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LITERATURA
Imperativo, recordar a Alexandr
Solzhenitsyn a un siglo de su nacimiento
Recientemente se cumplió un siglo del nacimiento de un autor
que asestara un enorme boquete a la reputación de un régimen
que hasta entonces solo recibía alabanzas en el resto del
mundo. Su libro Archipiélago Gulag, y las
conferencias que dio, dejan en claro que la amenaza a la
libertad y sus enemigos que él denunciaba entonces sigue
vigente hoy
Versión impresión
DICIEMBRE, 2019.
A la distancia del tiempo es difícil calcular el tamaño del
agujero que Archipiélago Gulag de
Alexands Solzhenitsyn
provocó al régimen de la Unión Soviética. Cuando el libro
salió a la venta por primera vez en 1973, el entonces
dictador Leonid Brezhnev convocó a una junta de urgencia con
su gabinete. Y es que el golpe era doblemente devastador
pues se trataba de un autor "apestado" que tres años atrás
había sido reconocido con el Nóbel de Literatura.
Igualmente increíble es que hasta antes de la aparición del
Archipiélago, buena parte de la opinión pública en
Occidente desconociera la existencia de estos campos de
concentración. ¿Cómo iba a ser eso posible si la URSS había
convertido a Rusia en un país no solo potencia mundial sino
un sitio donde la explotación de los dueños del capital y la
propiedad privada habían sido abolidas? Al hablar de campos
de concentración se pensaba en Auschwitz, en Treblinka, no
en uno de los países que había ayudado decisivamente a
destruir al gobierno nazi.
La comunidad intelectual mundial, incondicional aliada de
toda la propaganda que eructaba Moscú, igualmente se negaba
a aceptar, en lo mínimo, que alguien se atreviera a
"mancillar" la experiencia comunista en Rusia. La periodista
española Nuria Richart da cuenta que cuando
Solzhenitsyn
contó de su experiencia en España (entre otras cosas,
escribió que no era una auténtica dictadura "pues aquí se
puede criticar al gobernante en la prensa, comprar
libremente periódicos de otros países y viajar de un lugar a
otro del país sin consultar a la autoridad"), los epítetos
que recibió el escritor ruso fueron entre otros "espantajo",
"hipócrita" --mira quién habla-- "siervo" --ídem-- y
"delirante"; incluso el futuro Nóbel Camilo José Cela dijo:
"Solzhenitsyn
no está solamente contra España, nuestro pequeño y amado
país, lo cual no sería nada.
Solzhenitsyn
está contra Europa (...). Está contra la libertad (...).
Heraldo de tristeza (...). No tenemos necesidad de pájaros
de mal agüero".
Curiosamente, y si se trataba de un "escritorcillo
insignificante y mentiroso", como llegó a decir el
intelectual Jean Benet ¿por qué entonces les había provocado
tanta furia e indignación?
Como hoy se sabe ampliamente, Archipiélago Gulag fue
la recopilación, más de 500 página, sobre los testimonios no
solo del autor sino de otros prisioneros cuya mayor falta
fue haber criticado al padrecito Stalin, no en un diario, no
en un medio electrónico, sino mediante intercambio de
correspondencia cuyo contenido, se suponía, era inviolable y
privado. Buena parte de esos textos fueron recopilados y
sacados de la Unión Soviética de 1967 a 1973.
Archipiélago Gulag se convirtió en un éxito editorial
inmediato aunque, algo que no debiera sorprendernos, ningún
estudio de Hollywood se echó a cuestas la aventura de filmar
una película. Curiosamente, la obra había tenido su origen
en la "desestalinización" ordenada por Nikita Kruschev tras
la muerte del dictador georgiano. Cuando Kruschev fue
destituido por el Politburó, a su sucesor Leonid Brezhnev no
le hizo gracia que hubiera escritores empeñados en escarbar
sobre el pasado reciente soviético y presionó para que la
Unión de Escritores de la URSS --en realidad, un gremio
servil del Kremlin-- determinara expulsar a
Solzhenitsyn,
algo que lo convertía prácticamente en un autor marginado.
Pese a las protestas de algunos autores de Occidente,
incluso de izquierda, para que la Unión de Escritores
pensara mejor la expulsión, ésta finalmente se consumó, Este
factor fue decisivo para que la Academia le otorgara el
Nóbel de Literatura en octubre de 1970. (Por cierto y para
acallar las voces de la intelectualidad procomunista
occidental, al año siguiente la Academia entregó el galardón
al chileno Pablo Neruda, abierto simpatizante de la URSS y,
más específicamente, del mostachudo Stalin).
Solo hasta 1974 pudo
Solzhenitsyn
recibir el Nóbel. La manera de Moscu para manifestar su
molestia con el escritor rebelde fue expulsarlo de la URSS y
quitarle la ciudadanía soviética. Desde entonces
Solzhenitsyn
vivió en una pequeña granja en el estado de Maine hasta que
en 1994, ya caída la URSS, regresó a su país natal, donde
falleció en el 2008 a los 79 años de edad.
Durante una conferencia que ofreció en Harvard en 1978,
Solzhenitsyn
criticó la pasividad de los norteamericanos ante la
represión y las atrocidades que estaban ocurriendo en la
Unión Soviética: "Cuando veo a la gente en este país
viviendo sus vidas como mejor les place, con un aire de
libertad que se respira por todos lados, quizá piensen
ustedes que no, que lo que ocurre en mi país no podría
ocurrir aquí. Permítanme decirles que es totalmente posible;
muchos en el mundo admiran la libertad que ustedes gozan,
pero muchos otros la detestan, la ven como algo impropio, y
harán lo que sea para acallarla y someterla... esa idea
puede surgir y expandirse dentro de su propio país", dijo el
escritor mientras a las afueras del auditorio en Harvard un
grupo de estudiantes protestaba por su presencia, lo que
indirectamente le estaba dando la razón.
Tras la caída de la URSS en 1991, los gúlags fueron
rápidamente destruidos. No hubo homenaje alguno contra los
caídos, casi no hay documentales sobre las condiciones de
vida de los prisioneros ni tampoco se preservó uno de estos
campos, como Auschwitz, como muestra de hasta donde puede
llegar el ser humano cuando la ideología radicalizada se
convierte en desprecio por la vida humana de quienes piensan
diferente. Los nazis lo hicieron pero, como escribió la
periodista norteamericana Anne Applebaum, "existía una clara
consigna para no dejar huella de los gúlags en la historia
humana... y en occidente nadie hizo nada para impedirlo".
Por ello, libros como
Archipiélago Gulag y la memoria de Alexandr
Solzhenitsyn
deben mantenerse vigentes. Sus temores que cunda la apatía
ante la amenaza totalitaria hoy se ven más reales, y más
tangibles, que en 1973.
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Grandes Temas, lectura para dar
inicio al otoño
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relucen precisamente por su inteligencia. Sin embargo en este
libro, uno de sus colaboradores asiduos nos ofrece un libro
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