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Un repaso extrafutbolero al país anfitrión 

Aunque el apartheid terminó hace casi dos décadas, las tensiones raciales producto del resentimiento aún se perciben en Sudáfrica, que espera limpiar definitivamente su pasado con la celebración del Mundial. Pero como ha sucedido por mucho tiempo, predecir lo que ocurrirá en ese país es labor imposible

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JUNIO, 2010. El Mundial de futbol que empezará en unos días carga con varias peculiaridades, no sólo por la más difundida, que por primera vez se celebra en el continente africano. Por quinta ocasión la sede es un país subdesarrollado con graves problemas. El México 70 se desarrollo impecablemente dado que el país era mucho más seguro de cómo lo es hoy, y 16 años después, pese al reciente temblor y una grave situación económica, en realidad los hooligans fueron los únicos individuos a los que había que temer. Algo similar puede decirse de Argentina 78, cuando gobernaba al país una dictadura brutal, o de 1950, en Brasil, donde la mayor tragedia ocurrió cuando el anfitrión perdió contra Uruguay, que también efectuó su Mundial sin mayores complicaciones.

Hoy Sudáfrica padece una ola delincuencial peor que la de cualquier país latinoamericano. Con frecuencia grupos de pandilleros entran en grupos a las tiendas que asaltan para luego golpear al personal y clientela, con especial saña si son de piel blanca. Ha habido casos en que amagan a habitantes de sectores residenciales de alta sociedad y aún prenden fuego a sus casas. Cuando la policía logra detenerlos los acusan de "racistas" sin importar que los agentes también sean negros. La excusa habitual de esos pandilleros es que realizan una suerte de "desquite" ante el sufrimiento por los años del apartheid, pero dado que sus edades promedian entre los 16 y los 20 años, cuando nacieron o eran pequeños ya éste había sido abolido, resulta un argumento ridículo que, sin embargo, nadie cuestiona: pese a los llamados constantes de Nelson Mandela, el patriarca que ha enfatizado la necesidad de dejar atrás todo rasgo de ese pasado ominoso, entre los blancos cunde la carga de la culpa por algo que hicieron sus padres y abuelos, y por los negros un resentimiento que será muy difícil erradicar.

De hecho, según el columnista John Haask, nacido en Sudáfrica pero que hoy vive en Estados Unidos, "la comunidad blanca teme que la violencia descontrolada se vuelque contra ellos una vez que Nelson Mandela muera. Muchos de ellos han previsto el momento y piensan emigrar el día que ello ocurra". Pero tampoco será sencillo: la mayoría de los países, con Estados Unidos a la cabeza, suelen incrementar los trámites migratorios a quienes proceden de Sudáfrica, sobre todo si son blancos. Irónicamente, si son negros el trámite no suele ser tan complicado. Para otras latitudes, como Canadá o Australia, las posibilidades de recibir a los sudafricanos blancos son cercanas al cero. "El racismo a la inversa que hoy se ve en Sudáfrica es una bomba de tiempo lista para estallar, y de ello depende el tiempo que Mandela permanezca vivo", enfatiza Hask.

¿Y por qué de ello casi no se habla en el mundo? Porque resulta "políticamente incorrecto" afirmar que haya negros que cometen desmanes y no respetan la propiedad privada. Y hay quienes, escribe Haask que ven aquello "como una lógica venganza contra el colonizador blanco que los oprimió por varias décadas".

Es seguro que en la apertura del Mundial de futbol el espectáculo se centrará --como se vio en los Juegos Olímpicos invernales de Vancouver-- en bailes tradicionales tribales y se ignorará en lo absoluto la aportación europea y que es también parte inseparable de la identidad sudafricana, lo que refleja en Johannesburgo y Ciudad del Cabo, erigidas y diseñadas como cualquier otra ciudad europea o norteamericana, con áreas financieras cuyos edificios tienes vidrios que brillan como espejos y barrios residenciales que no piden nada a los que se encuentran en Beverly Hills o Palm Springs Lejos de ser un país lleno de chozas y donde de repente puede aparecer Tarzán colgado de una liana (idea que muchos visitantes al Mundial tienen en mente), Sudáfrica cuenta con malls ultramodernos, paisajes naturales que rivalizan con los de Suiza y una herencia victoriana que se percibe en sus edificios y en la práctica del rugby, el deporte nacional. También sigue siendo muy popular el cricket y aún persiste entre muchas familias tomar el britanísimo té de las cinco.

El apartheid fue principio un estado de sitio que terminó por convertirse en un deténte, un equilibrio que evitó, primero, una guerra civil y, segundo, una sangrienta venganza los blancos en caso que en ese tiempo un CNA radicalizado se hubiera hecho del poder. Y en cruel ironía, este equilibrio se mantiene hasta hoy; depende del tiempo que el corazón de Mandela siga latiendo. Después de ello, las consecuencias son inimaginables.

Contrario a lo que se cree, las tácticas de segregación eran más frecuentes entre los inmigrantes holandeses, llamados bóers, que en los ingleses. Tras una guerra civil que puso al país al límite de la separación, ambos grupos entablaron alianzas forzadas para explotar el jugoso negocio de las joyas, de las cuales por décadas Sudáfrica fue productor mayor (fue, también, uno de los primeros países africanos en independizarse en ese continente). Para mantener ese espíritu de unión y que evitara mayores choques, el Estado aplicó una feroz tarea propagandística de superioridad sobre el resto del continente y del mundo. Desafortunadamente tuvo otros efectos, entre ellos el ver con desprecio no sólo a los negros, que eran mayoría en ese país, sino a inmigrantes de otros países, como lo pudo comprobar Ghandi durante los años que pasó en Sudáfrica.

Pero esta segregación no era práctica exclusiva de Sudáfrica: en Algeria los pier noir, hijos de inmigrantes franceses, trataban con desprecio a los locales magrebíes, todo alimentado con un sentimiento de superioridad abiertamente alimentado desde París. Cuando en este país comenzó el movimiento independentista, Sudáfrica veía con atención lo que ocurría pues sabía que de eso dependía su futuro. Su principal opositor era el Consejo Nacional Africano (CNA) donde destacaba un orador de feroz retórica no muy diferente a Ben Bella en Argelia. ¿Su nombre? Nelson Mandela.

El discurso del CNA retaba abiertamente al gobierno sudafricano, al cual proponía eliminar y suplirlo por una "dictadura del proletariado", como entonces se llamaba a los regímenes comunistas. Los ánimos ya estaban bastante tensos en 1963 cuando fuentes de Inteligencia del gobierno descubrieron que el CNA recibía fuerte financiamiento de la Unión Soviética por lo que lo declaró ilegal. Como respuesta las principales ciudades sufrieron fuertes desmanes y saqueos por lo que el Estado tuvo que aplicar estado de sitio. Mandela fue condenado a cadena perpetua por "conspiración" --en Sudáfrica no aplicaba la pena de muerte, aún vigente en la "humanista" Francia por aquellos años-- y enviado a prisión. Contrario a lo que se difundía en Europa en el sentido que Mandela languidecía en cuatro paredes rodeado de ratas y sometido a vejaciones, éste reconoce en su biografía que se le trató con respeto y podía recibir visitas, entre ellas su esposa Winnie. La prueba está en que al salir de prisión contaba con buena salud y sólo padecía diabetes.

El apartheid fue principio un estado de sitio que terminó por convertirse en un deténte, un equilibrio que evitó, primero, una guerra civil y, segundo, una sangrienta venganza los blancos en caso que en ese tiempo un CNA radicalizado se hubiera hecho del poder. Y en cruel ironía, este equilibrio se mantiene hasta hoy, y depende del tiempo que el corazón de Mandela siga latiendo. Después de ello, las consecuencias son inimaginables.

Los abusos del apartheid existieron y sería absurdo negarlos. Pero también los hubo en otras partes de África, ya fueran por parte de portugueses, españoles, franceses, holandeses e ingleses. El desquite contra los blancos no puede escapar del epíteto de racista, como el que ocurrió en los noventa en Zimbabwe, que expulsó a la fuerza a los blancos de sus propiedades para transformarlas en esas "comunidades agrarias" de Robert Mugabe y que terminaron por liquidar a la agricultura de se país. ¿Y de quién es la culpa? Naturalmente, de los blancos. Pero de ese racismo casi no se habla.

Hay otros dos asuntos que el gobierno sudafricano teme se desborden durante la celebración del Mundial. Uno, el alto índice de habitantes con HIV, el segundo más alto del continente, por lo que se gastarán miles de dólares en la promoción y uso de preservativos entre los turistas que quieran "divertirse" entre partido y partido. "El alto número de mujeres infectadas en Sudáfrica hace más seguro jugar a la ruleta rusa que tener relaciones sin protección", señala el columnista Brent Bozell III..

Otro punto preocupante es el terrorismo. El gobierno ha identificado células de Al Khaeda que operan en su territorio --una de ellas amenazó con realizar actos el día de la inauguración aunque no se ha comprobado la veracidad de la fuente-- por lo que tendremos una de las ceremonias más resguardadas en la historia de los Mundiales. También se reforzará la vigilancia en los principales puntos turísticos como centros nocturnos para evitar que los visitantes sean agredidos por las pandillas de jóvenes escudados en la "reivindicación" por los años de racismo. 

El gobierno espera que tras la celebración del Mundial Sudáfrica termine por sepultar su reputación como país racista. Seguramente logrará mucho en ese sentido. Pero su siguiente reto será interno, esto es, combatir el racismo post-racismo que amenaza con encender al país más desarrollado de aquel inmenso continente.

                                              

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