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Un sexenio de botas, esperanzas y cero acuerdos

Un exitoso empresario conquista la Presidencia y saca de ahí al priísmo. El sexenio foxista ya se ve como algo lejano y añorado, e irreconocible con nuestro panorama actual. Jorge Castañeda y Rubén Aguilar estuvieron en las entrañas de aquel gobierno; en La Diferencia cuentan cómo estuvo ahí el menjurje

MARZO, 2011. Uno de los departamentos más lamentables que sufrió el sexenio de Vicente Fox fue el de relaciones públicas (el otro, sin duda, la Secretaría de Gobernación al frente del también lamentable Santiago Creel). Todo el planeta se enteró del desmesurado gasto de las toallas en Los Pinos, un derroche liliputiense comparado con los gobiernos priístas, así como el fracaso para instalar el nuevo aeropuerto en el estado de México. Pero el foxismo fue igualmente incapaz de cacarear sus logros, que no fueron pocos: neutralizó al sub Marcos, invitándolo a visitar la capital ofreciéndole toda seguridad a su séquito, una carambola que luego mandó al olvidó al "sup" y limitó su popularidad a los campus universitarios de Estados Unidos y Canadá. No terminó con el conflicto chiapaneco en 15 minutos pero sí desactivó una bomba que apenas un sexenio atrás se antojaba como la amenaza más seria contra el orden institucional.

Otro logro del foxismo fue paradójico pues aunque el PAN, que lo postuló a la presidencia, era de centro-derecha, Fox ofreció puestos importantes a miembros de la izquierda más moderna de este país. En el proceso se colaron algunos oportunistas como Porfirio Muñoz Ledo, quien renegó de su jefe una vez que le cortaron la ubre presupuestal. No fue poca cosa que en ese sexenio fueron parte del gobierno importantes figuras de la izquierda mexicana como Adolfo Aguilar Zínzer, a quien se le encomendó la representación mexicana en Naciones Unidas, de Xóchitl Gálvez --a Carlos Fuentes se le ofreció una posición, que amablemente declinó-- así como Jorge Castañeda Gruber, hijo de un diplomático de tendencia comunista durante los tiempos de José López Portillo. Otro miembro de aquella izquierda era Rubén Aguilar, vocero de la presidencia y quien en su juventud apoyó a las guerrillas en El Salvador y Nicaragua. 

Cuando Fox se propuso crear un "gabinete plural" no lo hacía como mera demagogia. Cumplió su palabra, aunque ello le haya ganado antipatías dentro del mismo PAN, donde nunca dejaron de verlo como un advenedizo, razón por la cual incluso dentro de ese partido se saboteó su presidencia... empezando por cierto personaje recientemente liberado de su secuestro y quien luce barbas santoclosescas. (Otra sorpresa: se invita a Alejandro Encinas al "gabinetazo" pero el PRD no le permite aceptar la oferta. Encinas sería, seis años después, el aliado más poderoso que López Obrador tuvo en el D.F. cuando bloqueó el Zócalo y el Paseo de la Reforma).


Son precisamente Castañeda y Aguilar los autores de La Diferencia, libro que, como ellos señalan, "no es una biografía de Fox, ni siquiera una larga entrevista con él (...) lo que busca es ubicarlo en sitio histórico preciso, y único". Fue un sexenio donde se actuó en muchas casos a ciegas, sin la dirección del Señor Presidente pues su figura intocable ya había desaparecido aun antes de aquel 2 de julio del 2000. ¿Por qué a ese sexenio se le considera entonces un fracaso? En particular, por dos razones:

1) Tras ser declarado ganador a la presidencia, el primero no priísta en 71 años, Fox acumula una popularidad de alcances tsunámicos; era el momento de manifestarse por los cambios necesarios y presionar para lograrlos, pero no se hizo ya que Fox pensaba que la transición debería ser "aterciopelada", sin buscar enfrentamiento alguno con las fuerzas opositoras. Paradójicamente éstas buscaban diariamente la confrontación con Fox y le pusieron toda clase de trabas. Cuando el Congreso y el Senado la frenan su Miscelánea Fiscal --"con la cual hoy tendríamos una economía y un país radicalmente distintos", escribió el hoy diputado Luis Enrique Mercado-- Fox se da cuenta que a sus contrincantes no les interesa el país sino mantener sus privilegios. Pero en un país presidencialista como México, el no avance se le achaca al mandatario. 

"Al iniciar el sexenio había muchas expectativas exageradas: que ahora sí los corruptos irían a la cárcel, que se enfrentaría a los grandes sindicatos, que el priísmo sería desarmado", escriben los autores, "pero los escollos legales para cambiar las cosas eran tantos que se daba la impresión que el gobierno no hacia gran cosa para enfrentarlos", y añade que las constantes discrepancias con el Congreso pues ésta sistemáticamente rechazaba todas sus iniciativas, "fue visto por la opinión pública como un mero diferendo personal".

2) Fox, según Castañeda y Aguilar, adquirió una adicción por las encuestas de modo que no tomaba las decisiones más importantes sin antes tantear el ambiente de opinión, lo cual no es bueno cuando se confía totalmente en ellas. "Fox y sus allegados deseaban el cambio aunque con las menores confrontaciones posibles". El caso de Salvador Atenco es bastante ilustrativo: "una y otra vez las encuestas mostraban abierta simpatía por los manifestantes por lo que la Presidencia dejó el asunto por la paz (...) no deseaba en lo absoluto derramamiento de sangre". De nuevo, Fox padeció la falta de un negociador hábil, y Creel no lo era.

No deja de tener sus ironías que Fox haya mantenido su buena relación con esos ex miembros de su gabinete que le eran ideológicamente opuestos y que se llegara al rompimiento con supuestos aliados como Lino Korrodi, Alonso Durazo y Jorge González Torres, del PVEM y quien, señala el libro, hizo el coraje de su vida cuando no le tocó una sola secretaría de Estado. Es el caso del ya referido Aguilar Zínzer, Castañeda, de Aguilar, de Francisco Gil, quien fuera subsecretario de Hacienda de Carlos Salinas, y de Xóchitl Gálvez. Ninguno se afilió al PAN y aceptaron sus puestos luego que Fox --tampoco él mismo un panista tradicional-- les asegurara que no los presionaría para "alinearse" con el blanquiazul. 

Dos hechos bombardean la popularidad presidencial. Uno, su matrimonio con Martha Sahagún, aprovechado al máximo por enemigos para ridiculizarlo en especial con la foto donde la pareja aparece plantándose un beso frente al Vaticano, lo cual dio la impresión, como escribió el columnista Miguel Ángel Granados, "de dos tortolitos despreocupados por lo que sucede a su alrededor, ya no digamos el país". La unión matrimonial en sí no era tan criticable, o al menos no tanto con los hijos de Sahagún, más conocidos como los "niños Bribiesca" y quienes armaron enormes negocios al amparo del paraguas presidencial.


El otro acontecimiento es, sin duda, su enfrentamiento con El Peje. A instancias de su jefe, el procurador Rafael Macedo de la Concha inicia un proceso legal para desaforar al entonces jefe de gobierno capitalino por la adquisición ilegal de un predio. El problema, de nuevo, fue de las deplorables relaciones públicas de Los Pinos, incapaces de enfrentar a una prensa capitalina que claramente simpatizaba con López Obrador de modo que la acusación terminó por ser manejada como una vendetta cuyo objetivo final era sabotear al perredista en su postulación a la presidencia. "El asunto desvió la atención de faltas más graves como los videos de René Bejarano y se centró en una falta legal aprovechada totalmente por el jefe de gobierno y sus asesores", refieran Castañeda y Aguilar". 

La estrategia de posicionar a López Obrador como "mártir" funcionó pues a los pocos meses encabezaba las preferencias como precandidato a la presidencia; irónicamente y pese a una ventaja que a finales del 2005 lo hacían parecer imbatible, Fox no hizo caso de las encuestas. Quizá haberlo dejado en paz lo habría desinflado en los meses anteriores a las elecciones del 2006. (El año pasado Fox reconoció que, en efecto, todo había sido un intento para sacar al perredista de la carrera presidencial, aunque el proceso se llevó con absoluta torpeza y era increíblemente burdo).

Más adelante los autores refieren los momentos posteriores a los comicios, cuando no se sabía quién había ganado y (otra vez) la pasividad foxista que luego permitiría a López Obrador alegar que hubo fraude y cómo quedó claro desde el principio que Calderón, el candidato ganador, gobernaría de una manera distinta pues, alega Castañeda, la relación entre ambos se había agriado cuando éste intempestivamente dejó la Secretaría de Energía en busca de la nominación presidencial.

Castañeda tampoco terminó el sexenio. En el 2004 solicitó su renuncia y en silencio fue armando su candidatura ciudadana la cual no le fue concedida pese a que por más de un año movió innumerables puntos legaloides que permitían a los partidos manejarse como un monstruo que monopoliza el poder político en México y que a principios del 2007 se comería al mismo IFE y lo convertiría en esclavo de los partidos. Aguilar, por su parte, regresó a su puesto como profesor de la Universidad Iberoamericana.

En el México actual convulsionado por la violencia, el sexenio foxista ya comienza a verse como algo lejano, y añorado. Fue un intento por hacer de México un país realmente democrático, y se avanzó en algunos sentidos, como la completa libertad de prensa, impensable durante los años del priísmo, pero también hubo momentos de indecisión o se optó por la indiferencia. Lo más lamentable, y es un punto que Castañeda y Aguilar enfatizan varias veces a lo largo de este libro, es que existían todos los elementos para lograr acuerdos, y no se hicieron. La Moncloa nunca se materializó en México, y eso quizá debe achacársele directamente al guanajuatense de las botas.


La Diferencia
Radiografía de un sexenio
Rubén Aguilar V. Jorge Castañeda
Randon House Mondadori/2008

 

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