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LA CRÍTICA DE LA RAZÓN TOTALIZANTE

I. La Dialéctica de la Modernidad y Posmodernidad

El término posmodernidad pertenece a una red de conceptos y pensamientos “post” -sociedad posindustrial, posestructuralismo, posempirismo, posracionalismo- en los que, según parece, trata de articularse a sí misma la conciencia de un cambio de época, conciencia cuyos contornos son aun imprecisos, confusos y ambivalentes, pero cuya experiencia central, la de la muerte de la razón, parece anunciar el fin de un proyecto histórico: el proyecto de la modernidad, el proyecto de la ilustración europea, o finalmente también, el proyecto de la civilización griega occidental.
Ciertamente que la red de conceptos y pensamientos post se asemeja a una imagen cambiante: tomando la perspectiva adecuada se pueden discernir también en ella los contornos de una modernidad radicalizada, de una ilustración autoilustrada y de un concepto posracionalista de la razón. Desde esta perspectiva la modernidad aparece como un marxismo desmitologizado, como continuación de la vanguardia estética, o como una radicalización de la crítica del lenguaje
Al igual que en una imagen cambiante, en el pensamiento post pueden descubrirse ambos aspectos: el pathos del final y el pathos de una ilustración radicalizada
Ihab Hassan (norteamericano) caracteriza el momento posmoderno como un momento de unmaking (deconstrucción)
La episteme unmaking, sinónimo de deconstrucción, desmantelamiento, diseminación, desmitificación, discontinuidad, diferencia, dispersión, etc., lo que hace, básicamente, es expresar una obsesión epistemológica por los fragmentos o las fracturas y un correspondiente compromiso ideológico por las minorías en política, sexo y lenguaje. De acuerdo con esta episteme pensar bien, sentir bien, actuar bien, equivale a rechazar la tiranía de las totalidades.
En las artes se ha generado todo un proceso de desdefinición que culmina finalmente, al igual que la personalidad del artista, en algo sin límites claros. Por esa razón, J. F. Lyotard “invita al lector a abandonar el seguro puerto ofrecido a la mente por la categoría de obra de arte o de signos en general y a no reconocer como verdaderamente artístico sino a las iniciativas o eventos en cualquier ámbito en que puedan ocurrir”
El movimiento contra la razón totalizante y su sujeto es a la vez un movimiento contra la obra de arte autónoma y sus pretensiones de unidad y sentido
Frederic Jameson ve en el rechazo posmodernista de la violencia de una razón totalizante la posibilidad de un concepto nuevo, por así decirlo, dialógico, posmoderno, de totalidad. Algo así como una unidad no violenta de lo múltiple (Adorno); o una relación por vía de diferencias (Jameson)
Jameson caracteriza la estética moderna como una estética alegórica que con su unidad orgánica trata de dar nombre a una forma capaz de mantener juntas discontinuidades e inconmensurabilidades sin anular precisamente esas diferencias. Así, en la estética de Jameson, lo posmoderno aparece como una vuelta a la historia del modernismo estético.
Sin embargo, lo que en un sentido específico podría llamarse posmodernista en la estética de Jameson es más bien su construcción de una conexión entre estética y política: la estética del posmodernismo está para Jameson en correspondencia con la micropolítica de una nueva izquierda descentrada. El rechazo de la totalidad orgánica de la obra de arte simbólica está en correspondencia con el rechazo de las formas prácticas y teóricas de esa totalización desde arriba, que fue nota característica de los movimientos obreros marxistas tradicionales
Charles Jencks también establece una conexión similar entre estética posmodernista y micropolítica descentrada: esta conexión la hace desde la arquitectura posmodernista
Mientras para Jameson el posmodernismo describe una forma nueva, posracionalista, de totalización (unidad, síntesis) estética psíquica y social; no simplemente una negación de la razón totalizante y su sujeto, sino un movimiento de autotrascendencia de la razón y su sujeto; para J. F. Lyotard el posmodernismo no sería sino un momento en el que la crítica de la razón totalizante se agudiza y trueca en un rechazo del terrorismo de la teoría, de la representación, del signo y de la idea de verdad
Lyotard propone la disolución de la semiología en energética. Para él, sujeto, representación, significado, signo y verdad son eslabones de una cadena que tiene que ser rota en su conjunto: “el sujeto es un producto de la máquina de representación y desaparece con ella”. “Ni el arte ni la filosofía tienen que ver con el significado y la verdad, sino con transformaciones de energía, las cuales no pueden hacerse derivar de una memoria, de un sujeto, de una identidad”. La economía política se transforma en economía libidinal, liberada del terrorismo de las representaciones.
Dado que en Lyotard, el puesto de la conducta regulada por el edificio y la artificialidad de la representación es ocupada por la voluntad, el posmodernismo como disolución de la semiótica en energética se hace indiscernible del behaviorismo: en este punto, el posmodernismo se convierte en ideología de la poshistoria. No en vano, en el Lyotard de los años sesenta, el pathos del olvido sustituye al pathos de la crítica.
Existe pues un significado de la expresión posmoderno en que el término momento es tomado en sentido literal. Para expresarlo paradójicamente: como categoría fundamental de una conciencia poshistórica del tiempo que se ha despojado no solamente de la herencia platónica, sino del pasado y dl futuro. Desde este punto de vista la revolución de la posmodernidad como la ha llamado J. Boudrillard puede aparecer entonces como un gigantesco proceso de pérdida de sentido que ha conducido a la destrucción de todas las historias, referencias y finalidades.
Boudrillard ve en la ahistoricidad de la sociedad posmoderna una realidad histórico-ahistórica consumada. Según él, “todo está ya aquí”. No hay que esperar, por tanto, “la realización de una utopía revolucionaria, ni tampoco un acontecimiento atómico explosivo”. “...lo peor, el soñado acontecimiento final sobre el que toda utopía construía, el esfuerzo metafísico de la historia, etc., el punto final es algo que ya queda detrás de nosotros”
J. F. Lyotard tiene una idea distinta del posmodernismo: está determinado, por una parte, por Wittgenstein, y por otra, por la crítica del Juicio de Kant. En la visión que Lyotard tiene del posmodernismo se combinan de forma sugestiva 1) los rasgos de una metodología posempirista (Feyerabend); 2) los de una estética posmodernista (Adorno); 3) y los de un liberalismo político posutópico.
En Lyotard, la ruptura con la razón totalizante aparece como un adiós a las grandes narraciones (la de la emancipación de la humanidad o la del devenir de la idea) y al fundamentalismo de las grandes legitimaciones, así como a la ideología sustitutoria, pero también totalizante, que representa la teoría de sistema; también aparece como un rechazo de las formas futuristas del pensamiento totalizante, complementarias de las anteriores: de las utopías de la unidad o de la reconciliación o de la armonía universal. Lyotard defiende un pluralismo irreductible de juegos de lenguaje y acentúa el irreductible carácter local de todos los discursos, acuerdos y legitimaciones.
Con Lyotard asistimos a una especie de concepto pluralista, antieuclideano de razón, en contraposición, por ejemplo, con la teoría del consenso de Habermas, lo cual, desde Lyotard, no es sino un último gran intento de atenerse al pensamiento reconciliador, totalizante, del idealismo alemán (o de la tradición marxista) y, por tanto, también a la unidad de verdad, libertad y justicia.
Más allá del consenso, para Lyotard, la justicia sería: “Reconocer a la pluralidad e intraducibilidad de los juegos de lenguaje entrelazados entre sí su autonomía y especificidad, no tratar de reducirlos unos a otros; con una regla general que sería: “Dejadnos jugar y dejadnos jugar en paz”.
Para Lyotard la posmodernidad sería, por tanto, una modernidad sin lamentos, sin la ilusión de una posible reconciliación entre juegos de lenguaje, sin nostalgia de totalidad ni de unidad, de reconciliación del concepto y la sensibilidad, de experiencia transparente y comunicable en una palabra una modernidad que acepta la pérdida del sentido, de valores y de realidad con una jovial osadía: el posmodernismo como gaya ciencia.
El posmodernismo, en la medida en que no es solamente un programa, una novísima vanguardia o una moda teórica, es la conciencia todavía difusa de un final y de un tránsito. Pero ¿un final de qué?, ¿un tránsito hacia qué?
Según Wellmer el tema básico del posmodernismo es la crítica de la razón totalizante:
a) Crítica psicológica desenmascaradora del sujeto
b) Crítica filosófica-psicológica-sociológica de la razón instrumental o de la razón que opera en términos de lógica de la identidad y de su sujeto
c) Crítica efectuada en términos de filosofía del lenguaje, de la razón autotransparente y de su sujeto fundador de sentido


II. Crítica psicológica desenmascaradora del sujeto

La crítica psicológica (Freud) consiste en la demostración de la impotencia fáctica o de la no existencia de sujeto autónomo, y de la irracionalidad fáctica de su aparente razón. Se trata del descubrimiento del otro de la razón dentro del sujeto y de su razón: como criaturas corporales o como máquinas deseantes. Los individuos no saben qué desean ni qué hacen; su razón es simplemente expresión de relaciones psíquicas y sociales de poder.
El sujeto filosófico, con su capacidad de autodeterminación y de logon didonai queda desenmascarado como un “virtuosismo de la racionalización” al servicio de fuerzas ajenas al yo.
El sujeto descentrado del psicoanálisis es, en otras palabras, un punto de encuentro de fuerzas psíquicas y sociales más bien que señor de ellas. El escenario de una cadena de conflictos, más que el autor de un drama o de una historia.
Según Wellmer, Freud, en la medida en socavó la creencia en la racionalidad del sujeto, fue un exponente escéptico del racionalismo y de la ilustración europea. Sin embargo, lo hizo con intención de reforzar el poder de la razón y la fuerza del sujeto. “Una humanidad desengañada y desilucionada, una humanidad entrada en razón, una humanidad capaz, dentro de ciertos límites, de controlarse a sí misma; este era todavía el horizonte normativo de la crítica de Freud, y en esto seguía siendo un seguidor de la ilustración.
El descubrimiento de Freud consistió, en buena parte, en que el deseo estaba siempre ya presente como fuerza no racional dentro de la argumentación racional y de la conciencia moral.


III. Crítica de la razón instrumental o de la razón que opera en términos de lógica de la identidad

En “Dialéctica de la ilustración” Horkheimer y Adorno interpretan la trinidad epistemológica de sujeto, objeto y concepto, como una relación de opresión y sujeción, en la que la instancia opresiva que representa el sujeto se convierte al mismo tiempo en víctima sometida.
La represión de la naturaleza interna del hombre, con su tendencia anárquica a la felicidad es el precio de la formación de un sí-mismo unitario, necesario para la autoconservación y para el dominio de la naturaleza externa al sujeto.
El correlato de este sí-mismo unitario es una razón objetivante y creadora de sistemas (totalizante), que es concebida como medio de dominación.
El carácter unitario y creador de sistemas, objetivante e instrumental-controlador propio de la razón está radicado en su carácter discursivo, en la lógica del concepto, o mejor, en la relación de concepto, significado lingüístico y lógica formal.
En el corazón del pensamiento discursivo se hace visible un elemento de violencia, una sujeción de la realidad, un mecanismo de defensa, un procedimiento de exclusión y dominación, una ordenación de los fenómenos para controlarlos y manipularlos, un impulso hacia un sistema paranoico.
La razón objetivante, sistematizante e instrumentalizante, ha encontrado su expresión clásica en las modernas ciencias de la naturaleza, pero según Foucault, también las ha hallado en las ciencias del hombre.
Finalmente, los procesos de racionalización de la modernidad (la burocracia, el derecho formal, la economía moderna) son también manifestaciones de esta razón objetivante, unificante, controladora y disciplinadora.
Esta razón tiene su propia imagen de la historia: según ella, la historia progresa, y progresa ilimitadamente hacia el desarrollo técnico y económico de la sociedad. Los pensadores que habitaron bajo este modelo teórico confundieron aquel indiscutible progreso con un progreso a algo mejor: como el progreso de la humanidad hacia la razón. Pero la ilustración esperaba de la razón algo distinto y mejor que el mero progreso técnico, económico y administrativo: la abolición de la dominación y del auto-engaño a través de la abolición de la ignorancia y la pobreza.
El espíritu conceptualmente objetivante y creador de sistemas, que opera según el principio de no contradicción, es ya en sus orígenes, razón instrumental, el resultado de la escisión de la vida en mente y en objeto para esa mente.
La crítica de esta razón que opera en términos de lógica de la identidad es, por tanto, al mismo tiempo, una crítica de la razón legitimante.
En el carácter cerrado de los sistemas filosóficos y en la busca de fundamentaciones últimas que caracteriza a la filosofía se expresa el deseo de seguridad y dominación que caracteriza al pensamiento identificante. Un deseo que se aproxima al delirio. En los sistemas de legitimación de la edad moderna -desde la teoría del conocimiento a la filosofía moral y política- se oculta un resto de delirio mítico traducido a forma de racionalidad discursiva.


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