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John Edwards: de presidenciable a sinvergüenza

Pudo haber sido el segundo hombre más poderoso de los Estados Unidos pero detrás de su populismo político habitaba una personalidad ruin e infiel a una esposa padecía una enfermedad terminal. Si John Edwards fuera republicano ya habríamos tenido una película sobre sus andanzas. Pero como es demócrata se ha optado por echarle tierra a tan apestoso asunto

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JUNIO, 2011. El tabloide National Enquirer publicó la foto de una chica con una pequeña de dos años en brazos. Nada tendría el asunto de raro si un conocido político norteamericano no fuera el padre de la niña, y si la rubia en cuestión fuera una desconocida para él. Pero el bebé era suyo y la muchacha, Frances Quinn Hunter, era su madre. Y más aún, que todo ello ocurriera mientras la esposa de ese político, de nombre John Edwards, padecía cáncer terminal.

El capítulo no terminó ahí. La prensa trató de echar tierra al escándalo, un extraño contraste al ocurrido poco después cuando el ex senador republicano por Minnesota Trent Lott fue bombardeado por acusaciones tras ser descubierto enviándole "señales" a otro hombre en el baño de un aeropuerto en Minneapolis. Esta vez el asunto no parecía tan grave, por lo visto. Sin embargo el Enquirer publicó otras fotos; cuando los seguidores del senador Edwards pensaban que demandaría por difamación al pasquín se toparon con que, efectivamente, la criatura era de él y la muchacha, una ayudante de campaña, había sido su amante. Claro que para que ello ocurriera tuvieron que pasar dos años sin que ningún director de algún periódico o televisora importante presionara a Edwards para que declarara la verdad. Incluso hubo blogs y sitios que creían que el affaire era mera invención, como el Huffington Post, el cual una vez que Edwards aceptó lo evidente sufrió de súbita amnesia.

La pus siguió saliendo. La investigación concluyó que Edwards no sólo había negado ser el padre de la niña sino que había exhortado a Andrew Young, uno de sus asesores de campaña, a que asumiera la paternidad a cambio de un bribe (soborno), y que en una reunión que tuvo con Hunter, Edwards le prometiera que "una vez que su esposa falleciera", él se casaría con ella, además de solicitarle que hiciera un "cambalache" de las pruebas de orina en el laboratorio para mostrar que no era el padre. 

¿Y por qué Edwards estaba asumiendo una posición tan ruin, al grado de desear la muerte de su esposa que en ese mismo momento atravesaba por dolorosas sesiones de quimoterapia? Porque John Edwards es un sinvergüenza, alguien sin escrúpulos ni interés alguno por la mujer con quien estuvo casado durante 31 años --ella murió el pasado noviembre-- ni los hijos que engendró con ella.

Pero el efecto karma parece cernirse ahora sobre Edwards: un Jurado está investigando la posibilidad de que el ex senador haya utilizado ilegalmente 934 mil dólares enviados a su campaña para su defensa y manutención para la chica, quien obtuvo una compensación de 300 mil dólares con tal de "no moverle más" al asunto. En caso de comprobarse las acusaciones, Edwards podría pasar unos 25 años en prisión (de acuerdo a le legislación norteamericana, los fondos destinados a una campaña política no pueden ser utilizados para otro fin que no sea el que fueron asignados, esto para evitar la infiltración de dinero sucio procedente de la mafia u otras fuentes. Si Edwards no comprueba en que se gastó ese dinero estaría cometiendo un delito federal aunque la Corte también deberá comprobar que fueron utilizados para sobornar gente durante el escándalo).

Pero Edwards había sido un sinvergüenza con buena estrella política. Cuando John Kerry lo escogió como candidato demócrata para las elecciones del 2004 los medios lo ensalzaron por su "seductora sonrisa" y comparaban su atractivo físico con el de un actor de cine, una catarata de loas donde, por supuesto, surgió la infaltable comparación con John F. Kennedy y su esposa Elizabeth Anania, a quienes el conocido bloggero Andrew Sullivan (quien había brincado de su apoyo a George W. Bush a ferviente demócrata en cuestión de semanas) los ubicó como "el nuevo John y la nueva Jackie".

Por supuesto el contraste de elogios fue contundente cuatro años después con la selección de Sarah Palin como compañera de fórmula del republicano John McCain. Ya pasaron dos años y medio de aquella derrota y aún se ataca a la ex gobernadora de Alaska con enfermiza fruición.

Kerry perdió la elección y se regresó a su carrera legislativa, que ha sido más bien mediocre. Edwards aspiraba a algo más: apenas se habían echado a la basura los banderines con la frase Kerry-Edwards 04 cuando ya pensaba en iniciar su carrera presidencial para el 2008. Obama era entonces un semidesconocido senador por Illinois de modo que sus amigos de la prensa apapacharon con furor a Edwards para conseguir ese propósito. Una muestra de ello se dio con una viscosa entrevista concedida a Rolling Stone donde Edwards mintió flagrantemente al afirmar que "mi familia, unida como siempre, me apoya en todo momento. Mi fuerza para continuar la tengo en mi esposa" y mostró, escribió el periodista, "una faceta humana al detenerse por sentir un nudo en la garganta". Efectivamente, Elizabeth, una brillante abogada. había sido su principal consejera política, pero no es improbable que Edwards se reuniera privadamente con Hunter horas después de concluida esa entrevista.

Los seguidores de Edwards tenían una sorpresa justificada. Originario de Carolina del Norte, el futuro senador fue excelente alumno, gran deportista y nacido en una familia de fuertes convicciones religiosas. Si algún defecto tenía, refirió un ex compañero de universidad a un periódico local, "era ser muy atrabancado y solía complicarse en asuntos aparentemente fáciles (...) en ocasiones reaccionaba violentamente cuando escuchaba algo que no le parecía..." Se graduó en Leyes para luego convertirse en prestigiado abogado. Como muestra, tras ganar un juicio se embolsó 25 millones de dólares en honorarios.

En 1996 los Edwards sufrieron una tragedia familiar cuando uno de sus hijos murió en un trágico accidente. "Aquello fue un hecho terrible pero nos fortaleció para seguir adelante", dijo Edwards en la entrevista con Rolling Stone, "es curioso cómo el dolor termina por fortalecerte de esa forma".

Esa publicación, por cierto, no guardaba duda alguna de que él más indicado para la presidencia era Edwards, En un artículo escrito por Tom Dickinson en 1997 se le ubicaba como el "tercero en discordia" cuya agenda "era superior en propuestas a las de Hillary Clinton y Barack Obama". Más tarde y en un giro que dejaría pasmado al mismo Orwell, Rolling Stone olvidó que Edwards era "el liberal con las ideas más grandes" una vez que estalló el escándalo y empezó a encender incienso a Obama, el candidato que apenas unos meses antes consideraba era el que tenía menos posibilidades de alcanzar la nominación. Igual que el Huffington Post, esa revista sufrió súbita amnesia y borró todo rastro de Edwards y sus Grandes Ideas.

Antes del escándalo Edwards mostró un comportamiento hipocríta en todos sus ángulos. Días después de un discurso donde criticaba a esos padres de familia que compraban caros videojuegos a sus hijos "enfrente de esas familias que apenas sobreviven con el welfare (seguro de desempleo)", fue visto salir de un Sam´s Club con varias cajas que contenían la más reciente edición de los juegos de video X-Box. En un principio Edwards, quizá con la idea de que sus votantes son idiotas, respondió que eran para "ser repartidos entre los niños pobres de las grandes ciudades", declaración que empeoró el asunto hasta que reconoció que los había adquirido para el menor de sus hijos.

En otras ocasión y frente a un auditorio de dirigentes sindicales, un Edwards eufórico fustigó a esos "insensibles comensales que derrochan cientos y miles de dólares en restaurantes caros, vedados para la mayoría de los norteamericanos". A las pocas semanas --y quizá por lo "atrabancado" que refería su ex compañero de universidad-- el New York Post publicó una fotografía donde se veía a Edwards saliendo de uno de los restaurantes más ostentosos de la Quinta Avenida. El diario investigó a cuánto ascendió esa cena de Edwards y varios de sus amigos esa noche: 2,458 dólares, sin incluir propinas.

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