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El nacimiento de la tragedia
Friedrich Nietzsche

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Convendr�a que alguna vez se ponderase, bajo los ojos de un juez no sobornado, en qu� tiempo y en qu� hombres el esp�ritu alem�n se ha esforzado hasta ahora con m�xima energ�a por aprender de los griegos; y si admitimos con confianza que esa alabanza �nica tendr�a que ser adjudicada a la nobil�sima lucha de Goethe, Schiller y Winckelmann por la cultura, habr�a que a�adir en todo caso que desde aquel tiempo, y despu�s de los influjos inmediatos de aquella lucha, se ha vuelto cada vez m�s d�bil, de manera incomprensible, el esfuerzo de llegar por una misma v�a a la cultura y a los griegos. Para no tener que desesperar completamente del esp�ritu alem�n, �no deber�a sernos l�cito sacar de aqu� la conclusi�n de que, en alg�n punto capital, tampoco aquellos luchadores consiguieron penetrar en el n�cleo del ser hel�nico ni establecer una duradera alianza amorosa entre la cultura alemana y la griega? - de tal manera que acaso un reconocimiento inconsciente de ese fallo habr�a suscitado tambi�n en las naturalezas m�s serias la acobardada duda de si ellas llegar�an, despu�s de tales predecesores, m�s lejos que �stos por ese camino de la cultura y de si llegar�an en absoluto a la meta. Por eso desde aquel tiempo vemos degenerar de la manera m�s inquietante el juicio sobre el valor de los griegos para la cultura; en los campos m�s diferentes del esp�ritu y del no-esp�ritu puede o�rse la expresi�n de una compasiva superioridad; en otros sitios, una ret�rica completamente ineficaz se entretiene jugueteando con la �armon�a griega�, la �belleza griega�, la �jovialidad griega�. Y justo en los c�rculos cuya dignidad podr�a consistir en sacar infatigablemente agua del lecho del r�o griego, para la salvaci�n de la cultura alemana, en los c�rculos de quienes ense�an en las instituciones superiores de cultura, es donde mejor se ha aprendido a arreglarse temprana y c�modamente con los griegos, llegando no raras veces hasta un abandono esc�ptico del ideal hel�nico y hasta una perversi�n total del verdadero prop�sito de todos los estudios sobre la Antig�edad. Quien en tales c�rculos no se ha agotado �ntegramente en el esfuerzo de ser un competente corrector de textos antiguos o un microscopista hist�rico-natural del lenguaje, acaso ande buscando apropiarse �hist�ricamente� (historisch), junto a otras antig�edades, tambi�n de la Antig�edad griega, pero en todo caso seg�n el m�todo propio y con los gestos de superioridad propios de nuestra historiograf�a culta de ahora. Si, en consecuencia, la aut�ntica fuerza formativa de las instituciones superiores de ense�anza no ha sido nunca, en verdad, m�s baja y d�bil que en el presente, si el �periodista�, esclavo de papel del d�a, ha triunfado, en todo lo que se refiere a la cultura, sobre el docente superior, y a este �ltimo no le queda m�s que la metamorfosis, ya presenciada con frecuencia, de moverse ahora tambi�n �l en la manera de hablar propia del periodista, con la �ligera elegancia� de esa esfera, cual una mariposa jovial y culta - �con qu� penosa confusi�n tendr�n tales hombres cultos de semejante presente que mirar de hito en hito ese fen�meno, la resurrecci�n del esp�ritu dionis�aco y el renacimiento de la tragedia, que s�lo se podr�a comprender por analog�a partiendo de lo m�s profundo del genio hel�nico, incomprendido hasta ahora? No hay ning�n otro per�odo art�stico en el que lo que se llama la cultura y el aut�ntico arte hayan sido tan ajenos y tan hostiles el uno al otro como lo vemos con nuestros propios ojos en el presente. Nosotros comprendemos el motivo por el que una cultura tan d�bil odia al verdadero arte; de �l teme su ocaso. �Pero es que no habr�a agotado sus fuerzas vitales toda una especie de cultura, a saber, aquella cultura socr�tico-alejandrina, una vez que ha podido culminar en algo tan endeble y flaco como la cultura del presente! Si h�roes como Schiller y Goethe no lograron forzar aquella puerta m�gica que conduce a la monta�a m�gica hel�nica, si, con todo su esfuerzo valeros�simo, no fueron m�s all� de aquella nost�lgica mirada que, desde la T�uride b�rbara, env�a a trav�s del mar hacia la patria la Ifigenia goetheana, qu� esperanzas les quedar�an a los ep�gonos de tales h�roes, si la puerta no se les abriese por s� misma, en un lado completamente distinto, no rozado por ninguno de los esfuerzos de la cultura habida hasta ahora, a los acentos m�sticos de la resucitada m�sica tr�gica.

Que nadie intente debilitar nuestra fe en un renacimiento ya inminente de la Antig�edad griega; pues en ella encontramos la �nica esperanza de una renovaci�n y purificaci�n del esp�ritu alem�n por la magia de fuego de la m�sica. �Qu� otra cosa podr�amos mencionar que, en la desolaci�n y decaimiento de la cultura de ahora, pudiese despertar alguna expectativa consoladora para el futuro? En vano andamos al acecho de una �nica ra�z que haya echado ramas vigorosas, de un pedazo de tierra sana y f�rtil: por todas partes polvo, arena, rigidez, consunci�n. Aqu� un hombre aislado y sin consuelo no podr�a elegir mejor s�mbolo que el caballero con la muerte y el diablo, tal como nos lo dibuj� Durero, el caballero recubierto con su armadura, de dura, bronc�nea mirada, que emprende su camino de espanto, sin que lo desv�en sus horripilantes compa�eros, y, sin embargo, desesperanzado, s�lo con el corcel y el perro. Nuestro Schopenhauer fue un caballero dureriano de este tipo: le faltaba toda esperanza, pero quer�a la verdad. No existe su igual.-

Mas, cuando lo toca la magia dionis�aca, �c�mo cambia de pronto ese desierto, que acabamos de describir tan sombr�amente, de nuestra fatigada cultura! Un viento huracanado coge todas las cosas inertes, podridas, quebradas, atrofiadas, las envuelve, formando un remolino, en una roja nube de polvo y se las lleva cual un buitre a los aires. Perplejas buscan lo desaparecido nuestras miradas: pues lo que ellas ven ha ascendido como desde un foso hasta una luz de oro, tan pleno y verde, tan exuberantemente vivo, tan nost�lgicamente inconmensurable. La tragedia se asienta en medio de ese desbordamiento de vida, sufrimiento y placer, en un �xtasis sublime, y escucha un canto lejano y melanc�lico - �ste habla de las Madres del ser, cuyos nombres son: Ilusi�n, Voluntad, Dolor. - S�, amigos m�os, creed conmigo en la vida dionis�aca y en el renacimiento de la tragedia. El tiempo del hombre socr�tico ha pasado: coronaos de hiedra, tomad en la mano el tirso y no os maravill�is si el tigre y la pantera se tienden acariciadores a vuestras rodillas. Ahora osad ser hombres tr�gicos: pues ser�is redimidos. �Vosotros acompa�ar�is al cortejo dionis�aco desde India hasta Grecia! �Armaos para un duro combate, pero creed en los milagros de vuestro dios!

Friedrich Nietzsche

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