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La selección, catalizador de la psiqué mexicana

El furor, con frecuencia excesivo, en torno a los nuestros supera a lo meramente publicitario y va más hacia un país desesperado por lograr algo grande y presumirlo ante el mundo. Es también consecuencia de un México que ansia buscar el futuro pero que paradójicamente se aferra enfermizamente a su pasado

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JUNIO, 2010. La devoción que se tiene a la selección mexicana de futbol tiene un distintivo particular, que su fanatismo alcanza el mismo o mayor furor que en Brasil, Argentina, Italia, Gran Bretaña o Alemania. La diferencia es que es que esas escuadras es la única que no ha ganado un campeonato ni mucho menos ha llegado a disputar el famoso quinto juego de la copa, lo que daría por conclusión que semejante apoyo se antoja, digamos, un tanto inexplicable, máxime por lo incondicional que ha resultado por parte de los aficionados, e igualmente volátil, que lo mismo insulta a Javier Aguirre y a las pocas horas quiere colocarlo en un pedestal.

¿A qué se debe semejante fenómeno? Ciertamente a la compleja psiqué del mexicano, pero que es de catadura reciente, como refiere el ensayista Enrique Krauze, el furor futbolero mexicano no es tan viejo como pudiera creerse pues hasta el futbol soccer estaba lejos de ser el deporte más popular de México: "El beisbol, el box y la lucha libre tenían más seguidores hasta antes de los años setenta", escribe Krauze, y como muestra agregada podríamos mencionar el recibimiento de héroes que se dio en 1958 s los niños de Monterrey que vencieron a un equipo tejano, algo que alguien comparó como si se tratara de haber recuperado los territorios que se perdieron en 1847. (De ese hecho se filmó recientemente una película pasalona pero llena de cursilería. Ahi usted si gusta verla).

El furor comenzó a darse a partir, claro, del Mundial 1970 cuando México logró por primera vez pasar a segunda vuelta. No se sabe cómo, quizá fue mera ocurrencia, varios aficionados dieron por juntarse a celebrar el triunfo en el Ángel de la Independencia, pero eran muchos menos que los reunidos el pasado jueves en que los verdes vencieron a Francia, en primer lugar porque entonces la capital tenía 11 millones de habitantes contra los 28 de hoy y porque el futbol aún no lograba el enorme arrastre que luego tendría. Parece increíble pero el dato ahí está, que el Estadio Azteca, inagurado en 1966, no se llenó al tope más de una decena de veces sino hasta el juego inaugural del primer mundial efectuado en América del Norte.

Pero en esos años la televisión privada, por entonces Telesistema Mexicano, había jugado todas sus canicas para que el balompié se convirtiera en el deporte nacional; después de todo la adquisición del América debía recuperarse de algún modo. Fue un proceso que tomó varios años sobre todo porque en 1974 México fue eliminado vergonzosamente en el "desastre de Haití" y cuatro años más tarde experimentó un mayúsculo ridículo en Argentina al recibir 9 goles en contra por sólo dos a favor. Para colmo México fue nuevamente eliminado por lo que no asistió al Mundial de España. Por entonces se decía que la única manera en que los "ratoncitos verdes" podían participar era cuando obtenían la sede.

Cierto, la televisora (bueno, las, ahora que Azteca también ya tiene su rebanada de torta) tienen mucho que ver, pero no tanto como la psiqué mexicana, la de un país que siente que la historia está en deuda con su grandeza, la de un país que desde su independencia se ha visto incapaz de dar finalmente el salto en grande, un país con un extremo ansioso por sobresalir y otro extremo porfiado por saborear su pasado. Un país que varias veces ha pensado que por fin llegará al desarrollo y que luego cae con estrépito, un país inflado con ilusiones, un país que cree en ellas y que luego cae en el hazmerreír frente al resto del mundo. La selección nacional, como se ve, es un reflejo prístino de la historia del México independiente.

Un país que defiende su nacionalismo a través de un deporte que trajeron trabajadores dedicados a explotar la riqueza lo que hoy se considera patrimonio intocable como lo es el petróleo es la menor de las paradojas en este proceso. Hasta antes de 1970 los deportes más populares en México habían sido el futbol americano (ídem) y el boxeo, disciplinas ambas donde se canaliza la agresión, la frustración, algunos dicen que por haber perdido el territorio nacional a manos de los gringos (algo relativamente cierto: Santa Anna les vendió más de la mitad a precio irrisorio), otros porque la grandeza prometida por la Revolución sólo alcanzó, como siempre, a la Familia Feliz. Curiosamente, los deportes más violentos tenían enorme popularidad en las áreas urbanas. y a los cuales luego se uniría la lucha libre, más agresiva aún; en las zonas rurales, que se supone habían sido las más agraviadas y por consiguiente deberían tener mayor frustración acumulada, el deporte predilecto era el beisbol, sobre todo en el norte y la zona que comprende el Itsmo de Tehuantepec.

Es indudable que el auge del soccer fue creciendo conforme se deterioraba el nivel de vida del mexicano. Las ilusiones de México en 1986 por mostrar su grandeza quedaron nuevamente en entredicho con el temblor del 19 de septiembre donde muchos edificios que presumían orgullosamente sus arquitectos se derrumbaron del mismo modo que muchos técnicos han engañado a la opinión pública presumiendo a sus jugadores que se desinflaron al primer revés. La frustración era tal que el Estado mexicano decidió continuar con los preparativos dado el enorme resentimiento social que existía bajo un modelo revolucionario más que desvencijado y caduco.

Para entonces ya era evidente la devoción hacia el "Tri", que jugó bien en ese Mundial, que pasó a segunda vuelta y luego fue eliminada por Alemania en penales, los cuales pasarían a ser la maldición de ese equipo en los siguientes torneos. Peor aún, la prometida grandeza se difuminó cuando de nuevo México quedó exhibido como un país tramposo en el asunto de los cachirules y nuevamente quedó excluido de ir al Mundial de Italia.

En todo ese tiempo ocurrieron varias cosas: el deterioro del nivel de vida hizo que el número de mexicanos que buscaban mejorar su situación económica en Estados Unidos se incrementara notablemente; todos ellos iban tras ese sueño de grandeza prometida que jamás se les dio en su país; los gringos crecieron futbolísticamente y dejaron de ser el flan de la Concacaf. Cuando lograron derrotar al "Tri" ello representó para muchos aficionados el equivalente a que un grupo de rufianes hubieran abusado de sus esposas, hijas o hermanas.

Pero la devoción terminó por consumarse durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, el vendedor de ilusiones más efectivo del México contemporáneo. Su suerte fue tanta que por fin la selección calificó por méritos, algo que no hacía desde 1977 e hizo un buen papel en Estados Unidos donde ya jugaba como local en sus partidos de eliminatoria. Los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu y el Error de Diciembre nuevamente derrumbaron las ilusiones para millones de mexicanos que, ahora sí, esperaban que por fin les llegara la esperada grandeza. Se agudizó la crisis y con ello el "Tri" pasó a ser, en términos colectivos, una de las pocas tablas que quedaban para mostrar el mundo que sí las podíamos; si nuestros políticos no eran capaces de hacerlo, la responsabilidad estaba en Mejía Barón, en Manolo Lapuente, en Menotti, en Ericksson, en Hugo Sánchez, en Aguirre...

Pero por ese medio la grandeza tampoco llegaba y, más aún, sufrió un estrepitoso encontronazo con la realidad cuando en el 2002 la selección fue eliminada ¡por Estados Unidos! durante el Mundial Corea-Japón. Pero antes de se momento los festejos en el Ángel de la Independencia ya habían sobrepasado lo racional pues hubo conatos de riña e incluso intentos de violación. En realidad el futbol se mostraba ya como catalizador de frustraciones, de querer ser y no poder llegar a ser, de adelantar resultados sin antes planearlos debidamente, de pensar que ya se está en la cima cuando aún quedan tres cuartas partes por recorrer. 

Lo anterior se está repitiendo con el Mundial de Sudáfrica pese a la victoria sobre Francia. Hay que recordar que Javier Aguirre tiene poco más de un año como director técnico y que ese tiempo realmente es poco para conformar un equipo sólido. México ha jugado más con ganas que con estrategia y eso le puede traer otro encontronazo con la realidad si llega a enfrentarse a un equipo menos desorganizado y patético que la actual selección francesa. 

Es preocupante cuando las ilusiones de todo un país por querer sobresalir se centran excesivamente en el futbol. Este debiera ser apenas un eslabón y no un fin en sí mismo. En otros países la grandeza de sus selecciones nacionales es consecuencia de su peso histórico. Aquí buscamos que ocurra al revés. Y por ello, aunque se logre pasar a segunda vuelta, el México de las ilusiones aún seguirá ahí.

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