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ANÁLISIS, COMENTARIO Y DEMÁS

 

Internacional

El multiculturalismo atroz

Lo que pasó en Francia y el escándalo de las caricaturas marcan la urgencia de modificar el "multiculturalismo" europeo, encaminado a extinguir muy pronto a la libertad de ese continente. Un repaso a tan indeseable actitud "políticamente correcta".

MARZO, 2006. Hace varios años leí una historieta del cómic Archie donde Verónica, la hija de un millonario conocida por su presuntuosidad, invita a cenar a un chico hindú. Para el efecto obliga a su padre y a la servidumbre a vestirse a la usanza de aquel país y a comer platillos regionales. Días más tarde Verónica se encuentra al muchacho en un parque mientras juega futbol americano y de rato le cuenta a una amiga, con Verónica cerca, “gracias a ustedes por fin estoy disfrutando el tipo de vida norteamericano con el que soñaba en la India”.

Se trata de una historia ficticia, cierto, pero refleja un aspecto que Occidente descuidó por años y ahora presenta sus primeras consecuencias, esto es, el multiculturalismo. Como el personaje de Verónica del Valle, estos individuos quieren hacer sentir a los inmigrantes no sólo como en su casa, incluidas aquellas prerrogativas que chocan directamente con las leyes y tradiciones europeas. 

Este “dejar hacer” (curioso, apoyado por activistas que igualmente se oponen al lassez-faire que citaba Adam Smith) ha resultado, lejos de una ansiada armonía multicultural, en un elemento que pone en peligro, aunque aún suene exagerado, a las libertades que Europa y buena parte de Estados Unidos conquistaron con sangre y tras vencer tanto a monarquías absolutas como a fascistas y comunistas.

Para los multiculturalistas, quienes a veces obran de buena fe, la asimilación forzada de los recién llegados implica la desaparición de sus tradiciones, convicciones religiosas y costumbres ancestrales, por tanto prefieren estimular la “coexistencia”, esto es, permitir los diferentes grupos étnicos compartan el mismo espacio siempre con el respeto a las leyes y sus semejantes. Suena bonito, sin duda, pero todos estos deseos se han ido despedazando, primero en Francia, y luego con el asunto de las caricaturas de Mahoma, que por primera vez lograron lo que se creía impensable: que varios gobiernos, medios de comunicación y periodistas ofrecieran sus disculpas y luego esperaran el visto bueno de la comunidad musulmana.

                                     Peligrosa tolerancia

Mientras en Hollywood se habla de la “valentía” de un actor y director que filmó una cinta referente a un asunto ocurrido hace medio siglo, en Europa el año pasado fue asesinado el cineasta Theo Van Gogh en una calle de Ámsterdam a manos de un fanático árabe poco después de estrenarse una filme que habla del trato brutal que reciben las mujeres árabes. Asimismo, a mediados del 2002 una mujer fue violada, mutilada y asesinada en Dinamarca por un inmigrante árabe quien, alegaba, el modo en que vestía la mujer “era una abierta provocación”. Los abogados del sujeto concluyeron que, en efecto, la mujer llevaba prendas “que incitaban al pecado” y que, para evitar agresiones por parte de los inmigrantes de oriente, las danesas deberían abstenerse de lucir sus cuerpos como se les pegara la gana.

Ninguno de estos casos mereció la atención de los “colegas” de Van Gogh ni de las feministas de ambos continentes para quienes la “sharia”, la mutilación de genitales en las adolescentes y el maltrato sistemático hacia las mujeres parecen ocurrir en otra galaxia. Sin embargo ¿cómo reaccionar sin ser acusado de sabotear el multicuturalismo? ¿Cómo protestar enérgicamente si los activistas “políticamente correctos” clamarían por detener los “prejuicios” y “estigmatizaciones” hacia los inmigrantes musulmanes?

En Europa parecen irse al olvido los tiempos en que el migrante poco a poco se integraba a la vida local, aprendía una nueva lengua y tenía hijos totalmente identificados con el país anfitrión. Pero desde la implantación del “multiculturalismo” los inmigrantes, ya sin compromiso alguno con su nuevo país, tampoco sienten ni tienen interés alguno en integrarse y, peor aún, han llegado a la conclusión de que el resto del Europa debe adecuarse a su modo de ver las cosas. Esto encierra indudablemente una amenaza pero, paradójicamente, quienes más aseguran defender la libertad en ese continente han recibido el asesinato de Van Gogh, la mujer violada y el asunto de las caricaturas, entre otros, con un bostezo acompañado de una exigencia de “reforzar el multiculturalismo”.

Los intelectuales europeos –sobre todo los franceses, “más que recalcitrantes y cerrados”, según Jean Francois Revel, suelen burlarse del “melting pot” norteamericano pero no han abierto el pico tras los disturbios en París, los cuales duraron 27 días (los ocurridos en Los Ángeles, California hace 14 años duraron menos de 72 horas, suficientes para que desde Europa se advirtiera de la “descomposición del imperio”), ni mucho menos al ataque directo a la libertad de expresión tras la publicación de los cartones aparecidos en el Jeylland Post de Copenhague.

En otro caso sumamente vergonzoso, el director de un diario noruego convocó a una coinferencia de prensa junto con varios imames de ese país. Ahí se disculpó por haber publicado los “ofensivos cartones” y en “nombre de la tolerancia”, aseguró a los líderes religiosos que “jamás volverá a ocurrir un incidente”. Sonriente, un imam de apellido Hamdam, le “dio su protección” al periodista por haberse retractado.

Por supuesto que la tolerancia, como la entendemos en Occidente, implica el respeto mutuo entre ambas partes. Sin embargo la comunidad musulmana en Europa interpreta esto como un derecho propio, independientemente si se le antoja criticar, e incluso agredir a los demás, como en los casos arriba referidos.

El aspecto económico de los inmigrantes árabes tambièn comienza a agrietar a Europa. Se estima que un 40 por ciento de la población total de Holanda es ya de origen musulmán, y aparte de tener la tasa de natalidad más alta entre las demás etnias del continente (para el 2030, de seguir el actual ritmo, habrá un 21 por ciento más menores de 20 años árabes que holandeses), debido a que no han podido –y, ya más recientemente, querido— adaptarse a la sociedad anfitriona, los inmigrantes consumen buena parte de los seguros de desempleo. 

“En Holanda y Dinamarca, los árabes cobran su [subsidio gubernamental] en cifras que van desde el 30 al 40 por ciento del total”, señala un artículo de la revista Weekly Standard, mientras que Der Spiegel, semanario alemán que ha defendido la publicación de los cartones, afirmó recientemente “un 5 por ciento de la población noruega obtiene el 35 por ciento del seguro de desempleo”, y agrega, “lo más absurdo es que, en Francia, buena parte de quienes participaron en los disturbios viven de lo que el Estado les proporciona mensualmente”.

Pero lo más grave, sin embargo, ha sido la pasividad ante esta amenaza contra Europa, igual o mayor que el nazismo y el comunismo durante los años 30. En aquel tiempo, si bien había pacifistas que exigían “dejar hacer” al hitlerismo y al estalinismo, no existían los multiculturalistas ni los activistas PC, mismos que mantienen en el marasmo a una sociedad que está en vías de perder el derecho ejercer libremente sus actividades. Y al igual que otros totalitarismos, se empieza con la excusa religiosa, luego seguirá la de expresión, forma de vestir, què leer –la cual ya ocurrió; los caricaturistas están amenazados de muerte— y, finalmente, la creación de "sharias" dentro de estos países, sobre todo los, todavía, ultraliberales escandinavos.

Los multiculturalistas piden al mundo que comprendan al Islam. Sería bueno que también exigieran al Islam que entienda a Occidente y, ya de paso, que los multiculturalistas también aprendan del sentido común, como ocurrió con Verónica del Valle y su amigo hindú
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