película rápido detecta que la catástrofe tiene un claro destinatario. Al igual que los textos de Carson, son el capitalismo y el desarrollo industrial que éste trae consigo. Los principales, si no es que los únicos responsables de que un planeta entero se haya convertido en una porquería, no solo ambiental sino política, con gobiernos protofascistas que, a juicio de Carson y otros colegas suyos, son cómplices de manita sudada del gran capital y los monstruos corporativos (no revelamos nada nuevo al mencionar que el villano de Soylent Green es un empresario).

Soylent Green culpa también de la catástrofe al progreso humano: los animales de la tierra se extinguieron por un virus que los astronautas trajeron en una de sus misiones.

Charlton Heston, quien ya desde Ben Hur ostentaba el rango de leyenda que acrecentó con la clásica El Planeta de los Simios de 1968, encarna a Thorn, un detective parte de una generación que tiene vagos recuerdos sobre un pasado diferente, incluso idílico, en contraste con la pesadilla que viven en el futuro del siglo XXI. La contaminación le ha dado al aire un desagradable color verde azufre, las plantas ya no existen, los mares y los lagos acumulan litros de veneno. Un minúsculo bistec de carne alcanza precios estratósféricos de 80 dólares y la renta de un departamento modesto sale en 10 mil dólares.

El desempleo y las hambrunas son enormes lo cual desemboca en mítines y choques con la autoridad. Para paliar el hambre se distribuyen unas galletitas por las que la gente es capaz de matar para conseguirlas.

Las escuelas y las universidades fueron cerradas y cunde el analfabetismo. El único amigo que tiene Thorn es Sol Roth (Edward G. Robinson), un viejo profesor que atesora unos libros que, comparados con el presente, parecen obras de ciencia ficción o producto de una mente descabellada, ya sean los animales, un cielo claro, agua cristalina y montañas con sus cimas cubiertas de nieve. "Este fue nuestro mundo", advierte Roth, a quien le tocó vivirlo cuando era niño.

Y al igual que Winston Smith, el personaje central de 1984, Thorn poco a poco irá percibiendo que vive en un engaño y decide encontrar la verdad. Cansado de vivir, Roth acude a un centro donde se le somete a un "suicidio asistido" y de paso servir como carnada para que Thorn descubra la verdad. A estas alturas para nadie es un secreto que esas galletita para paliar el hambre son hechas con esos cadáveres.

Soylent Green era, por tanto, la historia en torno al futuro del ser humano, curiosamente, una historia producto de una especie culpable de haber buscado más en su existencia lo que trajo como resultado una debacle social. A principios de los setenta imperaron las películas de desastre y Soylent Green le puso un agregado: la hecatombe producida por el capitalismo.

Una de las escenas más recordadas ocurre al final cuando Roth ve en una pantalla enorme las imágenes de la naturaleza con sus bosques, sus animales, sus océanos prístinos y sus rebaños, todo esto mientras al hombre --en un hecho simbólico pero significativo-- se le administra una dosis letal de gas venenoso en venganza por su comportamiento antiecológico.

Sin embargo, los negrísimos presagios de Soylent Green no se han cumplido hasta hoy. La sobrepoblación, mucho más abajo que la estimada, aún no nos obliga a comer alimentos sintéticos hechos de cadáveres, los niveles de contaminación en las grandes ciudades se ha mitigado -por lo menos en las aquéllas donde impera la economía de mercado, como podría corroborarlo cualquier ecologista honesto-- el aire sigue siendo respirable y Nueva York, que en la película tenía casi 40 millones de habitantes, cuenta hoy con mucho menos de la mitad.

Pero independientemente de que esas profecías no se han cumplido --o en relación a su título en español "el destino no nos ha alcanzado"-- lo que debe plantearse es el mensaje central de Soylent Green: el culpable y el principal destructor de la ecología es el capitalismo. Y la acusación sigue tan vigente como en 1973, y para muestra tenemos un nuevo libro de Naomi "No Logo" Klein, donde nos sale con tan idéntico argumento.

 

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