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Alexia y Yalitzia: el odio contra lo que somos... pero el racista es Trump

 

El éxito  internacional de una actriz y una gimnasta mexicanas ha desatado un tsunami de críticas en su contra dentro de un país que paradójicamente critica de racistas a personas del extranjero sin caer en cuenta por un momento que aquí también padecemos esos prejuicios raciales contra nuestra misma gente

 

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Por Roberto Rojas P.

ENERO, 2019. Debo hacer una sonrojante confesión: pese a ser suscriptor de Netflix, es momento en que NO me he asomado a ver Roma, la reciente producción de Alfonso Cuarón y la cual, según cuentan los amigos e incluso en el mundo de cine, es una película cuyo guión es excelente pues trata sobre una familia clasemediera de principios de los 70, aún sacudida por los acontecimiento de Tlatelolco tres años antes... y eso es todo lo que sé.

Bueno, también que la película se la lleva una chica que hace su debut en el cine, una oaxaqueña ex maestra de escuela primaria llamada Yalitzia Aparicio. La muchacha ya pasó a convertirse en una celebridad --apareció en la portada de la edición mexicana de Vogue y se dio a conocer aun más durante la reciente entrega de los Globos de Oro.

Ahora bien, tranquilos, amigos lectores. No estamos buscando aquí desbancar ni interferir con los redactores de la sección de Cine. Cada cual le hacemos la luchita. El asunto que queremos recalcar aquí es cómo desde que supimos de ella, ha habido corridillos y opiniones en torno a Aparicio, sobre todo esas burlas que surgieron con el vestido que llevó a los Globos de Oro, por cierto mucho más decente que las garras que llevaron otras celebridades. Twitterlandia se dio gusto pegándole a la actriz e incluso un usuario, vía Photoshop, le cambió el rostro a la india María por el suyo, agregándole un "sí, patroncito" como pie de foto. Otros le llamaron "toñita" y alguien más escribió "aunque se vista de Gucci sigue siendo empleada del tianguis".

No es un caso aislado de racismo a la mexicana, por cierto. Ya desde los Juegos Olímpicos celebrados en Río de Janeiro más de un paisano celebró la rápida descalificación de Alexia Moreno, una gimnasta oriunda de Baja California Norte. "¿Por qué mandan a la sirvienta a los olímpicos?", preguntó sarcásticamente una tuitera, lo recuerdo muy bien; otro más le llamó "Alexia PRIETO" y otro más escribió "mi sueño es ganar uno de esos concursos de comer hot dogs. Alexia Moreno", al tiempo que decenas más se mofaron de su pronta descalificación.

La chica luego participó en los Juegos Panamericanos del 2018, el Panamericano de Lima y posteriormente consiguió la medalla de bronce en en Mundial de Gimnasia en Doha, Qatar, también el año recién concluido, eso después de haberse dedicado dos años a continuar su carrera de Arquitectura.

¿Qué tienen en común estas dos mujeres que con su talento han conseguido cosas realmente meritorias? Bueno, una, su color de piel y su origen humilde... el tener facciones de una indígena-mestiza, pues, y eso parece repatearle a muchos compatriotas quienes, paradójicamente, comparten ese mismo origen solo que "salieron" con el color de piel y de los ojos más claros, aunque genéticamente no ostenten ninguna otra diferencia con ellas.

Cierto, en el caso de Moreno, las burlas se enfocaron a su supuesto sobrepeso pero llevaban implícita la observación de que la gimnasta tiene esa imagen que a mucha de la gente que la hizo pedazos en twitter causa escozor o, más bien, deja ver lo acomplejados, y racistas, que seguimos siendo en este país hacia quienes, por sus facciones y su color de piel, aparentemente no merecen ni tienen porqué destacar en la vida.

Como ya dije, no he visto la película de Cuarón pero si asumimos que la historia tiene lugar a inicios de los 70, muchos de nosotros aún recordamos detalles de aquélla década. Supongo que la inclusión de Aparicio está lejos de ser una casualidad: durante aquella década la mayoría de las empleadas domésticas que trabajaban en hogares clasemedieros eran de origen indígena, provenientes de los pueblos y ranchos circunvecinos donde la reforma agraria devastó a su estructura productiva; el emplearse como lo que antes se les llamaba "sirvientas" era común, un mundo donde carecían de toda prestación social, se les pagaba mal, trabajaban horas extras sin retribución y de ribete con frecuencia debían soportar el acoso sexual tanto del patrón como de los hijos de éste.

Las cosas no han cambiado mucho desde entonces, lamentablemente; incluso muchas de esas mujeres hoy continúan trabajando, junto con sus hijas y sus nietas, en las mismas familias.  Pero el porcentaje de empleadas domésticas jóvenes de origen indígena presentó s su punto más alto durante esa década que también vio a Echeverría, a Los Polivoces y a John Travolta enfundado en un traje de poliéster blanco.

Muchos de nosotros que crecimos en esa década y en los 80 escuchamos el uso peyorativo que se daba a la palabra "indio" como sinónimo de ignorante e iletrado, que al decir que una mujer "está bien india" equivalía a tacharla de vulgar, desaseada y cochambrosa, es decir, "prieta". Todavía de repente alguien llama "la indiada" a la gente que tiene gustos chabacanos. Decir que alguien es un "indio patarrajada" o que "tiene el nopal en la frente" están lejos de ser erradicados en el México actual.

Es increíble cómo, pese a que desde la Constitución de 1917 se estableció la abolición de las castas, éstas aún se siguen empleando como elemento discriminatorio contra todo aquel que sea "prietito"; los zambos, saltapatrás y notentiendo que referían la infinita mezcla racial que se ha dado desde la Conquista se supone que ya no aplican y que ante la ley todos somos iguales, independientemente que nuestro origen sea mestizo, mulato, criollo e indígena. Y hablamos de una Constitución que se redactó hace ya más de un siglo.

Seguimos siendo profundamente racistas, y lo que es peor, contra nuestra propia herencia, dentro de esa relación adoración-odio hacia el pasado indígena, como escribió Octavio Paz, que tanto nos gusta presumir ante los extraños pero con fruición criticamos en privado o con las amistades de más confianza.

Pero eso sí, Trump es el racista, el que no quiere a los mexicanos. Pero no fue Trump el que comparó con una cerdita a Alexia Moreno, ni quien criticó acremente el vestido que lució Yaletzia Aparicio, como tampoco es Trump el que tiene a los indígenas del sureste mexicano en la pobreza, ni el que le hace el feo a los tarahumaras cuando los ve en la calle, ni el que llama "gatas" a las empleadas domésticas con facciones indígenas.

Cierto, Trump apenas puede esconder su desdén hacia todo aquél cuya herencia no sea blanca europea. Pero debemos entender, sin justificar, que su postura es idéntica a la de esos celebrados ultranacionalistas que tenemos en México quienes tienen por regla atacar al masiosare como causante de nuestras desgracias.

Mientras sigamos haciendo burla de esos mexicanos que están triunfando por el solo hecho de estar "prietitos" y, peor aún, "chonchitos", no tendremos cara para criticar al presidente gringo tachándolo de "racista", actitud que nosotros enarbolamos, peor aún, contra nuestra propia herencia.

 

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