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LITERATURA

Literatura francesa y su inevitable choque con el Islam ¿qué ocurrirá?

Por siglos los literatos, dramaturgos y escritores galos han desarrollado un espíritu transgresor que hoy se ve amenazado tanto por la censura violenta del fundamentalismo islámico como la etiqueta políticamente correcta. La batalla contra estas dos fuerzas será cualquier cosa, menos tranquila

ENERO, 2015. Cualquier asomo o repaso lo confirma: la literatura francesa tiene una esencia transgresora. Baste recordar los poemas de Baudelaire o a Flaubert entrevistando a una adúltera. Las novelas de Julio Verne y Alexander Dumas quizá nos parezcan hoy inocentes pero en su momento provocaron escándalo entre la opinión pública; al aparecer Viaje en la Luna, por ejemplo, se acusó a Verne de "querer arrebatar el romanticismo a nuestro satélite natural" y lo mismo puede decirse de otras obras consideradas clásicas como El Principito de Antoine d'Saint Exupéry y buena parte de los escritos de Albert Camus.

Todo lo que leen quienes abren las páginas de Charlie Hebdo, pues, es la continuación de ese espíritu irreverente, muchas veces antirreligioso (Baudelaire, por ejemplo, se jacta de anunciar que Dieu est mort), un espíritu que igualmente atrajo a varios autores del boom literario latinoamericano que no podían soportar la presión de la "etiqueta social" de sus países de origen, y que escogieran a Francia, en particular a París, como su sitio de residencia para aflojar las riendas a su creatividad. Ello explicaría que desde Cortázar hasta Vargas Llosa, Carlos Fuentes hasta Henry Miller, eligieran el aire parisino la inspiración que encontraban difícil hallar en otras latitudes (lo que orilló a Jim Morrison, más identificado con los poetas malditos franceses que con sus paisanos literatos, a querer establecerse ahí y donde finalmente reposan sus restos).

Pero en las últimas décadas, el espíritu transgresor de la literatura francesa ha cambiado, ni se diga de los medios escritos, que desde hace rato optaron por autoasilenciarse dentro de la idea de no contribuir a la "islamofobia", que es una forma de censura hacia la idea misma de lo que es escribir y expresarse en francés. Charlie Hebdo era de hecho una excepción, una velita de aquellos ayeres en los que podías decir lo que se te pegara la gana sin temor a terminar acribillado por una horda fundamentalista.

Claro que tras la masacre de ese semanario --que, por lo demás, consideramos de muy mal gusto, aunque su mera existencia refrenda lo que debe representar la libertad de expresión-- el "Jeu Seus Charlie" inundó las calles parisinas, algo a lo que el periodista Frank Furedi, de la página electrónica Spiked¡ considera un "acto reflejo de mera hipocresía: ¿dicen ustedes que son Charlie? Entonces defienden su derecho a la libertad de expresión como lo hace Charlie Hebdo".

Cuando un país manda callar a uno de los símbolos indiscutibles de la esencia francesa como Briggite Bardot, cuyo mayor crimen fue haber dicho, palabras más/menos, que la herencia cultural gala se encontraba amenazada por la descontrolada inmigración musulmana, queda claro que, para decir las cosas en la Francia actual, todos tienen derecho a decir lo que quieran, aunque hay quienes ostentan más derecho que otros. Por ello Furedi agrega que, de estar vivo hoy, Voltaire no saldría a las calles con la pancarta del "Je Seus Charlie" sino la de "Je Seus La France", pese a que, al hacerlo, se le acusaría de chovinista y racista, epítetos que, no casualmente, se le endilgaron a la Bardot.

En el campo de la literatura también quedan encendidas algunas velitas transgresoras, siendo Michel Houellebecq una de las más conocidas. Ganador del Premio Goncourt de 2010 por El mapa y el territorio, Houellebecq es, como lo fue Flaubert en su momento, repudiado por la "élite intelectual" francesa, y en lo que constituye una mayúscula ironía, una caricatura con su rostro adornó la portada del Charlie Hebdo la misma semana de los atentados. Para colmo, su novela Sumisión salió a la venta el mismo día, uno de esos increíbles golpes de mala suerte que suelen acompañar a algunos autores, como la vez que Kitty Kelley publicó una destructiva biografía de la Princesa Diana la misma semana en que ella pareció en un accidente automovilístico en, otra ironía, una calle parisina adyacente al Río Sena.

Sumisión es una novela destinada a la controversia, es decir, a mantener el espíritu transgresor de la literatura gala: Con el fin de detener el avance del ultraderechista Frente Nacional, en el 2022 los demás partidos han formado una coalición con un político de religión musulmana que alcanza el poder. Es un islamista moderado pero al mismo tiempo ambicioso y manipulador. Para ese año Francia ya se ha convertido en un país islámico, gobernado por el Partido de la Fraternidad Musulmana y cuenta con el apoyo tanto de socialistas, centristas y liberales de derecha. Una reforma ha prohibido que las mujeres trabajen por lo que caen los índices de desempleo al tiempo que se restituye la poligamia masculina; las universidades son de estudios islámicos y únicamente aceptan a musulmanes o recién convertidos.

Solo es una novela, cierto, pero ya desde antes de su publicación estaba provocando escándalo, no tanto por su propuesta en sí, sino porque esa posibilidad es un espejo al que todos temen asomarse y al que la Policía del Pensamiento en Europa --léase etiqueta políticamente correcta-- aporrea, censura y aísla a todo aquel que se atreva a hacerlo. Sin embargo, la tesis de Houellebecq parece avanzar en ese sentido en la vida real cuando los miembros del Frente Nacional no fueron invitados a participar en una marcha efectuada en París, paradójicamente llamada "por la tolerancia".

¿Se convertirá Sumisión de Michel Houellebecq, en otro "libro impronunciable" como en su momento lo fue 1984 de Orwell? Por lo pronto, el autor huyó de la capital francesa la misma noche de los atentados y se desconoce su paradero. "Lo peor de que te encierren con acusaciones falsas es que te encierren por decir la verdad", dijo alguna vez el poeta cubano Armando Valladares. Los autores transgresores, entre los que se encuentran los editores sobrevivientes de Charlie Hebdo, quizá no se encuentren encerrados en cuatro paredes, pero sus mentes sí están aprisionadas, víctimas de un fanatismo islámico al que se apapachó y se dejó crecer en territorio francés.

 

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