NOVIEMBRE, 2018.
Estamos prácticamente a unos días que un gobierno
con inclinación claramente de izquierda tome el
poder en México por la vía democrática. Como se
sabe, después de dos intentos, el tabasqueño Andrés
López Obrador recibió el 50 por ciento de la
votación el pasado julio, incluidos varios estados
del norte donde la votación a favor de la izquierda
había sido muy raquítica, muestra clara del hartazgo
que millones de mexicanos sienten hacia los partidos
tradicionales y están en busca de una alternativa
diferente.
Sin embargo, lo que se viene a partir del primero de
diciembre no será, ni de lejos, una fórmula insólita
ni diferente en la historia política. La izquierda
--centrémonos por el momento en la latinoamericana--
suele aplicar una de estas tres recetas cuando toma
el gobierno; por lo que dicta la historia, ninguna
de ellas ha traído mejores resultados que el impulso
decidido a una economía de mercado, pero sí hay
grados entre ellas de probables daños, y beneficios,
que se dan sobre todo en el campo económico, que es
el que más interesa para todos aquellos que fueron
seducidos por el discurso del tabasqueño.
"Quienes esperen fórmulas mágicas, lamento
decepcionarlos. López Obrador no sacará trucos
nuevos de su chistera", advierte José Manuel
Hernández, analista y ensayista. "El misterio hasta
el momento es por cuál de esas tres vías se decidirá
el ex jefe de gobierno capitalino. Y dado el enorme
poder político ha acumulado hasta este momento, el
peligro que se incline por la opción más peligrosa
es muy grande. Ojalá que la gente que le rodea lo
haga entrar en cordura".
¿Cuáles son estas tres probables vías que López
Obrador le piensa administrar a México?
Primera vía: El caudillo al
rescate de un pasado idílico
En opinión de Hernández, esta es la fórmula más
factible, por lo menos en la primera mitad de
gobierno de López Obrador: "Una idea basada en el
romanticismo, de una época donde todos éramos
felices hasta que hubo un 'compló' (como decía López
en el 2006) y todo se fue al carajo, llegando en su
lugar una sarta de obsesionados por acumular enormes
riquezas explotando a las clases trabajadoras". Para
el caudillo al rescate de un pasado idílico, las
respuestas para el futuro se encuentran en nuestra
historia, en nuestros ideales siempre mancillados,
siempre traicionados, por gente al servicio de
oscuros intereses del masiosare un extraño
enemigo..."
Esa idea es, precisamente, la que dio origen al
Partido Nacional Revolucionario, antecesor directo
del PRI, y la que siguieron los diferentes gobiernos
priístas, con algunos bemoles, desde Lázaro Cárdenas
hasta José López Portillo, lo cual explica, dice
Hernández, "que para López Obrador México ha estado
en una debacle desde 1982, precisamente el último
año de López Portillo".
Sin embargo para nuestro entrevistado, ese
planteamiento es muy cuestionable: "Si el
nacionalismo revolucionario no hubiera mostrado sus
fallas, las llamadas huestes neoliberales tampoco
hubieran entrado en escena. ¿Para qué hacerlo si
supuestamente las cosas estaban funcionando de
maravilla? A López Obrador se le olvida que ese
'nacionalismo revolucionario' fue el que nos llevó a
las crisis económicas del 76 y el 82".
Un problema evidente con esta vía es que chocaría de
frente con la tendencia mundial, que es de
globalizar los mercados. "Es curioso, pera esa
fórmula proteccionista, la de sustituir
importaciones y todo eso, es idéntica a la de Donald
Trump; de hecho ambos son más parecidos de lo que
parecen".
Agrega: "El cerrarse al exterior tratando de
proteger a la industria local nos llevaría al
regreso de los mercados cautivos, algo totalmente
irracional hoy máxime si de por medio existe un
Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y
Canadá".
Una de las consecuencias directas es que los
empresarios y el gobierno lleguen a componendas que
aceleren el mercantilismo, esto es, "el manejo de
cotos y monopolios que no permitan la entrada a
nuevos competidores", dice Hernández. "Otra
consecuencia, sin duda nefasta, sería el quitarle la
autonomía al Banco Central para que el Ejecutivo sea
quien lo administre. El PRI así lo hizo durante los
años 70 y lo que tuvimos fue una pesadilla económica
de la que aún no logramos reponernos".
La vía del caudillo al rescate de un pasado idílico
es la que intentó el matrimonio Kirchner en
Argentina, obsesionado con rescatar el legado
peronista. Pero en vez de ello, lo que tuvieron
ellos y podríamos tener nosotros son una enorme
corrupción a todos los niveles y un estancamiento en
los niveles de desarrollo. Esta es una fórmula
keynesiana destinada al fracaso, quizá no tan grave
como las medidas que implantó Chávez, pero
igualmente perjudiciales".
Segunda vía: El caudillo
comprensivo y conciliador
Esta es la etapa en la cual nos encontramos en este
momento, dice Hernández, "que es cuando el político
que tenía reputación de radical entre la opinión
pública se mueve al centro e invita otros grupos,
incluso rivales, a unirse a su causa. El caudillo
comprensivo y conciliador rara vez consigue su
objetivo de alcanzar al poder en el primer intento
sino hasta el tercero o cuarto; el triunfo se lo
suelen dar no las clases bajas como se piensa, sino
las clases medias, que son la que más resienten el
deterioro económico".
Este es el caso, por ejemplo, de Ollanta Humala en
Pérú y de Lula en Brasil, "dos políticos radicales
quienes logran seducir el voto clasemediero: sin
abandonar del todo su discurso izquierdista sopesan
la realidad y concluyen que necesitan la ayuda de
los particulares y otras fuerzas productivas. De
repente tienen desplantes antiyanquis en las
palestras internacionales, esto para dar gusto a los
radicales, pero mantienen cierta mesura en su
esquema económico".
El caudillo comprensivo y conciliador le suele dar
una enorme prioridad al gasto social lo que trae
como consecuencia la apertura de más plazas
burocráticas, pero en lo general este caudillo
respeta las reglas de juego de la economía de
mercado aunque sí suele subir mucho los impuestos,
sobre todo el de Impuesto Sobre la Renta. "En
consecuencia, durante el gobierno del caudillo
comprensivo y conciliador comienzan a darse burbujas
inflacionarias en la segunda mitad de su mandato y
se agravan conforme se acerca el final. Y a
diferencia de los otros dos tipos de caudillos, a
éste no le interesa gran cosa cambiar la
Constitución para su beneficio directo, incluida la
reelección".
Los riesgos cuando
existe un caudillo comprensivo y conciliador es la
presión de los grupos internos los que podrían
inconformarse porque nos se está aplicando a fondo
la "justicia social", y entre ellos "destacan los
líderes sindicales, las organizaciones
estudiantiles, los intelectuales y toda esa
coalición de fuerzas que ayudaron al mandatario a
llegar al poder. Otro riesgo, y eso lo estamos
viendo con Lula en Brasil, es que durante este tipo
de gobiernos la corrupción pulula a niveles
astronómicos y suele salpicar al gobernante,
situación que puede verse magnificada por la prensa
con la cual el caudillo conciliador no suele tener
muy buena relación".
Una característica de un gobierno donde el caudillo
conciliador llega al final de su gobierno, dice
Hernández, "ofrece el contraste de gozar una enorme
popularidad aunque la situación económica esté
bastante deteriorada; se piensa que al caudillo le
falló su gente, fue víctima de los vaivenes del
exterior, sus enemigos le tendieron trampas, etc.
Una reciente excepción a esta regLa se dio con Humal
en el Perú, pero aun así su partido político ya no
pudo repetir en la presidencia".
Con todo, sostiene
Hernández, "esta vía es la menos pior, como
luego se dice, que puede tomar López Obrador.
Tercera vía: el caudillo
egomaniaco
En opinión de Hernández, "esta es la peor de las
tres vías, la del caudillo que cree tener un destino
manifiesto, quizá divino, de arreglar lo mal que
anda el mundo, o su país. Generalmente este caudillo
presume mucho de sus orígenes humildes, proviene de
una región golpeada por la crisis económica. Suele
rodearse de consejeros pero no les hace caso alguno;
para este caudillo, lo que dicte su conciencia es lo
mejor, y lo único, que le conviene a un país".
El caudillo egomaniaco viene con la obsesión de
modificar o aplicar una nueva Constitución, "pues es
un creyente ferviente de que el reseteo es la
mejor manera de hacer las cosas que trae en mente".
El caudillo egomaniaco, agrega Hernández, "suele
trae resentimientos muy fuertes contra una parte de
la sociedad, a la que considera injusta de origen,
En ocasiones de debe a un rencor o impotencia en su
pasado a una situación que quedó fuera de su
control", y menciona el caso de
Barack Obama,
"quien perdió a su madre debido a que el costo del
servicio médico era bastante elevado. El caudillo
egomaniaco está obsesionado con asumir como tragedia
nacional su tragedia personal, es decir, que todos
compartamos su frustración ante los abusos de los
poderosos que ocurren diariamente".
Asimismo, dice Hernández, el caudillo egomaniaco
desconfía de las fuerzas del mercado: "Para él,
nadie mejor que un gobierno para hacer correctamente
las cosas y aplicar la justicia social pues piensa
que los particulares y los empresarios siempre
antepondrán sus propios intereses", dice Hernández,
"de ahí que cuando comienzan a darse las
expropiaciones y los despojos a la propiedad privada
nuestro protagonista acudirá a las adjetivaciones,
al descrédito en vez de responder con argumentos y
utilizando, o más bien a abusar de su poder dejando
sin patrimonio a los quejosos".
El antiyanquismo corre en las venas del caudillo
egomaniaco, "pues considera al imperialismo el
principal valladar que le impide conseguir sus
objetivos. Y sí, eso se dio con Obama en los mismos
Estados Unidos".
Debido al creciente descontento popular, apunta
Hernández, "el caudillo egomaniaco echará mano de
las arcas públicas para repartir dinero, para
acallar a sus críticos, Utilizará como botín el
patrimonio nacional y lo repartirá dando una enorme
rebanada a sus allegados y la más pequeña para
quienes le representan un voto cautivo".
Aparte de Barack Obama, otro ejemplo de caudillo
egomaniaco lo tenemos con Evo Morales y con Daniel
Ortega. "Esencialmente hay un punto donde coinciden
los tres, y buena parte de los caudillos egomaniacos,
es el asumirse como víctimas, Ortega del somocismo,
Evo Morales del maltrato a los indígenas y Barack
Obama del racismo en contra de los negros".
Por supuesto que el ejemplo más claro de los efectos
que trae consigo un caudillo egomaniaco lo tenemos
con Hugo Chávez. Para Hernández, si bien las
posibilidades de que López Obrador sia esa senda se
encontraría "con una sociedad civil menos pasiva que
la venezolana, con un sector privado más fuerte y
organizado. La ciudadanía allá estaba acostumbrado a
la zona de confort que le proporcionaba el petróleo,
lo que definitivamente no se ha dado aquí en épocas
recientes", acota Hernández.
Pero también esta posibilidad está latente dados
alguno síntomas que ha detectado Hernández, entre
ellos, dice, "la reciente visita a México de Juan
Carlos Monedero, uno de los principales ideólogos de
Podemos y un ferviente defensor del desastre
chavista. Monedero fue invitado por Paco Ignacio
Taibo II, otro abierto simpatizante chavista y a
quien López Obrador encomendó la dirección del Fondo
de Cultura Económica. Me extraña que nungún medio
haya reparado esa injerencia de Monedero en los
asuntos internos de México pues el señor
abiertamente hizo proselitismo en su visita".
De ahí, dice Hernández, "un caudillo egomaniaco es
lo peor que le podría pasar a México, máxime porque
este tipo de personajes suelen ser bien tratados por
la prensa que prefiere voltear hacia otro aldo ante
sus corruptelas. Ahí está el criminal silencio de
muchos medios a las trapacerías, corruptelas y abuso
del poder por parte de Chávez, de Maduro, de Ortega,
de Morales y de Obama aunque a éste último, por
fortuna, lo detuvo el balance de poderes de la
constitución norteamericana, diseñada para
neutralizar cualquier inclinación totalitaria del
Ejecutivo, un balance que no tenemos en México".
Asimismo, el caudillo
egomaniaco hará lo posible para garantizar su
reelección o permanencia en el poder, "y ya sabemos
los efectos devastadores que ha traído en México el
de un presidente que quiera extender su mandato".
Quizá se den algunas variantes o combinaciones de
estas tres posibles vías cuando López Obrador asuma
la presidencia, "pero conforme avance el sexenio una
de estas tres terminará por imponerse. Espero que el
señor ya desde hoy tenga en claro que muchos de
quienes votaron por él no quieren otra Venezuela y
que mandé a la basura la opción del caudillo
egomaniaco".