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Así como los demócratas perdieron la razón, perderán la elección

Si Donald Trump resulta reelecto en el 2020, los demócratas serán los últimos en darse cuenta que todo fue culpa enteramente de ellos, con propuestas descabelladas, santaclausescas y claramente dispuestas a coartar la libertad religiosa y de elección. Si a ello agregamos que un tercio de los candidatos son clowns de toda laya, lo que se avizora será una derrota histórica que los afectará por décadas

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OCTUBRE, 2019. Un candidato promete entregar mensualmente mil dólares a cada ciudadano mayor de 21 años para que realice su proyecto de vida sin preocupaciones ni presiones monetarias. Otro candidato asegura que confiscará las armas de fuego a quienes las hayan adquirido legalmente y cobrará impuestos a las organizaciones religiosas que se opongan al matrimonio entre personas del mismo sexo. Otro candidato, sospechoso de tráfico de influencias --su hijo y él mismo aparecen en una foto jugando golf con unos ejecutivos ucranianos de oscuros antecedentes-- exige "juicio político" contra Trump y asegura que "jamás hice negocios en Ucrania" cuando en un video grabado en el 2014 Biden se vanagloria de haber condicionado con éxito un préstamo de Washington a ese país en los años de Barack Obama.

El show no para ahí, por supuesto: una candidata, acusada de mentir sobre su herencia nativoamericana para obtener un lugar en Harvard destinado a las "minorías raciales" y su supuesto despido de una empresa cuando le anunció su embarazo, promete que aplicará impuestos de "hasta el 70 por ciento" de las ganancias a Wall Street, que "borrará" las empréstitos que los recién graduados tienen pagar a sus universidades en cuanto consigan empleo (algo que traería consigo un truene masivo de instituciones bancarias) y otro candidato, quien contra la advertencia de sus doctores de que guardara reposo luego de sufrir un ataque cardiaco, se obstina en ser precandidato y sigue 'prometiendo servicio médico gratuito, educación gratuita, se sea o no residente legal en Estados Unidos", aunque haya preferido atenderse en un hospital caro de Denver pese a haber dicho varias veces que el servicio médico en Cuba "es inmejorable".

Lo más alucinante del asunto es que lo que estamos presenciando es una pasarela de candidatos de un país que hasta hace poco era considerado mundialmente un baluarte de la libre empresa y donde los socialistas estaban confinados a los cubículos universitarios y a una curul, la del sempiterno legislador Sanders, a quien sus correligionarios ubicaban como el chiflado de la comuna. Más increíble aún es que estos candidatos sean los que encabezan las preferencias para la candidatura que el año próximo contenderá por la presidencia contra Donald Trump.

Entre los otros candidatos están Kamala Harris, cuya campaña recibió una estacada mortal cuando su contendiente Tulsi Gabbard señaló que, como procuradora en California se registró una cantidad récord de procesados por uso de drogas, una política que hoy Harris denuncia como parte del "racismo" de Donald Trump. (La ex funcionaria ya había metido la pata cuando en una entrevista radial aseguró que "en 1988 fumé la 'yerba' con unos amigos mientras escuchábamos a Tupac Shakur y Snoopy Dogg", cuando los discos debut de esos rapperos aparecieron tres años más tarde).

O bien Gary Booker, quien además de hablar en un debate en algo que en momentos parecía ser idioma español, le dijo a un activista que le hizo una pregunta que éste tenía "una calva que te hace ver más guapo". No sabemos qué opina de ese coqueteo la esposa de Booker, la conocida actriz Rosario Dawson.

Y entre los "ex" se encuentran Bill di Blasio, el alcalde de Nueva York, apodado en esa ciudad "Bill di Bozo" en alusión al conocido payaso de la televisión. Los neoyorquinos lamentan que tras su retiro de la campaña, "Di Bozo" haya retomado la alcaldía: una de sus primeras decisiones fue decretar multas de hasta 2,500 dólares a quienes no empleen "pronombres inclusivos" hacia quienes afirman ser parte de los 79 géneros sexuales.

Entre los otros candidatos están Pete Butigieg, hijo de inmigrantes europeos simpatizantes de la revolución rusa. Butigieg también ofrece servicio médico gratuito pero se opone a la abolición de las aseguradoras privadas que muchas empresas contratan para sus empleados. La otra candidata es Tulsi Gabbard, una guapa legisladora que se ofreció como voluntaria en el ejército y fue enviada a Afganistán. A Gabbard también la acusan de haberse reunido con el dictador sirio Assad, aunque hasta ahora nadie haya objetado que, por ejemplo, Sanders haya hecho lo mismo con Daniel Ortega en Nicaragua y con Fidel Castro en Cuba, o que Bill di Blasio haya tenido una animada charla con Hugo Chávez cuando éste visitó la ONU.

Luego que Gabbard noqueó a Harris en el primer debate se le acusó de ser "agente al servicio de Putin", aseveración por supuesto absurda y carente de fundamento. Pero así es cómo se las gasta un partido que hasta hace muy poco se destacaba como organización política seria.

Tras su derrota en el 2016 y en vez de realizar un examen de conciencia entre sus miembros, los demócratas se radicalizaron más a la izquierda y no solo eso, siguen insistiendo en insultar a los simpatizantes del presidente Trump en vez de tratar de ganárselos con propuestas convincentes. No es exagerado afirmar que los miembros de ese partido caminan alegremente hacia un precipicio, encerrados en su burbuja donde piensan que una abrumadora mayoría de los norteamericanos coinciden con sus descabellados plantemientos.

Tampoco ayuda, por ejemplo, que sus propuesta amenacen no solo la libertad de compraventa y la libertad religiosa, ambas consagradas en la Segunda Enmienda la cual (algo que no parece ser casualidad) los demócratas están empeñados en modificar, o de plano abolir.

Durante el segundo debate el ex legislador texano "Beto" O'Rourke radicalizó más su discurso al enfatizar que "demonios, por supuesto que confiscaremos sus armas de fuego", lo cual implicaría no solo doblegar la segunda enmienda sino requeriría que el Senado y 34 estados de la Unión aprobaran la iniciativa. O'Rourke dijo en otra entrevista que la requisa sería "de casa por casa", realizada por miembros de las fuerzas armadas o la autoridad local.

¿Acaso espera "Beto" que los dueños de esas armas las entregarán entre sonrisas y recibirán con flores a quienes lleguen a su domicilio a confiscarlas? Además que, como establece el columnista político -Gary Gindler, "para requisar una arma de fuego se requiere, primero, que un juez emita una orden de cateo para cada domicilio y, segundo, se haya demostrado en la Corte que se cometió un ilícito con esa arma y, tercero, si el arma fue adquirida legalmente, cualquier abogado defensor echaría por tierra en menos de cinco minutos la riesgosa y poco pensada iniciativa de "Beto" O'Rourke.

Ahí no terminan la insólita baladronada de O'Rourke quien aseguró que obligará a toda organización religiosa que no acepte el matrimonio gay a pagar impuestos. La propuesta es tan idiota y tan descabellada que hasta su contendiente demócrata Butigieg insinuó en el debate un aspecto obvio: ¿el cobro de impuestos incluirá también a la comunidad musulmana de Estados Unidos que se opone abiertamente al matrimonio entre personas del mismo sexo?

Con el fango en que se está hundiendo Joe Biden y el ataque cardiaco que sufrió Sanders, lo cual prácticamente lo deja fuera de la contienda, quien se perfila como la contendiente es Elizabeth Warren, una mujer que se ha radicalizado tanto quien en vez de acompañarse de un maletín ejecutivo, lleva en su espalda una mochilita de esas que usaban los hoy olvidados globalifóbicos. Warren prometió en el más reciente debate que el servicio médico gratuito estará disponible para todo aquel que lo requiera sin necesidad de comprobar su estatus migratorio, una propuesta que, naturalmente, ha preocupado a los norteamericanos, temerosos de que ello se traduzca en importantes alzas impositivas.

El discurso de los precandidatos se ha obsesionado en tres temas: meter al presidente Trump a la cárcel, competir en Santa Claus para ver quién regala más cosas --con costo para los contribuyentes, aunque eso no lo dicen-- y castigar, así sea hasta ultratumba, a quienes hicieron de Estados Unidos la locomotora del mundo.

¿Ha resultado este drástico viraje en una alza considerable de votantes potenciales hacia la causa demócrata? No mucho.

De acuerdo a la encuestadora Pew Research Center, una de las más serias del país, el presidente Trump podría incluso llevarse hasta 370 electores de los 400 posibles en noviembre del 2020 e incluso ganar estados como Minnesota y Nuevo México, énclaves demócratas hasta el tuétano. Ello implicaría que Trump esta vez ganaría el voto popular, argumento de muchos demócratas, entre ellos la señora Clinton, para llamar "ilegítimo" a Trump.

El más reciente debate efectuado el 18 de octubre y transmitido por CNN, solo atrajo 8.5 millones de televidentes, contraste con los 17.5 que sintonizaron el primer debate. Los demócratas son los únicos que no perciben que su radicalización política les está está espantando simpatizantes.

"El principal problema es que los demócratas, como la precandidata Warren, asumen que Trump es 'parte de un sistema corrupto y amañado que ha ayudado a los más ricos y quienes tienen influencias y han arrojado tierra a la cara del resto' no tiene eco excepto con quienes son parte de la izquierda radical", escribe Marc Thiessen en el New York Post. "La economía avanza bien y el desempleo está en su nivel más bajo en décadas (...) ¿por qué van a querer los norteamericanos un 'gran cambio estructural' en la economía si está funcionando satisfactoriamente? Especialmente cuando se sabe que los cambios que propone Warren costarian trillones de dólares y requerirían alzas impositivas?"

Los demócratas han olvidado la máxima de James Carville, asesor de Bill Clinton cuando le preguntaron porqué la relación del mandatario con Monica Lewinsky no afectó gran cosa su carrera política: "Es la economía, estúpidos", fue su repuesta.

Es altamente irónico que Carville fuera un demócrata. Sus compañeros de partido en este 2019 están demostrando que pueden ser increíblemente estúpidos. Y esa estupidez les va a salir bastante onerosa. O como bien titula el analista político Jim Gerarty en un reciente artículo del National Review: "Los demócratas piensan que pueden ganar sin tener votantes".


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