Un soplo de eternidad
Contagiado por la tenaz necesidad de devolver a la sociedad lo que ella me dio, lego para la posteridad un soplo de eternidad.
Es un cúmulo de sentimientos, un portal de ambiciones, un pergamino de conocimientos para las bibliotecas del futuro, del pasado y de tu presente.
Testimonio que venimos de la materia transformada de una estrella supernova que un día se volvió materia orgánica, y, con el pasar de los millones de años, dio a luz un ser quien, viviendo en comunidad, evolucionó a tal grado de poder, muy pronto, volver a las estrellas de donde vino.
Para entonces no habrá países, no existirá más que un credo y una religión: la comunidad humana, que, por muchos años lucharía por no sólo preservar su especie, sino volverla cada día más humana, más eficaz, más democrática, más sabia. En ese futuro, aún hoy incierto, existirán mujeres y hombres que poblarán, felices, un planeta que vagará sin rumbo fijo y que, girando cada día más lento, se llenará de tecnología que ayudará a unir más a los seres.
Nacerá, pues, así, la verdadera alma humana, producto de la materia más altamente desarrollada. Será un espíritu fabuloso, que maravillará al propio ser quien la posee y llenará de alegrías a otros seres, quienes le devolverán, con creces, más espiritualidades sensatas, muy sensibles, portadoras de coadyuvar a su futuro libre en egoísmos y valores miserables...
José C. Martínez Nava (Ciudad de México, martes, 23 de octubre de 2007)