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LA DOCTRINA SECRETA DE LOS CÁTAROS

Introducción

La doctrina secreta de los cátaros fue revelada por primera vez en 1934 tras las investigaciones llevadas a cabo en la Provenza por Otto Rähn. En ella nos interiorizamos de uno de los misterios más seductores y excitantes de la historia de la espiritualidad. Pero, para ello, preciso es conocer antes quiénes fueron los cátaros, cual fue su historia, y cómo estructuraron su espiritualidad herética. En el primer capítulo de este ensayo abordaremos las generalidades de los cátaros, desde su historia, pasando por la estructura de su iglesia, hasta llegar a conocer algunos de sus rituales más interesantes. En el segundo capítulo de este texto abordaremos en profundidad la doctrina secreta de los cátaros.

I. Generalidades Cátaras

1. Breve Historia de Los Cátaros

a. Introducción

Los orígenes de Los Cátaros parecen perderse en la noche de los tiempos remontándose a una época anterior al año 1000. Sin embargo, es alrededor del 1015 o 1025 que se tienen las primeras noticias de predicadores dualistas en el corazón de Europa . Los cronistas de la época destacan con desazón que estos maniqueístas seducen al pueblo con doctrinas falsas y que ya se sabe mucho acerca de sus fechorías. Menos de ciento cincuenta años más tarde estos dualistas se han propagado por casi toda Europa, desde Colonia en el norte de Alemania hasta Florencia en el sur de Italia, yendo desde Tolosa y Orleans en el occidente hasta Croacia, Bosnia y Bulgaria por el oriente. Sin embargo, es en el sur de la actual Francia, en la tierra de La Provenza, lugar también conocido como el Languedoc, donde estos dualistas van a protagonizar su más fecundo desarrollo. Allí se les conoció indistintamente como Cátaros (del griego kathari que significa puros) o albigenses; aunque ciertamente se les llamó de muchos otros modos. En Alemania, por ejemplo, se les llamó Runkeler o amigos de dios.
El hecho decisivo para consolidación del catarismo en la Europa del siglo XII se va a producir con la realización del concilio de Saint-Felix en 1167, primer cónclave cátaro que supone la transformación de una innumerable cantidad de comunidades cátaras, surgidas espontáneamente en toda Europa, en verdaderas Iglesias organizadas y administradas por Obispos en vistas de la propagación de su doctrina y de la predicación. El concilio también sirvió para fijar los límites territoriales de las nacientes iglesias cátaras.
Ya en el año 1207, como nos hace ver Otto Rahn , acudían a Pamiers de las ciudades y conventos más lejanos del Sur de Francia, y hasta del propio Vaticano, sacerdotes, doctores y monjes romanos, para discutir con los cátaros sobre la creencia cristiana. Esto revela, sin duda, el grado de importancia que entonces había adquirido el catarismo en todo el mundo europeo. Sin embargo, el destino de los cátaros ya estaba sellado hacía mucho tiempo antes, y no pasarían más de dos años antes de que se cumplieran los fatídicos designios. Ya en el Concilio Lateranense del año 1179, y por mandato del Papa Alejandro III, un abad, Heinrich de Clairvaux, “había predicado una cruzada contra los albigenses y, con peregrinos reclutados, trató de imponer el escarmiento ordenado por Roma, matando y quemando” . Con la llegada de Inocencio III a la silla de Pedro, el camino del comienzo hacia el fin de los cátaros, simplemente, se aceleraría. Inocencio III había “...jurado aplastarle la cabeza al dragón albigense y preparar al país herético para una nueva estirpe” . Esclarmonde, hereje de Foix, archihereje y una de las principales miembros del catarismo occitano ella misma, Sintió temor, entonces, por lo que le esperaba a su patria, al saber que el Papa y el rey francés de París habían decidido la ruina de su pueblo. Pronto correría la sangre.
“Esclarmonde de Foix ha sido, aunque hoy casi nadie sepa sobre ella –nos dice Otto Rahn-, una de las figuras femeninas más eminentes del medievo. Anatematizada por el Papa y odiada por el rey francés, hasta su último aliento sólo respondió a una única intención: la independencia política y religiosa de su país natal. Murió de edad avanzada. Nadie sabe dónde. Tal vez en un aposento para damas del castillo Montsegur, que ella había hecho construir como fortaleza defensiva inexpugnable. Mas, lo que sí es seguro, es que no vivió el trágico fin de su patria. Confiada, en algún lugar..., ha mantenido su fe hasta su último reposo. Esclarmonde era archihereje. Como neopagana la habría calificado los creyentes cristianos de hoy en día, ya que ella reprobó el Antiguo Testamento, calificó al Dios judío Yahvé de Satán y no creyó en la muerte de Jesús Cristo en la Cruz, ni mucho menos de lo que, a base de esto, llegó a ser posible redención de los hombres. La admisión de Esclarmonde en la herejía se llevó a cabo en 1204 en Fanjeaux, que queda cercano a Pamiers. El patriarca de la iglesia herética, caballero Guilhabrt de Castres, de la noble familia de los Belissen, realizó la Haereticatio, como fue llamada por los inquisidores la ordenación heresiarca. Desde entonces Esclarmonde pasó a pertenecer a la comunidad de los cátaros” .
La cruzada contra los albigenses se inició en el año 1209. “Por orden del Papa y a instancias del rey francés, se congregaron en Lyon trece mil ortodoxos y con ellos la gente baja de todos esos confines, para arrollar la bendita tierra entre los Alpes y los Pirineos, las comarcas de Provenza y Languedoc bajo el mando supremo del archiabad de Citeaux, y bajo éste, Simón de Monfort. Debido a tres razones. Se tenía que conseguir el reconocimiento como credo único del cristianismo de Roma, imponer la soberanía de Francia y volver a poner en acción a las masas acostumbradas ya desde las cruzadas de Palestina, al exterminio y despojo de infieles. El rey parisino les había prometido un rico botín. No menor impresión causó la garantía del Papa: todos los participantes en la guerra contra los albigenses pueden estar totalmente seguros de obtener luchando, después de cuarenta días, la salvación eterna y, desde un comienzo, la absolución de todos los pecados cometidos durante la guerra. Bajo el protectorado de la virginal Madre de Dios, María, la turba inundaba las fronteras provenzales acompañada de una legión salmodiante y no menos armada, de arzobispos y abadeses, curas y monjes. El rey sin corona del sur de Francia, conde Raimund, de Toulouse, hizo una rogativa tras otra para evitarle a su patria la desgracia. Esfuerzo vano . Aunque hizo penitencias, muy pronto ardieron las primeras ciudades, pueblos y seres humanos. Finalmente los cruzados sitiaron la ciudad de Foix... Lo que tuvo que padecer el condado de Foix como derivación de esto en atrocidades, enajenaciones y persecuciones, tanto por parte de los peregrinos como de sus perseguidores, excede toda descripción, especialmente para la cristianización de los albigenses (léase exterminio de los albigenses) establecida por los dominicos (léase inquisidores)”
Otro tanto ocurrió con Montsegur, en Carcassonne. Por más de treinta años “...estuvieron arremetiendo contra Montsegur durante la cruzada antialbigense los peregrinos y soldados, posteriormente también los dominicos, en contubernio con los franceses. Detrás de sus murallas se habían parapetado los últimos herejes y caballeros libres. Más de treinta años llevaban ya resistiendo, hasta que pastores sobornados, en la noche del domingo de Ramos del año 1244, les enseñaron a los sitiadores un risco sobre el cual quien no sufriera de vértigo podía alcanzar la cumbre de la montaña. La falda occidental que es la más escarpada, única vía de acceso al castillo, era la mejor protegida por obras de fortificación. Empero, también el peligro amenazaba por aquí a los sitiados. Los atacantes habían construido una máquina de asedio llamada gata que día a día se aproximaba unos pies, arrastrándose hacia el remate y ya amenazaba los muros del castillo. El castillo cayó por la traición de esos pastores. Todos los que no quisieron reconocer al Dios Yahvé, al poderío de las Llaves de Pedro y al dogma de Roma fueron quemados el domingo de Ramos en una enorme pira levantada a los pies del tolmo. Doscientos cinco fueron las víctimas, entre ellas las hija del castellano Esclarmonde de Belissen, pariente de la castellana Esclarmonde de Foix. Los demás prisioneros, en número de unos cuatrocientos aproximadamente, fueron arrojados a las mazmorras de la fortaleza de Carcassonne, donde la gran mayoría pereció a causa de las penalidades sufridas”
La ciudad de Carcassonne había sido tomada por los peregrinos de la cruzada contra los albigenses treinta y cinco años antes de la caída de Montsegur, el 15 de Agosto de 1209, día de la Asunción de María. “Un largo asedio le había precedido y se habían desarrollado aterradoras escenas, ya que la ciudad estaba bajo el estigma de la más temible de las muertes: frente a las puertas se apostaban los ‘soldados de cristo’ prestos a encender las hogueras, y dentro de las murallas asolaba la peste, causada por la aglomeración de hombres y bestias, por carencia de agua, por hambre y nubes de mosquitos. Dos días antes de la caída llegó frente a puerta este un emisario de Roma como parlamentario, e invito al vizconde Raimund-Roger Trencavel, señor de Carcassonne, a negociaciones en el campamento cruzado. El parlamentario juró por Dios Todopoderoso que el salvoconducto estaba asegurado y que cumpliría su juramento. Luego de una breve conversación con sus barones y cónsules, el vizconde Trencavel se decidió a corresponder a la invitación propuesta. Abrigó la esperanza de poder salvar la ciudad. Acompañado de cien caballeros se presentó en la tienda de campaña del jefe de las fuerzas armadas enemigas, del archiabad Citeaux. Allí fue cogido por sorpresa y encarcelado con sus acompañantes. El archiabad sólo permitió salvarse a unos pocos caballeros para que informaran en la ciudad sobre el apresamiento de su príncipe. El archiabad esperaba para el próximo día la entrega de Carcassonne. Sin embargo, los puentes levadizos no fueron bajados, y las puertas de la ciudad permanecieron cerradas. Los cruzados, sospechando una estratagema, se fueron acercando con todo recelo a las murallas. Espiaban. Ni un ruido. La puerta este fue echada abajo. Vacía estaba la ciudad. Las pisadas de los invasores parecían de almas en pena por despobladas callejas. ¿Qué había ocurrido? Los sitiados se habían salvado gracias a un paso subterráneo que daba a las montañas. Sólo medio millar de ancianos, mujeres y niños, cuya huida les hubiese sido demasiado penosa, fueron hallados en los sótanos. Cien de ellos, que por miedo a la muerte se confesaron católicos, fueron totalmente desnudados y se les dejó en libertad “vestidos solamente con sus pecados”. Los demás fueron sentenciados a morir abrasados por no abjurar de la herejía. Mientras los cruzados celebraban una misa de acción de gracias en la Iglesia de Saint-Nazaire, gemían de dolor los herejes quemándose. Se mezclaba el incienso con el denso humo de las hogueras. Al ir extinguiéndose los estertores agonizantes de los sacrificados, el archiabad de Citeaux celebró la “misa del Espíritu Santo” y predicó sobre el nacimiento de Jesucristo. Una vez terminado el oficio divino fue elegido el caballero proveniente del norte de Francia, Simon de Monfort, bajo la manifiesta autoridad del Espíritu Santo ‘como Señor terrenal del país conquistado’, por la gloria de Dios, para honra de la Iglesia y por el fin de la herejía. Simon de Monfort hizo envenenar al vizconde Trencavel. Así fue victoriosa la Cruz en Carcassonne. Fue implantada en lo más alto de la torre de la Cité como símbolo de triunfo” .
“Cuando en todas partes del país fueron cantadas misas en latín, cuando los burgos provenzales fueron ocupados por los nuevos amos, cuando la tierra conquistada se puso bajo las ordenes de la corona de Francia, cuando la lengua de los vencedores, la francesa, más triunfos comenzó a cosechar a su favor, la fe, finalmente, sólo siguió siendo libre en el castillo Montsegur y en las tierras altas de Foix protegidas por el castillo y por las tempestuosas montañas pirenaicas. Y todavía se mantenía libre aquí en el año 1244, o sea, treinta y cinco años después del comienzo de la guerra. La previsora condesa Esclarmonde, a cuyos bienes por viudez le pertenecía en condominio Montsegur, después de la fracasada conferencia de Pamiers, le había dado la orden al ciertamente mejor arquitecto de castillos de aquellos tiempos, Bertran de Baccalauria, de consolidar el castillo de manera tal que, según toda humana prevención, fuera inexpugnable. Sólo así fue posible que aquí arriba, cerca de las nubes, un puñado de caballeros fieles a la patria, herejes de fe inquebrantable y buenos lugareños, pudieran mantenerse firmes contra el obstinado enemigo y tan superior en fuerza. Cecilia, hermana de Esclarmonde, también era “hereje”. Pero pertenecía a los valdenses, aquellos creyentes en la Biblia adherentes al comerciante de Lyon Pedro de Valdo que, como protesta contra la opulencia de Roma y la depravación de las costumbres, se esforzaba en llevar una vida apostólica, en el sentido de una imitación, apegada a la letra de Cristo. También a los valdenses, a los que muy pocos caballeros o asentados libres provenzales pertenecían, el vaticano había jurado exterminarlos. Durante la cruzada contra los albigenses llevaron miles y miles de ellos a la muerte, pero los archiherejes eran los cátaros más odiados por Roma, que eran con los que el padre y el hermano de Esclarmonde simpatizaban. El hermano era un trovador famoso: Minnedichter, y su burgo perteneció abierto para todos los rapsodas vagabundos. A la hora de su muerte pidió que se le impartiera el “consuelo herético”


b. La expansión del movimiento Cátaro y su inserción en la sociedad medieval

Las rutas que siguen las ideas para penetrar en una determinada zona, son pocas veces misteriosas, en cambio, las condiciones de su implantación, son en general menos evidentes. Los documentos y el mismo desenlace de la Historia demuestran de forma indudable, que el catarismo se propagó a través de Europa durante el período histórico de reapertura de les grande rutas comerciales, después de las invasiones y del establecimiento tanto de nuevos centros de intercambios las Ferias , como de nuevas técnicas financieras, por no decir bancarias. La letra de cambio, el antepasado directo del cheque y de la tarjeta de crédito, fue inventada en Tolosa durante el siglo XII.
Los principados occitanos, que formaron el marco general del desarrollo del catarismo albigense, son muy a menudo estas zonas europeas avivadas por las nuevas corrientes de intercambios comerciales y trastornadas por la misma economía monetaria. Se caracterizan igualmente por un progreso de la vida urbana, unida a la expansión económica y a la aparición de una clase burguesa de mercaderes, y también por una estructuración de las ciudades que adquieren libertades, franquicias y consulados, en detrimento de los señores feudales (Tolosa, Carcasona, Beziers, ...).
Se trata de lugares, donde el clima sociocultural y económico, favoreció la implantación del cristianismo cátaro, ya que éste se inscribirá sin dificultad aparente, en el conjunto de las clases sociales, y de una manera francamente “progresista”. Las ciudades tendrán como característica general, el hecho de ser lugares de paso y de intercambio del nuevo gran comercio internacional, a la vez que punto de proyección de una nueva cultura literaria, la cultura de los trouvers.
El rechazo por parte de la Iglesia cátara de cualquier clase de violencia institucionalizada, guerra o pena de muerte, su desprecio por cualquier jerarquía temporal y su negación de un derecho de justicia laico, no parecieron estorbar la eficacia de las prédicas cátaras entre la nobleza. No lo pareció más que la teórica igualdad en el aspecto social que fluía de los destinos de la reencarnación de un cuerpo adinerado a un cuerpo oprimido: la incitación tácita de los bons hommes a los señores, que necesitaban que el diezmo eclesiástico no fuese restituido, era un argumento que comportaba que realmente no pudiesen perjudicar estos idealismos evangélicos. Y, de hecho, las relaciones que se establecieron entre la Iglesia de los Buenos Cristianos y la pequeña nobleza occitana no fueron casi nunca relaciones de interés, sino unos sólidos y fieles vínculos de fervor y de corazón.
La clase burguesa mercantil, en teoría, tenía mejores razones para adherirse al cristianismo cátaro que no las que tenía la nobleza. Para empezar, y contrariamente al clero de la Iglesia dominante, que subsistía de sus imposiciones sobre las poblaciones de sus fieles, los Buenos Hombres participaban en el mundo laboral. Su regla de vida evangélica, les obligaba a trabajar para vivir, los cuales, ejercían todos algún oficio.
Convertidos en Buenos Cristianos, los antiguos caballeros ya no temen para nada “rebajarse”. Caballeros que aprenden a tejer o a coser, damas importantes (como la hermana del conde de Foix), que estaban obligadas a trabajar con la rueca para poder vivir predicadores itinerantes que se convierten en mercaderes y siguen las rutas comerciales por los burgos y las ferias.
Las casas cátaras, las casas de hombres y mujeres perfectas, en las ciudades y en los burgos, hacían la función de talleres, y al mismo tiempo de centros de predicación y de plegaria. Eran talleres donde se trabajaba en la elaboración de tejidos, de costura y de fabricación de diversos objetos artesanales de la vida cotidiana, desde la escudilla de madera hasta los peines de cuerno. En cuanto a los perfectos itinerantes, siempre de dos en dos, para llevar a cabo su misión de la predicación y su sacerdocio del “consolamentum”, ejercerán diversos oficios, pero siempre “móviles”, como médicos, carpinteros,..., aunque algunas veces podían contratarse como obreros agrícolas en tierras laicas, desempeñaban razonablemente de forma privilegiada unos oficios compatibles con su situación de caminantes. De manera natural, eran encaminados a hacerse portadores, de plaza en plaza, tanto de la Palabra del bien como de los productos procedentes de sus talleres. Contribuían así ampliamente a la financiación de su Iglesia, a la cual naturalmente también alimentaban diferentes donaciones, y sobretodo legados entregados con motivo de los “consolamentums” dispensados a los moribundos.


c. La Cruzada Contra los Albigenses

El papa Inocencio III, constatando que en tierras occitanas, ninguna de las medidas de predicación ni de intimidación coercitiva, había logrado un resultado que fuese positivo, y que la herejia continuaba dando más y más argumentos al anticlericalismo endémico y activo de los señores occitanos (los derechos de la Iglesia eran humillados, violados, espoliados, los diezmos eclesiásticos ya no llegaban a las arcas de Roma, ...) y, sobretodo, que esta herejía pretendía implantarse y organizarse como una contraiglesia, en la que sus predicadores conocían el Evangelio mejor que sus propios clérigos, decidió cambiar de táctica y utilizar la violencia haciendo que se proclamara una cruzada contra los albigenses.
La primavera de 1208, y después del asesinato de su legado, Pedro de Caltelnou en San Gèli, según se dijo, por orden del conde de Tolosa, Inocencio III pronunció un anatema solemne contra Ramon VI, y declaró sus tierras “entregadas como presa”. Esto era una llamada directa a la cruzada, dirigida a Felipe II Augusto, rey de Francia, así como a todos los condes, barones y caballeros de su reino. Al cabo de unos años, esta cruzada se convertirá en el pretexto que necesitaba la monarquía francesa del Norte, para poder ocupar las tierras del Sur, mucho más ricas y civilizadas. De esta manera, la cruzada se inscribe en el proceso de expansión territorial de la monarquía francesa y, en concreto, en el intento de Felipe II Augusto de reunificar el antiguo reino de los francos. Un año más tarde, durante la primavera de 1209, el gran ejército de la cruzada, bajo el mando del legado pontificio Arnaud Amaury, abad de Citeaux, se puso en marcha hacia tierras occitanas. En dos meses, julio y agosto, Béziers (donde los cruzados aniquilaron la práctica totalidad de la población, sin distinguir entre cátaros y no cátaros ) y Carcassona ( que también tuvo un terrible saqueo ), caeran en manos de los cruzados. Los habitantes de Carcassona se verán obligados a abandonar sus bienes y su joven vizconde Ramon Roger Trencavell, al que también habían arrebatado sus títulos, desaparecerá misteriosamente. Entretanto Simón de Monfort aprovechará la ocasión para hacerse atribuir el vizcondado de Béziers y Narbona, y para acrecentar sus bienes. Muy pronto, el titulo vacante de vizconde de Carcassona, también se otorgará a Simón de Montfort, el cual a partir de ese momento se convertirá en el jefe militar de la cruzada, cargo que desempeñará hasta su muerte en el asedio de Tolosa.
Esta situación representó un grave problema para el Rey de la Corona de Aragón Pedro el Católico. Por un lado, se veía obligado a defender a sus súbditos occitanos y a reaccionar ante una situación que ponía en peligro toda la política occitana de la Casa de Barcelona. Él mismo estaba casado con María de Montpellier. Pero en este caso, optar por la defensa de sus súbditos significaba la excomunión y la extensión de la cruzada a los dominios peninsulares de la Corona de Aragón. Por ello, Pere el Catòlic puso en juego todos los recursos posibles para conseguir una solución pacífica del problema, pero fue en vano. Finalmente, decidió oponerse a la cruzada, en cumplimiento de sus deberes feudales.
A pesar de que a principios de 1213, los condes de Tolosa, Foix y Bearn habían jurado fidelidad a Pere el Catòlic, y que finalmente se convertia en Señor de toda Occitania, haciendo realidad el proyecto político catalán de la Casa de Barcelona, el 12 de septiembre de 1213, fue derrotado y muerto en Muret por los cruzados de Simón de Montfort. Esta derrota significó el hundimiento de la política de expansión de la Corona de Aragón en Occitania y la pérdida de estos territorios que poco después pasaron a depender de la monarquía francesa.
Salvado el obstáculo que representaba la Corona de Aragón y hasta el año 1244, momento de la capitulación de Montsegur, las diferentes acciones de guerra llevadas a cabo por el ejército cruzado en diferentes etapas, traeran consigo que una detrás de otra, las ciudades y los castillos del Lenguadoc (Montreal, Fanjaus, Laurac, Saissac, Castres, Menerba, Termes, Cabares, Lavaur, Tolosa,...), vayan cayendo víctimas de duros asedios y los cátaros que residen en dichos lugares y que no han podido escapar, sean quemados vivos, en diversas hogueras colectivas.


d. Exterminio de la iglesia cátara

La institución de una Inquisición aparece por primera vez en la historia en territorio germánico el año 1231, y va dirigida contra los cátaros de Renania, la eliminación de los cuales, es confiada por el papa a Conrad de Marburg. El año 1233, en Occitania, el “Inquisitio heretice pravitatis” (función de investigación sobre la depravación herética), es instaurada oficialmente y Gregorio IX, inviste del poder de este “Santo Oficio” a dominicos y franciscanos.
La palabra Inquisición significa propiamente investigación. El procedimiento será dirigido por un verdadero tribunal, con un juez que “instruye” cada caso, interrogando bajo juramento a los testimonios aportados, con la intención de obligarles a decir toda la verdad, tanto si se trata de ellos mismos como de otras personas. La Inquisición pues, como procedimiento de investigación, exigía testigos, reclamaba listas de nombres y se basaba en el sistema de la delación. Su principal objetivo fue el exterminio de la religión cátara, mediante la eliminación de sus pastores y el desmantelamiento de las redes de solidaridad que les apoyaban.
La Inquisición era odiada, por sus métodos. Los inquisidores llegaban en los furgones del ejército de ocupación, y rápidamente se dirigía a registrar el terreno, hasta el punto, que hacía de cada habitante un sospechoso en potencia y de la Iglesia de los Buenos Cristianos, una Iglesia del desierto. Funcionó y se fue organizando lentamente, cada vez de forma más burocrática y sistemática.
El objetivo de sus investigaciones era muy simple: identificar todos los perfectos y las perfectas clandestinos, todos los ministros y pastores de la religión disidente, sacando conclusiones a partir de los testimonios y las declaraciones de los testigos. Los registros de los interrogatorios o de las deposiciones, funcionaban en este aspecto como verdaderos ficheros, en los que destacaban nombres y lugares. Cada perfecto o perfecta identificado y arrestado, era sistemáticamente “entregado al brazo secular”, es decir, condenado a la hoguera si rehusaba abjurar. Si abjuraba, incurría en penas menores: la condena a las “cuatro paredes”, la prisión, perpetua o no, “estricta” o no (la prisión “estricta” equivalía a una condena a muerte disimulada). Si abjuraba y aceptaba ser colaborador de la Inquisición, recobraba la libertad, quedando bajo la protección y el control del tribunal.
Sin ninguna duda la inmensa mayoría de perfectos no abjuraron, y fue de esta manera como la continuada represión selectiva, el terror generalizado y la delación erigida en sistema debido al miedo y la codicia, llevadas a cabo por la Inquisición desde 1234 a 1325, logró la total desaparición de la Iglesia cátara en Occitania. Algunos de sus miembros se refugiaron en Lombardía y Cataluña, y el resto, uno tras otro, fueron siendo eliminados por medio del fuego.


2. De las cosas que se dicen vulgarmente de los Cátaros

De los cátaros se dicen muchas cosas que ciertamente no se corresponden con la realidad. Por ejemplo, se dice que ellos tenían como afición el cabalgar sobre cangrejos para ir a sus orgías nocturnas, en cuales era hábito común besar el trasero de una gata, matar niños y devorarlos en forma de polvo. Presuntamente, se dice también que habrían reprobado la procreación para que Lucifer, en su creencia creador de todas las cosas visibles y del cuerpo humano, no siguiera obteniendo más almas en su poder. Esto último, por cierto, claramente desmentiría la inculpación de que habrían sido adoradores de Lucifer. Cuestión que, en todo caso, estaba ampliamente fundamentada en un hecho no valorado del todo suficientemente, según el cual, los herejes del siglo XII, como está comprobado, se reconocían entre ellos por el saludo: “Lucifer, al que no se hizo justicia, te saluda”.
En todo caso, del catarismo se dice que fue una religión cristiana fundamentada en la interpretación dualista de las Escrituras. La Biblia cátara, el libro sagrado que los predicadores itinerantes llevaban siempre consigo y que era la base de sus enseñanzas (según algunos autores que discutiremos posteriormente), era un Nuevo Testamento completo que incluía los cuatro Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las Cartas Canónicas y los libros sapienciales del Antiguo Testamento. Sin embargo (y según los mismos autores), los cátaros habrían rechazado de plano el Antiguo Testamento, por considerarlo una crónica de la creación de este bajo mundo, por el falso Dios (el demiurgo), en el cual veían la expresión del principio del mal.
La mayoría de los autores exotéricos de la religión cátara, estos, aquellos que escriben sobre los cátaros con el expreso propósito de divulgar su doctrina coinciden en que para los cátaros, el mundo visible, “este bajo mundo”, no es la creación divina. Este mundo visible, en el que nada es estable, en el que todo aquello que se manifiesta está sometido a la corrupción y a la muerte, este mundo visible víctima del desorden, del mal, del sufrimiento, de la violencia, este mundo ha tenido que ser creación de otro principio, del principio del mal, del principio maligno, en una palabra, del diablo. Así, este mundo sería una creación no de dios, sino del diablo, y, por lo tanto, una creación diabólica. Sin embargo, el dualismo no se puede resumir, simplemente, en una constatación moral de la acción del bien y del mal en este mundo, ni en su antagonismo. Si así fuese, todas las iglesias cristianas que creen en Dios y en el diablo serían dualistas. El verdadero dualismo supone la independencia absoluta de una raíz del bien y de una raíz del mal, relacionadas la una con la otra.
De acuerdo con estos autores, para los cátaros habrían dos mundos: un mundo visible y otro invisible. Cada mundo tiene su propio dios. El invisible, por ejemplo, tiene al Dios bueno, el que salva las almas. El otro, el visible, tiene al Dios malo, el culpable de las cosas transitorias. Así pues, los cátaros creían en dos creaciones que surgen de los dos principios, según la lógica, cuyos indicios se intuyen ya en el prólogo del “Libro de los dos principios”
Para aquellos que no han visto en el catarismo más que una reedición del maniqueísmo persa del siglo III de la era cristiana, o para aquellos que, ignorando todo el esoterismo cátaro, siguen insistiendo en que éstos habrían identificado al dios bueno, al señor de la luz, con la persona del carpintero crucificado en Palestina, para aquellos, digo, el dualismo que plantea el catarismo no comporta ningún misterio, esto es, ninguna novedad: por un lado, el principio del bien y del Ser fuera del tiempo, fuera del mundo visible, en el mundo luminoso y infinito de los espíritus buenos, en la eternidad; y por el otro, el mundo visible y temporal, del que el principio maligno es el príncipe ordenador, donde las almas de los hombres, de encarnación en encarnación, duermen en la materia corruptible indefinidamente renovada y en el olvido de su origen divino. Nosotros sabemos que esto, definitivamente, no es así. El dualismo cátaro, con todo, es infinitamente más complejo y misterioso de lo que nos han querido hacer creer los divulgadores del catarismo en nuestro siglo. Pero aclarar esto no nos salva de que todavía exista toda una proliferación de literatura destinada a popularizar y a simplificar una doctrina del todo compleja y absolutamente desconocida.
Así, los tergiversadores han llegado a manipular tanto el mensaje cátaro que, entre tanta charlatanería, ya es casi imposible lograr advertir cuál habría sido la originalidad de su mensaje esotérico. De este modo, de acuerdo con algunos autores, los cátaros aparecen creyendo que Dios, en su amor infinito, no permanece inmóvil en su mundo de luz, sino que tiene “piedad de su pueblo” (¿cuál pueblo? ¿el pueblo judío? ¿o, el pueblo cristiano, que, en rigor, no constituye a ningún pueblo?) e interviene en un mundo que no es el suyo “mediante el advenimiento de su hijo Jesucristo”. Dios hizo transmitir a su “pueblo en el exilio” (¿su pueblo en el exilio? ¿o sea, realmente el pueblo judío? ¿pero, y no es que los cátaros rechazan al dios de ese pueblo que no es otro que el dios del Antiguo Testamento?) el mensaje de la revelación y de la salvación destinado a “liberarlo del mal”. Y el Cristo, enviado por Dios, apareció en este mundo y predicó el reino de su Padre, recordando a las almas adormecidas su patria celestial.
Basándose en el muy escaso material existente y en una no menos pretenciosa voluntad de cientificidad, estos autores han llegado a postular que, para los cátaros, no fue para redimir el pecado original mediante su sacrificio y su muerte en la cruz, que el hijo de Dios había venido a este mundo. Jesús habría venido para enseñar a los hombres, después de haberles recordado que su reino no era de este mundo, los gestos libertadores que les podían volver a la eternidad y librarles del mal y del tiempo. Este gesto salvador que el Cristo había venido a transmitir a sus apóstoles y a los que había pedido que lo hicieran con las enseñanzas que Él les había dado, era el sacramento del bautismo por imposición de manos y del espíritu, el bautismo por el fuego y no por el agua, el consolamentum de los Buenos Hombres occitanos.
El grave error que cometen la mayoría de los cronistas modernos sobre el catarismo es el de explicar la exterioridad de su doctrina haciéndola permanentemente dependiente de la tradición de pensamiento jesuista. Esto se explica, en parte, porque los mismos cátaros aceptaron debatir, en innumerables ocasiones, con los doctores de la fe católica, sobre cuestiones relativas a la teología jesuista. Los cátaros, ciertamente, tenían su clara visión de las diferencias insalvables entre el galileo crucificado y el dios del Antiguo Testamento. Pero esto no es motivo para abusar de ello y deducir que los cátaros habrían confundido al crucificado con la persona de Cristo.
Son estas conclusiones apresuradas y antojadizas las que han llevado a los cronistas modernos a postular cuestiones como las que sigue:
Primero, y para marcar una especie de distanciamiento en el orden práctico, entre los católicos y los cátaros (distanciamiento, respecto del cual, alguna diferencia teológica habría de instalarse), estos autores sostienen que, así como la iglesia católica había construido su dogmatismo, alrededor de Cristo, el redentor, y alrededor de su cuerpo martirizado, en el sacrificio que se repite incansablemente durante la eucaristía al finalizar la misa (en el cual, supuestamente opera el misterio de la transubstanciación, o sea, el misterio, según el cual, el pan se convierte en cuerpo y el vino se convierte en sangre: sufrimiento, muerte y vida, etc.), para los cátaros, el pan nunca podría convertirse en carne, ni el vino nunca podría representar el papel, horripilante, de la sangre vertida, pues no sería con la perpetuación del sufrimiento y de la muerte que se podrá suprimir, acabar con el mal, sino multiplicando el Espíritu en este mundo.
Para estos cronistas, que no ven más allá de sus narices, el catarismo habría sido, en suma, una especie de cristianismo sin cruz, cristianismo sin eucaristía. Pero he aquí que se ven en la obligación de hacer algunas concesiones: el docetismo cátaro les obliga a admitir que los cátaros si habrían postulado, como parte de su exoterismo, o sea, como parte de aquellos cosas que les está permitido decir y que no comprometen su doctrina secreta, que el hijo de dios habría sido más bien una emanación de Dios (no una encarnación), algo así como un Ángel de Dios (piénsese en la forma tradicional de representarse a Lucifer), y que fue bajo la apariencia de hombre y no en la realidad de su carne, que el Cristo fue enviado a este mundo maligno, y que solamente fue en apariencia que murió en la cruz. Ninguna gota de su sangre, ni humana ni divina, fue derramada, ninguna carne fue dañada ni conducida a la muerte. El hijo de dios no podía morir -ya que el principio maligno es el príncipe de la muerte-, pero lo que sí podía hacer era sufrir.
Los cátaros, amenazados como estaban por el poder temporal de Roma, no podían ir por el mundo develando su doctrina verdadera, contando a los cuatro vientos el sagrado secreto de sus más íntimas convicciones. De hecho, sabemos que ellas sólo estaban reservadas para los perfectis, no para los credenz; y no podían, por cierto, someterla a discusión en los debates públicos que protagonizaron con los católicos. Sin embargo, pese a que esta doctrina era secreta, en el último apartado de este capítulo, pretendemos exponer los lineamientos generales de esa doctrina, siguiendo las investigaciones que durante la década del treinta, llevó a cabo en la región de Provenza, el último de los conversos cátaros en nuestros días, el trovador alemán Otto Rahn.


3. Jerarquía de la Iglesia Cátara

La Iglesia de los bons hommes, estaba dividida en tres niveles: creyentes, consolados y perfectos. El creyente es el oyente, él que viene a escuchar la práctica cátara. El grado de consolado es más difícil de definir. Existe el “simple consolado”, es decir, el enfermo que ha recibido el sacramento de los moribundos y después ha sobrevivido, motivo por el cual, podría estar en espera de ser realmente bautizado. El “simple perfecto o perfecta”, es el bautizado durante los períodos de paz y solamente tenía la potestad de decir la Plegaria, de bendecir el pan y de dar el consolamentum a los moribundos. El papel realmente sacerdotal, de la predicación solemne y del oficio del bautismo del espíritu, que se otorgaba al neófito o iniciado que llevaba mucho tiempo preparándose, y que estaba destinado a entrar en los órdenes cátaros, parece haber sido reservado únicamente, a una jerarquía de perfectos llamados ancianos, diáconos u obispos. Claro está que, muy pronto, a partir de la época de les persecuciones, la diferencia entre simple perfecto, consolado o miembro de la jerarquía desapareció completamente. Entonces, el más humilde de los perfectos clandestinos, la más aislada de las perfectas de los bosques, representaban en si mismos a toda la Iglesia, y reunían en ellos todas las funciones pastorales y sacerdotales de los perfectis, protegidos por un pueblo de creyentes encasillados por la burocracia inquisitorial.
La Iglesia cátara, fue en realidad la suma de un determinado número de iglesias autónomas, que en general mantenían lazos de buena amistad entre ellas. Cuando una comunidad local llegaba a ser suficientemente numerosa y influyente, ésta se organizaba como Iglesia, es decir, escogía un obispo gestor, y se otorgaba un cierto número de diáconos destinados a asegurar la predicación y la vida religiosa de las agrupaciones de los cristianos de base: las casas cátaras.
Las casas cátaras y su funcionamiento interno no puede ser comparado con un monasterio o con un convento católico de su época. Ignoraban toda clausura, estaban abiertas al mundo y a la sociedad y tenían trazos de hostal y de taller. Eran sobretodo el lugar donde los ritos de la Iglesia se mantenían, y donde todo creyente sabía que podía ir a escuchar hablar de Dios y volver a sus raíces, mediante prácticas piadosas. Hemos explicado, que la jerarquía estaba compuesta por obispos, que contaban con dos coadjutores o ayudantes: un hijo mayor destinado a sucederle algún día, y un hijo menor llamado a convertirse en “hijo mayor” (el prestigioso Guilhabert de Castres, había sido “hijo mayor” del obispo Gaucelm). Para hacer honor a la verdad, no hemos de imaginarnos al obispo cátaro como a los prelados católicos, residiendo en un palacio episcopal en su ciudad catedralicia. El obispo cátaro continúa siendo pobre e itinerante como todo Buen Cristiano. Se le solicita para las ceremonias y las ocasiones solemnes y, sin duda, mantiene hasta el final la función de gestor “temporal” y “financiero” de la Iglesia-comunidad. El “socius”, compañero de vida y de camino del obispo, era generalmente un joven diácono formado por él. Los diáconos, presidían prédicas y incluso ritos en la vida de las comunidades locales agrupadas en “casas”. sens ninguna duda eran ellos los que, iban a celebrar el service o aparelhament en cada casa cátara, organizaban las misiones de predicación y la vida itinerante de los buenos hombres, vinculadas a su trabajo y a la comercialización de su producción artesanal.


4. Los Rituales Cátaros

Los cátaros básicamente se dividían en Perfectos (Buenos Hombres) y creyentes. Los principios estrictos eran sobretodo para los primeros, mientras que los segundos, normalmente solamente recibían “el consolamentum” antes de morir. Este rito suponía -entre otras cosas-, la admisión al grado de Perfectos.
A continuación, intentaremos ampliar el significado del rito del Consolamentum, y también otros como el Melhorament, el Service o Aparelhament y la Endura.

a. Consolamentum.

Sacramento de liberación del mal, es el bautismo espiritual, y desarrolla un triple papel: evidentemente el bautismo, pero también la ordenación y la extremaunción. Suponía consagración y compromiso. Se recibía allí la facultad de dirigirse a Dios en primera persona, reconocido como uno de sus hijos. Una vez bautizado, el postulante ya era un perfectus. En el momento de realizar esta ceremonia, profesaban una serie de votos de esencia monástica: en primer lugar, el de vivir a partir de aquel momento en comunidad (o al menos con un “socius”, un compañero o una compañera), también el de recitar plegarias rituales durante las horas indicadas, de día y de noche, y en ocasiones concretas, y finalmente el de una ascesis, de ayuno ritual de pan y agua, cumplían una abstinencia total de cualquier alimento de origen animal, -con la excepción de la carne de pescado-). La muerte en estado de perfección, la muerte “consolado”, era en el sentido propio de los cátaros, el mejor final hacia el que se inclinaba el alma encarnada, con toda su voluntad de bien.

b. Melhorament. (mejoría, mejoramiento)

Cuando un creyente cátaro encontraba a unos perfectos, les saludaba de una manera muy particular: practicando “el melhorament”, acto que le servía para mejorar, es decir, le hacía progresar en el camino hacia el bien. Se inclinaba profundamente tres veces delante de ellos y les pedía su mejoría espiritual

c. Service o aparelhament.

Es la práctica de una clase de penitencia pública y colectiva, en un acto de arrepentimiento de las faltas -necesariamente muy leves-, de las que se acusa una comunidad cátara o su propio anciano, delante de un representante de la jerarquía de la Iglesia.

d. Endura. (martirio directo)

Algunos creyentes cátaros, obsesionados por acelerarla liberación del alma, tendían a asimilar la muerte en manos de un perfecto, con un bautismo en la Iglesia de Cristo. Esta fue la causa que hizo que se multiplicaran, a finales del siglo XIII y principios del XIV, las prácticas que habrían motivado el origen de la leyenda, de este suicidio ritual mediante una huelga de hambre. Hasta aquí nuestra exposición del exoterismo cátaro. En lo sucesivo nos adentraremos en su verdadera doctrina, en los secretos que tan indefectiblemente les llevaron a transformarse en un verdadero peligro para la iglesia católica. He aquí que damos cuenta ahora del esoterismo cátaro.


II. La Doctrina Secreta de los Cátaros

1. La Cruzada en contra del Grial

El secreto de los cátaros se encuentra muy bien guardado en los montes del Sabarthes, y no el los fragmentarios documentos hallados por el cura dominico Dondaine o la Suma Contra los Cátaros expuesta por el renegado Raynier Sacconi, o la innumerable cantidad de acusaciones contra el catarismo que acumularon los inquisidores. La verdad de la doctrina cátara se halla todavía oculta al vulgo, en los infinitos pasadizos de las cavernas del Sabarthes, y sólo un hombre, entre nosotros, ha tenido acceso a ellas. Este hombre es Otto Rahn.
El primer elemento a través del cual quisiéramos comenzar a desvelar la doctrina secreta de los cátaros es la del mítico Grial. El secreto del Grial no es una historia relativa al cristianismo: valga aclarar, de entrada, que el mundo cristiano ha usurpado para sí mismo la sagrada tradición del Grial; pero que éste, en lo fundamental, pertenece al mundo pagano.
“Cuando todavía se mantenían en pie las murallas de Montsegur –nos informa Otto Rahn-, los Puros guardaron en ella el Santo Grial” . Sabemos, por la información histórica disponible, que el castillo estaba en peligro. Las huestes del Señor de las Tinieblas se encontraban ante sus murallas. “Ansiaban tener el Grial para volverlo a engastar en la diadema de su príncipe, que cayó a la tierra durante la caída del ángel. En estas circunstancias llegó del cielo con la más apremiante emergencia una paloma blanca y con su pico abrió en dos el Tabor. Esclarmonde, custodia del Grial, lanzó la valiosa reliquia a la montaña, que volvió a cerrarse al recibirla, y así fue salvado el Grial. Cuando los demonios hallaron el castillo, ya fue demasiado tarde para ellos. Montados en cólera quemaron a todos los puros no lejos del tolmo, en el Camp des Cremats: campo de la pira. Todos los puros fueron quemados, sólo Esclarmonde no lo fue. Ya que ella supo guardar el Grial, escaló hasta la cúspide del Tabor, se transfiguró en una paloma blanca y voló hacia las montañas de Asia. Esclarmonde no ha muerto. Todavía vive en el paraíso terrenal. Sólo que precisamente por esto, la tumba de Esclarmonde sería imposible de hallar” Fueron las huestes del Señor de las Tinieblas, las que se apostaron frente al Montsegur para obtener el Grial caído de la corona del portador de la Luz, Lucifer, y guardada por los Puros.
Sobre el Grial circulan muchas historias y leyendas, y quizás, la más famosa de todas, gracias al prepotente dominio judío sobre la prensa internacional, es aquella historia (falsificación del original), según la cual, el Grial habría sido la copa en la que el profeta galileo crucificado en jerusalén ofrendó su sangre durante la última cena. De acuerdo con esta leyenda “...algunos años después de la muerte, en el Gólgota, de Jesús el Nazareno, un barco se dirigía al puerto de Marsella. A bordo tenía fugitivos judíos y conocidos por la Biblia: José de Arimatea, María Magdalena y su hermana Marta. Parece que, como opinan las leyendas eclesiásticas, llevaban consigo el Grial. Pero no debe haber sido la piedra, sino ese vaso en el que Jesús y sus discípulos comieron el cordero propiciatorio la noche del Jueves Santo, antes de ser traicionado y entregado a los esbirros por Judas Escariote. Este vaso, se dice, habría encontrado al día siguiente, Viernes Santo, una aplicación más santa aún: en el se recogió en el Gólgota la sangre derramada del Crucificado. Cuando el nazareno dijo ‘se ha consumado’, inclinó la cabeza y acabó su vida. Su cuerpo fue dejado en una tumba rocosa que José de Arimatea solícitamente había puesto a su disposición. Por esta causa, José fue arrojado por los judíos a la mazmorra y abandonado allí sin alimentos. Mas, ¡oh maravilla!, noche tras noche se le apareció un ángel al prisionero y le dio de comer del Grial, del sacrosanto vaso. Finalmente José fue liberado por el propio Jesús que le encomendó llevar el vaso a otras tierras. Con María Magdalena y Marta, Dios se confió a Dios y al cuidado del mar. Y Dios quiso que olas y viento lo trajeran a Marsella. María Magdalena debe haberlo cuidado hasta el día de su muerte en una cueva del Grial situada en las proximidades de Tarascón, a orillas del Ródano. Otras leyendas cristianas afirman que Poncio Pilatos cedió el Grial, un cáliz o un vaso, para que prestara servicios a José de Arimatea, los que éste prestó; después que recogieron en él la sangre de Jesús, José lo llevó hasta Gran Bretaña. Con la muerte de José, el cáliz del Grial desapareció de la Tierra y volvió a aparecer cuando el tan loado Titurel llegó a ser rey. A éste se le encomendó la vigilancia de la lanza con la que fue abierto el costado del Crucificado por el centurión romano Longino. Titurel construyó para las reliquias, ante todo para el Grial, un castillo de majestuosidad y belleza incomparables, sigue diciendo. El monasterio benedictino de Monserrat, cerca de Barcelona, en Cataluña, debe haber sido este castillo, pero no lo era. Correspondiendo a su táctica, la Iglesia ha dado otra interpretación al mito del Grial, en el sentido judío y cristiano. La condesa P. tiene razón: el Grial nunca ha sido guardado en Monserrat, ni los jesuitas han ejercido nunca jamás la caballería del Grial (texto original de Otto Rahn)”
La verdadera historia del Grial hay que buscarla en la mitología pagana. Allí se nos cuenta que “...hace dos mil doscientos setenta años fondeó, aquí en el puerto de la ciudad colonial helena Massilia, un barco de muy poca apariencia pero excelente para navegar. Qué nombre tenía, no lo sabemos, pero lo que sí sabemos es que Pytheas se llamaba el Patrón del barco y que era un intelectual: geógrafo, matemático y astrónomo. Pytheas quiso navegar por el océano y marchar al país de la más lejana Medianoche, al Septentrión. Cuando el barquito se abasteció de todo lo necesario para la manutención de la tripulación durante el largo y fatigoso viaje, antes de subir a cubierta y hacer izar el velamen, hizo una ofrenda a su dios. Él había prestado juramento de fidelidad al pítico Apolo, aquel resplandeciente que había vencido al dragón Pitón y para honrarlo, él, investigador masiliota, se dio el nombre de Pytheas. Pero bien pudo peregrinar al actual Mónaco donde entonces se alzaba un templo del Heracles Monoikos -un templo en el que sólo Heracles podía ser venerado-. Heracles era el dios protector, también para los viajeros a los países boreales. Cierta vez este héroe, uno de los argonautas, viajaba por mar a bordo del Argo para traer el Vellocino de Oro de la tierra del sol Aea y como los mitos más antiguos lo indican, navegaba a vela ‘en dirección al Norte’, mientras él a solas emprendió su aventurero camino de vida y deificación, para llegar a ‘una tierra áspera’ donde por largo tiempo permaneció invitado por el rey Bretanos. Por consiguiente él estuvo en Britania. Pytheas, al encomendarse en sus oraciones a Heracles, en modo alguno lo hacía en detrimento del luminoso Apolo, ya que Heracles, hermanastro de Apolo, era un divino apolíneo: Él y Jason y los argonautas, todos ellos hijos de dioses y ‘salvadores’, a la orilla del mar habían conseguido con sus ruegos, antes de subir a bordo del Argo, la protección y escolta de Apolo. Por lo que la plegaria de Jason correspondía al sentir de todo el colectivo de argonautas: ‘¡Permíteme, oh Señor, a tu imparcial hado despejar el cielo de precipitaciones y soltar las sogas de amarre para zarpar según tu sabiduría! ¡Quiera que nos sople un viento favorable con el que apaciblemente crucemos el oleaje hasta lograr llegar!’ Pytheas debió de orar de modo semejante(texto original de Otto Rahn)” . Lo que Pytheas buscaba, ciertamente, en el más lejano Septentrión, era el Grial, una piedra caída de la corona de Lucifer..., ¿quién sabe si no fue el mismo Grial de Pytheas, bajo el nombre de vellocino dorado, el que realmente buscaban Jasón, Heracles y todos los otros argonautas?
En la actual Provenza, nos cuenta Otto Rahn, todavía podía hallarse a los descendientes de los cátaros. De hecho, durante los meses de su estadía en el antiguo Languedoc, Rahn se hospedó en la mismísima casa de la última representante del linaje de los Trencavel, descendiente directa de Esclarmonde de Foix. Una persona que, por su estrecha relación con los protagonistas de lo sucedido en el asedio a Montsegur, tenía mucho conocimiento de la leyenda de esta fortaleza como castillo del Grial. Hoy sabemos, gracias a su testimonio, que Montsegur fue efectivamente el castillo del Grial, y sabemos, también, que fueron sus mayores, los cátaros de antaño, los verdaderos custodios de esta reliquia, y no los jesuitas de Iñigo de Loyola, ni los miembros de un nunca existente Priorato de Sión, o los caballeros del Temple. Los cátaros custodios del Grial fueron también caballeros que ofrendaron sus vidas para proteger el divino secreto. Estos caballeros cátaros eran herejes, herejes que amaban el firmamento, pues creían fielmente que “...después de la muerte tendrían que ir acercándose a la Divinidad de estrella en estrella” . “Cumpliendo las etapas de la deificación. Por las montañas rezaban hacia el sol del levante; al ocaso dirigían sus miradas, devotamente, al sol del poniente. Por la noche se dirigían a la argente luna o al norte, porque el Norte les era sagrado. En cambio al sur lo consideraban como la vivienda de Satán. Satán no es Lucifer. Ya que Lucifer significa portador de luz. Los cátaros tenían otro nombre para él: Luzbel. No era el Maligno. Con el negativo los judíos y los católicos lo degradaban. En lo referente al Grial, como es el parecer de tantos, debe haber sido una piedra caída de la corona de Lucifer. Así la Iglesia al pretenderlo para sí, hacía de algo luciferino algo cristiano. Si la montaña de Montsegur es la montaña del Grial, entonces ha sido Esclarmonde la señora del Grial. Después de su muerte, de la destrucción de Montsegur y del exterminio de los cátaros, quedaron abandonados el Castillo del Grial y el propio Grial. La Iglesia, conscientemente, con la cruzada contra los albigenses, llevó a la práctica una guerra de la Cruz contra el Grial, no dejando escapar la oportunidad de volver a apropiarse de un símbolo de creencia no eclesiástico para poder ponerlo al servicio de sus fines. Mas, aún no satisfecha con esto, declaró al Grial como el Cáliz en el que Jesús le ofreció la cena a sus discípulos y que recogería su sangre en el Gólgota. Incluso concedió al convento benedictino de Montserrat, que está al sur de los Pirineos, ser el templo del Grial. Después que al norte de los Pirineos los cátaros, llamados a menudo luciferinos por los inquisidores, habían custodiado la luciférica piedra del Grial, en adelante afirmaron que al sur de la misma montaña monjes católicos ya lo tenían en su posesión, haciéndolo pasar a ser una reliquia de Jesús, el triunfador sobre el Príncipe de las Tinieblas, que habría sido dejado a cargo de creyentes en Jesús’(texto original de Otto Rahn)” .
La historia del Grial habría que buscarla entonces de entre los secretos que la cataridad nos ha legado. Entre éstos contamos con el famosísimo poema Parsifal de Wolfram von Eschenbach. Allí, von Eschenbach “...da a los nombres del Buscador del Grial y rey del Grial Parsifal el significado de ‘corte por el medio’ (Percavel: bien cortado). La antigua palabra Trencavel indica lo mismo. Wolfram von Eschenbach alabó al vizconde de Carcassonne Raimund-Roger Trencavel ¡como Parsifal! La madre de Trencavel se llamaba Adelaida. Fue el prototipo de la Herzeloyde de Wolfram. Por lo tanto Adelaida, antes de que el padre de Raimund-Roger acatara la unión matrimonial, fue cortejada por el rey de aragón Alfonso el Casto, fallecido novio de Herzeloyde. Este rey debe haber servido de prototipo a Wolfram para su rey Kastsis. Adelaida y su hijo se consagraron a la herejía. Rechazaron la cruz como símbolo de la salud. El Grial era el símbolo de la creencia herética. Esto es, tal como tantas veces Wolfram von Eschenbach lo proclama, fue depositado en la tierra por los puros. Con estos daba por entendido que aludía a los cátaros, ya que cátaro significa puro. Wolfram von Eschenbach trata al rey del Grial Anfortas, a cuyas penurias puso término Parsifal, como un ‘guotman’ y ‘guotenman’: hombre bueno, hombre bondadoso. Los cátaros eran honrados por seguidores y protectores como Bonshonmes, buenos hombres..., Wolfram von Eschenbach aseveró que la verdadera saga del Grial llegó a Alemania procedente de Provenza, del sur de Francia. El bardo latino Kyot de Provenza le transmitió la leyenda. Alrededor de fines del siglo XII estuvo como huésped de la corte de Carcassonne un trovador llamado Guiot de Provins. Este bardo errante era el Kyot de Wolfram y cantó alabanzas, como por aquellos tiempos era corriente, a la casa Trencavel agradeciendo a sus anfitriones, a Adelaida y a su hijo Raimund-Roger Trencavel como Herzeloyde y Parsifal, y Wolfram tomó como modelo para su Kyot a Guiot. Adelaida de Carcassonne y su hijo Trencavel eran parientes cercanos de la condesa Esclarmonde de Foix. Esta, como señora del castillo Montsegur, era la Señora del Castillo del Grial Muntsalvatsche. En el “Parsifal” de Wolfram, se la vuelve a encontrar como Repance de Schoye, la única que puede portar el Grial y es prima de Parsifal. Wolfram von Eschenbach y el trovador Guiot de Provins se conocerían en Maguncia, ya que ambos estaban allí por la misma fecha asistiendo a una fiesta ofrecida en honor de los caballeros por Federico Barbarroja. Con lo cual no se quiere decir que las figuras de Parsifal y Herzeloyde sean creaciones del poeta Kyot-Guiot, ya que las narraciones legendarias del Grial y de Parsifal estaban entonces ampliamente divulgadas y eran profundamente deseadas. Se les puede deducir, además, que son de una antigüedad de mucho más de setecientos años. Lo que se quiere decir es simplemente que Kyot-Guiot cantó alabanzas a sus anfitriones como si fueran éstos una Herzeloyde y un Parsifal. Aunque Roma haya destruido los escritos de los cátaros, nosotros poseemos, de todas maneras, el ‘Parsifal’ de Wolfram, un poema sin lugar a dudas dictado por la cataridad. En aquella noche del domingo de Ramos en que Montsegur fue traicionada, cuatro sacerdotes heréticos envueltos en paños de lana, en secreto se descolgaron con cuerdas desde la cima del castillo roquero a las profundidades inescrutables, para salvar su ‘Tesoro de la Iglesia’. El propósito se cumplió totalmente. Pudieron entregar el preciado bien al caballero herético Pons Arnold, señor del castillo Verdun en el Sabarthes” .

2. La Iglesia Cátara, una Gleyisa d’amours

“Minnesang y Herejía habían sido congéneres antes de la época de la cruzada contra los albigenses. A favor hablaría el que la cataridad pidió ser una Gleyisa d’amours: Iglesia de Amor, y que el ritual de escuchar atentamente a un trovador por parte de su dama, se llamaba Consolament: consuelo, como es bien sabido, se denominaba el acto de la consagración que permite a un credens herético convertirse en un perfectus. De aquí provino el cantante y el enamorante (minnende) chevalier errant: caballero errante y pasó a convertirse probablemente en Chevalier parfait: caballero perfecto; de un Pregaire: de rogador a buscador llegó a ser un trovador: hallador o encontrador. La categoría del Chevalier errant habría correspondido al de un Credens herético, y la categoría del Chevalier parfait, a un Perfectus herético. Las denominaciones latinas primero fueron introducidas por los inquisidores escribientes en latín. En lo que atañe a la Table ronde: Tabla redonda, de la que los poemas medievales tantos prodigios supieron cantar, será el símbolo de la comunidad de los perfecti y el objetivo de los anhelos de los Chevaliers errants, ya que tiene la forma ‘perfercta’ de un círculo. La redondez de la Tabla de Arturo y la redondez del Grial deben considerarse como el mundo poético del Amor (Minne) glorificado de los cátaros” .
“En las escuelas y universidades se enseña que los trovadores fueron unos zánganos sentimentaloides y efusivos que dejaban las preocupaciones cotidianas a mecenas y protectores, y que no conocían otra preocupación que empeñarse por medio de canciones y cortesía, en obtener los favores de una dama, con frecuencia de una mujer casada. Esto hay que atribuírselo a un falseamiento de los hechos verdaderos llevado a cabo conscientemente por Roma después de la cruzada contra los Albigenses. Quien lea sin prejuicios las canciones del Minnensang provenzal, temprano constatará que los trovadores nunca nombran a sus damas por sus nombres, sino que le cantan alabanzas de ‘rubia dama’, de ‘dama de la bella faz’ o de ‘Luz del mundo’. Estas damas no serían otras que la simbolización de su Iglesia de Amor (Minnekirche), y todos los trovadores que, a manera de ejemplo, elogiaban a su rubia ‘dama de Toulouse’ o a su ‘señora de Carcassonne’, no se referían a otra cosa que no fuera la Comunidad Cátara Secreta de Toulouse o Carcassonne. Como último fin, los inquisidores de Roma introdujeron por la fuerza la adoración a María y la práctica del rosario , no pocas veces bajo amenaza de la hoguera y si los trovadores le dedicaban versos a María, secretamente iban dirigidos a su Iglesia de Amor (Minnekircher). Esto se desprende inequívocamente de las actas de la inquisición. La domina: señora de los trovadores, según su punto de vista, era diosa, no un ser humano, cuando ellos alaban en ella a la sabiduría divina. Así fue también en sus comienzos con los Fideli d’amore: Fieles al amor (Minnegetreuen) de la Alta Italia, trova influida directamente desde la Provenza que ensalzaba con ardor a una Madonna Intelligenzia: señora Sabiduría”
“La mayoría de los trovadores medievales alemanes (Minnesänger) eran terriblemente pobres. Muchos de ellos y no los peores, provenían del pueblo llano: Berhard von Ventadour, para sacar uno entre muchos ejemplos, era hijo de un fogonero de horno de panificación. La pobreza y su modesto origen social de ningún modo impidieron su camino a la caballería. El rústico que sabía hablar con elocuencia podía llegar a ser noble; el artesano poeta, nombrado caballero. Quien no era distinguido de nacimiento, así está escrito en una canción del trovador Arnold von Marveil, puede, sin embargo, poseer cualidades más que suficientes para sustentar un carácter distinguido, porque una virtud tendrían todos, tanto aristocráticos como ciudadanos y artesanos y campesinos para estar mancomunados: la dignidad. Los cobardes y groseros no merecen que se les preste atención, ni mucho menos ser dignos de sus versos -opinó el poeta. Nos habla desde el corazón. A un trovador se le exigía mucho: debía disponer de ‘una excelente memoria y de vastos conocimientos de historia’; debía conocer los mitos y sagas de su patria y, además, tenía que ser ‘alegre y amable, ingenioso y hábil, bienes obtenidos gracias a los dones del espíritu y del corazón, caballerosamente valiente en la guerra y en los torneos, abierto a todo lo grande y bueno’. Todo auténtico trovador tenía, expresándolo en el lenguaje culto actual, que contar con un ‘conocimiento enciclopédico’. Por esta razón quizás el ‘Minnesang’ (canto trovadoresco) de nuestro tiempo, aquel que se esfuerza por un pensamiento sintetizador, vuelva a estar acercándosele. Aunque las formas de pensar de aquella época están lejos de las nuestras. Sin limitaciones aceptaremos, sin embargo, su sincera exigencia de belleza de la manifestación vital, por la educación del gusto, por la alegría del ‘ser-en-el-mundo más estética’ y por su ‘ideal de nobleza en el interior del hombre’. La nobleza caballeresca provenzal no tenía nada en común con la tristemente célebre nobleza caballeresca feudal. París y Roma observaban con odio y envidia al mundo trovadoresco (Minne) provenzal. La corona francesa en aquel entonces en el apogeo de su poder, codiciaba desde hacía mucho tiempo la anexión del Mediterráneo y el dominio sobre los países más ricos de la antigua Galia. Y, ¿por qué la Silla de Pedro? Al igual que los cátaros, para la iglesia romana también los trovadores eran vistos como ‘sirvientes del diablo, destinados a la condenación eterna’. Frecuentemente fueron enviados papistas que intervinieron contra los trovadores individuales por medio de prohibiciones. Pero fue inútil. Más que nunca antes los trovadores (Minnensänger) rehusaron tajantemente todas las ideas y concepciones, doctrinas y leyendas clerical-teológicas. Ellos no alababan al Dios Jehová o a Jesús de Nazareth, sino al héroe Herácles o al dios Amor. Y este dios era profundamente odiado por la presuntuosa Roma, rechazada a su vez por los cátaros como ‘Sinagoga de Satán’ y ‘Basílica del diablo’. El dios Amor puede ser visto en el mundo, opina el afamado trovador Peire Cardinal, por un espíritu fuerte al que la creencia le aclare el ojo. Desde luego que puede ser así, canta el no menos famoso Peire Vidal, pero el dios sólo se muestra en primavera, mas, para verlo, sigue diciendo, hay que ir a la Casa de Dios, la precisamente ahora despierta Naturaleza. Dios tiene el aspecto de un caballero, de cabellera rubia y cabalga un corcel mitad negro como la noche y la otra blanco de un blanco deslumbrante. Un carbúnculo en la rienda brilla cual sol. En su séquito hay también un paladín. Su nombre es fidelidad”
“Peire Vidal, hijo de un peletero tolosano, caballero y trovador, permitió cabalgar al Paladín Fiel en el séquito del dios Amor. La fidelidad está condicionada por una ley, que puede ser una exterior o una interior. También los trovadores estaban subordinados a una de esta clase: la ley de Minne (Amor), cuyo párrafo superior da a conocer que Amor nada tiene que ver con el amor carnal. Aunque a todos los trovadores se les llamara Chantres d’amour: cantores del Amor. Salimos sin esfuerzo de la disyuntiva, cuando le aplicamos la traducción alemana de hace siglos: Minnesänger. El Amor provenzal es el Minne alemán. Este en sus orígenes tampoco tenía ninguna relación con el amor físico, porque es, como bien sabía Walter von Vogelweide ‘ni hombre ni mujer’ y no tiene ‘ni alma ni cuerpo’. Es fuerza y fortalece al espíritu porque es la fidelidad. También Wolfram von Eschenbach es de esta opinión: la verdadera Minne es la verdadera fidelidad. La ley de Minne consta de varios artículos llamados Leys d’amors. El primer trovador debe haber encontrado la ley en la rama de una encina sagrada. Por este motivo el será un trovador: un encontrador” .
“Cuando los peregrinos de la cruzada contra los albigenses (a la que el historiador jesuita Benoist calificó ‘la acción más justa del mundo’), debido a la vida eterna prometida y debido al botín esperado, con ardor perpetraron la orden papal y prepararon al país para una nueva estirpe, los trovadores cantaron como la fidelidad lo requería, al ‘servicio del príncipe en peligro y representaron su política contra la Iglesia, los franceses y la Inquisición de los dominicos’: cantaron y lucharon. Cuando sus bienhechores vieron las magníficas cortes de los burgos reducidas a cenizas, los últimos de ellos se marcharon hacia tierras extrañas a través de los Pirineos o de los Alpes. Pasaron a ser Faydites: desterrados. Bajo estas circunstancias, para este pueblo errante tanto más bosques y caminos rurales se constituyeron en patria: en Alemania, en la Alta Italia y en España. Y el portador de luz, Apolo, dios protector de los poetas y caminantes, no abandonó a los suyos en su penuria. Aunque también él se había llegado a convertir en un proscrito, en un desterrado, incluso en el diablo mismo. Mas, ya que él no era el Maligno cumplió, fiel, la ley divina, pasando por bosques y caminos. Dejó brillar el carbúnculo en la rienda de su corcel como el sol. Cuando moría, un cantor lo portaba sobre las nubes hacia la ‘Montaña de la Asamblea en la más lejana Medianoche’, al cenit del Norte. ¿Qué importaba si sus hijos no podían vivir en ciudades como los demás hombres y no podían ser enterrados como los demás? En la casa del Portador de Luz hay luz abundante. Más Luz que en las casas de Dios, catedrales e iglesias, allá adentro Lucifer, delante de vidrios expresamente ensombrecidos, sobre los que están pintados profetas y apóstoles judíos o dioses y santos romanos, nada pudo encontrar y nada quiso encontrar. ¡El bosque era libre! Cada vez que Apolo, enviado a otra parte por la ley divina, no pudo permitir que la piedra de carbúnculo no pudiera alumbrar, vino la ‘Abuela del Diablo’: ‘la Gran Madre’ que es la tierra y gobierna a la Luna. La tierra dio durante la noche a los desterrados comida de su caza, cuya cuidadora es bella; bebida de su rocío, cuya donadora es ella, que indica con sus rayos argenteos el camino... Si el diablo y su abuela no están en ‘su casa’, o que llegaran algo más tarde, entonces enviaban un representante o anunciador. Lucifer envió la estrella matutina, la gran Abuela envió el lucero vespertino: la misma estrella que se llama Lucifer o Venus. Que, por cierto, de ningún modo se ha caído de nuestro cielo” .
A quien quiso levantarse de las tinieblas de la ignorancia, la iglesia católica lo humillaba por la fuerza. A quien buscó desvelar los secretos del mundo y de la vida, lo envió al infierno o lo fulminó, cuando no lo pudo exterminar con anatemas y libelos difamatorios. ¿Es acaso un delito que un hombre elija como objetivo la posibilidad máxima de llegar a ser dios? La iglesia católica llevó hombres a la muerte porque no quisieron rezarle a aquel dios de los judíos, dios que, entre otras cosas, se había arrepentido de crear al mundo y a los hombres. El papa de Roma hizo quemar a cuantos inocentes por haber cometido el minúsculo delito de no haberle reconocido como representante de la divinidad en la tierra, “...ya que es indudable que los papas, como la historia lo deja suficientemente aclarado, tuvieron que ser contados muy a menudo entre la escoria humana”
La persecución de la Iglesia católica contra los cátaros, contra los custodios del Grial, contra los trovadores de la Minnekirche, la Gleyisa d’amours, en suma, la cruzada en contra del Grial no fue, en absoluto, una casualidad, o un accidente de la Historia. Más allá de todas las justificaciones políticas con la que los historiadores de todos los tiempos han intentado explicarse la cruzada contra los albigense, llenando de paso las estanterías de las bibliotecas o las librerías y proporcionado material suficiente para una que otra cátedra en la universidad, más allá de esto digo, la verdadera razón que movilizó a los cruzados en contra de los custodios del Grial es de naturaleza espiritual, esto es, de naturaleza arquetípica, como la de una lucha que se da, antes que en el plano material, en el plano simbólico, en un otro plano, en un otro mundo. La cruzada contra los albigenses no es más que la reedición de un guerra, si se nos permite la expresión, entre las fuerzas del dios de la luz (en el lenguaje cátaro, Lucifer) y los ejércitos del señor de las tinieblas (en el lenguaje cátaro, el dios del antiguo testamento, el dios judío, Yahvé). Esta cuestión nos lleva al corazón de la doctrina secreta de los cátaros, y nos hace entender, además, porque la cruzada contra los albigenses llegó a ser una cuestión de primerísimo orden para las autoridades católicas.

3. Lucifer, el Cristo Cátaro

Todas las fuentes ordinarias que nos informan sobre los cátaros parecen coincidir en un hecho: los cátaros habrían rechazado el Antiguo Testamento y a su dios, y habrían promovido una fe en favor del dios del Nuevo Testamento (a su juicio el dios verdadero), personificado en la figura de Jesús. Así, el catarismo sería una forma de cristianismo, cuya única diferencia con el mundo católico estribaría en su rechazo del dios del Antiguo Testamento, el dios judío Yahvé, que en su criterio sería el representante del principio de maldad. Lo que no dicen, eso sí, ninguna de las fuentes ordinarias, es que el cristianismo cátaro está muy lejos de identificar a la figura del Cristo con la persona del carpintero crucificado llamado Jesús. Antes bien, si analizamos detenidamente todos los antecedentes que nos han llegado sobre los cátaros, y, fundamentalmente, los elementos constitutivos de su doctrina secreta (inscrita en las inaccesibles cuevas y pasadizos de los montes del Sabarthés), concluiremos necesariamente que el Cristo cátaro no era, ni con mucho, la figura de un judío crucificado en Palestina en el siglo primero, ni tampoco otra figura humana cualquiera identificada con sujeto histórico alguno. El Cristo cátaro no tiene carne ni huesos; el cristo cátaro no es más que el arquetipo de la figura de aquel que porta la luz. En griego, la expresión “portador de Luz” puede decirse de dos modos distintos: el portador de la Luz es un “Fosforos” (sentido literal y etimológico), pero también es un Cristos (en el sentido simbólico). El Cristos es el que trae la Luz; el Cristos es el portador de Luz. En Latín la expresión “portador de Luz” supone el verbo “fer” que significa “llevar”, “portar”, y el genitivo del sustantivo latino “Lux” (que significa luz) que se dice “Lucis”. Así, la expresión “portador de Luz” en Latín se dice “Lucis fer”, palabra que traduce la palabra griega “Kristos” y que ha llegado hasta nosotros como el nombre ya formado de Lucifer. Esto nos da una pista ya. Dado que sabemos que el Cristo cátaro no era, definitivamente, ese judío de Nazareth llamado Jesús, y dado que sabemos, también, que en su doctrina el Cristo está identificado, más bien, con el arquetipo de aquel que porta la luz, estamos en condiciones de afirmar ya que el Cristo cátaro era Lucifer.
No somos expertos en la Biblia y tampoco queremos llegar a serlo. Pero es inevitable que advirtamos, a simple vista, como ya lo hicieron los cátaros en su momento, que el Antiguo y el Nuevo Testamento hablan de dos dioses diferentes, aunque, por cierto, piensen en uno solo y el mismo. “El Antiguo Testamento –nos informa Otto Rahn- anatematizó a la ‘hermosa estrella matutina’; el Nuevo Testamento, en cambio, revela en el Apocalipsis según San Juan que un determinado ‘rey y Ángel del Abismo’ tiene ‘en griego el nombre de Apolión’”. Apolión, más conocido entre nosotros como Apolo, es un “Ángel de los Abismos y Príncipe de este mundo, es el ¡Apolo luminoso!” Otto Rahn, descifrando la doctrina secreta de los cátaros, asevera que “...la Estrella Matutina del Antiguo Testamento y el Apolión del Nuevo Testamento son uno solo”. Esta opinión se sostiene, además, “...en el hecho de que en el espacio griego de la Estrella Matutina Fósforos... se la considera la acompañante permanente, anunciadora y representante del solar Apolo, máximo portador de luz, y que al propio Apolo se le tiene como la bella ‘Estrella de la Mañana’, el Sol”
Para nosotros es una evidencia que el Cristo de los cátaros no tiene nada que ver con ese galileo crucificado en el gólgota. En las actas de la Inquisición consta que los cátaros habrían dicho sobre Cristo lo siguiente: dicum Christum phantasma fuisse non hominen. Y no sólo esto, sino que, además, los cátaros habrían dicho de Cristo que “...El estaría ‘sujeto de las estrellas del cielo’”. “Los cátaros deben, según esto, haber sostenido el criterio que la Cristología no sería otra cosa que un mito astral obtenido por interpretación del curso de las estrellas”
Los cataros habrían interpretado la caída de Lucifer como una especie de “...suplantación ilegítima del hijo primogénito de Dios, Lucifer, por el Nazareno”. Pero, no fueron pocos los cátaros que, ignorando los secretos de los perfectis, “...creían que, en efecto, Lucifer hubiera sido por arrogancia y orgullo apartado del camino por el Dios Padre, al igual que el hijo perdido del Evangelio, y creyeron que el día del juicio caería de rodillas ante el Todopoderoso para pedir perdón”. Pero ciertamente estos credenz constituían una excepción. “Este mito cosmogónico (no podría ser de otra manera), se basaba en que el mundo sería un lugar aparatado de Dios y un lugar de sufrimientos, que solamente podría ser perfecto cuando el Dios-Espíritu eterno haya espiritualizado, divinizado y redimido al mundo, materia perecedera y sin espíritu. En aquellos herejes, que como se ha dicho, constituían la excepción, ya había hecho su efecto la influencia debilitadora de la creencia en la redención cristiana, aun cuando con vestimentas no romanas”
Por su parte, “...ya que los trovadores pertenecían, para la Santa Iglesia Católica de Roma, a los sirvientes del diablo, porque ellos habían escrito sobre sus estandartes la fidelidad al dios Amor; ya que ellos, como incontables ejemplos lo demuestran, cantaron maravillosos aires sobre una corona de Lucifer, podría ser -si aceptamos el lenguaje bíblico- que hayan dado una luciferina ‘corona de la Vida eterna’, y podría ser, si seguimos tejiendo los hilos en este sentido, que el dios Amor haya sido Lucifer en su más elevada persona. Esta suposición pasa a ser evidencia si atamos los nudos de otra manera. El dios Amor es el dios de la primavera. Apolo no lo es menos. Por lo que ambos, Amor y Apolo, son el dios de la primavera. El que vuelve a traer a su sitio la luz del sol, de acuerdo con esto, es portador de luz, un ‘Lucifer’. Según el Apocalipsis de San Juan, se considera, como lo hemos visto, a Apolión-Apolo como el diablo y, en el credo de la Iglesia romana, que se apoya para esto en la Biblia y en los padres de la Iglesia, Lucifer es Satán. Por consiguiente, el dios de la primavera Apolo-Amor, de acuerdo con la creencia eclesiástica, es Satán y diablo. De lo que resulta sin más ni más la conclusión, que también a los trovadores ‘sirvientes del diablo’, se les puede aplicar la queja de Joaquín de Flora, que ellos eran Anticristos con Apolión como rey”
“Por la época del florecimiento del catarismo vivió en Sicilia un prestigioso eremita de nombre Joaquín Flora. Pasaba por ser el mejor comentador del Apocalipsis, según San Juan. Como las langostas de las que habla el capítulo noveno del apocalipsis, debió haber considerado a los cátaros, ‘que con la fuerza de los escorpiones salen de las profundidades sin fondo al abismo’. Ellos serán, arguyó Joaquín, en secreto, el mismísimo Anticristo, su poder aumentará, y su rey ya está elegido. En griego su nombre es ¡Apolión!. Apolo no puede ser otro que Lucifer, al que los herejes provenzales llamaron Lucibel y al que, como ellos creyeron, no se le hizo justicia”

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