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El nacimiento de
la tragedia
Friedrich Nietzsche
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Imagin�monos ahora fijo en la tragedia el grande y �nico ojo cicl�peo de
S�crates, aquel ojo en que jam�s brill� la benigna demencia del entusiasmo
art�stico - imagin�monos c�mo a aquel ojo le estaba vedado mirar con
complacencia los abismos dionis�acos - �qu� tuvo que descubrir �l
propiamente en el �sublime y alabad�simo� arte tr�gico, como lo denomina
Plat�n?. Algo completamente irracional, con causas que parec�an no tener
efectos, y con efectos que parec�an no tener causas; adem�s, todo ello tan
abigarrado y heterog�neo, que a una mente sensata tiene que repugnarle, y
que para las almas excitables y sensibles representa una mecha peligrosa.
Nosotros sabemos cu�l fue el �nico g�nero del arte po�tico que fue
comprendido por �l, la f�bula es�pica: y sin duda esto lo
hizo con aquella sonriente contemporizaci�n con que el bueno y honesto
Gellert canta el elogio de la poes�a, en la f�bula de la abeja y la
gallina:
T� ves en m� para lo que ella sirve,
a quien no posee mucho entendimiento
s�rvele para decir la verdad con una imagen.
Pero a S�crates le parec�a que el arte tr�gico ni siquiera �dice la
verdad�: prescindiendo de que se dirige �a quien no posee mucho
entendimiento�, por tanto, no al fil�sofo: doble raz�n para mantenerse
alejado de �l. Al igual que Plat�n, S�crates lo contaba entre las artes
lisonjeras, que s�lo representan lo agradable, no lo �til, y por eso
exig�a de sus disc�pulos que se abstuvieran y que se apartaran
rigurosamente de tales atractivos no filos�ficos; con tal �xito, que
Plat�n, el joven poeta tr�gico, lo primero que hizo para poder convertirse
en alumno de S�crates fue quemar sus poemas. All� donde, sin embargo, unas
disposiciones invencibles combat�an contra las m�ximas socr�ticas, la
fuerza de �stas, junto con el br�o de aquel enorme car�cter, sigui� siendo
lo bastante grande para empujar a la poes�a misma a unas posiciones nuevas
y hasta entonces desconocidas.
Un ejemplo de esto es el reci�n nombrado Plat�n; �l, que en la condena de
la tragedia y del arte en general no qued� ciertamente a la zaga del
ingenuo cinismo de su maestro, tuvo que crear, sin embargo, por pura
necesidad art�stica, una forma de arte cuya afinidad precisamente con las
formas de arte vigentes y rechazadas por �l es �ntima. El reproche capital
que Plat�n hab�a de hacer al arte anterior - el de ser imitaci�n de una
imagen aparente, es decir, el pertenecer a una esfera inferior incluso al
mundo emp�rico -, contra lo que menos se ten�a derecho a dirigirlo era
contra la nueva obra de arte; y as� vemos a Plat�n esforz�ndose en ir m�s
all� de la realidad y en exponer la idea que est� a la base de esa
pseudorrealidad. Mas con esto el Plat�n pensador hab�a llegado, a trav�s
de un rodeo, justo al lugar en que, como poeta, hab�a tenido siempre su
hogar y desde el cual S�focles y todo el arte antiguo protestaban
solemnemente contra aquel reproche. Si la tragedia hab�a absorbido en s�
todos los g�neros art�sticos precedentes, lo mismo cabe decir a su vez, en
un sentido exc�ntrico, del di�logo plat�nico, que, nacido de una mezcla de
todos los estilos y formas existentes, oscila entre la narraci�n, la
l�rica y el drama, entre la prosa y la poes�a, habiendo infringido tambi�n
con ello la rigurosa ley anterior de que la forma ling��stica fuese
unitaria; por este camino fueron a�n m�s lejos los escritores c�nicos,
que con un amasijo muy grande de estilos, con su fluctuar entre las
formas prosaicas y las m�tricas alcanzaron tambi�n la imagen literaria del
�S�crates furioso�, al que sol�an representar en la vida. El di�logo
plat�nico fue, por as� decirlo, la barca en que se salv� la vieja poes�a
n�ufraga, junto con todos sus hijos: api�ados en un espacio angosto, y
medrosamente sujetos al �nico timonel S�crates, penetraron ahora en un
mundo nuevo, que no se cans� de contemplar la fantasmag�rica imagen de
aquel cortejo. Realmente Plat�n proporcion� a toda la posteridad el
prototipo de una nueva forma de arte, el prototipo de la novela:
de la cual se ha de decir que es la f�bula es�pica amplificada hasta
el infinito, en la que la poes�a mantiene con la filosof�a dial�ctica una
relaci�n jer�rquica similar a la que durante muchos siglos mantuvo la
misma filosof�a con la teolog�a: a saber, la de ancilla. �sa
fue la nueva posici�n de la poes�a, a la que Plat�n la empuj�, bajo la
presi�n del dem�nico S�crates.
Aqu� el pensamiento filos�fico, al crecer, se
sobrepone al arte y obliga a �ste a aferrarse estrechamente al tronco de
la dial�ctica. En el esquematismo l�gico la tendencia apol�nea
se ha transformado en cris�lida: de igual manera que en Eur�pides
hubimos de percibir algo an�logo y, adem�s, una trasposici�n de lo
dionisiaco al efecto naturalista. S�crates, el h�roe
dial�ctico del drama plat�nico, nos trae al recuerdo la naturaleza af�n
del h�roe euripideo, el cual tiene que defender sus acciones con
argumentos y contraargumentos, corriendo as� peligro frecuentemente de no
obtener nuestra compasi�n tr�gica: pues qui�n no ver�a el elemento
optimista que hay en la esencia de la dial�ctica, elemento
que celebra su fiesta jubilosa en cada deducci�n y que no puede respirar
m�s que en la claridad y la consciencia fr�as: elemento optimista que, una
vez infiltrado en la tragedia, tiene que recubrir poco a poco las regiones
dionis�acas de �sta y empujarlas necesariamente a la autoaniquilaci�n -
hasta el salto mortal al espect�culo burgu�s. Basta con recordar las
consecuencias de las tesis socr�ticas: �la virtud es el saber; se peca
s�lo por ignorancia; el virtuoso es el feliz�; en estas tres formas
b�sicas del optimismo est� la muerte de la tragedia. Pues ahora el h�roe
virtuoso tiene que ser un dial�ctico, ahora tiene que existir un lazo
necesario y visible entre la virtud y el saber, entre la fe y la moral,
ahora la soluci�n trascendental de la justicia de �squilo queda degradada
al principio banal e insolente de la �justicia po�tica�, con su habitual
deus ex machina.
�C�mo aparece ahora, frente a este nuevo mundo esc�nico
socr�tico-optimista, el coro y, en general,
todo el sustrato dionis�aco-musical de la tragedia? Como algo casual, como
una reminiscencia, de la que sin duda cabe prescindir, del origen de la
tragedia, mientras que nosotros hemos visto, por el contrario, que al coro
s�lo se lo puede entender como causa de la tragedia y
de lo tr�gico en general. Ya en S�focles aparece esa perplejidad con
respecto al coro - se�al importante de que ya en �l comienza a
resquebrajarse el suelo dionis�aco de la tragedia. �l no se atreve ya a
confiar al coro la parte principal del efecto, sino que restringe su
�mbito de tal manera, que ahora el coro casi aparece coordinado con los
actores, como si, habi�ndolo subido desde la orquesta, se lo hubiera
introducido en el escenario: con lo cual, claro est�, su esencia queda
destruida del todo, aunque Arist�teles apruebe precisamente esa concepci�n
del coro. Aquel desplazamiento de posici�n del coro, que S�focles
recomend� en todo caso con su praxis, e incluso,
seg�n la tradici�n, con un escrito, es el primer paso hacia la
aniquilaci�n del mismo, cuyas fases se suceden con
espantosa rapidez en Eur�pides, Agat�n y la comedia nueva. Con el l�tigo
de sus silogismos la dial�ctica optimista arroja de la tragedia a la
m�sica: es decir, destruye la esencia de la tragedia,
esencia que �nicamente se puede interpretar como una manifestaci�n e
ilustraci�n de estados dionis�acos, como simbolizaci�n visual de la
m�sica, como el mundo on�rico de una embriaguez dionis�aca.
Si hemos de suponer, pues, que incluso antes de S�crates actu� ya una
tendencia antidionis�aca, que s�lo en �l adquiere una expresi�n
inauditamente grandiosa: entonces no tenemos que arredrarnos de preguntar
hacia d�nde apunta una aparici�n como la de S�crates: que, si tenemos en
cuenta los di�logos plat�nicos, no podemos concebir como un poder
�nicamente disolvente y negativo. Y aun cuando es muy cierto que el efecto
m�s inmediato del instinto socr�tico persegu�a una descomposici�n de la
tragedia dionis�aca, sin embargo una profunda experiencia vital de
S�crates nos fuerza a preguntar si entre el socratismo y el arte existe
necesariamente tan s�lo una relaci�n antip�dica, y si el
nacimiento de un �S�crates art�stico� es en absoluto algo contradictorio
en s� mismo.
Aquel l�gico desp�tico ten�a a veces, en efecto, frente al arte, el
sentimiento de una laguna, de un vac�o, de un semirreproche, de un deber
acaso desatendido. Con mucha frecuencia se le presentaba en sue�os, como
�l cuenta en la c�rcel a sus amigos, una y la misma aparici�n, que siempre
le dec�a igual cosa: ��S�crates, cultiva la m�sica!�. Hasta sus �ltimos
d�as S�crates se tranquiliza con la opini�n de que su filosofar es el arte
supremo de las musas, y no cree que una divinidad le invite a cultivar
aquella �m�sica vulgar, popular�. Finalmente, en la c�rcel, para descargar
del todo su conciencia moral, dec�dese a cultivar tambi�n aquella m�sica
tan poco apreciada por �l. Y con esos sentimientos compone un proemio en
honor de Apolo y pone en verso algunas f�bulas de Esopo. Lo que le empuj�
a realizar esos ejercicios fue algo semejante a aquella dem�nica voz
admonitoria, fue su intuici�n apol�nea de no comprender, lo mismo que si
fuera un rey b�rbaro, una noble estatua de un dios, y de correr peligro de
pecar contra su divinidad � por su incomprensi�n. Aquella frase dicha por
la aparici�n on�rica socr�tica es el �nico signo de una perplejidad acerca
de los l�mites de la naturaleza l�gica: �acaso ocurre - as� ten�a �l que
preguntarse - que lo incomprensible para m� no es ya tambi�n lo
ininteligible sin m�s? �Acaso hay un reino de sabidur�a del cual est�
desterrado el l�gico? �Acaso el arte es incluso un correlato y un
suplemento necesarios de la ciencia?
Friedrich Nietzsche
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