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El nacimiento de
la tragedia
Friedrich Nietzsche
Pr�logo
a Richard Wagner
Con el fin de mantener lejos de m� todas las cr�ticas, irritaciones y
malentendidos a que los pensamientos reunidos en este escrito dar�n
ocasi�n, dado el car�cter peculiar de nuestro p�blico est�tico, y con el
fin tambi�n de poder escribir las palabras introductorias con id�ntica
delicia contemplativa de la cual �l mismo, como petrefacto de horas buenas
y enaltecedoras, lleva los signos en cada hoja, voy a imaginarme el
instante en que usted, mi muy venerado amigo, recibir� este escrito: c�mo,
acaso tras un paseo vespertino por la nieve invernal, mira usted el
Prometeo desencadenado en la portada, lee mi nombre, y en seguida queda
convencido de que, sea lo que sea aquello que se encuentre en este
escrito, su autor tiene algo serio y urgente que decir, y asimismo que, en
todo lo que �l ideo, conversaba con usted como con alguien que estuviera
presente, y s�lo le era l�cito escribir cosas que respondiesen a esa
presencia. Usted recordar� entonces que yo me concentr� en estos
pensamientos al mismo tiempo en que surg�a su magn�fico escrito
conmemorativo sobre Beethoven, es decir, en medio de los horrores y
sublimidades de la guerra que acababa de estallar. Sin embargo, errar�an
quienes acaso pensasen, a prop�sito de esa concentraci�n, en la ant�tesis
entre excitaci�n patri�tica y disipaci�n est�tica, entre seriedad valiente
y juego jovial: a �stos, si leen realmente este escrito, acaso les quede
claro, para estupor suyo, con qu� problema seriamente alem�n tenemos que
hab�rnoslas, el cual es situado por nosotros con toda propiedad en el
centro de las esperanzas alemanas, como v�rtice y punto de viraje. Pero
acaso cabalmente a esos mismos les resultar� escandaloso el ver que un
problema est�tico es tomado tan en serio, en el caso, desde luego, de que
no sean capaces de reconocer en el arte nada m�s que un accesorio
divertido, nada m�s que un tintineo, del que sin duda se puede prescindir,
a�adido a la �seriedad de la existencia�: como si nadie supiese qu� es lo
que significa semejante �seriedad de la existencia� cuando se hace esa
contraposici�n. A esos hombres serios s�rvales para ense�arles que yo
estoy convencido de que el arte es la tarea suprema y la actividad
propiamente metaf�sica de esta vida, en el sentido del hombre a quien
quiero que quede dedicado aqu� este escrito, como a mi sublime precursor
en esa v�a.
Basilea, fin del a�o 1871
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