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El nacimiento de
la tragedia
Friedrich Nietzsche
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Es una tradici�n irrefutable que, en su forma m�s antigua, la tragedia
griega tuvo como objeto �nico los sufrimientos de Dioniso, y que durante
largu�simo tiempo el �nico h�roe presente en la escena fue cabalmente
Dioniso. Mas con igual seguridad es l�cito afirmar que nunca, hasta
Eur�pides, dej� Dioniso de ser el h�roe tr�gico, y que todas las famosas
figuras de la escena griega, Prometeo, Edipo, etc., son tan s�lo m�scaras
de aquel h�roe originario, Dioniso. La raz�n �nica y esencial de la
�idealidad� t�pica, tan frecuentemente admirada, de aquellas famosas
figuras es que detr�s de todas esas m�scaras se esconde una divinidad. No
s� qui�n ha aseverado que todos los individuos, como individuos, son
c�micos y, por tanto, no tr�gicos: de lo cual se inferir�a que los griegos
no pudieron soportar en absoluto individuos en la
escena tr�gica. De hecho, tales parecen haber sido sus sentimientos: de
igual modo que se hallan profundamente fundadas en el ser hel�nico la
valoraci�n y distinci�n plat�nicas de la �idea� en contraposici�n al
��dolo�, a la copia. Mas, para servirnos de la terminolog�a de Plat�n,
acerca de las figuras tr�gicas de la escena hel�nica habr�a que hablar m�s
o menos de este modo: el �nico Dioniso verdaderamente real aparece con una
pluralidad de figuras, con la m�scara de un h�roe que lucha, y, por as�
decirlo, aparece preso en la red de la voluntad individual. En su forma de
hablar y de actuar ahora, el dios que aparece se asemeja a un individuo
que yerra, anhela y sufre: y el que llegue a aparecer
con tal precisi�n y claridad �picas es efecto del Apolo int�rprete de
sue�os, que mediante aquella apariencia simb�lica le da al coro una
interpretaci�n de su estado dionis�aco. En verdad, sin embargo, aquel
h�roe es el Dioniso sufriente de los Misterios, aquel dios que experimenta
en s� los sufrimientos de la individuaci�n, del que mitos maravillosos
cuentan que, siendo ni�o, fue despedazado por los titanes, y que en ese
estado es venerado como Zagreo: con lo cual se sugiere que ese
despedazamiento, el sufrimiento dionis�aco
propiamente dicho, equivale a una transformaci�n en aire, agua, tierra y
fuego, y que nosotros hemos de considerar, por tanto, el estado de
individuaci�n como la fuente y raz�n primordial de todo sufrimiento, como
algo rechazable de suyo. De la sonrisa de ese Dioniso surgieron los dioses
ol�mpicos, de sus l�grimas, los seres humanos. En aquella existencia de
dios despedazado Dioniso posee la doble naturaleza de un dem�n cruel y
salvaje y de un soberano dulce y clemente. Lo que los epoptos esperaban
era, sin embargo, un renacimiento de Dioniso, renacimiento que ahora
nosotros, llenos de presentimientos, hemos de concebir como el final de la
individuaci�n: en honor de ese tercer Dioniso futuro resonaba el rugiente
canto de j�bilo de los epoptos. Y s�lo por esa esperanza aparece un rayo
de alegr�a en el rostro del mundo desgarrado, roto en individuos: el mito
ilustra esto con la figura de Dem�ter absorta en un duelo eterno, la cual
por vez primera vuelve a alegrarse cuando se le dice
que de nuevo puede ella dar a luz a Dioniso. En las
intuiciones aducidas tenemos ya juntos todos los componentes de una
consideraci�n profunda y pesimista del mundo, y junto con esto la
doctrina mist�rica de la tragedia: el conocimiento b�sico de la
unidad de todo lo existente, la consideraci�n de la individuaci�n como
raz�n primordial del mal, el arte como alegre esperanza de que pueda
romperse el sortilegio de la individuaci�n, como presentimiento de una
unidad restablecida. -
Ya hemos sugerido antes que la epopeya hom�rica es la poes�a propia de la
cultura ol�mpica, con la cual �sta enton� su propia canci�n de victoria
sobre los horrores de la titanomaquia. Ahora, bajo el influjo prepotente
de la poes�a tr�gica, los mitos hom�ricos vuelven a nacer con figura
distinta, mostrando con esa metemps�cosis que tambi�n la cultura ol�mpica
ha sido vencida entre tanto por una consideraci�n m�s profunda a�n del
mundo. El altivo tit�n Prometeo le ha anunciado a su atormentador ol�mpico
que su soberan�a estar� amenazada alguna vez por el mayor de los peligros
si no se al�a a tiempo con �l. En �squilo percibimos la alianza del Zeus
asustado, temeroso de su final, con el tit�n. De esta manera la antigua
edad de los titanes es sacada a la luz otra vez, desde el T�rtaro, de una
manera retrospectiva. La filosof�a de la naturaleza salvaje y desnuda
mira, con el gesto franco de la verdad, los mitos del mundo hom�rico, que
desfilan ante ella bailando: tales mitos palidecen, tiemblan ante el ojo
relampagueante de esa diosa - hasta que el pu�o poderoso del artista
dionis�aco los obliga a servir a la nueva divinidad. La verdad dionis�aca
se incauta del �mbito entero del mito y lo usa como simb�lica de sus
conocimientos, y esto lo expresa en parte en el culto p�blico de la
tragedia, en parte en los ritos secretos de las festividades dram�ticas de
los Misterios, pero siempre bajo el antiguo velo m�tico. �Cu�l fue la
fuerza que liber� a Prometeo de su buitre y que transform� el mito en
veh�culo de la sabidur�a dionis�aca? La fuerza, similar a la de Heracles,
de la m�sica: y esa fuerza, que alcanza en la tragedia su manifestaci�n
suprema, sabe interpretar el mito en un nuevo y profund�simo significado;
de igual manera que ya antes hubimos nosotros de caracterizar esto como la
m�s poderosa facultad de la m�sica. Pues es destino de todo mito irse
deslizando a rastras poco a poco en la estrechez de una presunta realidad
hist�rica, y ser tratado por un tiempo posterior cualquiera como un hecho
ocurrido una vez, con pretensiones hist�ricas: y los griegos estaban ya
�ntegramente en v�as de cambiar, con perspicacia y arbitrariedad, todo su
sue�o m�tico de juventud en una hist�rico-pragm�tica historia
de juventud. Pues �sta es la manera como las
religiones suelen fallecer: a saber, cuando, bajo los ojos severos y
racionales de un dogmatismo ortodoxo, los presupuestos m�ticos de una
religi�n son sistematizados como una suma acabada de acontecimientos
hist�ricos, y se comienza a defender con ansiedad la credibilidad de los
mitos, pero resisti�ndose a que �stos sigan viviendo y proliferando con
naturalidad, es decir, cuando se extingue la sensibilidad para el mito y
en su lugar aparece la pretensi�n de la religi�n de tener unas bases
hist�ricas. De este mito moribundo apoder�se ahora el genio reci�n nacido
de la m�sica dionis�aca: y en sus manos volvi� a florecer, con unos
colores que jam�s hab�a mostrado, con un perfume que suscitaba un
nost�lgico presentimiento de un mundo metaf�sico. Tras esta �ltima
floraci�n el mito se derrumba, march�tanse sus hojas, y pronto los
burlones lucianos de la Antig�edad tratan de coger las flores descoloridas
y agostadas, arrancadas por todos los vientos. Mediante la tragedia
alcanza el mito su contenido m�s hondo, su forma m�s expresiva; una vez
m�s el mito se levanta, como un h�roe herido, y con un resplandor �ltimo y
poderoso brilla en sus ojos todo el sobrante de fuerza, junto con el
sosiego lleno de sabidur�a del moribundo.
�Qu� es lo que t� quer�as, sacr�lego Eur�pides, cuando intentaste forzar
una vez m�s a este moribundo a que te prestase servidumbre? �l muri� entre
tus manos brutales: y ahora t� necesitabas un mito remedado, simulado,
que, como el mono de Heracles, lo �nico que sab�a ya era acicalarse con la
vieja pompa. Y de igual manera que se te muri� el mito, tambi�n se te
muri� el genio de la m�sica: aun cuando saqueaste con �vidas manos todos
los jardines de la m�sica, lo �nico que conseguiste fue una m�sica
remedada y simulada. Y puesto que t� hab�as abandonado a Dioniso, Apolo te
abandon� a ti; saca a todas las pasiones de su escondrijo y enci�rralas en
tu c�rculo, afila y aguza una dial�ctica sof�stica para los discursos de
tus h�roes, - tambi�n tus h�roes tienen unas pasiones s�lo remedadas y
simuladas y pronuncian �nicamente discursos remedados y simulados.
Friedrich Nietzsche
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