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INTERNACIONAL

¿Tampoco esta vez nada tuvo qué ver el Islam? 

Otro nuevo atentado y ya se ve venir... las mismas justificaciones, ausencia de juicios y relativismo moral de los políticos alrededor del planeta. Envalentonado, el terrorismo fundamentalista no se detendrá hasta ver suprimida, en nombre del Islam, la libertad occidental. ¿Ahora sí reflexionarán al respecto?

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MARZO, 2016. Cuando un atentado terrorista ocurre, se concluye que era inevitable. Así se veía desde el pasado noviembre luego que alrededor de 150 personas murieron víctimas del fanatismo islámico en las calles y en un teatro parisino. Hace dos meses meses las autoridades belgas anunciaron haber "desactivado" un atentado en Bruselas al punto que aplicaron un virtual toque de queda en la ciudad. Pero en la mañana del martes 22 tres sujetos comenzaron a disparar dentro del aeropuerto Zaventem y activaron una bomba (otra no estalló) en un sitio atiborrado de pasajeros. Menos de 20 minutos después hubo otra explosión en una estación del metro; hasta el momento se contabilizan en total 38 víctimas. 

Aparentemente, el acto fue una represalia a la detención, el pasado domingo, de Asalah Abdeslam, aparente autor intelectual de los ataques en París, aunque debiéramos preguntarnos, así sea retóricamente, en tal caso, qué culpa tenían de ello los pasajeros que esa mañana se amontonaban en la sala de espera del aeropuerto.

El presidente norteamericano Barack Obama, que anda de lunamielero (¡habráse previsto!) con la dictadura cubana en La Habana --Obama-Habana: no parece ser verso coincidental-- dio una conferencia de prensa y anunció que la comunidad internacional "permanecerá unida ante el terrorismo". ¡Bonito consuelo para los europeos que hoy se sienten más inseguros que nunca ante este cáncer! El mismo Obama, no esperaremos mucho en verlo, insistirá en que este nuevo ataque "nada tiene que ver con el Islam" al tiempo que la maquinaria políticamente correcta advertirá a todos que impedirá "etiquetar" a la población árabe como "terrorista" so pena de ser vituperados como "discriminadores".

Obama no prometió castigo a los autores ni tampoco expresó solidaridad alguna con el gobierno belga. Su discurso en la capital cubana desvarió al punto que, cualquier repaso a las páginas web de los principales medios lo dejan en claro: Lo que el presidente tenga que decir al respecto a cada nuevo atentado ya es intrascendente, por lo previsible. Y una muestra clara del desinterés que el mandatario norteamericano tiene por sus "aliados" europeos: en vez de cancelar su visita o convocar a una reunión urgente de su gabinete, como lo hizo David Cameron tras los atentados en París, Obama siguió su paseo por Cubita la bella.

Asimismo, es asombroso el nivel que ha alcanzado en el mundo el neohabla de la izquierda y del cual Orwell había advertido hace más de 60 años. A los pocos minutos del atentado el Bélgica, el llamado ISIS se adjudicó los atentados, igual que como ocurrió en París. Ya veremos cómo se remachará aquello de que lo sucedido en Bruselas "nada tiene que ver con el Islam" aunque sus autores pertenezcan a una organización que a sí misma se hace llamar islámica.

Como escribió Jonah Goldberg, del National Review: "Durante muchos años iba con frecuencia a un restaurante llamado Happy Burrito y el producto que ahí se ofrecía eran burritos. ¿Acaso alguien quisiera convencerme que lo que ofrece Happy Burrito, que sabía y lucía como un burrito, nada tenía que ver con un burrito?"

O como decimos por acá: si camina como pato, grazna como pato y se comporta como pato, lo más seguro es que sea un pato. Pero para el neohabla políticamente correcto, ese tipo de juicios esconden prejuicios, estereotipos y un racismo apenas contenido.

Este atentado refuerza, por el contrario, que la multiculturalización ha sido uno de los peores fracasos de la historia europea. Lo que se ha conseguido con ello es refundar en ghettos a los hijos o nietos de inmigrantes árabes, jóvenes que al "respetárseles sus usos y sus costumbres" -- es decir, juzgarlos son suavidad al cometer un delito-- se han radicalizado. El fracaso, naturalmente, salpica a la nefasta ética políticamente correcta, veneno que ha impedido a Europa responder debidamente ante esta agresión. Estúpidamente, los activistas PC levantan alboroto por las "microagresiones" en los campus pero callan o, peor aún, justifican las macroagresiones provenientes del fundamentalismo islámico.

Se trata de jóvenes que aseguran odiar a occidente pero que se sirven de todas sus aportaciones, ya sean las redes sociales, los viajes por avión y un nivel de vida superior al de Siria o Egipto, para atentar contra esa sociedad de la que tanto se han beneficiado y que los ha apapachado lo más política y correctamente posible. Esta es una de las más grandes paradojas del terrorismo islámico contemporáneo: desde Osama bin Laden, sus ataques han recibido lo que Goldberg denomina "impunidad moral", esto es, la justificación distorsionante e idiota de que todo es resultado de la pobreza y el desquite del pueblo árabe ante el imperialismo de occidente que solo busca quedarse con su petróleo. No entienden, o se niegan a comprender, que este terrorismo odia y busca la destrucción de todo aquél que no profese fidelidad al profeta.

Estos atentados tienen que ver, mucho, de hecho, todo, con el Islam.

Son terroristas odian muchas cosas que, paradójicamente, también censuran los activistas PC: odian que las mujeres viajen libremente, con el rostro descubierto y sin acompañantes masculinos; odian que ellas vistan ropas sugerentes; odian que personas del mismo sexo caminen por las calles, abrazadas o tomadas de la mano; odian que ningún hombre las lleve de los cabellos a sus casas para que aprendan a comportarse: odian que alguien sea libre de beber con los amigos lo que, a su juicio, rompe la ley islámica; odian que una mujer diga que es dueña de su cuerpo o que pueda escoger marido a su voluntad, odian que la gente camine despreocupada por las calles un viernes por la tarde en vez de estar encerrada, orando en una mezquita; odian que celebraciones como el Ramadán no les representen nada a los europeos; odian que alguien haga dibujitos "irrespetuosos" del profeta. Odian, en suma, la libertad de la que (todavía) gozan europeos y norteamericanos.

Brendan O'Neill, de la página spiked¡, lo deja en claro: "Es comprensible el deseo de quedarse en casa, la urgencia para limitar los grandes puntos de reunión que estos fanáticos sedientos de muerte suelen emplear como blancos. Pero es un error. La respuesta europea a estos actos no debe consistir en cambiar todo, sino debe consistir en que nada cambie. Debe ser el continuar con nuestras vidas normales o, mejor aún, con la determinación inquebrantable de tomar parte y celebrar la apertura y las libertades que nos permiten ir a los aeropuertos, a los restaurantes y a los estadios, libertades que claramente detestan estos terroristas".

Más adelante añade: "Si los ataques de París y Bruselas te han enfurecido, muy bien. Ahora puedes ser parte del contraataque de la civilización y visitar París o Bruselas y brindar por una institución que odian los terroristas: la institución de una sociedad libre".

En lugar que un pianista se ponga a interpretar Imagine en las calles de Bruselas, urge desarmar aquellos elementos multiculturales y políticamente correctos que impiden ver este asunto como lo que es: un atentado contra la libertad. Los terroristas lograron su propósito en el 2001 al punto que los Estados Unidos son hoy una sociedad mucho menos libre. "Si por miedo evitas moverte, perecerás", dice Jim a Huckleberry Finn. Tal es la disyuntiva que Europa tiene en este momento.

Es dudoso que estos nuevos atentados logren derrotar a la cansura PC y al multiculturalismo. Pero la advertencia está ahí. Mientras se siga negando que atentados como los de Bruselas tienen mucho que ver con el Islam, veremos más masacres de este tipo.

Por lo pronto, señora Merkel, refuerce la seguridad en su país. De la manera más insensata imaginable y por decisión suya, Alemania ha recibido una enorme oleada de refugiados a los que será muy difícil asimilar. Es decir, una calca, casi total, de lo que han experimentado Bélgica, Francia y Gran Bretaña.

 

 

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