fasenlínea.com

Análisis, comentario Y Demás

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Otros textos de Y Demás

Soylent Green, cuando el pesimismo nos alcance

Bee Gees, cumbre de talento

Rolling Stones, los años noventa

La vida le ha sido buena a Joe Walsh

Porqué nos gusta tanto La Novicia Rebelde

Perdón, pero Mijail Gorbachov fue una parte, no el todo

Archivo

 

Y DEMÁS/Ensayo

El demonio Donald Trump y nuestros prístinos nacionalistas

Por ver amenazada la herencia caucásica de su país desde su muy personal punto, el magnate ha sido vapuleado con los peores epítetos por parte de quienes al mismo tiempo discriminan a la población indígena y a los inmigrantes centroamericanos pero, eso sí, son muy nacionalistas y por tanto se les aplaude

Versión impresión

JUNIO, 2015. "Nuestra integridad, nuestra herencia, siempre amenazada por el extranjero, ése que llega de fuera, el que nos ha robado, y saqueado, metiéndose subrepticiamente en nuestro territorio. Ante su agresión, nuestra unidad es la que echará fuera al indeseable".

¿Donald Trump en uno de sus más recientes exabruptos? No, exactamente: se trata de una frase escrita por el mexicano Antonio Caso, promotor cultural y fundador del ya cerrado Museo de las Intervenciones en la ciudad de México. No ha sido el único de nuestros Trumps locales. Cuando en los cincuenta se registró una epidemia de gripe en varias ciudades del norte de México, Manuel Esperón, autor de varias canciones populares, entre ellas "Allá en el Rancho Grande", culpó al "aire del norte que cruza la frontera", y en tiempos lopezportillistas, un secretario de apellido Merino Rábago culpó de la sequía a Estados Unidos al estar desviando los huracanes.

Sin embargo ninguno de ellos (incluso Merino Rábago, un incompetente que dejaría a los miembros del gabinete actual como meros aprendices) ha recibido ni el cero por ciento de las críticas por "intolerante" hacia Donald Trump y, en cambio, los consideramos nacionalistas ejemplares, muestra absoluta de los valores de la mexicanidad.

Todos tenemos un tío, un compadre o un amigo ultranacionalista, ése que se horroriza al escuchar una canción en inglés en la radio, exige que solo se transmitan corridos y canciones acompañadas de mariachi, que achaca a las franquicias de comida rápida la gordura de la niñez mexicana (quizá las garnachas y las cocadas eran proteína pura) que culpa a todo, menos de su desempeño, cada vez que pierden los futbolistas mexicanos, que llama "gachupines" despectivamente a los españoles y que exige comer mole en vez del "extranjerizante" pavo para la cena de Navidad.

Quizá los tachamos de ser un tanto excéntricos pero al final los toleramos y los consideramos mexicanos de pura cepa, enemigos de lo extranjero (aunque más bien, específicamente, enemigos del gringo y, un poquito menos, de lo español; rara vez lo oímos quejarse de Francia o de Canadá, por ejemplo).

Pues bien, amigos lectores, Donald Trump es la versión, cubierta de barras y estrellas, de ese ultranacionalista que ve amenazada su existencia por la constante influencia extranjera. Y su posición es igual de exagerada y un tanto histérica, de nuestros ultranacionalistas tricolores. Las conclusiones de ambos xenófobos no difieren en nada, tan solo el lado de la frontera desde son proferidas.

La diferencia es que a los xenófobos de aquel lado les llamamos "intolerantes","obcecados","racistas" e "ignorantes" y aquí los celebramos. Pero por igual son posiciones prejuiciadas.

Permítaseme una anécdota reciente. Una persona a quien estimo ofreció hace unos días darme un aventón. El tema del camino era el asunto Donald Trump, a quien mi amigo no bajó de "pendejo", adjetivo que difícilmente le quedaría a Mr. Trump, quien acumuló una fortuna fenomenal de joven, la perdió por malas inversiones y logró reacumularla en más del triple. Tras una catarata de adjetivos contra el rubio multimillonario, nos detuvimos en un rojo y un tipo pobremente vestido pedía limosna en una de la esquinas. Al acercarse a la ventana del auto de mi amigo a pedir dinero con acento centroamericano, mi amigo le espetó un seco "no tengo". 

Al arrancar, mi amigo --y espero siga siéndolo después de publicar esto-- comentó "¡pinches hondureños mugrosos, pónganse a jalar!" 

¿En realidad solamente hay racistas Donald Trumps de la frontera norte para arriba?

Decía Jean Francois Revel que uno de los males más ominosos de la especie humana es el nacionalismo, no el que nos da un sentido de pertenencia y de orgullo sino el de pensar que al ser más nacionalistas, somos superiores a los demás países. "El nacionalismo, el echar bullas a los visitantes y celebrarle todo a los locales está bien en los deportes, aunque ahí también se ha llegado a excesos", escribió Revel. "Cuando éste se lleva al terreno de nuestra vida diaria, los resultados suelen ser tan torpes como trágicos y prejuiciados".

Indiscutiblemente, los Estados Unidos atraviesan por un cambio en su etnicidad que transformará al país las próximas décadas; incluso los Estados Unidos caucásicos como los conocimos hasta finales de los ochenta están desapareciendo paulatinamente para dar lugar a una población multirracial mayoritariamente latina, no solo mexicana, como supone Trump.

La progresiva mezcla racial le sucedió al imperio romano, a los visigodos, a los bárbaros, y ni se diga al imperio español o al imperio británico (Rusia, un imperio de otrora, trató hasta donde pudo en rechazar esa mezcla y si no pregúntenle hoy a Vladimir Putin).

Quizá nunca lo diga abiertamente, pero a Donald Trump le duele que le herencia blanca, preservada durante tantas generaciones que se casaron con hombres y mujeres de su mismo color de piel --algo que, por cierto, no siempre tuvo un motivo meramente racial sino que era económico y cultural-- se esté perdiendo con el creciente número de matrimonios birraciales en los Estados Unidos. Es entendible: el magnate considera que ese es el legado de sus antepasados europeos (el apellido Trump, por cierto, tiene origen noruego) y que él ve amenazado ante la llegada de los inmigrantes procedentes del sur.

Sin embargo detengámonos aquí un momento y volvamos al compadre, al tío, al amigo ultranacionalista que todos tenemos y que alguna vez ha puesto el alarido en las nubes cuando su hija de sangre latina le anuncia que desea casarse con un extranjero de piel blanca, causándole el terror que los hijos de la pareja "pierdan su identidad" (¡peor aún si el afortunado es un detestable "gringo"!)

De nuevo ¿alguna vez hemos reparado en las asombrosas similitudes entre en los Donalds Trump versión mexicana, y los Antonios Caso versión norteamericana? 

Por supuesto, los prejuicios de Trump son absurdos pues generaliza la situación de los mexicanos que emigran a Norteamérica. Indudablemente muchos de ellos lo hacen con la idea de engancharse del Welfare, o seguro de desempleo o anhelan vivir del gobierno hasta que alguien se dé cuenta o los dé de baja o de quienes llegan a cometer crímenes allá dado que no existe un registro policiaco de ellos. Pero la mayoría de quienes se han ido lo hicieron con la idea de hacerse de tener un mejor nivel de vida, de legar un patrimonio y de desarrollar las habilidades que en un país tan corrupto y burocratizado como México jamás habrían podido lograr.

Éstos son la mayoría, igualmente numerosa de extranjeros que han venido a México a aportar lo mejor de sí mismos. Criticarlos con la idea de que son "gachupines", "chales", "harbanos" o "turcos" que nos están quitando los empleos, es igualmente idiota. Pero frecuentemente a quienes dan esos epítetos aquí a los extranjeros les celebramos la "puntada" y la "ocurrencia".

Ya no hagamos caso, pues, ni a Donald Trump, ni tampoco a nuestros ultranacionalistas que al grito del masiosaroeunextrañoenemigo quieren echarle la culpa al de afuera por nuestras pifias locales. Un poco de madurez en ambos sentidos nos caería muy bien.

 

Textos relacionados

 

 

 

 

¿Desea opinar sobre este texto?

[email protected]

[email protected]  

 

0 opiniones

 

Inicio

Nacional

Internacional

Cibernética

 

Literatura

Cine

Medios

Y demás