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¿Usted sabe de qué servirá la Estela de Luz? Nosotros tampoco 

Con un notable retraso y unas cuentas que nadie ha explicado, este monumento financiado por el gobierno federal ejemplifica claramente el modo tan torpe en cómo se gasta el dinero público a lo largo del sexenio. Boato y lucimiento cuya factura pagaremos forzosamente

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ENERO, 2012. Faltaban cinco años para el centenario de la Independencia de México cuando Porfirio Díaz ordenó la formación un comité encargado de las festividades las cuales no consistirían únicamente en comilonas ni discursos sino en, como dejó escrito, "algo tangible que pueda ser apreciado cuando México cumpla cumpla su bicentenario". Entre las obras se encontraba el Palacio de Bellas Artes, ubicado frente a la Alameda Central. Las comunidades llegadas de otros países también cooperaron con monumentos que todavía hoy pueden apreciarse, relojes en rotondas y estatuas. 

A Díaz se le cumplió su deseo: un siglo después Bellas Artes es considerado patrimonio nacional y muchas de las edificaciones que mandó erigir por todo el país aún subsisten. Otra de ellas fue el domo de lo que habría sido el nuevo Palacio de Gobierno, inspirado en el Capitolio de Washington y cuyo proyecto fue detenido ante el embate revolucionario. Ese domo constituye, con la mayor de las ironías, el actual Monumento a la Revolución.

En contraste, el horripilante "monigote" que el gobierno del presidente Calderón presentó en el Zócalo capitalino el 15 de septiembre del 2010 yace hoy en pedazos en terrenos de la Contraloría allá en el D.F. Esa tontería de monumento que nadie sabe qué ni a quién representa costó a los contribuyentes más de 70 millones de pesos los cuales se fueron directamente a la basura. El "monigote" ejemplificó claramente el derroche del gobierno calderonista, más inspirado en Luis Echeverría que en cualquier postulado de Acción Nacional. Otros monumentos igualmente absurdos con motivo del bicentenario hoy se encuentran igualmente olvidados. Si algún día alguien se dedica a hacer cuentas, concluirá que este derroche competiría con el de los sátrapas africanos que celebraban fiestas con oro y toneladas de comida mientras sus pueblos padecían hambrunas.

El Palacio de Bellas Artes no quedó listo para el centenario pero finalmente fue abierto dos meses después con gran éxito. La llamada Estela de Luz, en cambio, acaba de ser inaugurada con 15 meses de atraso, en momentos que nadie recuerda el centenario y la mayoría anhela que ya termine un sexenio que indudablemente la historia juzgará como desastroso e incompetente. El monumento se perfila asimismo como un proboscidio blanco que en nada servirá a los capitalinos, ya no digamos los mexicanos: originalmente concebido para tener 30 metros de altura, la obra final es de 50 metros y tiene un peso de mil 700 toneladas y lo constituyen alrededor de 1,200 piezas de cuarzo de 50 cm x 2 metros cada una; por la noche es iluminada por media docena de luces de colores por lo cual su parte alta podrá verse, si el smog lo permite, hasta una distancia de cuatro kilómetros. Igualmente podrá ser detectarse por los viajeros cuando llegan o salen de la capital por vía aérea. Medios como el Reforma han estimado su costo en 1,450 millones de pesos de un presupuesto original de 450 millones.

En un país con tantas carencias la Estela de Luz viene a ser el insulto final. Y si se trata de un acto celebratorio, la verdad hay poco que celebrar. La percepción nacional es que hoy estamos peor que el día que Felipe Calderón tomó posesión. En la cabeza presidencial impera la idea de que la inútil estructura que inauguró la noche del sábado 7 "sea un monumento que identifique a todos los mexicanos", sin embargo ahí solo se pudo asistir con previa invitación; durante la ceremonia, transmitida en vivo por TV e internet, se nota el poco interés de quienes pasaban por ahí en automóvil. Lo innegable es que la Estela de Luz pase al olvido dentro de unos meses una vez se difumine la euforia y la curiosidad de los primeros días.

Algo que permanecerá más tiempo, sin embargo, es la sospecha del porqué la Estela de Luz tomó tanto tiempo en ser terminada. Por lo general las obras hechas con dinero oficial que se retrasan llevan implícito el fraude, el "jineteo" de recursos y la opacidad en las cuentas. El primer empresario con el que se firmó el proyecto fue inhabilitado por 14 años tras y tres funcionarios de la PGR implicados fueron cesados. Estas son apenas un par de muestras en torno a la construcción de la Estela de Luz. Es altamente probable que existan más anomalías.

En su discurso, el mandatario evitó mencionar el costo del monumento ni tampoco ha dado mayor explicación de la demora. Y adicional a todo ¿qué objeto específico tiene erigir una obra que de poco servirá al desarrollo del país? "El gobierno del presidente de la República", como se hace llamar en los anuncios oficiales, desea compensar con este tipo de monumentos y obras su ineficiencia, el que todo lo que ha hecho y planeado le salió mal, su incapacidad de lograr acuerdo alguno con las otras fuerzas políticas y, sobre todo, ser rebasado por la corrupción. Ante tantos fracasos, la inauguración de un monumento por parte de un gobierno que se echa porras a sí mismo resulta una broma de humor bastante negro.

Los monumentos nacen por dos motivos. Uno, para no olvidar el sacrificio que unos hicieron por otros., o bien tras haber actuado con valentía e incluso haber dado su vida en ello y, dos, para honrar simbólicamente la memoria de una o más personas que transformaron a la sociedad en la cual vivieron. Los monumentos refieren una gesta en tiempo pasado. ¿Imaginamos que en 1962 el presidente Kennedy hubiera ordenado erigir un monumento a la conquista de la luna que ocurrió hasta siete años después? Porfirio Díaz tenía razones suficientes para manifestar su orgullo mediante obras como Bellas Artes: después de todo, había transformado en tres décadas un país sumido en el caos administrativo a otro que se perfilaba como potencia mundial del siglo XX, algo que finalmente fue frustrado por Victoriano Huerta y quienes le siguieron en el cargo.

Los monumentos no "unen" a la gente. Lo que la une es sentirse representada por sus gobernantes y autoridades, ver que existe un proyecto definido del país que deseamos tener, el percibir que su economía particular presenta una mejoría, que ve con optimismo el futuro y saber que lo protege la ley y que ésta actuará cada vez que sus derechos le sean vulnerados.

Eso es lo que une a la gente, y no monumentos costosos financiados con la mayor opacidad y que a la larga no sirven absolutamente para nada. No seremos un mejor país a través de estos paquidermos blancos.

 

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