![](linn0010.gif)
El nacimiento de
la tragedia
Friedrich Nietzsche
12
Antes de llamar por su nombre a ese otro espectador deteng�monos aqu� un
instante para traer de nuevo a la memoria la impresi�n antes descrita de
algo discordante e inconmensurable en la esencia misma de la tragedia
esquilea. Pensemos en nuestra propia extra�eza ante el coro
y ante el h�roe tr�gico de aquella tragedia, a
ninguno de los cuales sab�amos compaginar con nuestros h�bitos ni tampoco
con la tradici�n - hasta que redescubrimos que esa misma duplicidad es el
origen y la esencia de la tragedia griega, la expresi�n de dos instintos
art�sticos entretejidos entre s�, lo apol�neo y lo dionis�aco.
Expulsar de la tragedia aquel elemento dionis�aco originario y omnipotente
y reconstruirla puramente sobre un arte, una moral y una consideraci�n del
mundo no-dionis�acos - tal es la tendencia de Eur�pides, que ahora se nos
descubre con toda claridad.
En el atardecer de su vida Eur�pides mismo propuso del modo m�s en�rgico a
sus contempor�neos, en un mito, la cuesti�n del valor y del significado de
esa tendencia. �Tiene lo dionis�aco derecho a subsistir? �No se lo ha de
extirpar del suelo griego por la violencia? Sin duda, d�cenos el poeta, si
ello fuera posible: pero el dios Dioniso es demasiado poderoso; el
adversario m�s inteligente de �l - como Penteo en Las bacantes
- es insospechadamente v�ctima de su magia, y, transformado por ella,
corre luego hacia su fatalidad. El juicio de los dos ancianos Cadmo y
Tiresias parece ser tambi�n el juicio del anciano poeta: la reflexi�n de
los individuos m�s inteligentes, dice, no consigue destruir aquellas
viejas tradiciones populares, aquella veneraci�n eternamente propagada de
Dioniso, m�s a�n, con respecto a tales fuerzas milagrosas conviene mostrar
al menos una simpat�a diplom�ticamente cauta: aun as�, contin�a siendo
siempre posible que el dios se escandalice de una participaci�n tan tibia
y acabe transformando al diplom�tico - como hace aqu� con Cadmo - en un
drag�n. Esto es lo que nos dice el poeta que se opuso a Dioniso con una
energ�a heroica durante una larga vida - para, al final de ella, cerrar su
carrera con una glorificaci�n de su adversario y con el suicidio propio,
como alguien que siente v�rtigo y que, s�lo para escapar al v�rtigo
espantoso, que ya resulta insoportable, se arroja desde lo alto de la
torre. Esta tragedia es una protesta contra la posibilidad de llevar a la
pr�ctica su tendencia; �ay, y esa tendencia hab�a sido llevada ya a la
pr�ctica! Lo milagroso hab�a sucedido: cuando el poeta se retract�, ya su
tendencia hab�a vencido. Dioniso hab�a sido ahuyentado ya de la escena
tr�gica, y lo hab�a sido por un poder dem�nico que hablaba por boca de
Eur�pides. Tambi�n Eur�pides era, en cierto sentido, solamente una
m�scara: la divinidad que hablaba por su boca no era Dioniso, ni tampoco
Apolo, sino un dem�n que acababa de nacer, llamado S�crates.
�sta es la nueva ant�tesis: lo dionis�aco y lo socr�tico, y la obra de
arte de la tragedia pereci� por causa de ella. Aunque Eur�pides intente
consolarnos con su retractaci�n, no lo logra: el m�s magn�fico de los
templos yace en ruinas por el suelo; �de qu� nos sirve el lamento de quien
lo destruy� y su confesi�n de que fue el m�s bello de los templos? Y
aunque en castigo Eur�pides haya sido transformado en un drag�n por los
jueces art�sticos de todos los tiempos - �a qui�n podr�a satisfacerle esa
m�sera compensaci�n?
Acerqu�monos ahora a aquella tendencia socr�tica
mediante la cual Eur�pides combati� la tragedia esquilea y la venci�.
�Hacia qu� meta - �sa es la pregunta que ahora tenemos que hacernos - pudo
tender en general, en la m�s alta idealidad de su ejecuci�n, el prop�sito
euripideo de fundar el drama �nicamente sobre lo no-dionis�aco? �Qu� forma
de drama quedaba todav�a, si �ste no deb�a nacer del regazo de la m�sica,
en aquella penumbra misteriosa de lo dionis�aco? �nicamente la
epopeya dramatizada: un sector art�stico apol�neo en el
cual el efecto tr�gico es, ciertamente, inalcanzable.
Lo que aqu� cuenta no es el contenido de los acontecimientos expuestos;
m�s a�n, yo afirmar�a que a Goethe le habr�a sido imposible hacer
tr�gicamente conmovedor, en su proyectada Nausicaa, el
suicidio de este ser idilico - suicidio destinado a ocupar el quinto acto
-; tan descomunal es la fuerza de lo �pico-apol�neo, que con aquel placer
por la apariencia y con aquella redenci�n mediante la apariencia
transforma m�gicamente ante nuestros ojos las cosas m�s horrorosas. El
poeta de la epopeya dram�tica no puede fundirse totalmente con sus
im�genes, como tampoco puede hacerlo el rapsoda �pico: �l contin�a siendo
siempre una intuici�n tranquilamente inm�vil, que mira con unos ojos muy
abiertos, que ve las im�genes delante de s�. En su
epopeya dramatizada el actor contin�a siendo siempre, en lo m�s hondo,
rapsoda; la solemnidad propia del so�ar interior envuelve todas sus
acciones, de modo que jam�s es del todo actor.
�Qu� relaci�n mantiene con este ideal del drama apol�neo la pieza
euripidea? La misma que con el rapsoda solemne de los viejos tiempos
mantiene el rapsoda m�s joven que en el I�n plat�nico
describe su ser con estas palabras: �Cuando recito algo triste, mis ojos
se llenan de l�grimas; mas cuando lo que recito es horroroso y espantoso,
entonces los cabellos de mi cabeza se me erizan y mi coraz�n se agita�.
Aqu� no advertimos ya nada de aquel �pico perderse en la apariencia, nada
de la frialdad exenta de afectos del verdadero actor, que justo en su
actividad suprema es totalmente apariencia y placer por la apariencia.
Eur�pides es el actor de coraz�n agitado, de cabellos erizados; traza el
plan como pensador socr�tico, lo ejecuta como actor apasionado. Artista
puro no lo es ni al proyectar ni al ejecutar. De esta manera el drama
euripideo es una cosa a la vez fr�a e �gnea, tan capaz de helar como de
quemar; le resulta imposible alcanzar el efecto apol�neo de la epopeya,
mientras que, por otro lado, se ha liberado lo m�s posible de los
elementos dionis�acos, y ahora para producir alg�n efecto necesita nuevos
excitantes, los cuales no pueden encontrarse ya en los dos �nicos
instintos art�sticos, el apol�neo y el dionis�aco. Esos excitantes son
fr�os pensamientos parad�jicos - en lugar de
intuiciones apol�neas - y afectos �gneos - en lugar de
�xtasis dionis�acos -, y, desde luego, pensamientos y afectos remedados de
una manera sumamente realista, pero en modo alguno inmersos en el �ter del
arte.
Habiendo visto, pues, que Eur�pides no consigui� fundar el drama
�nicamente sobre lo apol�neo, que, antes bien, su tendencia no-dionis�aca
se descarri� en una tendencia naturalista y no-art�stica, nos ser� l�cito
ahora aproximarnos a la esencia del socratismo est�tico,
cuya ley suprema dice m�s o menos as�: �Todo tiene que ser inteligible
para ser bello�; lo cual es el principio paralelo del socr�tico �S�lo el
sapiente es virtuoso�. Con este canon en la mano examin� Eur�pides todas
las cosas, y de acuerdo con ese principio las rectific�: el lenguaje, los
caracteres, la estructura dramat�rgica, la m�sica coral. Eso que nosotros
solemos imputar frecuentemente a Eur�pides como defecto y retroceso
po�tico, en comparaci�n con la tragedia sofoclea, eso es casi siempre
producto de aquel penetrante proceso cr�tico, de aquella racionalidad
temeraria. El pr�logo euripideo va a servirnos de
ejemplo de la productividad de ese m�todo racionalista. Nada puede ser m�s
contrario a nuestra t�cnica esc�nica que el pr�logo con que se inicia el
drama de Eur�pides. El hecho de que un personaje individual se presente al
comienzo de la pieza y cuente qui�n es �l, qu� es lo que antecede a la
acci�n, qu� es lo que hasta entonces ha ocurrido, m�s a�n, qu� es lo que
ocurrir� en el transcurso de la pieza, eso un autor teatral moderno lo
calificar�a de petulante e imperdonable renuncia al efecto de la tensi�n.
Se sabe, en efecto, todo lo que va a suceder; �qui�n aguardar� a que
suceda realmente? - dado que aqu� no existe en modo alguno la excitante
relaci�n que se da entre un sue�o vaticinador y una realidad que se
presentar� luego. Del todo distinta era la reflexi�n que Eur�pides se
hac�a. El efecto de la tragedia, pensaba, no ha descansado jam�s en la
tensi�n �pica, en la atractiva incertidumbre acerca de qu� acontecer�
ahora y luego: antes bien, en aquellas grandes escenas ret�rico-l�ricas en
las que la pasi�n y la dial�ctica del protagonista crec�an hasta
convertirse en ancho y poderoso r�o. Para el pathos,
no para la acci�n predispon�a todo: y lo que no predispon�a para el
pathos era considerado reprobable. Mas lo que con mayor
fuerza dificulta esa entrega placentera a tales escenas es un eslab�n que
le falta al oyente, un agujero en el tejido de la historia anterior;
mientras el oyente tenga que seguir haciendo c�lculos sobre cu�l es el
significado de este y aquel personaje, sobre cu�les son los presupuestos
de este y aquel conflicto de inclinaciones y prop�sitos, le resultar�
imposible sumergirse del todo en el sufrimiento y la actuaci�n de los
personajes principales, participar, perdido el aliento, en sus
sufrimientos y en sus temores. La tragedia esquileo-sofoclea empleaba los
medios art�sticos m�s ingeniosos para, en las primeras escenas, poner de
una manera casual, por as� decirlo, en manos del espectador todos los
hilos necesarios para la comprensi�n: un rasgo en el que se acreditan
aquellos nobles artistas que enmascaran, por as� decirlo, lo formal
necesario y lo hacen aparecer como casual. De todos
modos, Eur�pides cre�a observar que durante aquellas primeras escenas el
espectador se hallaba en una inquietud peculiar, queriendo resolver el
problema matem�tico de c�lculo que era la historia anterior, de tal forma
que para �l se perd�an las bellezas po�ticas y el pathos
de la exposici�n. Por eso Eur�pides antepuso el pr�logo a la
exposici�n y lo coloc� en boca de un personaje al que era l�cito otorgar
confianza: frecuentemente una divinidad ten�a que garantizar al p�blico,
en cierto modo, el decurso de la tragedia y eliminar toda duda acerca de
la realidad del mito: de modo semejante a como Descartes no fue capaz de
demostrar la realidad del mundo emp�rico m�s que apelando a la veracidad
de Dios y a su incapacidad de mentir. Esa misma veracidad divina vuelve
Eur�pides a necesitarla otra vez en la conclusi�n de su drama, para
asegurarle al p�blico el futuro de sus h�roes: tal es la misi�n del famoso
deus ex machina. Entre la mirada �pica al pasado y la mirada
�pica al futuro est� el presente l�rico, dram�tico, el �drama� propiamente
dicho.
De esta manera, en cuanto poeta Eur�pides es sobre todo el eco de sus
conocimientos conscientes; y justo eso es lo que le otorga un puesto tan
memorable en la historia del arte griego. Con frecuencia tiene que haber
pensado, con respecto a su creatividad cr�tico-productiva, que �l deber�a
resucitar para el drama el comienzo del escrito de Anax�goras, cuyas
primeras palabras dicen: �Al comienzo todo estaba mezclado: entonces vino
el entendimiento y cre� orden�. Y si con su nus
Anax�goras apareci� entre los fil�sofos como el primer sobrio entre
hombres completamente borrachos, tambi�n Eur�pides concibi� sin duda bajo
una imagen similar su relaci�n con los dem�s poetas de la tragedia.
Mientras el nus, ordenador y soberano �nico del
universo, sigui� estando excluido de la creaci�n art�stica, todo se
hallaba a�n mezclado, en un ca�tico magma primordial; as� tuvo que juzgar
Eur�pides, as� tuvo que condenar �l, como el primer �sobrio�, a los poetas
�borrachos�. Lo que S�focles dijo de �squilo, a saber, que �ste hace lo
correcto, pero inconscientemente, no estaba dicho, desde luego, en el
sentido de Eur�pides: el cual habr�a admitido �nicamente esto, que
�squilo, porque crea inconscientemente, crea lo
incorrecto. De la facultad creadora del poeta, en la medida en que no es
la inteligencia consciente, tambi�n el divino Plat�n habla casi siempre
s�lo con iron�a, y la equipara al talento del adivino y del int�rprete de
sue�os; pues el poeta, dice, no es capaz de poetizar hasta que no ha
quedado inconsciente y ya ning�n entendimiento habita en �l. Eur�pides se
propuso mostrar al mundo, como se lo propuso tambi�n Plat�n, el reverso
del poeta �irrazonable�; su axioma est�tico �todo tiene que ser consciente
para ser bello� es, como he dicho, la tesis paralela a la socr�tica, �todo
tiene que ser consciente para ser bueno�. De acuerdo con esto, nos es
l�cito considerar a Eur�pides como el poeta del socratismo est�tico.
S�crates era, pues, aquel segundo espectador que no
comprend�a la tragedia antigua y que, por ello, no la estimaba; aliado con
�l, Eur�pides se atrevi� a ser el heraldo de una nueva forma de creaci�n
art�stica. Si la tragedia antigua pereci� a causa de �l, entonces el
socratismo est�tico es el principio asesino; y puesto que la lucha estaba
dirigida contra lo dionis�aco del arte anterior, en S�crates reconocemos
el adversario de Dioniso, el nuevo Orfeo que se levanta contra Dioniso y
que, aunque destinado a ser hecho pedazos por las m�nades del tribunal
ateniense, obliga a huir, sin embargo, al mismo dios prepotente: el cual,
como hizo en otro tiempo cuando huy� de Licurgo, rey de los edones,
busc� la salvaci�n en las profundidades del mar, es decir, en las m�sticas
olas de un culto secreto, que poco a poco invadi� el mundo entero.
Friedrich Nietzsche
![contáctanos](email02.gif)
![](fuen0003.gif)
|