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Derechos de autor, de lo justo a la payasada

Si bien es la mejor manera de proteger una obra creativa, el copyright también puede alcanzar niveles chocantes. en especial contra aquellos que, a forma de homenaje suben a la red material que luego deben retirar presiones legales, lo que al final limita seriamente la creatividad en la red

NOVIEMBRE, 2013. El columnista Alan Reynolds dio un ejemplo reciente sobre los increíbles límites a los que ha llegado la defensa del pago de los derechos de autor. Un grupo de adolescentes que se encontraban en un campamento de verano recibieron una notificación por parte de la ASCAP, el organismo que en Estados Unidos se encarga de proteger el copyright, exigiendo el pago de regalías "por el uso indebido de las canciones que se cantaban ahí y que no estaban pagando derechos de ejecución". Parece chiste, pero no lo es. Aunque alguien encontró la solución, comprar legalmente un CD con esas canciones para tararearlas, dado que el sing along no está tipificado como delito... todavía. (¿Se imaginan cuánta gente tendría que pagar derechos de autor mientras corea las canciones de su artista favorito durante un concierto?)

Peor le fue a Gerald Pratt, quien afirma poseer una de las colecciones más grandes del mundo relacionadas con
Star Wars. Tras la llegada del Internet, Pratt vio la oportunidad de compartir su parafernalia con los fans de todo el mundo, una envidiable colección que incluía todo lo imaginable sobre el tema, desde revistas, afiches, tarjetas, tazas y cientos de cosas más. Pero un día recibió una carta, conocida como cease and desist donde Lucasfilm le exigía retirar su página completa para evitar una multimillonaria demanda por violar los derechos de autor.

Al principio Pratt eliminó los segmentos musicales de John Williams y los archivos de música Midi, un formato que era común en los primeros años de la red. Los abogados de Lucasfilm lo notificaron de nuevo: debía quitar cualquier referencia a Star Wars, es decir, todo el material original. A Pratt le quedaban de dos consomés, comprar una licencia de Lucasfilm o presentar su página con dibujos, bocetos y fotografías inspiradas en la película. Pero, de nuevo, no podía mostrar absolutamente nada que proviniera de la fuente de la película.

"En el primer caso, la licencia estaba fuera de mis posibilidades económicas, y peor aún, si presento los juguetes también tendría que pagar derechos a Kenner, la empresa que los fabrica, la música original también pedía otra porción de parte de la disquera por lo que solo me quedaba la opción de ofrecer bocetos y dibujos de la saga. Lo hice y mis visitantes bajaron, de dos millones a la semana, a 400 mensuales. Me parece injusto pues no estaba lucrando con ese material que me había costado miles de dólares recopilar", explicó Pratt.

Es un caso difícilmente único. Algo que hizo irresistible al Internet en sus primeros años era el tener acceso a colecciones como la de Pratt, la cual en su momento la revista Wired llegó a llamar "el equivalente al Louvre con el tema de Star Wars". Algo similar sucedía con páginas dedicadas a Star trek, X Files y las de grupos musicales. Todo ello acabó cuando los abogados amenazaron con demandar a esos fans, en consecuencia, el único material disponible en línea hoy es el que interesa exclusivamente a Lucasfilm con fines comerciales. La versión original de la trilogía ya no existe en ninguna referencia en starwars.com y solo es posible adquirir ahí la versión remasterizada con nuevos efectos que, en opinión de miles de fans, demeritó la calidad de una obra que no requería alteración alguna.

Algo similar ocurrió con aquellos poseedores de enormes colecciones de música que un día decidieron crear sus propias estaciones de radio en la red y que fueron aplastadas como uvas por los abogados de las disqueras pese a ser música streaming; los altos costos por regalías y permisos terminaron con casi todas ellas en Estados Unidos aunque sobrevive un buen puñado de en Canadá donde la ley de derechos de autor es un poco más laxa (aunque hay ciertas canciones que tienen prohibido incluir en su programación).

Es verdad que en sus inicios, la red era un pueblo sin ley en que imperaba la piratería pero donde igualmente circulaban joyas musicales desdeñadas por las disqueras por su poco valor comercial. Esta insatisfacción de los fans dio lugar a que brotaran sitios como Napster. Es normal, y justo, que existan ciertas restricciones en la red para que los artistas garanticen sus regalías por derechos de autor, pero el llegar al punto en que se exija el pago de ejecución a un grupo de adolescentes que se reúnen en torno a una fogata para tararear sus canciones favoritas suena a verdadera payasada, innecesaria además.

Conviene entender cuando hablamos del robo de un trabajo intelectual y el uso de una canción para pasársela bien. Hasta donde se sabe, quien adquiere un libro, un DVD o un CD compra también su derecho de ejecución sin fines de lucro. El consumidor puede ver la película original las veces que quiera en su hogar y hacerlo con sus amigos. Pero si les cobra la función estaría violando ese derecho, aunque también ahí se incluiría a quien le saca una copia a su CD para guardarlo en el disco duro de su laptop o su PC. 

Lo mismo ocurre con las fotografías o textos que un fan colecciona y las sube a la red a modo de homenaje, nunca de mala fe. Sin embargo los abogados no consideran este tipo de sentimentalismo y ven a ambos grupos como delincuentes por igual. Por ello las "páginas oficiales" de los artistas suelen ser insípidas --y. con frecuencia, descarados comerciales-- dado que se hacen por encargo y no por fans que lo harían hasta por amor al arte. Hay excepciones, por supuesto, pero son contadas.

Una módica licencia para los fans por el uso de este material y el dejar de molestar a quienes se divierten cantando alrededor de una fogata es lo se antoja como buen remedio. "La justicia es mucho más rápida desde que se eliminaron los abogados", dice el doctor Emmet Brown en Back to the Future II. En el caso de los derechos de autor, vendría a ser una verdad de a libra.

 

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