Un soplo de eternidad

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Cuentos cortos

José C. Martínez Nava

Fatal decisión

Vulcano

A todos los hombres de bien...

Intempestivamente fue interrumpido mi sueño por los gritos y los golpes que alguien daba a la puerta de mi habitación.

-¡Señor presidente, señor presidente -dijo quien me despertaba-, ya es tarde para su junta con los ministros que tenemos planeada para esta mañana... Su baño está listo, apresúrese, por favor!

Trataba de poner en orden mis ideas, sin embargo no comprendía absolutamente lo que me pasaba. Busqué afanosamente el baño para tomar una ducha, pero por ningún lado lo hallé. Me senté de nuevo sobre la cama, tratando de encontrar la respuesta a lo que pasaba, pero fue en vano.

-¡Señor presidente, se hace tarde -interrumpió mis pensamientos la misma voz-, los ministros ya está en su lugar, listos, en el gran salón esperando su aparición!

¿Qué me pasaba? Era obvio que se dirigía a mí, no en vano los golpes a la puerta de mi recámara. Miré a mi alrededor pero no había nada que me indicara la clave de lo que sucedía.

Mi dormitorio no era grande, más bien era estrechísimo, aunque tenía una gran altura; las paredes era blancas con franjas intermedias de color azul. Tenía sólo mi cama; también había una cómoda y un buró, encima del cual estaba mi ropa, la que me comencé a poner, todavía sin entender con qué objetivo.

Actuaba como un autómata y me sentía adormilado aún. Estaba sumergido en mis pensamientos hasta que reaccioné y me encontré en el centro de un pequeño patio, rodeado de macetones y plantas de distintos tipos, algunas de las cuales estaban muy mal cuidadas. Es aspecto de la construcción, que rodeaba el patio, reflejaba a una especie de monasterio colonial, despintado y con muro humedecidos; las puertas eran de madera y viejas.

Respiré profundamente mirando al cielo muy claro, cuando de nuevo escuché desde el fondo del corredor la misma voz que antes me había despertado. Volteé apresuradamente, tratando de reconocer el rostro de aquel hombre, pero no logré hacerlo pues las penumbras del pasillo, entremezclada con la luz del día, me permitieron solamente delinear su figura.

-Lo seguimos esperando señor presidente -me dijo, de forma pausada-, qué bueno que ya está listo. Iré a avisar al Gabinete que pronto estará con ellos.

Comencé a caminar en el pasillo hacia la dirección de aquella figura, y pude comprobar que había una escalinata al fondo. Apresuré el paso hasta que de pronto oí algunas voces que me indicaban la dirección que debía seguir. Me detuve frente a una enorme puerta entreabierta. Sentí un gran temor, como siempre que iba a iniciar algo desconocido para mí, pues los murmullos cesaron al percibir ellos mi presencia.

Me armé de valor y decidí entrar. Empujé la puerta y de pronto los aplausos rompieron el silencio. Dos hombres vestidos modestamente fueron a estrechar mi mano y me invitaron a subir al podio. Quince o veinte individuos de pie seguían aplaudiendo mientras observaban cada uno de mis movimientos y ademanes. Me dejé conducir dócilmente.

Ya instalado detrás de una mesa cubierta por un paño rojo pálido y algunas carpetas muy bien ordenadas, de nuevo se hizo el silencio. Aquellos momentos me parecieron eternos. No sabía qué hacer. Todos tenía clavada su mirada en mi persona. Hice grandes esfuerzos para no permitirles que vieran mi nerviosismo, y recorriendo toda la habitación con la mirada hice un gesto de agradecimiento. En ese momento una de las personas que antes había estrechado mi mano, tomó una carpeta de la mesa y la abrió, intentando leer su contenido.

En ese instante, una vez más traté de encontrar la respuesta; no podía recordar nada. Las circunstancias me habían llevado hasta esa situación. De ningún modo recordaba ser el presidente de algún país, no obstante la situación era clara, no era un sueño: yo era el presidente y los individuos que ahí estaban eran mis subalternos. Las primeras palabras que pronunció aquel hombre rompió de nuevo mis pensamientos. Lo miré tratando de poner atención en sus palabras.

-El problema es difícil -comenzó-, el país vecino ha violado los tratados internacionales y cruzado nuestras fronteras; comienza a destruir nuestras aldeas y ciudades cercanas a la línea divisoria. Señor presidente. Señores ministros. Tenemos una disyuntiva: solamente enviamos nuestras tropas a hacerle frente al ejército enemigo o lanzamos los misiles nucleares para destruir completamente dicha nación...

Con grandes esfuerzos pude escuchar esta última frase pues los ministros comenzaron a aplaudir de pie. Miré a la sala y esas personas, muy conmovidas, me miraban atentamente pidiendo mi respuesta. Pronto las palmas y los comentarios se hicieron gritos.

-¡Muerte! ¡Muerte! ¡Guerra! ¡Guerra! ¡Bombas! ¡Bombas!..

La situación me comenzó a incomodar. La angustia muy pronto me hizo su presa. Miraba aquella gente, pero a pesar de sus gritos ya no los escuchaba. Decenas de bocas aparecían frente a mi vista. Otra vez comencé a oír sus gritos. Como un autómata alcé mi brazo y de un vuelco se hizo el silencio sepulcral. Sin pensar siquiera, alcancé a balbucear.

-¡Bombas!

Mas que una respuesta pretendía ser una reflexión, pero no fue así. Los ministros no me dejaron continuar. Como empujados por un resorte, todos ellos, salieron de la sala gritando de alegría y felicitándose mutuamente. Extremadamente sorprendido de su actitud me levante del asiento y varios de ellos estrecharon mi mano efusivamente.

-¡Bien hecho, bien hecho, señor presidente! -decía más de uno, y alguno agregó-, esta es una respuesta sabia, ¡felicidades!

No tardó mucho tiempo en quedar la sala vacía. De nuevo me encontraba sumergido en mis pensamientos, con la mirada perdida. Trataba de tranquilizarme; no comprendía nada aún; cada vez las cosas me parecían más nebulosas.

Pronto me hizo reaccionar el sonido de unos pasos que se acercaban al lugar donde me encontraba ya solo.

-Permítame presentarme -me dijo una persona-, soy Rubén; conozco a toda su familia, quienes me han encargado su cuidado. No quisiera decirle esto pero ellos, sus familiares, son unos canallas al confinarlo judicialmente a este hospital de enfermos mentales...

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