Un soplo de eternidad

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Cuentos cortos

José C. Martínez Nava

Reglas no escritas

Vulcano

A las mujeres, tan libres de decidir como cualquiera...

¡Ya ni chinga, qué poca..!

¿Qué te pasa Edgardo? -interrumpió Berenice-.

-El periódico... la noticia... Una mujer asesinó a su padre... Después de que fue a visitarla recién él había salido de la cárcel...

Horas después, en una celda del Hospital Regional de Enfermedades Mentales.

-Haré todo lo posible porque se quede en este hospital. ¿Me escucha?, no será muy difícil...

El abogado Hernández trataba de llamar la atención de Enriqueta Garcés, pero ella no lo atendía. Su mente se encontraba en blanco, su mirada perdida y su vida terminada...

Cinco meses más tarde...

-Sí, señor fiscal -decía un juez en la corte de delitos penales-, conozco el caso, no hay necesidad que lo repita paso por paso.

-De acuerdo -respondía el fiscal al juez-. Lo único que deseo recalcar es que Enriqueta Garcés, al cometer el homicidio, actuó en sus cinco sentidos -y, tomando aire para concluir-. Hay cientos de casos al respecto, y esa señora no perdió sus facultades mentales; la suya es una consecuencia lógica, una defensa psicológica, para que se le culpe de asesinato en primer grado. Pido el mayor castigo en las mismas condiciones de todos los delincuentes...

El abogado Hernández intentó defender a la inculpada con todos los argumentos que estuvieron a su alcance, pero, finalmente, lo que influyó por sobre todas las cosas fue el veredicto clínico proporcionado por el jefe del nosocomio donde estuvo internada Enriqueta durante este tiempo: "...su estado de ánimo es normal, simple consecuencia del trauma psicológico sufrido. Sus facultades mentales no están perturbadas. Mediante un sistemático tratamiento podrá recuperarse".

De este modo, Enriqueta Garcés fue recluida en la prisión estatal, con una sentencia de 16 años y 6 meses.

Una mañana lluviosa del 17 de agosto, 8 años después del crimen, Enriqueta fue encontrada colgada de una correa en su dormitorio... El caso estaba cerrado...

Los años pasaron y el licenciado Joel Hernández se convirtió en uno de los más eminentes del país; su prestigio era reconocido hasta por sus adversarios. Ese día terminaba de exponer su conferencia sobre "La contingencia en los casos delictivos".

-Maestro -iniciaba el periodo de comentarios y preguntas un alumno-. Usted se refirió a la importancia de tomar en cuenta no sólo la evolución histórica del caso delictivo, sino también de tomar en cuenta el sentido inverso; es decir, arrancar del suceso delictivo para esclarecerlo, siguiendo el camino contrario. ¿Podría abundar más sobre el tema?

-Con mucho gusto -empezaba su contestación el profesor-. Hace unos 20 años llevé un caso de una muchacha de nombre Enriqueta Garcés. Este caso lo perdí por no considerar que la mayoría de las veces los sucesos de un argumento están interconectados. Ahora entiendo que de cualquier manera lo hubiera perdido; sin embargo, mi fracaso, mi estupidez, fue no poner en evidencia lo absurdo de las leyes, lo inhumano de los reglamentos; poner en evidencia los absurdos sociales. Narraré este caso ilustrativo, pero al revés como yo lo pensé en aquel entonces... -y, mirando a todo el auditorio, Joel Hernández, comenzó-. Hace 4 años cerca de las tres de la madrugada, mientras dormía, mi teléfono comenzó a llamar insistentemente. Contesté todavía dormitando y escuché una voz que me decía: "hoy logré descubrirlo. Yo fui el causante..."; pensé que se trataba de un borracho o de una broma, pero casi al instante se oyó un disparo. Yo reaccioné asustado, pregunté y lo volví hacer repetidas veces y nadie me contestó. Volví a dormirme pensando que había sido una broma...

Dieciséis años antes, el juez 23 de Distrito de lo penal, Anastasio Sánchez, dictaba una sentencia de 16 años a una mujer de nombre Enriqueta Garcés por el asesinato de su padre. Posteriormente esta mujer se suicidaba en prisión. El padre de Enriqueta había cumplido una condena de 12 años y un mes por el asesinato de un drogadicto, sin que jamás explicara convincentemente las causas para que cometiera dicho ilícito. Por las mismas fechas en que sucediera esta último hecho, Enriqueta, con apenas 16 años de edad, estuvo hospitalizada a consecuencia de ciertas complicaciones al realizársele un legrado: ella abortó en un hospital clandestino especializado. Al investigar por mi cuenta descubrí que el padre de Enriqueta la había drogado para llevarla a dicho hospital. Posteriormente me enteré por voz de un conocido de la familia que Enriqueta había tenido un novio al que quiso mucho, de nombre Raúl Madadán. Raúl era un vago y drogadicto y pertenecía a la pandilla mejor organizada de la colonia. Durante un año mantuvo relaciones con Enriqueta, hasta que ella resultó embarazada. Su padre, machista, se enteró de la situación y quiso obligar a su hija a practicarse un aborto, cosa que Enriqueta no aceptó hasta que fue obligada mediante una droga. Otras gentes me contaron que Enriqueta quería mucho a Raúl, única razón de su vida, después de perder a su hijo, pero también adoraba a su padre, único familiar cercano que tenía. Cuentan que no duró mucho tiempo fuera del hospital, pues al enterarse de la muerte de Raúl y del encarcelamiento de su padre, sufrió una terrible depresión psicológica que la mantuvo hospitalizada cerca de seis meses. Esto explica que durante muchos años viviera en la necesidad de vengar su soledad, y el culpable era su propio padre.

El auditorio estaba expectante, Joel Hernández hizo una larga pausa, que fue aprovechada por otro estudiante.

-¿Qué relación hay de todo esto con el hombre del teléfono? -preguntó.

Continuó la pausa, hasta que evidentemente emocionado, Joel, concluyó:

-Cuando Raúl supo que el padre de Enriqueta lo buscaba para asesinarlo, huyó de la ciudad... A la persona que asesinó don Pedro fue a un delincuente de tiempo completo, compañero de las andanzas de Raúl y desafortunado, porque fue confundido en las sombras de la noche. Nunca nadie le informó a Enriqueta sobre este detalle. Al día siguiente de aquella extraña llamada, recibí otra. Mi gran amigo Servando Bornaso me invitaba a los funerales de Raúl Magadán, compañero de profesión, que se había suicidado de un tiro en la sien... Fiscal que abogó con todas sus fuerzas para que Enriqueta fuera enviada a prisión...

Y el auditorio dejó de preguntar...

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