Existe un tipo
de cuarzo con apariencia de diamante, por su extraordinario brillo y pureza.
Su rareza es tal, que sólo existen informes científicos sobre
cuatro lugares de la Tierra donde se los ha encontrado: Carrara en Italia,
el estado de Nueva York, México, y una zona volcánica del
sur argentino. En el primer caso, se los conoce como "diamantes de Carrara",
y en el segundo, como "diamantes Herkimer", por encontrarse en el condado
neoyorquino que lleva ese nombre, donde se los extrae comercialmente con
toda una infraestructura minera y turística, favorecida por la fama
de esos cristales entre coleccionistas y personas dedicadas al uso energético
de las piedras.
Denominados
por algunos como "cuarzo diamante", el de la Argentina viene siendo buscado
desde hace muchas décadas por lugareños de la zona, casi
despoblada, con el fin de regalarlos u ofrecerlos a bajo costo, ignorando
el valor que tienen. Pero tan pocos son los que actualmente van al lugar
o pasan por él, que es insignificante la cantidad de cristales que,
desde allí, llega a circular en el mercado, a tal punto que hay
muy pocos coleccionistas y gemoterapeutas argentinos que saben de su existencia.
Éste
es el relato de cómo el autor los conoció, cómo pudo
ubicar la zona aproximada al lugar donde están, las dificultades
para dar con el sitio exacto y las circunstancias que lo condujeron al
hallazgo. El mensaje final advierte algo al lector que desee llegar hasta
el lugar: existe un sagrado secreto a mantener por parte de todo aquél
que llegue hasta ese mágico sitio; un secreto que todo visitante
habrá de percibir en el ambiente, y por el cual habrá de
sentir la necesidad de pasar de "profanador" a guardián del gran
tesoro. Con este libro, el autor pone el tesoro a su alcance. Pero confía
en que se integre a las fuerzas que lo protegen, y cada pequeño
cristal que se lleve, sea en sus manos un foco de luz para el planeta.
EL AUTOR
Nació en La Plata en
1962, en junio, bajo el signo de Cáncer, lo cual influyó
para que prestara especial atención a los cristales de cuarzo, pues
sabía que se trataba de una de las piedras de su signo. Esto sucedió
hacia 1990, año en el que lanzó el "Proyecto Quartz", de
estudio y divulgación de información sobre aspectos científicos,
estéticos y esotéricos del cuarzo. Realizó, a tal
fin, exposiciones, conferencias, notas en medios gráficos, radiales
y televisivos, colocación de cristales en lugares públicos
con fines simbólicos y energéticos; clases para niños
y jóvenes alumnos de escuela en Minas Gerais, sobre cristales y
energía, proponiendo y consiguiendo que en una localidad de ese
estado brasileño se declarara de interés municipal, al estudio
y divulgación de las propiedades energéticas del cristal,
especialmente en el ámbito escolar.
Habiendo coleccionado piedras
desde la infancia, se dedicó al comercio de gemas desde 1987, descubriendo
poco después la parte esotérica y terapéutica de los
minerales, lo cual fue estimulado por su interés en temas espirituales
y cósmicos, que lo condujeron a lecturas y reuniones ya en la primera
mitad de los años 80. De viajes a Brasil por reuniones vinculadas
al tema extraterrestres, surgió en 1985 el contacto con las típicas
piedras semipreciosas del tropical país, y de ahí los viajes
que iniciaron su actividad comercial y cultural con piedras.
Charlas con gente de la actividad,
lo llevarían a descubrir un tipo de cristal con apariencia de diamante,
cuyas características, propiedades e historias, merecieron la realización
de este libro.
Prólogo
¿Diamantes de uno a dos dólares?
Biterminados en Minas Gerais.
En Mendoza, la pista
Un dato bastante preciso
La chica clave, con el dato clave
El viaje en puerta
Recuerdos
Primera escala
Segunda escala
Inicio de la búsqueda
Correción de derrotero
Ahora sí, directo a los cristales
La primera alegría
Quizá una advertencia
Lleno de cristales
Recorrida final
Lento retorno
Segundo viaje.
Poderes curativos
Otras propiedades
Tercer viaje
Pausa
Consideraciones finales
Cuatro años y medio después
Ocho años después
A los que
irían a agotar el tesoro si pudieran;
que volverían
dejando mucho de lo que podrían traer de él si quisieran;
que desearían
revelar el lugar del tesoro, pero guardarían el secreto;
que serían,
así, guardianes si volvieran y permanecieran allí;
y que posibilitarían,
con todo bajo protección, la divulgación y la llegada confiable,
no amenazante, de amantes de bellezas minerales y de experiencias mágicas
como la que brindan estos cristales.
Los únicos diamantes
propiamente dichos, son los de carbono puro cristalizado y 10 puntos de
dureza en la escala de Mohs. Por lo tanto, hablar de "diamantes de cuarzo",
encierra una evidente ilegitimidad mineralógica y gemológica.
Porque no puede haber diamantes de silicio. Sin embargo, cierto tipo de
cristal de cuarzo puede deslumbrar hasta a los más profesionales
geólogos o piedreros que no lo hayan visto antes del inevitable
asombro. Porque aunque el formato hexagonal y biterminado de estos cuarzos
no deja la menor duda de qué tipo de mineral es, ni el conocimiento
ni la imaginación parecen suficientes para evitar que surja el interrogante
de cómo puede parecer tan brillante como las piedras de dureza mayor.
Buscándole un título
a este libro, ante la dificultad terminológica para definir a una
especie mineral que parece ser lo que no es, encontré en un libro
de la famosa gemoterapeuta Katrina Raphaell el calificativo inverso a la
denominación "cuarzo diamante" que en la Argentina le dio gente
de un museo (Camín, de Cosquín) de la provincia de Córdoba,
no sé si por vez primera, o si por haberlo escuchado de otra gente.
Sobre este tipo de "diamante"
(o de cuarzo, más correctamente), se ha venido escribiendo en libros
sobre las energías de los cristales, apenas capítulos o referencias
a veces breves, desde no hace muchos años.
Porque en el milenario conocimiento
de los poderes de las gemas, esta clase de cristal no tenía su lugar
entre las enseñanzas transmitidas, pues se trata de una especie
muy rara y escasa, hallada en pocos lugares del planeta, y ninguno de ellos
situado en Oriente, de donde procede gran parte de la sabiduría
de las piedras que hoy circula en Occidente. Sólo podría
haberse tenido alguna transmisión de conocimiento por parte de los
nativos de América, donde están los lugares en que se encuentran
estos cristales, pero si los aborígenes los utilizaban y cómo,
no quedó entre ellos quien pudiera decirlo. Hay información
sobre qué hacían con cristales de cuarzo en general, pero
sobre este tipo tan especial, nada.
Por lo tanto, lo que poco
a poco se va publicando sobre estos cristales procede, en buena medida,
de experiencias que con ellos se han ido realizando recientemente, descubriéndose
de esta manera las propiedades que los distinguen de los cuarzos comunes.
A esta altura de la experimentación,
del conocimiento sobre el tema, de la información publicada y de
lo que cada vez más gente va sabiendo sobre los "diamantes" de cristal
de roca, están dadas las condiciones para reunir lo más interesante
y rescatable de lo publicado al respecto, en un libro que retransmita lo
que diversos estudiosos han manifestado sobre esta gema, porque el tema
ya merece bastante más que una breve mención o un capítulo
en un libro sobre cristales. Sumado a todo lo dicho por esos especialistas,
lo que mi experiencia personal puede aportar sobre los brillantes cuarzos,
finalizo este trabajo que empecé a escribir en abril de 1994 (cuando
fue mi primera búsqueda de estas piedras en un silenciado lugar
de la Patagonia) y me apresto a publicarlo, con vistas a que la existencia
de dicho lugar pueda ser de público conocimiento, para los amantes
de experiencias únicas como lo es observar el brillo singular de
estos cristales sobre la tierra, y posibilitar que esa experiencia pueda
ser vivida por ellos. Con las debidas protecciones que, previa o paralelamente,
se efectúen en el lugar para que esa riqueza no se agote, y para
lo cual este libro tiene la intención de servir.
La Plata, 22 de octubre de
1996.
Eran los inicios de 1990 en
Villa Gesell. Recientemente llegado de Brasil, realizaría una exposición
de cristales de cuarzo en la Casa de la Cultura de la Municipalidad. Allí
estuvo Mario Zárate, un artesano chileno que durante los veranos
atendía su local de "piedras genuinas" -tal el slogan- cuyo cósmico
nombre, "Orión", tendría el por qué en las connotaciones
esotéricas del mundo mineral. A Mario lo había conocido un
año atrás, cuando tenía su local en el "Paseo de los
Artesanos", en Avenida 3 y Paseo 104. Le había comprado un par de
esmeralditas en bruto y una turmalina rosa. En setiembre del 89 fui a Minas
Gerais en busca de turmalinas, pues algo debo haber absorbido de aquella
piedra rosada que me haya motivado. Cumplido el objetivo, me encontré
con los cristales de cuarzo, traje una buena cantidad y he ahí la
exposición en Gesell.
Mario no me recordaba, pues
yo había sido sólo una de las tantas personas que apenas
había intercambiado algunas palabras con él sobre piedras.
Me invitó a pasar por su local, situado esta vez casi en la esquina
Este de la Avenida 3 y Paseo 105. Fui y empecé a mirar sus piedras.
De pronto, unos cristales muy brillantes me dejaron alucinado. Los miré
bien, pensando que podría tratarse de diamantes, aunque no lo creía.
Fue un doble juego mental de fantasía y realismo que se confundían
en mi pensamiento, porque la lógica era que diamantes no podían
ser, así, puestos en una cajita con divisiones al alcance de cualquier
mano, y a sólo uno o dos dólares cada uno. Pero eran diamantes
para mis sentidos, sí, más allá de toda lógica;
lo que yo estaba viendo eran verdaderamente diamantes, aunque no fueran
los de Carbono puro cristalizado. Noté la forma hexagonal biterminada
(dos puntas) y era evidente que se trataba de cristales de cuarzo. Pequeñitos,
milimétricos, los mayores no alcanzaban el centímetro de
largo. Las estrías en sus caras laterales me indicaban que no se
trataba de material pulido a máquina. Eran naturales; ¡existía
algo así en la naturaleza!
¿Pero qué clase
de cristales son estos? La respuesta de Mario: "Son unos cristales de cuarzo
a los que les dicen "Diamantes Herkimer". Según me dijo, estos no
provenían de Estados Unidos, donde los bautizaron con ese nombre,
sino que eran de Neuquén. Algún lugar de Neuquén...
¡Teníamos estas joyitas en la Argentina y yo ni enterado estaba!
Diamantes... ¿diamantes qué me dijo? ¿Hendrix me dijo?,
trataba de recordar una vez regresado a mi ciudad, La Plata. Yo comentaba
sobre los "Diamantes Hendrix", mostraba los que había seleccionado
para mí cuando los vi por primera vez, y la gente quedaba asombrada.
No recuerdo en qué momento leí o escuché otra vez
el nombre "Herkimer", y pasé a recordarlo desde entonces. Pero lo
cierto era que Hendrix, Herkimer o como fuera, nadie los conocía
ni había visto nada semejante cuando se los mostraba. Yo me preguntaba
si sería verdad aquello de que procedían de Neuquén,
si Mario lo había inventado por alguna razón, o si lo habría
inventado la persona de quien los obtuvo, o vaya a saber quién si
la cadena venía de más atrás. No es raro que una piedra
de Brasil sea vendida como autóctona en muchos lugares turísticos
donde la gente compra piedras como recuerdos regionales. Podría
ser que alguien de Neuquén a quien le llegara material de Norteamérica,
hubiera querido darle valor regional haciéndolo pasar por autóctono.
No sería raro.
La cuestión era que
ni coleccionistas ni vendedores de piedras que conocía, habían
conseguido algún cristal de estos. ¿Y por qué yo sí?
Pero en esos momentos no iba tan lejos en mis razonamientos al respecto.
Creía que sólo fue cuestión de suerte haber dado con
los "diamantitos" mucho antes, años antes de que buscadores de piedras
como yo, dieran con alguno en algún viaje, en algún comercio.
Sin duda se trataba de un material escasísimo, cuya rareza era tanta
como su belleza. Tan brillantes eran, que uno muy pequeño que se
nos cayó en el local de Mario, fue fácilmente visible en
un rincón sombrío donde cualquier otro cuarzo habría
quedado imperceptible. La mínima luz, aun distante, es reflejada
por un Herkimer.
Elegí para mí
los mejores que había, y Mario me regaló ese cristalito que
había caído, y que usé puesto en un engarce durante
un tiempo, y luego guardé entre mis piedras más especiales.
Lo coloqué a principios de 1992 en la base de una estatuilla de
cuatro centímetros, que encontré. Aún está
con el cristal; es un guerrero medieval con armadura y espada, como un
guardián de estaño bañado en cobre. Una vez que descubriera
el lugar de los cristales, yo iría a percibir que allí haría
falta un guardián (alguna protección a la zona, a los cristales).
Pero el simbolismo de la relación de aquel guardián metálico
con el cristalito a sus pies, estaba muy lejos de significar para mí
lo que terminaría descubriendo.
Por lo pronto, en aquellos
días de verano de 1990, en el local de Mario Zárate, los
cristalitos que elegí, y yo, nos habíamos conocido para intercambiar
direcciones: yo los llevaría a mi casa, en La Plata, y ellos me
llevarían a la suya, en Neuquén, o donde fuera si no era
allí. Alguna vez así sería, pasara el tiempo que pasara.
En marzo del 90, poco después
de mis dos meses en Villa Gesell, inicié un viaje a Minas Gerais,
donde estuve dos meses y medio. En la localidad de Joaquim Felício,
en el Centro Norte, donde había obtenido la mayor parte de los cristales
que expusiera en la entidad cultural geselina, pasé casi todo el
tiempo. Durante mis búsquedas de cristales, prestaba especial atención
a los biterminados. Los había de muchos quilos y los había
de apenas quilates. En un depósito, encontré uno muy puro
y brillante que medía más o menos un centímetro y
medio de largo. No era como los "diamantitos", pero estaba muy bueno. No
sé cómo, desapareció del bolsillo donde lo guardé.
Desapareció en cuestión de minutos sin explicación
lógica. Recorrí los lugares por donde había pasado,
pero no pude encontrarlo.
La frustración me indujo
a tratar de compensar la pérdida con algún hallazgo equivalente.
Entonces acrecenté mi atención toda vez que, buscando en
depósitos o en la tierra, algún cuarzo biterminado aparecía
mezclado con los de una sola punta. Como los biterminados se dan cada decenas
o cientos de cristales comunes, es difícil detectarlos entre el
montón. Pero la experiencia me llevó a distinguirlos con
muchísima facilidad, a tal punto que llamaban mi atención
instantáneamente, cuando un tiempo atrás ni siquiera estaba
en condiciones de notar la diferencia con todos los cristales que los rodeaban.
Yo no sabía qué
tenía de especial un cristal biterminado, desde el punto de vista
energético. Sólo me atraía por alguna razón,
quizá por su geometría. Supongo que por la misma razón,
gran parte de los cristales pulidos a máquina son hechos con dos
puntas si naturalmente sólo presentan una. Quizá por simple
estética, al ser más bonito que si tuviera una parte truncada
y, por lo tanto, en esa parte se le talla una punta artificial.
En mayo de 1991 visité
una feria esotérica en Buenos Aires, llamada "Futura". Había
Herkimers en un stand de gemas. En otro, de bibliografía esotérica,
conseguí un muy buen libro sobre cristales, basado en experiencias
de regresión a vidas pasadas. En estas regresiones, personas desvinculadas
entre sí y de distintos lugares, relataron vivencias en la Atlántida.
Todas coincidían en que allí se utilizaban cristales para
muy diversos fines energéticos. El cuarzo biterminado tenía
una utilidad muy especial. El libro, de Michael G. Smith, titulado "El
poder del cristal" en su octavo capítulo lo denomina "Escudo
Energético de Cristal de Cuarzo de Doble Terminación". Dice
al respecto:
"Un hombre y
una mujer caminan por una populosa avenida de una gran ciudad americana.
Se sienten completamente seguros. Nadie les amenazará. En el bolsillo
del hombre hay un cristal. En el bolso de la mujer hay otro muy parecido.
No son unos cristales vulgares, sino diferentes, de doble terminación,
sintonizados con sus cuerpos y sus campos biomagnéticos para generar
campos de fuerza personales de protección. Les protegen tanto de
daños físicos como mentales. Como el mejor de los escudos.
No es de extrañar que se sientan a salvo. ¿Por qué
no? Han aprendido a utilizar la más antigua y avanzada tecnología
que existe sobre la Tierra.
El Escudo Biomagnético
Incrementador de Campo de Fuerza Personal es un amplificador individual
de nuestra propia energía mental, que lleva al nivel que se desee
para utilizarla o proyectarla.
¿Cómo
debe ser? Este tipo de cristal de cuarzo debe tener las puntas limpias,
con las caras lisas y sin astillas. El tamaño puede oscilar entre
una y varias pulgadas de largo. Cuanto más limpio y perfecto sea
el cristal, mejor. Quizá tenga que adquirir varios hasta dar con
el que le resulte más adecuado. Sea tenaz. Siga preguntando y buscando
en las tiendas de minerales.
Cuando encuentre
el cristal estará en disposición de empezar a crear su escudo.
No se preocupe, si lo necesita lo encontrará, o atraerá uno,
o se sentirá atraído por él. Lleve el cristal con
usted a todas partes. Manténgalo siempre en el bolsillo, en el bolso
o, al menos, en su casa. Cuando viaje, llévelo siempre cerca. El
cristal de cuarzo es un transductor y condensador de energía. La
almacenará en un tipo u otro. Al tenerlo cerca de usted durante
un cierto período de tiempo se sincronizará con su consciencia
y su campo biomagnético. El proceso se agilizará si piensa
constantemente en el cristal y lo carga con su energía emocional.
El cristal se activará en toda su capacidad y cumplirá su
cometido como escudo incluso aunque usted no esté pensando en él.
En momentos
o épocas de tensión puede incrementar o intensificar sus
efectos mediante proyecciones mentales o visualizando el círculo
de luz azul y blanca que se extiende a su alrededor en diámetros
cada vez mayores.
Este mecanismo
le será muy útil si se dedica a una actuación positiva
en nuestro mundo. Le protegerá contra la mayoría de las detestables
radiaciones psíquicas o electromagnéticas utilizadas por
otras personas.
Los campos y
escudos de fuerza tendrán el mismo grado de poder que autocontrol
y capacidad tenga la persona que los utiliza. Hay muchas personas altamente
evolucionadas en este campo hoy en día. Algunas de ellas lo recuerdan
de otros tiempos y/o lugares. Si usted es una de estas personas, se sentirá
atraído intuitivamente hacia estos instrumentos psiónicos
subatómicos. Probablemente sea ésa la razón por la
que está leyendo este libro.
Vivimos sumergidos
en un vasto mar de radiaciones de todo tipo, que pueden molestar y ofender
profundamente a personas muy sensibles. Es una herramienta muy útil,
no sólo para los que quieran sobrevivir, sino también para
cualquiera que quiera trabajar en paz sin ser molestado, para restablecer
el equilibrio en nuestra Madre Tierra o sus habitantes."
Todo eso me daba una respuesta
más profunda que la simple atracción estética, al
por qué de mi preferencia por los cristales de este tipo. Quizá
una parte de mi mente percibía no la forma, sino la particularidad
energética de estos cristales. Pero teniendo en cuenta el tamaño
al que se refiere este autor, habría que ver por qué no se
consideran los cristales menores de una pulgada (23,2 mm.), cifra que me
parece arbitraria, y por lo cual creo, en lo personal, no excluye a los
más pequeños y por eso el que llevo en el cuello desde hace
meses, es un "Herkimer" de 13 mm.
Anteriormente, desde 1991
hasta este año 95, utilicé sucesivamente biterminados pulidos
primero, y naturales después, a medida que cada uno iba "cumpliendo
su ciclo" (regalé dos, cayó y se partió uno, se perdió
tres veces otro, la última de las cuales no volví a encontrarlo...).
Hasta llegué a usar una más o menos gruesa cadena de plata,
repleta de piedras (amatistas, citrino, turmalinas, aguamarina, esmeralda,
topacios, piedra cruz, cuarzo fumé, rosado, lapislázuli,
etc.) que perdí al desengancharse no sé cómo. A partir
de lo cual, hace dos años que sólo uso cristal en el cuello,
pues al desprenderse la cadena con las gemas, me quedó sólo
la otra en la que tenía un cristal en bruto, uno pulido, con fantasma,
y una pirámide de cristal. ¿Sería que yo ya no debía
estar para hacer ostentación de mi gusto por las piedras? ¿Debía
ser más discreto y ponerme sólo algún cristal? Así
lo hice, y me conformo con un simple cristalito en el cuello, aunque en
ocasiones especiales uso sombreros con cristales, que no son precisamente
para pasar inadvertido.
En los años 91 y 92,
hice exposiciones y venta de piedras en las "Expo Gema" del "Centro
para el Hombre Nuevo" dirigido por Francisco Checchi, del "Grupo Alfa",
dedicado a mensajes cósmicos recibidos en contactos telepáticos
con extraterrestres, y actividades relacionadas con la Nueva Era. Una mujer
que concurrió a una de las exposiciones -creo que la segunda- llevaba
en su cadena un inconfundible Herkimer, con manchitas negras, pero brillante
y bastante grande, quizá de dos centímetros. Era el mayor
que yo había visto y procedía, según su dueña,
de los Estados Unidos.
Francisco me invitó
al encuentro "Humanidad 2000" a realizarse en Mendoza, para que
vaya con mis piedras. Fui, era febrero de 1993 y por primera vez visitaba
la provincia. El encuentro fue realizado en la Escuela Hogar Eva Perón,
inmenso lugar con dormitorios y comedores infantiles situado en el Parque
San Martín. Mientras transcurrían las conferencias y talleres,
yo atendía mi stand de piedras y conocía gente. Una de esas
mañanas, una chica me trajo la letra escrita de una canción
que acababa de componer, titulada "Muchacho de las piedras". Además
de cantante, trabajaba en una librería y atendía el stand
de libros del encuentro. Al conocer a los dueños de la librería,
inicié con ellos una amistad y proyectamos algún negocio
con piedras. Al mismo tiempo, conocí varias señoras de San
Rafael dedicadas a temas místicos, esotéricos y terapias
naturales. Con ellas tuve un par de reuniones durante las comidas en el
encuentro, y quedamos en que alguna cosa podríamos planear para
los próximos meses, cuando yo volviera a la provincia. A esas alturas,
Mendoza ya había ejercido su fuerte magnetismo sobre mí.
Todo en un fin de semana.
Al mes siguiente volví
para ver la Fiesta de la Vendimia. Llevé racimos de uvas hechos
de amatista y cristal de roca para las reinas departamentales, con una
tarjeta alusiva al significado de tales piedras. Conocí allí
a la Reina del Mar, de Mar del Plata, a la cual semanas atrás tenía
deseos de localizar para ver su corona que, se decía, estaba hecha
con cristal de roca. Se dio, al final, la posibilidad de constatar esta
afirmación, y cuando vi que se trataba de cristal artificial, pobre
reina, preferí no decírselo; ¡parecía tan orgullosa
con su "joya"!...
Y así, me iba metiendo
de a poco en las festividades, en las actividades y en el modo de vida
de los mendocinos. Volví en abril para realizar una exposición
de "Gemas Energéticas" en un local vacío perteneciente
a los dueños de la librería Oikía, Rosa y José
Luis Quiroga. Otro coleccionista de piedras había enviado material
para colocar en venta. Era jueves 15 de abril, cuando entre ese material
volví a ver, después de mucho tiempo, diamantes Herkimer
en venta. Éstos eran menos transparentes y brillantes que los anteriores,
pero yo no tenía duda de que se trataba de una variedad de esos
cristales. El domingo 18, José Luis me llevó a la casa del
coleccionista.
Julio Lara, de Godoy Cruz,
era dueño de un mini-museo en su domicilio, con variados ejemplares
de la región y de otras partes, como Brasil. Le compré decenas
de cristalitos, a un Peso (= un Dólar) cada uno. Me dijo que quien
se los vendió los había traído de Río Negro.
No lejos de Neuquén, podía ser que Mario Zárate no
tuviera el dato exacto y le dieran mal la procedencia. O podía ser
que hubiera cristales así en las dos provincias. Pero también
podía ser que no fueran de Río Negro estos otros cristales,
sino de Neuquén. Todo podía ser; después de todo,
ni Lara ni Mario Zárate habían estado en el lugar de procedencia,
ni disponían de información sobre el sitio exacto.
Habían pasado tres
años y tres meses desde mi primer contacto con esos cristales, y
por primera vez andaba sobre la pista del lugar de origen. Por lo menos
ya podía confiar en que los de Mario no venían de Nueva York;
la cosa estaba en algún lugar del norte de la Patagonia y era cuestión
de esperar a que nuevas señales aparecieran en el camino.
El sábado 5 de junio,
Día Mundial del Medio Ambiente, yo tenía que estar en San
Rafael. En la Biblioteca Mariano Moreno, varias mujeres conocidas del encuentro
de febrero, habían organizado todo para que allí realizara
una exposición y un par de charlas sobre minerales, la segunda al
día siguiente. Al término de la charla del sábado,
un coleccionista de la zona me invitó a ver sus piedras. Me ofreció
llevarme en su auto en ese mismo momento y traerme en unos minutos. Pensé,
le pregunté a otra gente que quería hablar conmigo, y me
dijeron que sí, que fuera, que me esperarían. Ya hacía
tiempo que había aprendido a aceptar invitaciones imprevistas y
desviarme instantáneamente de curso toda vez que algo se presentara
así. Hacer las cosas en el momento en que se presentan, porque cada
momento reúne una serie de condiciones que después son irrepetibles.
Cuando Antonio Collado me
empezó a mostrar sus ejemplares, me llamó la atención
una ágata con vetas rojizas triangulares, con una línea de
color marrón y un triángulo gris claro con un triangulito
rojo en el centro; toda la piedra era un triángulo de vetas concéntricamente
triangulares. Era una de esas ágatas típicas de San Rafael,
de la zona del Cañón del Atuel. Me la regaló.
Pero lo que más me
llamó la atención fue lo que vi en un estante, brillando
como diamantes: cristalitos como los de Mario Zárate, más
brillantes y puros que los de Julio Lara. Y por fin supe el sitio más
o menos exacto de procedencia: según Collado, un matrimonio de Malargüe,
ciudad al sur de San Rafael, se los había traído de Neuquén.
¡Neuquén, sí... era en Neuquén!. Pero, ¿de
qué parte? Y me dijo: en la cadena del volcán Tromen. Como
a diez metros, al costado del camino, habían visto algo que brillaba
muchísimo. Se acercaron, y era un cristalito así de chiquito.
Así fue la historia de los cristalitos de Collado. Habían
pasado tres años y cinco meses y ya tenía la información
que necesitaba para ponerme en campaña. Años esperando un
dato preciso, y acababa de obtener uno, sin buscar. Como muchas veces ocurre.
El sábado siguiente,
12 de junio, debía estar en el local de Mendoza donde había
hecho la exposición en abril. Realizaría una nueva exposición
y una charla. Una estudiante de Geología estuvo allí. Estudiaba
y vivía en San Juan. En esa noche fría, junto a una estufa,
intercambiamos ideas y experiencias por las que supe que no era de línea
cientificista escéptica, sino abierta a lo esotérico. No
volví a verla en posteriores viajes que hice en lo inmediato. Reapareció
el jueves 14 de octubre en un stand donde yo tenía piedras en venta,
en el XVII Congreso Geológico Argentino, que se realizaba en el
Centro de Congresos y Convenciones, de Mendoza. Estábamos muy contentos
por este reencuentro tan sorpresivo. Esa noche se reuniría en su
casa con sus compañeros, comerían pizzas, y me invitó.
Una vez en su casa, en algún
momento, entre todo lo que hablamos de piedras, les pregunté a los
muchachos si sabían algo sobre los cristalitos de Neuquén.
Marita fue a buscar un libro, donde encontré lo siguiente:
"Cristales de roca brillante, perfectamente desarrollados, se hallan en el camino de Chos Malal a Mendoza, cerca del límite entre esta provincia y Neuquén, y, asimismo, en el Cerro Negro de Pum Mahuida. Su longitud es de 3 a 12 mm; son los únicos cristales de cuarzo que muestran las caras trapezoédricas entre los hallados al presente en el país, y en cuanto a su apariencia y belleza son iguales a los famosos "diamantes de Carrara". Se los encuentra sueltos en arena tobácea y proceden de la destrucción de lavas y tobas terciarias".
El libro, "Las especies
minerales de la República Argentina", de V. Angelelli, M.K.
de Brodtkorb, C.E. Gordillo y H.D. Gay, era un gran incentivo para mí.
No precisaba del todo en qué lugar del camino y del cerro que mencionaba,
pero próximo a Chos Malal, los datos del libro confirmaban que la
zona era aquélla que en San Rafael Antonio Collado me había
dicho. Hice fotocopias de esa parte del libro, y parecía que de
ahí en más la indagación contaría con más
posibilidades.
De regreso a Buenos Aires,
estuve en la Casa de Neuquén, dependiente del gobierno de esa provincia,
para buscar el Cerro Negro en el mapa. Un muchacho que me atendió
tenía conocimiento de la existencia de los brillantes cristalitos,
pero no sabía de dónde eran. Localizado el cerro en el mapa,
era cuestión de empezar por ahí. Las referencias de los mapas
geológicos y mineros señalaban variados minerales, pero no
cristal de roca en la zona en cuestión.
El camino Chos Malal-Mendoza
era demasiado largo para enfocar bien una búsqueda con posibilidades.
Era más concreto el dato del cerro, cuya vecindad al Volcán
Tromen mantenía coherencia con aquel dato obtenido en junio.
Había tenido ganas
de ir a Neuquén al término del Congreso en Mendoza, pero
las ventas que hice allí no me aportaron lo suficiente para eso.
Arturo, el dueño de "Arpisol", negocio de piedras en Buenos Aires
(Suipacha entre Santa Fe y M.T. de Alvear), me aconsejó esperar
el verano: las nieves aún estarían cubriendo el lugar. En
diciembre estuve a punto de ir, pero una serie de postergaciones, viajes
a Córdoba y a Brasil, cuestiones literarias y otras cosas, me fueron
ocupando la temporada estival.
En marzo podría ser
el momento de hacer la expedición. Finalizada la Fiesta de la Vendimia,
bajaría desde Mendoza a Neuquén, vía Malargüe
y, al atravesar el límite interprovincial por la ruta 40 en dirección
a Chos Malal, en vez de empezar por el Cerro Negro, empezaría por
ahí, ya que el libro decía que en ese camino estaban los
cristales. Pero tuve la suerte de no contar con dinero al terminar la fiesta,
y regresé a La Plata. Suerte digo, porque en ese camino dudo mucho
que las cosas me hubieran resultado favorables, a juzgar por lo que más
tarde iría a saber.
Al mes siguiente, ya con las
necesarias condiciones financieras, emprendería el viaje por otra
ruta, a partir de la ciudad de Neuquén, con destino final al Cerro
Negro. Pero un par de cosas sucederían poco antes, y que tendrían
que ver con la proximidad del momento en el que, después de ya cuatro
años y tres meses, iría a la tierra de los fantásticos
cristales que siempre habían sido un enigma y un desafío
para mí. Sucedió que el 28 de marzo debía presentarme
en la Feria Internacional del Libro, en el stand de la S.A.D.E. (Sociedad
Argentina de Escritores). Presentaría allí dos libros que
había publicado. En cuanto me desocupé, pude recorrer otros
stands, y me encontré con el mejor libro sobre cristales que he
visto hasta el momento: "Los cristales", editado por Milewski-Harford,
con notas propias y de numerosas personas dedicadas a las gemas. Dos capítulos
eran referidos a los Diamantes Herkimer. Veamos lo que dice John Vincent
Milewski, Dr. en Filosofía, cuyo currículum en otras áreas
se detalla al final.
Milewski califica a los diamantes
Herkimer como "gemas naturales y singulares que parecen haber sido cortadas,
talladas y pulidas", pero que "En realidad, salen del suelo con ese alto
grado de brillantez y perfección que les ha dado la naturaleza".
Los define como "relativamente caros", y señala al condado de Herkimer,
en el Estado de Nueva York (cerca de Utica, sobre el río Mohawk)
como el único lugar de la Tierra en que se extraen comercialmente.
Afirma que la muy fuerte atracción
que los humanos sentimos por los cristales de cuarzo, y especialmente por
los diamantes Herkimer, es debida a que "el orden natural de la estructura
del cristal de cuarzo representa un grado de coherencia, orden y perfección
que buscamos en nuestras vidas". Y que hay una relación dada por
el oxígeno y el silicio (el cuarzo es dióxido de silicio),
pues siendo nuestros cuerpos agua en un 70%, gran parte corresponde a átomos
de oxígeno. Y como nuestros cuerpos crecen y evolucionan en las
vibraciones naturales asociadas con la corteza terrestre, que es casi en
su totalidad oxígeno y silicio (79%), nuestro ciclo vital está
asociado y sintonizado con las vibraciones de los átomos de dichos
elementos químicos que componen los diversos silicatos que se encuentran
en la corteza terrestre. Dice Milewski que los átomos de oxígeno
y silicio son altamente organizados en un cristal de cuarzo o un diamante
Herkimer, y esta orquestación de los modos vibracionales de dichos
átomos, toca en armonía y "nos conecta el interruptor". Están
sintonizados con nuestro canal. Somos, por lo tanto, excelentes receptores
para su mensaje. Y que como "su onda portadora está sintonizada
con nuestra emisora", su modulación con formas de pensamiento puede
ser dirigida a la conciencia interna que existe en las diversas partes
de nuestro cuerpo (chakras, glándulas, órganos, etc.).
Sobre la formación
de los cristales comunes y de los Herkimers, explica las diferencias, a
partir de un mismo tipo de "Licor Madre" (líquido que produce un
cristal). Esta solución silícica asciende de las profundidades
de la tierra hasta la superficie, llenando huecos y cavidades de la roca
matriz, que en la mayoría de los casos contiene cristales de sílice
o silicatos. Al enfriarse la solución, sobresaturarse y cristalizarse,
encuentra muchos puntos químicamente activos de sílice y
silicatos en formas microcristalinas sobre las paredes de la cavidad en
que está contenida y, a partir de estos puntos activos, los nuevos
cristales crecen de las paredes hacia el centro de la solución.
Primero se forman numerosos pequeños cristales, y luego sólo
un grupo de estos crecen hasta hacerse bastantes mayores, ocupando la mayor
parte del espacio y bloqueando el crecimiento de la mayor parte de los
cristales menores. Este crecimiento, desde las paredes, en forma de dedo
o vela, se produce por apilamiento de los átomos en planos, uno
encima de otro, a semejanza de un mazo de cartas o una pila de cucuruchos
de helado vacíos, unidireccionalmente hacia la terminación
del cristal.
Según Milewski, la
roca matriz en que se forman los Herkimers, no es ni química ni
cristalográficamente silícica, sino una dolomita, compuesta
de carbonato cálcico-magnésico. Por eso, en el momento de
la cristalización, no existe afinidad química entre la solución
del Licor Madre y las paredes de la roca matriz, lo cual hace que los microcristales
actuantes como puntos activos para el crecimiento de cristales no estén
situados en las paredes, sino dentro de la solución, libremente
suspendidos. Allí, los cristalitos crecen por deposición
de nuevas capas de cuarzo sobre todas sus superficies y en todas las direcciones
a la vez, produciéndose la doble terminación, típica
de los diamantes Herkimer. Unos crecen hacia adentro de otros, y esta asociación
inhibe el crecimiento mutuo en esa dirección en que contactan entre
sí, resultando Herkimers incompletos y parciales deformaciones.
Los diferentes tamaños se deben a que los microcristales no comienzan
al mismo tiempo, ni crecen a la misma velocidad. Y las distintas formas
de los cristales se deben a las diferencias de temperatura y composición
en el Licor Madre durante la cristalización.
Milewski supone que el apilamiento
de los átomos uno sobre el otro afecta el modo en que fluyen las
energías y son amplificadas dentro del cristal. La estructura hexagonal
de los cristales de cuarzo es dada por el ordenamiento de la estructura
retículo a la que se sueldan los átomos. Es común
que existan átomos extraños o un átomo ausente en
la estructura reticular, produciéndose huecos o imperfecciones en
el cristal, que no son muy importantes para desequilibrar el flujo y amplificación
de la energía. Pero las dislocaciones en los bordes, que afectan
a toda una superficie del cristal (áspera y como escalonada, en
las caras laterales), y las fallas de apilamiento, que van a lo largo de
todo un plano del cristal, afectan a trillones y trillones de átomos.
Lo que atenúa y altera significativamente el flujo energético
y la capacidad de amplificación del cristal de roca.
Milewski observa que ambas
fallas están visiblemente ausentes en los diamantes Herkimer, lo
que se manifiesta en la superficie tipo espejo de sus caras laterales,
y lo que, -según cree ese autor- les permite su extraordinario poder.
Y esto podría explicar por qué un Herkimer diez veces más
pequeño que un cristal de roca común, puede ser diez veces
más poderoso.
Milewski establece una distinción
entre la esencia espiritual del cristal de roca común y la de los
diamantes Herkimer. Dice que "todas las formas u organizaciones de materia,
u objetos materiales, trátese de una roca, una planta, un animal,
o un conjunto de materia tal como una casa, un coche, o una montaña,
tienen su propio espíritu. La esencia de este espíritu se
forma y recibe su dirección cuando se crea el objeto, y es hecha
para apoyar a ese objeto específico, teniendo conexión directa
con el espíritu arquetípico universal de todos los objetos
similares".
Cree que el cristal de roca
y los Diamantes Herkimer tienen su espíritu distintivo, y que cada
cristal individual tiene su espíritu individual. Su interpretación
de la diferencia entre las esencias espirituales de estas dos formas de
cristal de cuarzo, se basa en la manera en que crecen y se forman en la
tierra:
"Como los cristales
de roca comienzan su crecimiento a partir de simientes tipo silicato adheridas
a la tierra, crecen generalmente de manera unidireccional, produciendo
un cristal en dedo o vela, que crece en grupos o estructuras familiares
firmemente adheridos a la matriz o tierra de la que brotaron. En contraste,
los diamantes Herkimer comienzan su crecimiento en una suspensión
de libre flotación, en un líquido, no adheridos a la tierra,
y crecen más o menos desinhibidos en todas las direcciones al mismo
tiempo. Del estudio y análisis de estos diferentes modos de crecimiento,
deduzco que sus esencias serán significativamente diferentes en
función de la manera en que los cristales nacen y crecen.
La esencia espiritual
de los cristales de roca será más apegada a la tierra y más
orientada hacia el grupo en cuanto a sus características, y unidireccional
o unipropósito en cuanto a su naturaleza. Los diamantes Herkimer
son más bien de un espíritu de libre flotación (no
apegado a la tierra), individualista, y representan una naturaleza y unas
características de propósito multidireccional. Puedo compararlo
con la diferencia entre las personalidades básicas romana y griega,
o entre las personas de cerebro izquierdo y las de cerebro derecho. Los
romanos eran personajes más bien unipropósito, en los que
la ley y el orden, la organización, y la orientación hacia
el grupo ocupaban su pensamiento, mientras que los griegos eran multipropósito,
libres, individualistas, aventureros, y un pueblo de espíritu más
creativo. Esto, básicamente, es lo mismo que las mentalidades de
cerebros izquierdo y derecho, siendo las del cerebro izquierdo unipropósito,
detallistas, exigentes, y gente de ley y organización; mientras
que las del cerebro derecho son personas más de multipropósito,
individualistas, y de espíritu creativo.
A partir de
estas afirmaciones y de un análisis de los diferentes modos de crecimiento
del cristal de cuarzo, este escritor ha concluido que la esencia espiritual
del cristal de roca es representada por la mentalidad romana o del cerebro
izquierdo, mientras que el diamante Herkimer es representativo de la mentalidad
de los griegos o del cerebro derecho. En mi opinión, éste
es un importante factor que debería ser tomado en consideración
en la selección y aplicación de los cristales de cuarzo.
Por ejemplo,
si sois una persona de cerebro izquierdo y deseáis volveros más
creativos e individuales en vuestro pensamiento y modo de vida, deberías
llevar un diamante Herkimer con vosotros y/o meditar con uno. A la inversa,
si sois una persona claramente orientada hacia el cerebro derecho, esto
es, individualista y quizá un poco alocados, y queréis ser
atraídos hacia la tierra (ser capaces de trabajar mejor con los
demás y con las organizaciones), llevad un cristal de roca. Asimismo,
alguien con dislexia, que necesita una mejor coordinación de los
cerebros derecho e izquierdo, podría intentar la meditación
con un diamante Herkimer en la mano derecha y un cristal de roca en la
izquierda, lo que le ayudaría a conseguir un mejor equilibrio".
Para las ideas que acaba de expresar, este escritor dice carecer de datos clínicos, y sólo tener una buena especulación basada en más de veinte años de su vida que ha pasado haciendo crecer cristales y trabajando con ellos en múltiples e íntimos modos.
"Este es un último
pensamiento de este escritor sobre este tema. Cree que el espíritu
del diamante Herkimer representa verdaderamente el espíritu de los
americanos - la "actitud de la libertad empresarial"- que hizo grande a
este país. Desgraciadamente, nos estamos convirtiendo más
en una sociedad de grupo, controlada por la ley, con menos libertades para
que nuestro espíritu se exprese. Este escritor cree que si fueran
más las personas que llevasen diamantes Herkimer, se asemejarían
más a los antiguos americanos en espíritu y acción.
Y, entonces, seríamos capaces de dirigir nuestro país hacia
"su propósito original", una tierra para la libre expresión
de los individuos.
Bien, los diamantes
Herkimer hacen algo muy bueno por la persona que los tiene, especialmente
si creéis en ellos. La creencia puede ser toda la razón
por la que funcionan. Pero desde un punto de vista científico,
sé que los cristales de cuarzo trabajan con las energías,
especialmente las que afectan directamente a los circuitos del cuerpo y
de la mente. En conclusión, creo que los Herkimers son más
poderosos en su acción que los cristales de roca de cuarzo. Irradian
una vibración coherente que podría justificar una mayor coherencia
en nuestros cuerpos, acelerando la curación natural y aclarando
la mente para un mejor juicio".
El Dr. John Vincent
Milewski es ingeniero profesional, inventor, empresario, editor, escritor,
conferenciante, consultor, miembro oficial retirado del Laboratorio Nacional
de Los Álamos y editor de El Libro de los Cristales.
Obtuvo su grado
técnico de Ingeniería Química de la Universidad de
Notre Dame, su grado de Master en Metalurgia del Instituto de Tecnología
Stevens, y su grado de doctor en Ingeniería Cerámica de la
Universidad Rutgers. Es ingeniero profesional con licencia, y una autoridad
reconocida en los campos de los compuestos de fibra corta y el crecimiento
de fibras de un solo cristal, las fibras conocidas como "bigotes".
Con 22 patentes
concedidas, ha publicado más de 35 artículos técnicos.
Es coeditor del Manual de Rellenos y Refuerzos para Plásticos. Numerosas
son sus conferencias, y ha hecho sus presentaciones técnicas en
la mayoría de los Laboratorios Nacionales de Investigación
y de las principales compañías, tanto en los Estados Unidos
como en Europa. En Reaction Motors y Curtis Wright Corporation, trabajó
en materiales para el Espacio y las Cápsulas Espaciales. Fue además,
Vicepresidente y Co-Fundador de Thermokinetic Fibers, Inc. Antes de unirse
a Los Álamos como miembro oficial del personal, trabajó en
Exxon Research Laboratory como Asociado Jefe de Investigación en
el desarrollo de Materiales Avanzados.
A la fecha de
edición de Los Cristales, era consultor activo de muchas
de las principales corporaciones de investigación en las áreas
de la Fibra Cerámica, el Crecimiento de Cristales y Materiales Avanzados
para Sistemas de Conversión de Energía. Es también
instructor/editor sobre el uso metafísico de los cristales, la superluz
y el crecimiento de cristales.
Su dirección:
Mystic Crystal Publications,
John Vincent Milewski,
Post Office Box 8029
Santa Fe, New Mexico
87504 (505) 988-1819.
El otro capítulo del libro, referido a los Herkimers, pertenece a un coleccionista de piedras llamado Ken Silvy, dedicado a la minería y comercialización de estos cristales desde una década y media antes de la edición del libro. Entre todos los minerales que halló y que tiene en su casa, los más preciados por él son los Herkimers:
"Hay algo muy especial en ellos, de modo que excavarlos es como buscar tesoros. Nunca sabes lo que vas a encontrar, o cuántos. Lo más emocionante de todo es que eres la primera persona en ver dentro de la bolsa (depósito de cristales) que descubres. Y esto es sólo el comienzo, porque una vez que he empezado con la limpieza y clasificación, sigo estando asombrado por lo que he encontrado".
Describe las características de la zona y el movimiento turístico que la frecuenta:
"A varias millas de la autopista que atraviesa el estado de Nueva York (salida 30 a Herkimer, Ruta 28 Norte), existe una serie de minas y campamentos...Veta del Diamante, Arboleda del Cristal, Colina Hickory, Corporación de Desarrollo del Diamante Herkimer y el As de Diamantes. Hoy en día, la mayoría de los visitantes son turistas o coleccionistas de gemas que vienen a hacer excavaciones de un día. Hay autobuses cargados de niños de escuela, estudiantes de universidad, y clubs de geología. Pero algunos son buscadores de rocas, los que quieren arañar, hender, cavar, levantar y romper "toneladas" de piedra por la emoción de un descubrimiento centelleante."
En cuanto a la claridad y refracción,
dice Silvy, que pueden competir con la brillantez de los diamantes reales,
y que los especímenes más pequeños, generalmente son
más brillantes y con menos fallas. Esas inclusiones negras que tenían
los míos, se dan frecuentemente, y se trata, según Silvy,
de un carbón llamado antroxolita.
Sobre los métodos de
búsqueda, dice que se emplean dos: uno, encontrarlos en la matriz,
y el otro, en grandes bolsas. El primero, consiste en extraer grandes trozos
de roca y romperlos, pues si tienen huecos, pueden contener cristales adheridos,
que son de los más brillantes y claros y no suelen requerir una
posterior limpieza. Las bolsas que contienen mayor cantidad de cristales,
están a unos cuatro metros de profundidad después de tener
que atravesar roca, y se encuentran formando un estrato que corre a todo
lo largo de la mina, bajo un lecho de fango de 3/4 de pulgada. Es un trabajo
de varios días, que puede culminar con el hallazgo de bolsas del
tamaño de la boca de un buzón, hasta otras de metro y medio
de diámetro, en cuyo interior los cristales están impregnados
de barro.
Silvy los clasifica según
las siguientes características:
Clase A: son bastante raros, pequeños, claros y perfectos, sin fracturas, inclusiones, lechosidades, burbujas o velos. Son permisibles pequeñas impresiones de maclas y adorables formas geométricas dejadas en una cara por una macla que se ha separado, lo que suele aumentar el centelleo de la piedra. Raramente exceden el centímetro de longitud. Se pagan precios excelentes por los mayores de esta clase.
Clase B: casi perfectos, pero tienen pequeñas inclusiones, burbujas, huecos o velos. Vistos de distintos ángulos, pueden presentar variaciones ópticas por la reflexión o refracción de defectos internos. También pueden presentar impresiones de maclas, pero no astillados o fracturas por fuera, ni lechosidades o fracturas internas. Son también escasos, pero son los que más se comercializan. La mayoría va de medio centímetro al centímetro y medio, y rara vez exceden los dos centímetros.
Gema C: son casi B, aptos para joyería, de elevada claridad óptica, sin fracturas ni lechosidades, pudiendo presentar diminutas astillas en los ángulos, en tanto no sean muy perceptibles, y también alguna pequeña inclusión, si no desarmoniza su belleza general. Las dos puntas deben estar sanas y completas.
C Común: pueden carecer algo de claridad óptica, tener lechosidad, pero tienen áreas claras. Pueden tener defectos de superficie, incluso borrando una cara o terminación, y son estupendos para los coleccionistas de vitrina.
Clase D: vulgares, con muchos defectos, como lechosidades y fracturas.
Maclas o Grupos Múltiples: pueden presentarse en pareja, valiendo una vez y media más que los cristales individualmente; en tripletas, a 1,75 más, y múltiples, dos veces más caros. Los más apreciados son los grupos de cristales sin demasiada diferencia de tamaño. Si hay muy diminutos en comparación con los otros, sólo se los valora si se encuentran en una disposición muy estética.
Maclas por Penetración: muy raros, son cinco veces más valiosos que un cristal simple del mismo tamaño y clase.
Hidros: contienen agua, visible por contener burbujas o partículas de carbón flotando o sumergidas. Valen diez veces lo que un cristal de Clase B de su mismo tamaño.
Inclusiones: los que tienen impurezas o manchas, generalmente valen menos que los puros, pero hay inclusiones negras de antroxolita en forma de hoja que si son atractivas e interesantes, y si el cristal es ópticamente claro, tienen el precio del doble de un cristal Gema C.
Cristales Tabulares: bastante raros, son planos, con un desarrollo desigual de sólo un par de caras opuestas paralelas. Casi inexistentes en el comercio.
Velos de Colores: hay fracturas internas que producen un arco iris en el interior del cristal. Cuando la fractura no es observable a simple vista, se pagan excelentes precios.
Cristales
en la matriz: adheridos a la roca, son muy deseados por los coleccionistas
y cotizados diez veces más que un cristal comparable de clase B.
Explicaba Silvy que al romper las rocas en la búsqueda en la matriz,
los cristales suelen desprenderse, por lo que es difícil hallarlos
adheridos. De ahí el valor.
Este autor recomienda como
herramientas para excavar a fondo, tres mazas de cuatro a siete kilogramos,
dos pequeños martillos de roca, cuñas, cinceles, anteojos
de seguridad, guantes, y equipamiento para lluvia, que es muy frecuente
en Mohawk Valley. La Herkimer Diamond Development, en Middleville, Nueva
York, (315- 891-7355) ofrece por U$S 4,75 diarios un lugar para acampar
y un martillo para rocas, que se puede utilizar durante el día en
el área de excavación que se reclame para el tiempo en que
se permanezca. Ésta no podrá estar inactiva por más
de 24 horas, pudiendo en tal caso ser otorgada a otro. El constante movimiento
de gente, por eso, hace casi imposible que al retornar después de
días se encuentre desocupada el área que se había
reclamado.
La dinámica de ese paraíso
descripto por Ken Silvy, en nada se parecería a la región
de dos "Herkimer argentinos", tranquila y solitaria. En la sequía
del desierto patagónico, también había otra de las
diferencias con la húmeda región neoyorquina. Y sin llevar
mazas ni pensar en excavaciones, imaginaba que mis posibilidades de encontrar
estos cristales serían similares a las del matrimonio de Malargüe
que encontró los cristales en superficie. Cosa que también
parecía diferente de las posibilidades de búsqueda en el
condado de Herkimer, donde sueltos en la tierra parece ser que no se los
halla. Quizá por agotamiento.
Preparé, entonces y
por fin, el viaje tan anhelado. Sin herramientas, sólo con ropa,
carpa, alimento y esas cosas. El libro de Milewski había sido como
una señal de que el momento de la búsqueda había llegado,
y al día siguiente de comprarlo, debía viajar a Capilla del
Monte, Córdoba, a vender piedras que dos días antes había
traído de Brasil. De ahí iría a seguir vendiendo a
Neuquén y, una vez descargado de ese equipaje, emprendería
entonces la búsqueda.
El miércoles 30 de
marzo llegué a Capilla y estuve vendiendo hasta el domingo 3 de
abril, quedándome sin mercadería suficiente para ofrecer
en Neuquén. Tuve que regresar, entonces, imprevistamente a La Plata
en busca de más piedras, con una escala en Buenos Aires, donde dejé
mi equipaje guardado en la Casa de Mendoza. Pasé a buscarlo horas
después, habiendo estado sólo un rato en mi casa, y sin descanso,
de Buenos Aires viajaría a Neuquén esa misma noche.
Antes de llegar a la terminal,
pasé por el local de piedras "Arpisol", y le comenté a Arturo
adónde me dirigía. Hablamos del tema, me mostró Herkimers
estadounidenses, y le compré un par; uno de ellos de casi un centímetro
y medio, a sólo cinco Pesos. Llevaba también en mi portadocumentos
uno de los cristales que le había comprado a Mario Zárate
en Villa Gesell, y que utilizaría para conectarme con el lugar de
procedencia. También llevaba un "Citizen Titanium" (¿o truchanium?)
de fondo negro sobre el cual había un pequeño estrás
de iridiscentes reflejos pegado sobre una forma como de brillante visto
de perfil, sobre la posición horaria de las doce. Simbolismo: era
"la hora de los diamantes". Y también llevaba fotocopias de los
capítulos sobre Herkimers del libro de Milewski, y de la página
del libro de minerales de la Argentina que hablaba de los cristales en
Neuquén. No sólo material de lectura, sino "elementos de
conexión" que yo utilizaría para ser orientado hacia el lugar
buscado, por toda fuerza de atracción que pudiera generarse a partir
de objetos relacionados con el asunto. Fantasía o morfogenética
o isomorfismo; superstición o sabiduría paracientífica,
era válido apelar a todo recurso posible.
Así provisto, con optimismo
y alegría por la inminente culminación de más de cuatro
años de un deseo postergado por un enigma, partí en esa noche
del lunes 4 de abril rumbo a la "tierra de promisión".
Desde tiempos de la escuela
primaria, con aquellos estudios de la región patagónica,
esta mente fue forjando el deseo de recorrer alguna vez esos territorios
áridos, desérticos y fríos. Bello, espectacular era
el paisaje de las montañas nevadas y lagos. El mar, la playa, era
siempre agradable a los ojos. El campo, la tranquilidad. Pero ese paisaje
de mesetas, arenas, piedras, hierbas espinosas agitadas por los vientos,
era un lugar interesante para recorrer. Me imaginaba en alguna aventura,
caminando por allí, juntando piedras, tratando de descubrir alguna
cosa, con el fantasma de la sed en la ausencia de algún curso de
agua, lo cual acrecentaba el interés del desafío. La experiencia
no debería ser riesgosa al extremo, pero tampoco con todas las seguridades.
Al haber pasado por una parte
de esa región en viaje de fin de curso a Bariloche en 7º grado
de la escuela primaria, con 12 años, alguna percepción del
lugar pude tener. Pero nada muy profundo cuando sólo se transita
por ruta y junto con decenas de compañeros y maestras. La aventura
era otra cosa, y eso cambiaba las sensaciones del paisaje.
Desierto, soledad... ¿Qué
podría encontrar en un lugar así? Deberían pasar casi
dos décadas hasta obtener alguna respuesta. Iría a conocer,
antes, mares tropicales, sierras, nieves, selvas, cascadas y ciudades.
Pero el sueño de atravesar lugares desérticos de la Patagonia,
quedaría pendiente desde la infancia, por esos veinte años.
Iría a saber que Antoine
de Saint-Exupery amaba también el desierto, como decía en
"El Principito". Los médanos de Ostende, entre Pinamar y Villa Gesell,
deben haber sido para él como un microdesierto para disfrutar, cuando
estuvo por allí, según supe cuando por allí estuve.
La búsqueda de los
cristales en Neuquén iría a culminar en lo que parecía
ser el lugar ideal para mis aspiraciones de viajero con recuerdos de la
infancia: al Este, la desértica Patagonia que soñé
recorrer a pie. Al Oeste, cúspides nevadas. Justo el lugar que reunía
a un lado el suelo seco y al otro el agua. Y los cristales estaban del
lado árido.
El bus de "Pehuenche" llegó
a la ciudad de Neuquén como a las 10.00 del martes 5. Hacía
casi veinte años que mis pies no pisaban ese suelo, en octubre de
1974. Desde entonces, no viajé a la Patagonia. Guardé el
equipaje en la terminal, esperando el próximo horario de "La Unión
del Sud" con destino a Chos Malal, recién a las 16.45, lo cual me
parecía demasiado demorado para mis ansias de llegar lo antes posible.
Pero todo ese margen de tiempo que en principio parecía destinado
a ser rellenado con lo que fuere, resultaría necesario para intentar
algunas ventas de piedras y comprar comida y algunas cosas para acampar.
Después de haber sacado
el pasaje para la tarde y de haber dejado guardado el equipaje, fui para
el bar de la terminal y alguien me miró con expresión de
sorpresa, quedando sorprendido yo también: se trataba de Sergio,
un ex compañero de la escuela que, coincidentemente, había
estado conmigo en Neuquén en aquel viaje, y también había
sido vecino de puesto de ventas en la feria artesanal de La Plata, unos
años atrás, hasta que emigró a San Martín de
los Andes. Hablamos un rato, y seguimos nuestros respectivos rumbos.
Salí a vender, algo
vendí en una casa de bijouterie y en una santería, y el mediodía
me sorprendió con un cierre general de comercios céntricos,
que me desvió hacia calles más apartadas de ese radio, en
busca de plantillas que estaba necesitando para los zapatos. Así,
después de almorzar, iba por una calle situada al otro lado de la
estación del ferrocarril, unas cuadras para el... Norte más
o menos; la calle Rivadavia . Y al llegar a la altura del 365 vi un local
abierto que no vendería plantillas con toda seguridad, pero que
me llamó la atención porque, siendo una casa de accesorios
de moda, tenía en la vidriera un dibujo del cuerpo humano con los
chakras, y empecé a ver algunas cosas relacionadas con energía,
máquinas Kirlian, esoterismo, por lo que al presentarme como vendedor
de piedras, di con el lugar más interesante de todo lo que había
visto en mi recorrida.
El dueño, Bernardo,
me compró $ 200 de piedras, lo cual me venía de lo mejor,
ya que me estaba moviendo con lo justo y eso me daba más oxígeno.
"Te van a salir baratas las plantillas", me decía sonriendo mientras
elegía lo que comprar. Yo le había comentado que era eso
lo que estaba buscando por allí, y de la charla que tuvimos sobre
extraterrestres y esas cosas, parecía ser que las plantillas habían
funcionado como agente de conexión. Más allá de la
venta, de lo comercial que hubo en primera instancia, se abría un
principio de comunicación entre dos personas dedicadas a temas metafísicos,
cósmicos, y eso era lo trascendente de tan "casual" encuentro. Me
hizo escuchar una grabación registrada por el astronauta Neil Armstrong
en la Estancia La Aurora (en Uruguay): sonidos extrañísimos,
por momentos rítmicos, musicales, como cosa de otro mundo, que eran
inaudibles al oído humano, pero que en la cinta quedaron registrados.
Quedó en hacerme una copia.
Saliendo de Neuquén,
a quince minutos de las cinco de la tarde, pasaría por Zapala y
llegaría de noche a Chos Malal. El final del viaje se produjo a
la medianoche. La búsqueda de hotel me costó un rato, encontrando
lugar por $15 en el Hospedaje Lemus.
A las 00.30 salí a
matar el hambre en una pizzería cercana, donde compré una
delicia que me llevé para la habitación. A las 10.00 de la
mañana nublada del miércoles 6, visité el museo, vi
fósiles, minerales y reliquias históricas, y al dejar mi
firma en el libro de visitas, vi que las precedentes eran de tres personas
de La Plata. Por ser una ciudad poco turística, se trataría
de gente de trabajo. Minería, petróleo tal vez. Al mediodía
fui de nuevo a la pizzería, y su dueño, Alberto Arias, me
guardó un pesado y voluminoso bolso con piedras y otras cosas que
de momento no utilizaría, y un portafolios con piedras también,
que llevaba a los negocios. En unos tres días volvería a
buscar las cosas. Aprovechando que tenía que llevar a una maestra
en su vehículo unos cuántos kilómetros en las afueras
de Chos Malal, me acercó hasta donde había un camino a Caepe
Malal, (13 km.) próximo al Cerro Negro, donde me dirigía.
No tardó en detenerse el conductor de un vehículo que iba
justo para allá y que me llevó. Tenía en ese lugar
una autoridad no recuerdo a qué nivel, pero venía a ser como
una suerte de "intendente" del pequeño poblado. Tras una escala
en su casa, me acercó un poco más, dejándome cerca
de un río (Curi Leuvú) que pasaba al pie del Cerro Negro.
Mientras había estado esperando durante ese ínterin en su
casa, recorriendo el terreno encontré pequeños fragmentos
de amonites y de cerámica indígena.
Mi equipaje instalado en un
carrito de esos de dos ruedas que aguantan 60 quilos, estaba nada cómodo
de llevar para cruzar el río con el agua hasta arriba de la rodilla,
pero lo cargué, pasé y avancé hacia el cerro. El ascenso
y la recorrida se extendieron desde las 15.00 hasta las 18.00. Ni la mínima
piedrita de cuarzo para suponer que estaba en el lugar correcto. ¿Alguna
veta en algún rincón del cerro?. No me parecía; "algo"
me decía que no estaba en el camino acertado. Y descendí;
algún lugareño debería saber algo de los cristalitos
y me orientaría.
Por lo pronto, sentía
que debía alejarme hacia otro sitio, y sólo pensé
en acampar. Corté unos duraznos junto a una casa (con permiso de
la gente de allí) y seguí avanzando hasta más allá
de otra casa, apartándome unos cientos de metros, luego de cruzarme
con un muchacho a caballo y un perro negro que lo acompañaba. Acampé
varios metros al costado del camino, estrenando la carpita iglú
naranja, para dos personas supuestamente, aunque yo entraba en diagonal,
para no tener que estar flexionado o encorvado.
Venía sacando fotos
con mi reflex alemana "Exa-Ia" del año 1963, con sus 800 gramos
metálicos, que había comprado tras un rastreo en el centro
de Buenos Aires, un tiempo atrás, pues esa marca ya me era conocida
y me había dado muy buenos resultados. También llevaba una
de plástico de visor directo, de esas que se venden en la calle
por quince Pesos, marca "Quartz" (nombre justo para mí, yo con mis
cuarzos). Con ellas registraría los super paisajes que tenía
a la vista en ese atardecer. La Cordillera del Viento, del Norte al Oeste,
era espectacular bajo un cielo celeste decorado de nubes. Las cúspides
nevadas con el Volcán Domuyo destacándose, el río
cercano, ¡un paraíso!.
Entré desnudo en la
bolsa de dormir, en una noche fresca y bajo un cielo estrellado que invitaba
a la observación. Pero el paso de las horas me encontró con
la espalda al aire; un aire frío que iría a costarme una
inmediata afección respiratoria. De la paz con que había
abierto la noche, del silencio reinante, se había pasado a una madrugada
de fuertes vientos que yo no sabía si iban a terminar por llevarse
la carpa conmigo adentro. Sin estacas, siendo una carpa transportable una
vez armada, con sólo levantarla agarrándola de las varillas
cruzadas arriba, sólo podría mantenerse ante la sacudida
de semejante viento si yo colocaba el equipaje contra el lado más
castigado, y mantenerme también allí, con mi peso sobre ese
sector.
El amanecer del jueves 7 me
saludó con la calma del viento, y un sol que prometía quedarse.
Poco antes, había escuchado pasos alrededor de la carpa. Al abrir
el cierre, cuando todavía no había salido de la bolsa, los
pasos se escucharon otra vez y se asomó un señor de cincuenta
o sesenta años. Era un guardaparques. Me indicó dónde
quedaba su casa y me invitó a desayunar. Se fue, levanté
campamento y fui a su casa. Era donde había pasado a la tarde, y
allí estaba el muchacho (su hijo) y estaba también el perro
negro, llamado Caepe (negro en Mapuche). Caepe Malal (nombre del lugar
cercano), significaba entonces "corral negro", y el cerro de allí
se llamaba "Negro" también. La noche que pasé se me había
puesto muy negra también con esa tormenta eólica y con el
resfrío que ya en la mañana me empezaba a invadir.
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El guardaparques, de apellido
Gessler, me contó historias de nazis y judíos, entre ellas,
la supuesta relación de Mengele con Xuxa (Meneghel) a quien consideraba
Gessler con algún parentesco. Pero lo más interesante, el
"Plan Andinia", que propuesto hace décadas por sionistas deseosos
de quedarse con la parte andina de la Patagonia, iban a planificar una
ruptura de las provincias de la región con Buenos Aires, declarándose
políticamente independientes, tras un conflicto económico
que sería generado con este fin. Es que los estudios realizados
por esta gente, habían determinado que esta región del mundo
cuenta con lo mejor en minerales estratégicos y condiciones climáticas,
topográficas, etc. para considerarla una "tierra prometida" donde
establecer una nación nueva, poderosa y autoabastecida de recursos
naturales, que se llamaría "Andinia". Según Gessler, el plan
no fue permitido, por la negativa de jerarcas judíos de la Argentina.
Supe del asunto en una casita entre montañas. En medio de ciudades
nunca lo había escuchado, y luego, al comentarle a judíos
comprobé que ni siquiera ellos, en muchos casos, tienen idea de
este asunto. Tiempo después, en un quiosco de revistas, vi un libro
al respecto, y sobre "Los protocolos de los sabios del Sión". Pero
como tantas cosas que han pasado en este país inadvertidas para
casi todos, recuerdo aquella mañana en un paraje neuquino como la
única vez que alguien me comentó algo tan increíblemente
silenciado con efectividad. Cosas para recordar, y diversificar las alternativas
de un viaje con un fin muy concreto y específico, que presentó
derivaciones tan insólitas como ésta o la grabación
de Neil Armstrong que ¡¿quién la tiene?!... Cosas que
aportan enseñanzas que uno no va a buscar, pero que se presentan.
El solo hecho de haber tenido
en mis manos y leído el Plan Andinia, me hacía pensar que
estar allí, aunque el lugar de los cristales no fuera ése,
había tenido sentido. Pero el sentido de mi viaje era muy definido,
y le mostré a Gessler el cristal que, desde Villa Gesell, debía
llevarme a su casa y que yo mostraba para que la gente me dijera cómo
llegar. Lo cual es, en sentido inverso, que el cristal me hablara a través
de la gente. Al verlo, Gessler lo conoció, dijo tener varios y me
los mostró. Me dijo de dónde provenían, y me mostró
en un mapa el lugar, llamado Auquinco. Era una zona de minas de
carbón, lo cual parecía lógico, pues los cristalitos
solían tener contenidos carbonosos. Y estaba ubicado en el camino
de Chos Malal para Mendoza (Ruta 40), lo cual coincidía con lo que
decía el libro que me mostró Marita. Mi búsqueda estaba
resuelta. La opción era o ese camino, o el Cerro Negro. Le dije
a Gessler por qué yo estaba buscando en ese cerro, donde él
me decía que no había nada. Pero en la charla salió
el dato, textual del libro de minerales, de "Cerro Negro de Pum Mahuida".
Y ahí Gessler me dijo que este no es ese Cerro Negro; que el de
Pum Mahuida es otro (!)... Y me lo mostró en el mapa.
Pum Mahuida significa algo
así como "cerro ruidoso", pues el "pum", es una expresión
onomatopéyica del ruido volcánico en erupción. Y Pum
Mahuida, es la cadena del Volcán Tromen, cuyo Cerro Negro, es conocido
como "Cerro Negro del Tromen", pues está al lado de él.
Después de almorzar
con Gessler, partí con destino a Triacao Malal, una población
distante a unos 17 km., desde donde podría encaminarme hacia Auquinco.
Eran las 14.00 y la caminata se extendió hasta las 18.00, en que
fui acercado en el tramo final en una camioneta con trabajadores que estaban
colocando postes para línea eléctrica. La llegada al pueblo
me permitió comprender que su nombre no podía haber sido
más acertado, pues Tricao significa "loro", y cientos de estas verdes
aves andaban volando y por las ramas de lo árboles gritando todo
el día. Paré en una hostería donde la prioridad uno
fue un té con limón que no sirvió de alivio; la garganta
ya era presa de la irreversible enfermedad creciente. El paseo por el pueblito
(700 habitantes) fue breve, por su reducida extensión, y la noche
no tardó en mandarme a descansar. Lo mismo que a los loros, que
por fin se callaron. Y reinó la paz del silencio...
Desde Tricao Malal, partiría
al día siguiente, viernes 8, hacia Chos Malal (Ruta Provincial 2,
unos 50 km.) gente que participaría, a modo de festejo, de la inauguración
de un tramo asfaltado de la Ruta 40. Un micro saldría para allá
a las 9.00, llevando personal con guitarra, tambor, trajes como para baile,
y viajé con toda esa gente.
Me dejaron en el cruce con
dicha ruta, e inicié una caminata atravesando sectores en los que
se estaba trabajando, mejorando el piso, asfaltando. Eran las 11.00, encontré
algunas obsidianas negras pequeñas, traslúcidas. A las 11.30,
un viejo que estaba trabajando en las obras de la ruta me llevó
en su Pick-Up hasta Auquinco. Llegamos a las 13.00. A la derecha de la
ruta, es decir, hacia el Sudeste, había una salina. Arturo, de "Arpisol",
en Buenos Aires, me había dicho que los cristales aparecen en una
salina, según le contaron. Pero fui a la zona de minas de carbón.
Vi muchos fragmentos de fósiles de amonites y de sus huellas en
pizarra. Vi carbón, miré a ver si veía cristales,
pero nada. Hasta que un trabajador al que le pregunté, me dijo que
esos cristales están en otro lugar de minas de carbón, llamado
La Tunga. Para llegar hasta allá, tendría que seguir decenas
de kilómetros. Por lo menos unos veinte o treinta.
No pasaban vehículos,
y mientras esperaba cerca de una despensa de comestibles que estaba cerrada,
me convidaron asado unos trabajadores que estaban por allí. Junté
algunos pedazos de amonites, miré y disfruté el paisaje con
el Volcán Tromen recientemente nevado, hasta que siendo las 14.15
decidí partir. A los pocos cientos de metros, al carrito se le salió
una rueda. Justo apareció un camión, que fue mi siguiente
transporte. Luego de unos 10 kilómetros, me dejó en el empalme
con la Ruta 7 que va a Añelo. Eran las 14.45 y en media hora reparé
la rueda, fijándola al eje con un alambre. Comí algo, y a
las 15.15 emprendí, luego de un ensayo de resistencia del carrito,
una caminata rumbo a una zona arbolada que distaría a unos tres
kilómetros. No había otro posible lugar habitado más
próximo donde procurar información. El desierto, llano a
esa altura de la Ruta 40, era como para caminar y tirar del carrito sin
tanto esfuerzo. La zona se llama Pampa Tril, y en ella pude observar, como
en Auquinco, fosilizaciones. Desde Chos Malal hasta Mendoza, toda la ruta
era de tierra y piedras. Supuestamente, el asfalto cubriría todo
en un tiempo, según me dijeron.
A las 16.00 llegué
a la arboleda, y llamé en la casa que allí había,
al costado de la ruta. Un viejo que parecía vivir solitario, fue
mi tercer orientador, después de Gessler y del carbonero. Le mostré
el cristal, le pregunté por La Tunga, y me confirmó que el
lugar de los cristales era ése. Me dijo que hace muchos años
había trabajado allí, y que se extraía estroncio,
baritina, caliza, y no sé qué más. "Cristal de roca",
le llamaban simplemente a los cristalitos. Ya en sus tiempos de minero,
en su juventud, los juntaban. Pero no se explotaban comercialmente. Me
dijo que el lugar donde había era el "Cerro de la Gloria", también
llamado "La Gringa". Para llegar, debía ir hasta "Barranca de los
Loros", y tomar el camino a La Tunga, que me llevaría al cerro,
en un recorrido de unos 11 km.
A las 16.15 vi aproximarse
un auto, paró y me llevaron. Dije que iba a La Tunga, y uno de los
pasajeros me dijo que sabía dónde era. Vi el cartel de "Barranca
de los Loros", donde el viejo minero me dijo que tenía que bajar,
pero el pasajero insistió en que La Tunga quedaba más adelante.
Mientras tanto, yo iba mirando a la derecha un cerro muy bello, puntiagudo,
cuyo nombre era El Chihuido, que significa "Teta". A los 17.00 vi el cartel:
"Aº La Tungar", y allí, en el arroyo, me bajé. Comencé
a caminar por un camino ascendente que se terminó, y tuve que atravesar
pastizales. Como a las 18.00, quedé en medio de charcos que traté
de esquivar, hasta que el bañado ya era imposible de atravesar sin
mojarse los pies. Tenía que cargar el carrito con el equipaje, porque
entre pastos y charcos era imposible arrastrarlo. Tras dos horas de penosa
caminata y esa mojadura en los pies con mi mal estado nasal y laríngeo,
llegué a una casa rodeada de álamos y llamé. Los perros
ladraban, pero nadie salía. hasta que un muchacho me atendió,
y le pregunté si podía pasar la noche allí, con mi
carpa. Pero me condujo hasta un galpón, donde estaría mejor.
Oscurecía, y no tardé en meterme en la bolsa, librándome
del calzado y las medias. Eran como las 20.30, y sería una larga
noche.
A las 8.00 del sábado
9, el muchacho me llamó, me levanté, organicé el equipaje
y fui para la cocina. Me convidaron mates y tortas fritas que preparó
la madre del muchacho, llamado Augusto. Conversamos sobre los cristales
y me mostraron algunos. Decía que a veces, iba a buscar, "para regalarlos".
Tal la finalidad del pasatiempo, sin otro interés. Yo les dije que
el interés mío era conocer el lugar para divulgar su existencia;
que me dedicaba a divulgar información sobre cuarzo, energía,
lugares, y que este sería un sitio interesante de dar a conocer,
porque esta clase de cristal es muy particular.
Como a las 9.30, bajo un cielo
totalmente despejado, Augusto y otro muchacho me acompañaron unos
cientos de metros hasta la salida de los alambrados y la arboleda, para
luego indicarme por donde continuar. El perro negro de allí también
vino. Me señalaron cuál era el Cerro de la Gloria. Agradecí
todas las atenciones, y volví a quedar solo rumbo a la realización
del viejo sueño.
Después de dejar atrás
el puesto rodeado de árboles, por suerte no debería atravesar
más charcos, barro y pastizales; la planicie estaba unos metros
más arriba que esa pampita de la tarde anterior, y por sus características
topográficas y geológicas, no acumulaba agua como sucedía
más abajo. El suelo era arenoso y la vegetación escasa, compuesta
de arbustos lo suficientemente dispersos para que mi desplazamiento con
el carrito no fuera dificultoso.
A poco de empezar el recorrido
por esa zona, hice una pausa para orinar, haciéndolo mirando al
Sudoeste, más o menos. Fue entonces, siendo las 9.40, cuando un
resplandor me hizo mirar a mi izquierda, a unos 7 metros en dirección
Este- Sudeste: una luz azul reflejada del sol de la mañana; una
luz que me saludaba dándome la bienvenida, dándome el anuncio
de mi llegada a destino. Porque era el reflejo, inconfundible para mí,
de uno de esos cristales. Era el primero, el primero de mis soñados,
de mis tan soñados diamantes "Herkimer" argentinos. "¡Llegué!
¡Misión cumplida! ¡Por fin!", dije en voz alta con ansiedad
de ir al encuentro de la joya que allí estaba esperándome.
Pero los mates habían hecho su efecto y ahí estaba yo parado,
a seis o siete metros del cristal, orinando interminablemente; no recuerdo
alguna vez que se me haya hecho tan largo como ésta y de haber tenido
que guardar tanta paciencia. Los segundos eternos, sin embargo, se llenaron
no sólo de ansiedad, sino también de una alegría como
de campeón de algo por lo que se luchó, o de ganador de un
premio supermillonario, o de arqueólogo llegado al tesoro oculto.
Cuatro años soñando
llegar a este momento. Quizá el más soñado de mis
sueños en lo que a búsqueda de piedras se refiere. Más
significaban para mí estos cristales, de lo que había significado
mi búsqueda de amatistas, de topacios, de turmalinas y de cristales
en Brasil, porque eran búsquedas de piedras sin ningún misterio,
en lugares donde había información muy accesible sobre como
llegar. Ni siquiera la búsqueda de diamantes en Grão Mogol,
en Minas Gerais, había causado en mí tanta ilusión,
tanto deseo, porque aunque encontrara alguno, quizá fuera una pieza
de miles de dólares, pero una entre muchísimos que hay en
el mundo. En cambio, esta luz azul procedía de un cristal de tal
vez no más que de cinco o diez Dólares, pero uno de los poquísimos
que en el mundo existen. Y yo no era uno de los miles y miles de buscadores
de diamantes, sino uno de los poquísimos buscadores de estos otros
"diamantes". Quizá era el único que estaba allí, entre
tantos dedicados a divulgar información sobre la energía
de los cristales (quienes en general no son buscadores o exploradores,
sino gemoterapeutas de consultorio y conferencias), y con certeza, el único
entre todos mis colegas buscadores y divulgadores, ninguno de los cuales
se aventuró en estas tierras.
El secreto de los brillantísimos
cristalitos solo se descortinaba para mí, y me sentía extrañamente
solo en medio de ese desierto; solo y privilegiado, premiado y feliz de
haber merecido un tesoro al que no había sido nada fácil
llegar, pero que en este momento cumbre, de pronto y, repasando el camino
hecho, pareció preparado para mi llegada como si cada dato y cada
paso se fueran dando a su debido tiempo para que el objetivo se cumpliera.
Villa Gesell y Mario Zárate, Mendoza y Lara, Collado, Marita; Gessler,
el carbonero, el minero, Augusto... y ahí estaba el lugar, ahí
estaba yo, disfrutando el resplandor azul.
Me subí el cierre del
pantalón acercándome al cristal, cuyo reflejo, según
mis movimientos, fue cambiando a cada uno de los colores del iris. Fotografié
el cristal a un par de metros, lo levanté, lo miré extasiado,
y lo sostuve entre mi pulgar e índice izquierdos para la segunda
foto. Era un cristal de considerable tamaño de 12 mm. de largo y
un diámetro máximo de 8 mm. y mínimo de 6 mm. Totalmente
puro y de buen brillo, aunque no tan brillante como los que tenía
guardados desde Villa Gesell.
De no haberme detenido a orinar
justo donde el ángulo propiciaba el reflejo, no sólo no habría
visto ese cristal, sino que, posiblemente, habría continuado decenas
o cientos de metros avanzando sin darme cuenta de que el terreno estaba
poblado de esos cristales, a menos que algún otro se reflejara de
forma visible. Como mi interés estaba puesto en llegar al Cerro
de la Gloria, no estaba prestando la suficiente atención al terreno
a ver si encontraba algo por ahí. Pero una vez encontrado el primer
cristal, empecé a caminar por el sector y a buscar otros reflejos.
No tardé en ver uno tras otro, algunos de cerca, otros a tres o
cuatro metros. Bastante dispersos, los cristalitos eran, en general, menores
de un centímetro, la mayoría de unos cinco milímetros.
Uno de ellos era de una forma cúbica, muy curioso y bastante brillante.
Se veía que muchos habían sido levemente erosionados y sólo
unos pocos estaban intactos, quizá por haber aflorado menos que
los otros a la exposición a agentes erosivos. Manteniéndome
en esa zona hasta las 14.00, llegué a juntar unos cincuenta cristalitos.
El sol calentaba lo suficiente
para que el paseo y el "pick-nick" de cristalitos se transformara en una
tarea un poco sacrificada. Un arroyo que pasaba entre rocas formando una
pequeña cascada, fue el único curso de agua para hacer más
agradable el recorrido. Allí me refresqué por dentro y por
fuera, y continué la marcha.
Un recorrido de unos cientos
de metros con el carrito, me llevó a una segunda zona de cristalitos,
donde permanecí desde las 15.30 hasta las 16.30 obteniendo buen
material. La topografía se empezaba a presentar un tanto incómoda
para el traslado de mi equipaje, con algunas subiditas pedregosas que atravesar.
Me encontraba no muy lejos del Cerro de la Gloria, pero en vez de ir por
algún camino que pasé, me metí entre las montañitas,
subiendo y bajando costosamente. En medio de un paisaje donde la única
presencia humana era la mía, por momentos me daba la sensación
de estar en un planeta que no era la Tierra. Esa aridez y blancura cuya
refulgencia bajo el sol me recordaba a fotos y películas de Medio
Oriente, me sugirió bautizar a la zona como "El Sinaí". De
escasa vegetación, pedregosa, allí se podría encontrar
bastante sílex, ese material usado por los indios para hacer puntas
de flechas; calcedonia, fluorita amarillenta-anaranjada... muy variado
surtido para colección.
Como a las 17.50 llegué
al pie del Cerro de la Gloria, del lado Noreste, y encontré más
cristales, que relucían, iridiscentes, con la oblicua luz del sol
poniente. Pero el sol bajaba y mi objetivo era llegar a la casa que Augusto
me dijo que había del otro lado, donde podría pasar la noche.
Entonces, empecé a caminar hacia el Sur, rodeando la base del cerro,
hasta que encontré el lecho de un arroyo seco. Por allí pude
ir más rápido, recorriendo varios cientos de metros, hasta
que ramas que dificultaban el paso fueron complicando mi desplazamiento,
y decidí salir. Como si hubiera sido intuitivo, comprobé
al subir al nivel del terreno, que justo por allí pasaba el camino
que me llevaría a la edificación. Así que de ahí
en más fue todo "sobre ruedas", y la cómoda marcha me condujo
a una casa de piedra cuando eran las 19.00. Estaba al pie del cerro, como
al Sud Sudeste de sus picos -que eran varios- y estaba deshabitada. Era
de dos ambientes, cuyas aberturas no tenían puertas para cerrar,
y las piedras estaban unidas con barro. Al costado, una pared medio derrumbada
sería el baño, cuyo techo no existía. En un cerro
bajo, en frente de la casa, había túneles, seguramente de
una mina abandonada, y a lo lejos, al Este, solitario, a unos 12 kilómetros,
el cerro Chihuido, cuyo marrón rojizo, oscuro, contrastaba con el
tono pastel de "El Sinaí" que, a su vez, contrastaba con el verde
de las plantas que enmarcaban el arroyito que pasaba al pie del Cerro de
la Gloria.
Despejé de basura el
suelo sobre el cual dormiría (botellas, latas, piedras y estiércol
de ovinos o cabras), salí a buscar ramas, encendí fuego en
el otro ambiente, y preparé la merienda-cena.
Pero algo se interpuso en
tan agradable jornada, para que en vez de terminarla con la alegría
de lo conseguido, me quedara pensando en lo que sucedería de ahí
en más. Estaba dentro de la construcción y, cuando iba a
salir, me di un fortísimo golpe en la cabeza con el marco de la
puerta, que era muy bajita, y que no pude ver, obstaculizado por la visera
de la gorra, y acostumbrado a puertas de dos metros de alto. A la vez que
reboté hacia atrás, con el cuello también dolorido
por la compresión de las vértebras, una luz blanca como un
relámpago en mi mente (no era del otro lado del túnel, sino
en mi cráneo) me alarmó seriamente mientras caía de
espaldas y quedaba tendido en el piso.
Mientras me iba recuperando,
pensaba en que algo produjo el accidente, que alguna fuerza me estaba queriendo
hacer ver algo. Y tenía la seguridad de que ese algo tenía
que ver con mi presencia en la zona. Pero el problema no pasaba por la
mera presencia, sino por el propósito de estar allí. Algo
malo había en mi propósito entonces. Si yo iba principalmente
a constatar la existencia de estos cristales en el lugar, más que
a llenarme los bolsillos con ellos, y si publicar el "descubrimiento" sería
lo importante de ahí en más, porque sería bueno que
otros también pudieran llegar, parecía ser que la cosa no
era tan buena que digamos. Temí la posibilidad de algún otro
accidente si yo no cambiaba de actitud. Así que, a partir de ese
"shock", pensaría muy bien de qué manera plantearía
mi actitud hacia el mágico y sagrado lugar.
Una luminosidad en el cielo,
como de llama petrolera, se veía detrás del Chihuido. Coloqué
ropas y cosas para tapar la entrada, por el viento frío. A las 20.45
me acosté.
El domingo 10 lo empecé
levantándome a las 7.30, preparando un té y desayunando pan
con miel. Eran las 8.15, cuando noté la falta de una bolsa con botines
de fútbol sin estrenar, que había comprado en Chos Malal.
Si bien con tapones era peligroso andar por las piedras, haciéndolo
con cuidado se pisaba de tal modo que el pie no sufría las incomodidades
de pisar objetos y puntas molestas para las plantas de los pies. No podía
irme dejando atrás los botines, así que empecé a buscarlos
por todo el camino. Yo los tenía enganchados con elásticos
a la mochila, y la bolsa se habría caído por algún
lado, pero yo sabía que hasta la seis de la tarde estaba. Así
que era cuestión de recordar bien por dónde había
pasado. Recordé por dónde subí del lecho del arroyo
al camino, y por allí bajé. Recorrí el lecho como
300 metros, y encontré la bolsa colgada de una rama. Se me había
enganchado en un forcejeo que recordé, cuando creí librarme
de lo que me enganchaba por atrás, pero no me di vuelta para darme
cuenta de que yo no me había desenganchado de la rama, sino que
ella me había desenganchado la bolsa de los elásticos. Retorné
contento a la casa, y preparé la partida hacia el cerro.
Con el carrito emprendí
la marcha por el camino que me había llevado a la casa y que continuaba
hacia el Noroeste. Un arroyito pasaba cerca de la construcción,
y venía pasando por un pequeño llano entre los cerros, cubierto
de pastos que ponían el único verdor predominante en la pedregosa
zona. Encontré el lugar donde parecía nacer el arroyito y
cargué agua. Regresé al caminito, que daba un giro ascendente
bifurcándose, por un lado en dirección a la casa de Augusto
-según él, llegaba a pie en una hora u hora y pico- y por
el otro lado, se ascendía al cerro. Durante la marcha, creí
observar ovnis, que eran como unos puntos de luz blanca, como estrellas
que aparecían y desaparecían antes que pudiera fijar la vista
en el lugar. Pero la reiteración cada tantas horas, me llevó
a la conclusión de que eran secuelas del golpe en la cabeza. Con
el paso de los días, eso iría a desaparecer, lo mismo que
el chichón.
Al mediodía, llegué
al final del camino, a pocos metros de la cumbre principal del cerro. Mirando
hacia abajo, veía la casita de piedra a unos doscientos metros (era
un cerro bajo, más o menos de esa altura, chato en la parte superior
y alargado de Sudoeste a Noroeste, tres veces el ancho de Noroeste-Sudoeste).
Al Este, una lagunita parecía un oasis junto a "El Sinaí".
El Volcán Tromen cerraba, al Oeste, el paisaje verde amarillento,
otoñal, atravesado por el arroyito que desde arriba, se veía
nacer desde más lejos de lo que parecía donde cargué
agua. Allí, el agua sólo surgía tras atravesar un
sector de rocas, donde se filtraba desde más lejos, seguramente
de los hielos del Tromen, o del Cerro Negro, situado al Sudoeste.
El lugar donde el camino se
acababa, estaba lleno de cristales. Era la zona de mayor concentración
que había encontrado. Y los ejemplares eran de la mejor calidad
entre todo lo que allí había reunido. Así que desarrollé
una búsqueda intensiva y extensiva, delimitando metro a metro el
área, que tendría unos 200 metros cuadrados. A las 19.30
di por concluida la búsqueda del día, y a las 20.00 armé
la carpa en una explanada cercana, que parecía bien protegida de
posibles vientos. Pero el tiempo estaba bueno (fueron esos días
de cielo despejado) y la noche sólo me inquietó con uno de
sus fantasmas: justo detrás de mi cabeza, "algo" rasguñaba
la carpa. ¿Duendes? ¿extraterrestres? ¿o sólo
algún bicho?. Descubrí en ese momento, después de
muchos años de creerme capacitado de enfrentarme a seres extraños,
que mis temores eran mayores de lo que creí. Y me quedé quieto
dentro de la bolsa de dormir.
El lunes 11 abrió celeste
y soleado también. Después de una búsqueda durante
todo el día, hacia el final de la tarde bajé del cerro para
buscar agua. Escuché como si hubiera una cascada distante, y me
fui acercando, pero, por momentos no escuchaba tal cosa y suponía
que podría ser el viento. Hasta que el sonido se hizo inconfundible,
y me encontré con el sitio más bello de la zona: una caída
de agua de unos dos metros y medio, entre abundante vegetación de
especies que me parecieron bonitas y curiosas.
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A las 11.00 levanté
campamento, guardé todo hasta las 12.00 y emprendí el descenso.
Curioso, quizá amistoso, un cóndor pasó a sólo
unos 15 metros sobre mí, mirándome, y quedó justo
en el centro de la foto. A las 15.00 llegué a la casa de piedra
y a las 16.00 recorrí los cerros situados frente a ella, al Sudeste.
Los denominé "Cerro 1" al que estaba más cerca y "Cerro 2"
al situado al Sur, ninguno de los cuales tenía cristales en tal
cantidad como el Cerro de la Gloria. No llegaban a medir 100 metros de
altura, así que cerros no eran en realidad, sino pequeñas
colinas. A las 18.00 volví al lugar donde dejé el carrito,
para continuar. Como el carrito estaba muy sobrecargado de peso, por las
piedras que llevaba, que sumarían más de 30 quilos a lo que
traía, tuve que ponerme en la espalda una de las mochilas, o el
carro no soportaría. Y para arrastrarlo mejor, tuve que añadirle
dos palos que encontré, atando uno a cada lado, para llevar el carrito
tirando como los chinos lo hacen. Los palos alargarían la distancia
entre mis manos y el eje de las ruedas, de modo que al agarrarlo con las
dos manos a la vez, no daría con los talones en el caño del
eje, y lo levaría más cómodamente.
Para evitar mayor peso, tuve
que prescindir de agua, llevando lo justo. Pero como el calor y el cansancio
de tirar del pesado carro, me habían hecho agotar la ración,
sólo me quedaba un par de duraznos al natural en una lata ya abierta.
Con esa ingestión recobré algo de fuerzas para seguir. Mi
catarro por aquel enfriamiento que había empezado por un inmediato
resfrío, me tenía mal, con una tos insoportable todos esos
días, y en esas condiciones tenía que marchar con semejante
carga. Sólo 11 kilómetros, pero demasiado para trasladar
tanto equipaje. La noche dificultó la marcha, hasta que, a lo lejos,
comencé a oír ruido de motor; la ruta estaba ahí...
Llegué hasta ella a las 21.45. Ahí estaba el arroyo de la
Barranca de los Loros, que calmó mi sed. No pasaban vehículos.
Hacía frío, e hice fuego. Resolví armar la carpa al
costado de la ruta, cuando ya eran las 23.00.
Ése era el sitio donde
el viejo minero me había dicho que era donde estaba el camino al
Cerro de la Gloria. Si no hubiera pasado de largo La Barranca de los Loros
y hubiera ido por ahí y no por los charcos y pastizales primero
y por las montañitas de "El Sinaí" después, habría
tardado tres horas y no un día entero. Sin embargo, habría
que ver como hacía yo para descubrir cuál de todos era el
Cerro de la Gloria, lo cual dudo que lograra, porque gente por ahí
no había para preguntarle, y porque los cerritos cercanos donde
también había cristales, podrían haberme desviado
o por lo menos demorado. Con las indicaciones de Augusto, en cambio, todo
fue más fácil. Me dijo "es aquel cerro largo que se ve allá",
y todo resuelto. Así que ese muchacho que iba en el auto y que me
confundió al hacerme bajar en donde pasaba el arroyo La Tungar,
terminó por facilitarme las cosas.
A las 10.00 del miércoles
13 levanté campamento. El cielo estaba nublado por primera vez en
esos días. Salí a dar una vuelta, bajé al lecho del
arroyo, y encontré rocas con improntas de moluscos. Toda el área
presentaba el aspecto que también tenía el empalme a Añelo
donde arreglé la rueda, y también Auquinco, con esas fosilizaciones.
El mar había estado allí. Curiosamente, en el Cerro de la
Gloria y los otros cercanos, no había fósil alguno. Como
el camino desde la ruta hasta allá era ascendente, quizá
el mar no había llegado a cubrir esos cerros, y por eso los fósiles
dejaban de aparecer a cierta altura del camino. Como mi travesía
fue de noche, no sabía hasta donde era que llegaba el terreno con
fósiles, pues no podía ir mirando el piso. Otra incógnita
era si los cristales se formaron antes o después de que las tierras
submarinas emergieran. En este caso, una nueva formación geológica
habría cubierto los vestigios marinos, y quizá por eso no
los había en esos cerros.
Traté de acercarme
luego al Chihuido, que dominaba, imponente, el paisaje desértico
de la zona. Pero la caminata se me hacía larga, por más que
el cerro estaba bastante cerca, y entre vegetación y rocas, el avance
se iba demorando. Preferí regresar, y emprender la marcha.
A las 14.00 conseguí
llegar a una arboleda. Había en medio una escuela. Pero parecía
abandonada. Casas cerca no parecía haber, para imaginar de dónde
saldrían los alumnos. Estuve descansando y esperando algún
vehículo en la ruta, pero sin suerte. Recién a las 18.00
apareció una Pick-Up, cargué el carrito no sin esfuerzo tanto
mío como del conductor, y así dejé Pampa Tril. El
empalme a Añelo fue el lugar donde me dejó; aquél
mismo en el que había estado reparando la rueda del carrito. Y el
carrito hasta allí llegó: hice unos metros al bajar del vehículo,
y la rueda se le salió definitivamente; irreparablemente. De ahí
en más, ya no había posibilidad de ir avanzando de a pie
por tramos. Sólo quedaba esperar...
El sol ya había bajado,
y ya me había entretenido desprendiendo un amonites de la roca que
lo contenía. Ya había pasado un par de vehículos que
no se detuvieron. Y ya se venía la noche. Toda una jornada para
recorrer tan sólo unos 20 kilómetros, y estaba solo en medio
del desierto, sin alimento, con hambre y sin perspectivas de algún
vehículo salvador en el horizonte antes que anocheciera. Después,
ya sería poco menos que imposible que alguien se detuviera y me
llevara. Mi ánimo estaba de lo peor.
Un vehículo azul apareció
en la penumbra de los finales instantes de la tarde. Quince minutos más,
y ni yo hubiera visto su color, ni su conductor mi cara. Fue como el minuto
90 de un partido de fútbol de cero a cero con el juez mirando el
reloj. Un joven ingeniero que venía de una empresa cercana, se dirigía
a Chos Malal. El gol sobre la hora redondeó un viaje en el que cada
problema tuvo su persona que me lo resolviera, como si algo del Más
Allá tuviera todo bajo su control. Luego de una hora de viaje y
siendo las 20.00 estaba en Chos Malal. Llegué a un hospedaje con
baño privado por 18 Pesos, y luego, a la pizzería de Alberto.
Él ya estaba preocupado por mi demora en aparecer, porque de los
tres días o cuatro que calculé y le había dicho que
tardaría, había pasado una semana. Compré pizza, empanadas,
me fui a comer a la plaza y maté el tremendo hambre.
Sumando al cargamento lo que
Alberto me guardaba, partí al día siguiente, jueves 14, hacia
Zapala, y de ahí a Buenos Aires, donde llegué a las 10.00
del día siguiente. Al mediodía ya estaba en La Plata, y a
las 15.00 me puse a ordenar y clasificar el tesoro. Luego vendría
el asombro de los amigos y conocidos al ver los cristales. La idea de este
libro flotaba en mi pensamiento tanto como el golpe en la cabeza y un resbalón
en el Cerro de la Gloria que por poco no me costó rodar por una
pendiente decenas de metros abajo. Había que pensar bien hasta dónde
era positivo compartir el secreto en el que yo ya tenía parte, bien
merecida por haber sido tan deseoso como paciente todos esos años.
¿Por qué habría de servirle la información
en bandeja a quienes no se preocuparan tanto en tratar de investigar? si
este libro fuera para cualquiera, correría el riesgo de confiar
el secreto a gente inadecuada para saberlo. Tuve en mente un libro que
sólo circulara entre personas escogidas muy selectivamente, hasta
tanto el lugar contara con las protecciones necesarias.
Curiosamente, algo muy llamativo
para mi atención fue publicado por el diario El Día de La
Plata el domingo 17; sólo un día y fracción después
de mi retorno a casa. En la sección "Turismo", el título
"Crearán nuevas Areas Protegidas para la preservación de
Parques Nacionales". Y pensé: Areas Protegidas... ¡eso es
justamente, ésa es la idea! Y desde ese momento empecé a
imaginar estrategias de concreción, que veremos más adelante.
Desde mi vuelta a La Plata
el 15 de abril, hice dos viajes a Capilla del Monte y uno intermedio a
Río Grande do Sul, en sólo tres semanas, y salí para
Neuquén el miércoles 11 de mayo, cuando no se llegaba a cumplir
un mes desde mi anterior viaje allá. En la capital neuquina estuve
desde las 7.30 del jueves a las 10.20 del viernes, visitando comercios,
vendiendo piedras, estuve con Bernardo otra vez, hablamos de cosas cósmicas,
y a las 18.00 llegué a Chos Malal. Antes de entrar en la ciudad,
fui el único pasajero del ómnibus al que le pidieron documentos:
mi ropa verde militar y mi barba fidelina o guevarina, les habrán
resultado sospechosas.
A las 19.00, como todos los
lunes y viernes, salía un micro para Buta Ranquil, a 100 km. de
Chos Malal por la Ruta 40, es decir, pasando por Barranca de los Loros.
Sólo costaba tres Pesos el pasaje, que no decía Barranca
de los Loros, sino Pampa Tril, por lo que parecía que la barranca
quedaba en esa pampa, y no era un lugar aparte, si bien creo que lo era.
Dicho sea de paso, a los loros barranqueros o del tipo que fueren, no los
había visto en el viaje anterior; si alguno andaba por allí,
ni lo escuché; nada comparable a Tricao Malal.
Con tan poco tiempo que me
quedaría en esa hora que faltaba para la salida del transporte,
no podía pasar a visitar a Alberto; quedaría para la vuelta.
El micro tenía sobre el parabrisas alambre protector de impactos
de piedras o aves, y estaba un poco destartalado, como producto de tanto
recorrer esa parte no asfaltada de la Ruta 40. En dos horas y media, a
las 21.30, ya estaba en Barranca de los Loros. Sólo ese tiempo,
así de fácil, cuando en el viaje anterior tardé más
de dos días en llegar hasta ahí y un día más
hasta el Cerro de la Gloria, adonde ahora llegaría en cuatro o cinco
horas. La etapa expedicionaria, exploratoria, había dado paso a
la del fácil paseo.
Había mucho viento
en el lugar, pero la temperatura era agradable. Tirando del carrito llegué
al Cerro de la Gloria a la 1.45, tal lo calculado. Estaba fresco, pero
no mucho. Dormí en la casa de piedra hasta las 9.30 de ese sábado
14. Desayuné con dos alfajores Blancos de Bagley, ordené
las cosas, busqué agua, le puse una pastilla potabilizadora, y empecé
a ascender al Cerro de la Gloria como a las 11.00. Lo hice por la ladera
Sur, hasta que cerca de la cumbre, como a las 12.30, encontré un
hueco, quizá una excavación, de unos cinco metros de largo
por más de dos de alto. Podría pernoctar allí, llegado
el caso. Hasta las 14.00 estuve buscando cristales en la zona de concentración
donde había estado el mes anterior, al final del camino ascendente.
Sólo junté menos de un frasquito para rollo de fotos, en
que ponía los cristales, cuando la vez anterior en ese lugar llené
varios. El viento y la lluvia habían dejado al descubierto ese poquito,
pero no más: salvo que pasara mucho tiempo o excavara un poco, ese
sitio yo no daría para más. El problema de la agotabilidad
que estos cristales sufrirían, ya lo empezaba a sufrir yo.
Bajé a la casa y almorcé
recién entre las 15.30 y las 16.00, pues el entusiasmo de buscar
piedras mantiene el hambre bajo control. A las 16.15 busqué cristales
en el "Cerro 1" y en dos horas llené medio frasquito, lo cual era
buen promedio y convertía a este cerro en un lugar para tener en
cuenta. A las 22.30 cené.
Al otro día, domingo
15, me levanté a las 9.00, desayuné y efectué anotaciones.
Estaba fresco como a las 10.00, serían unos 10º C como mínimo,
pero estaba en camisa. Estuve hasta las 13.00 en el "Cerro 1", y bajé
a la casa para cocinar unos buenos calamares con arvejas. Dormí
una siestita de 14.30 a 15.15, y me fui a duchar a una caída de
agua del arroyo, a pocas decenas de metros de la casa. Me saqué
algunas fotos "eróticas" apretando el disparador con un palo tocado
por mi pie derecho, con la máquina apoyada contra una roca, (salieron
geniales) y anduve desnudo, sólo con los zapatos puestos, buscando
cristales al pie del Cerro de la Gloria durante dos horas de esa cálida
tarde. Tal era la libertad que allí sentía ante la total
ausencia de gente.
La merienda fue a las 18.00,
y con Luna Creciente salí a buscar cristales. No había podido
tener la experiencia de buscar con ayuda de la luz selene en el viaje anterior,
porque esa semana había Luna Nueva. Al sol, el reflejo era iridiscente.
A la luna, una luz blanca, visible a varios metros. Una vez fijada la vista
en el punto, acercándose con la linterna, la piedrita estaba allí;
a veces tan pequeña que parecía increíble que reflejara
tanto la luz lunar. Como experiencia, es algo fascinante.
De pronto, se levantó
viento, cada vez más fuerte, así que siendo las 20.30, suspendí
la búsqueda. Cené media hora después, sintonicé
una radio, -lo cual costaba bastante- que resultó ser chilena. A
las 22.00 me acosté. Esa noche noté la presencia de roedores,
pues los ruidos de objetos, como botellas y papeles, debían ser
producidos por animalitos de cierto tamaño, y no insectos. Sentí
uno pasar sobre la bolsa de dormir, sobre mis piernas, pero no me inquieté
y el sueño pudo más.
El Lunes 12 me vio levantarme
a las 8.00, y fui a buscar cristales al pie del Cerro de la Gloria, del
lado Sur. Estaba fresco y aún había fuerte viento. Fui escalando
con dificultad, hasta llegar a un sector rocoso no lejos de la cumbre,
donde los vientos hacían riesgoso el desplazamiento. De repente,
solo, en un lugar sin cristalitos, estaba un cristal bastante grande, como
ninguno de los que hasta allí había encontrado. De casi dos
centímetros de largo, muy brillante y límpido, con algunas
partículas de carbón, era una belleza que me alegró
la jornada, que por entonces estaba en la mitad.
Después de almorzar,
anduve un rato por el "Cerro 1", cuando en un momento dado escuché
un grito: ¡Uiiiijiii!... Venía del Cerro de la Gloria, arriba
de todo, hacia más o menos su parte central. Ahí estaba una
persona, con un perro negro. Seguramente era Augusto. No sé si me
habrá visto; no insistió con el grito, así que no
me pareció que fuera para mí. Verme era difícil, pues
el color de mi ropa se mimetizaba con la tierra y rocas, y la distancia
era como de 300 metros. En unos instantes, él y su perro se fueron.
Tras una breve búsqueda
con luna, a las 20.00 cesó el viento y pareció reinar la
calma. Pero cuando eran como las 21.00, escuché un ruido dentro
de la casa, y vi una rata escondiéndose. Me quedé junto al
fuego, y otra vez el ruido; iluminé con linterna y ahí estaba
la rata. Pude alcanzarla cuando se metía en un hueco, la mantuve
aprisionada con un palo, y en el forcejeo no pudo escapar. Luego de matarla,
la tranquilidad duró muy poco, porque seguí escuchando ruidos.
Había tapado un par de agujeros en la pared y en el piso, creyendo
que con eso estaba resuelto el asunto. Pero descubrí que el barro
de la pared tenía agujeros por todas partes y que entre piedra y
piedra circularían galerías por todo el barro que las separaba;
¡la casa entera era un nido de ratas!.
¿Matarlas a todas?
¿cómo? Y, al final ¿para qué? Mejor era irme
de ahí inmediatamente. Ellas estaban en su casa y el intruso era
yo. Y, sin embargo, no eran ratas hostiles, y hasta rondaban a mi alrededor
mientras dormía o estaba junto al fuego, sin molestarme. Lamenté
haber matado una.
A las 22.05, con el equipo
ya guardado y sujeto al carrito, me encaminé hacia la cueva que
había encontrado en la zona alta del Cerro de la Gloria. La Luna
Creciente me iluminaba el camino y me iba mostrando cristalitos, que iba
juntando. Fui por segunda vez con el carrito y todo el equipo, por el camino
de ascenso al cerro. Llegué arriba en una hora y media. Me costó
encontrar la cueva, pero a las 0.30 ya estaba en ella, metiéndome
en la bolsa.
El amanecer del martes 17
fue con cielo despejado, aunque luego aparecerían curiosas y bellas
nubes "ovniformes", es decir, esas típicas nubes patagónicas
aptas para fraudes fotográficos para inventar casos de platos voladores.
Tras haberme levantado a las
9.00, escuché rodar piedras a pocos metros. Me asomé, y vi
cabras; ellas eran las que, al pisar, provocaban el "minialud".
Busqué cristales en
varios sectores de la zona de la cueva y un poco más hacia otros
lados, con un intervalo nutritivo a las 14.00. Luego, un interesante hallazgo
de muchos cristales en una pendiente de desprendimientos rocosos cuando
eran como las 18.00, en momentos en que el viento sacudía bastante.
Bajé al arroyo una hora después, cargué agua, subí,
y me puse a buscar alguna radio.
El miércoles 18 abrió
nuboso, pero sin viento. Continuaba el frío, que pasaría
bastante más abajo de cero grado, a las 8.15 en que me levanté.
Entre las 10.30 y las 16.15, llené de cristales tres frasquitos
en esa zona de concentración que había descubierto la tarde
anterior. Mi entusiasmo me postergó el almuerzo hasta las 16.45
y volví a la misma zona a las 17.30 hasta que oscureció una
hora y media o dos más tarde. Volvió a levantarse un fuerte
viento. En la cueva estaba a resguardo. Jugaban Chile y Argentina a las
21.30, sintonicé LRA, pero me dormí. Dormiría también
el pájaro cuyo nido estaba como a dos metros de altura sobre una
roca, y que sólo de día se inquietaba con mi presencia.
El jueves 19 me levanté
a las 8.10 y fui para un cerrito que triangulaba con el "Cerro 1" y el
"Cerro 2", en dirección Este con respecto a ellos. Por ser tan bajito
(sólo unos 15 metros o no mucho más), lo llamé el
"Píchi" (chico). Ahí, un mes atrás, había visto
bastantes cristales. En sólo tres horas junté dos frasquitos
y medio de cristales, lo que significaba que era un lugar muy rico, de
lo mejor que había encontrado. Almorcé recién a las
16.30, y media hora después, fui de nuevo al "Pichi". Busqué
hasta la noche, con una luna que ya estaba en un 60 %, yendo para llena,
y en una hora junté un frasquito y medio de cristales gracias a
esa luz, y a la linterna. Me acosté a las 22.00.
Pero la búsqueda con
Luna Llena debería esperar otro viaje: el viernes 20 era el día
de partida, a las 7.30 me levanté, y a diez minutos para las 11.00
me puse en marcha. A las 13.00 pasé por unas minas de carbón;
ahí era La Tungar. Había algunos carboneros y un camión,
que confirmaba el origen de un ruido de motor que creí escuchar
por aquellos días. Más adelante, la lagunita al costado de
"El Sinaí", estaba seca y sólo había una extensión
salitrosa sobre barro. Dibujé con un pié un corazón
de más o menos diez metros y adentro el nombre de una chica. Ya
desde la mina de carbón hacia la salida a la ruta, se veían
las rocas de la zona antiguamente sumergida, con los caracoles y sus improntas.
Era mi primera caminata diurna por esas alturas. Atrás, el Cerro
de la Gloria, que dominaba el paisaje, iba quedando cada vez más
pequeño, hasta que el Tromen terminó por imponerse, asomando
desde atrás de los cerros que lo tapaban, quedando el cerro de los
cristalitos y los otros cercanos, como insignificantes ante esa cumbre
volcánica nevada. En abril, por una fuerte tormenta de nieve, la
cobertura blanca había sido mayor que en estos días.
Llegué a Barranca de
los Loros a las 15.45, y no pasó vehículo que me llevara.
Los carboneros me habían dicho que me llevarían ellos si,
al irse, yo todavía estaba ahí. El camión llegó
a las 16.20, repleto de carbón, y subí atrás, a pesar
de que querían hacerme un lugar adelante, pero íbamos a ir
muy apretados, así que preferí no molestar. En dos horas,
estaba en Chos Malal. La gente me miraba con asombro. Busqué el
espejo y me quedé no menos asombrado: parecía Kunta Kinte;
mi cara estaba mugrienta de carbón, que con el viento se había
levantado en polvillo y se me había adherido a la piel. Me di un
buen aseo en la terminal de ómnibus y recién a las 20.00
ya estaba lo suficientemente higienizado para ir a visitar a Alberto. Hasta
las 21.45 estuve en la pizzería. Y a la medianoche salí para
Neuquén.
Llegué a las 7.00 del
sábado 21, y a las 9.00, andando por el centro, descubrí
una casa de bijouterie y piedras que resultó ser de un platense
llamado Gustavo Castilla. En la vidriera había una pirámide
de vidrio conteniendo un buen puñado de los cristales de tipo Herkimer.
Se los había vendido por ¡treinta Pesos! alguien de Chos Malal
que pasó una vez. Era una bolsa llena, me dijo; calculo que el equivalente
a cinco o seis frasquitos de rollos fotográficos. Con Gustavo hice
canje de piedras de Brasil (le di pirámides de cristal y me dio
granates y turmalinas facetadas); revelé las fotos del viaje, compré
zapatos, almorcé truchas, y fui hasta la vecina localidad de Centenario,
a visitar a María Elena y Marcos, un chico que dos años atrás
había conocido en Capilla del Monte, y su madre. El tema extraterrestres
lo tenía, en aquel tiempo, fanatizado al nene y preocupada a la
madre, por todas las "fantasías" del chico. No estaban, y volví
a Neuquén.
Sobre el final de la tarde,
en la feria artesanal de Neuquén, le vendí algunas piedras
a uno de los muchachos, y a las 19.00 partí hacia Mendoza. Días
después subí a San Juan, y fui a visitar a Marita, sin cuyo
dato en el libro de minerales de la Argentina, mi viaje a buscar los cristales
habría sido imposible. Quedó alucinada con el cristal que
le regalé. En una carta le contaba que había estado en abril
y que volvería en mayo a buscar más cristales, así
que ya estaba al tanto de lo que había ido a buscar, pero mi descripción
parece haber sido insuficiente: "¡No me digas que era esto!; ¡existe
algo así!", exclamó con el cristal entre sus dedos.
Marita era bailarina folklórica
y había actuado en el espectáculo central de la Fiesta de
la Vendimia, en el anfiteatro. Pero sufría un dolor en la rodilla
desde hacía bastante. El 31 de mayo desde Buenos Aires, le mandé
una carta que decía esto:
"Y hablando de energía,
tengo uno de esos cristalitos en la mano derecha, y me acordé de
tu rodilla... Allí donde te duele, hay una energía luminosa
faltante. Imaginá tu cuerpo rodeado de un campo luminoso. Fijate
en la rodilla: ahí hay una zona de manchas o algo así. Falta
energía. Tenés que curarte: tenés que cubrir de luz
esa zona. Ya no la verás oscura. Aunque te siga doliendo, sólo
verás luz allí. No más luz que en el resto del cuerpo.
Lo negativo será absorbido por la luz. Yo te doy un poquito de luz
desde aquí, a tu rodilla, a través de este cristalito...
No te desanimes si te cuesta
curar tu rodilla. El dolor no podrá mantenerse si hay luz allí,
porque él procede de la falta de luz, y es necesario que dejes de
pensar en el dolor, y pienses en que eso que lo sustenta, ya no está,
porque allí colocás buena energía. Las moléculas
y células recibirán otra vibración. No dejes de brindársela.
Guardaré este cristalito junto con tus cartas; es lo que tengo de
vos, como puente de energía. Llevará a vos este programa
que le grabo". Y también le dije que usara el que le había
dado.
El martes 7 de junio fui a
San Juan y volví a ver a Marita. Había utilizado su cristal,
y me dijo que en las fotocopias del libro de Milewski que le di, este autor
describía un caso de curación de rodilla, lo cual yo no recordaba
haber leído. Allí estaba el testimonio de la persona curada:
"Recibí
un golpe en el lateral de la rodilla, hace unos ocho años, mientras
jugaba balonvolea. Tras algunos meses, la hinchazón y el dolor se
fueron. Pensé que la pierna estaba curada, pero hace unos tres años
comenzó a activarse de nuevo, y se desarrolló una hinchazón
de 1/4 de pulgada de alto y una pulgada de diámetro en el interior
de mi pierna derecha, justo por debajo de la articulación. Afectaba
a mis movimientos, pues no podía agacharme o doblar la rodilla en
un ángulo mayor de 90º. Cuando lo hacía, la hinchazón
se irritaba, y necesitaba pasarme semanas con la manta eléctrica
para restaurarla a una condición no dolorosa (aunque permanecía
hinchada). Fui a un cirujano ortopédico en busca de ayuda. La examinó
muy concienzudamente, sacó radiografías, etc. Concluyó
que la articulación estaba clara, libre y normal; era sólo
que los músculos del borde externo estaban hinchados por hallarse
dispuestos de forma desordenada, y cuando doblaba demasiado mi rodilla,
estiraba excesivamente los músculos y tendones, lo que requería
un tiempo considerable para que volvieran a la normalidad. Dijo que no
sabía qué hacer, excepto que debería dejarlo como
estaba y no doblar mi rodilla ni estirarla durante un tiempo, aguardando
a que los músculos se reorganizaran. ¡Bueno! Había
estado cuidando esta maltrecha rodilla durante más de un año
sin resultados positivos: quería una solución mejor que ésa.
Durante el año
anterior había oído acerca de los poderes del cristal de
cuarzo para ayudar al cuerpo a curarse. Así que decidí intentarlo.
Para ello, cargué un cristal Herkimer de 1/4 de pulgada (entre 5
y 6 mm.) con una vibración de amor y luz, tal como antes describí.
A continuación, uní con cinta aislante el cristal al lateral
de mi rodilla. Tras la segunda noche, la hinchazón y el problema
de la rodilla se habían ido por completo".
Marita se puso el cristal,
y desde entonces, su dolor también se fue.
Además de casos de personas
curadas, Milewski cita el de gente que mejoró su situación
económica usando Herkimers, lo cual ni acepto del todo, ni tengo
autoridad para creer imposible. En el libro "ABC de los cristales",
de Antonio Duncan, publicado en Brasil en 1992 y que compré no mucho
después de su aparición, dice lo siguiente sobre los Herkimers:
"Son cristales de cuarzo encontrados únicamente en las minas de Herkimer, estado de Nueva York. Parecen diamantes, por su claridad excepcional, y pueden sustituirlos energéticamente. Limpian los cuerpos sutiles. Equilibran la energía dentro del cuerpo y de la mente, también purificando. Aumentan la percepción de los sueños y, por eso, son llamados "cristales de los sueños". Guardan informaciones y amplifican formas de pensamiento positivas. Dispuestos sobre el cuerpo, limpian y disuelven bloqueos en áreas emocionalmente tensas y congestionadas. Cuando son colocados entre chakras, sirven para limpiar los pasajes para que la energía pueda fluir entre ellos. Ayudan en experiencias conscientes fuera del cuerpo, cuando son colocados bajo la almohada. Son generalmente biterminados.
-Afirmación:
"Yo sueño y me uno a la luz del Sol Central del Universo"
-Chakras: Todos,
principalmente el séptimo.
-Signos: Todos.
-Cuerpos celestes:
Sol y Luna.
-Elementos:
Fuego y Agua.
-Notas Musicales:
Todas, especialmente Si.
-Energía:
Proyectiva / receptiva. Identificación personal con el infinito.
Unidad con Dios. Paz. Sabiduría. Luz.
-Propósito:
Actividades del chakra coronario.
-Cura física:
Equilibra y armoniza el aura, dando equilibrio al cuerpo. Descristaliza
congestiones y bloqueos para que la energía pueda fluir libremente.
Ayuda contra el vértigo, hemorragias y diarrea.
-Efecto espiritual:
Ayuda a nuestro conocimiento intuitivo para que podamos tornarnos nuestra
propia luz".
Duncan cita luego las propiedades de los elixires (agua energizada) hechos con Diamante Herkimer, según las tablas del estudioso norteamericano Gurudas, quién recopiló información canalizada por Kevin Ryerson:
-Enfermedades:
Cáncer, pre-cáncer; intoxicación, tumores, todas las
enfermedades relacionadas con el sistema muscular y las causadas por la
polución ambiental, radiación artificial y exposición
a rayos X.
-Efecto psicológico:
Actúa contra la ansiedad y el stress; desarrolla el altruismo, el
equilibrio de la personalidad y los talentos de vidas pasadas.
-Nutrientes:
Carbono, magnesio, fósforo, silicona.
-Cuerpos Sutiles:
Todos. Astral, limpieza de aura, emocional, etérico.
-Uso en el cuerpo:
En cualquier parte.
Antonio Duncan nació en Niteroi, Río de Janeiro, en 1944. A la edad de seis años comenzó a coleccionar piedras. Interesado en el ocultismo y la espiritualidad desde temprana edad, su trabajo como productor discográfico le permitió viajar a Estados Unidos y Europa, donde realizó cursos sobre diversos aspectos del crecimiento espiritual, profundizando en el trabajo con la energía de los cristales y de las piedras preciosas después de la Convergencia Armónica en agosto de 1987. En 1988, frecuentó la "Crystal Academy" de Katrina Raphaell. A partir de entonces, comenzó a dictar cursos sobre cristales en la Fraternidad Pax Universal y en otros espacios de São Paulo y por todo Brasil, a partir de cuyas apostillas escribió ABC de los cristales, su primer libro.
En el libro "La curación
por los cristales", dice Katrina Raphaell sobre el Diamante Herkimer:
"Un rayo de sol...
Son especímenes brillantes en todos sus ángulos. Esplendorosos.
Reflejan la luz desde sus muchas caras formando ápices y encabezan
sin duda el ranking de piedras de puntas naturales. Llevan a menudo pequeñas
marcas en las caras y no muestran una sola cara sin ápice. Este
fenómeno es lo que les proporciona esa carga adicional de poder
dinámico. Son excelentes en disposiciones de cristales para despejar
y disolver todas las tensiones emocionales y las zonas bloqueadas. Cuando
se aplican entre chakras, sirven para despejar los conductos de energía,
logrando así una mayor fluidez en la circulación de fuerzas
entre chakras. Así es como trabajan eficazmente, en combinación
con la malaquita, en el plexo solar. La Malaquita saca a la superficie
las emociones reprimidas, mientras los diamantes de Cuarzo las disuelven
y disipan.
Los Diamantes
Herkimer son perfectos para llevar consigo cuando sentimos necesidad de
un buen estímulo energético. Suelen insertarse magníficamente
en joyas, y tienen efectos asombrosos y positivos en cualquiera de las
zonas donde los apliques. Tienen fama de ser útiles si se colocan
debajo de la almohada durante el sueño para vivir experiencias de
más allá del cuerpo o para permitir una recolección
de la memoria subconsciente alimentada por la actividad mental nocturna.
Los Diamantes Herkimer son una delicia y son felices. Te ayudarán
a serlo tú también."
Katrina Raphaell
es una autoridad en el campo de los cristales, con varios libros publicados
en diversos países. Se dedicó a la docencia en el arte del
masaje, iridiología, kinesioterapia, homeopatía, herbología,
esencias florales, y dietética. Ayudada por su experiencia clínica,
dirigió el Departamento de Cuidados Médicos en un centro
de rehabilitación para alcohólicos y drogadependientes. Con
los cristales, aprendió sobre los poderes de la luz y el color sobre
los aspectos más sutiles del ser. Dedicó entonces años
de su vida a la meditación y el yoga, para sintonizar la mente con
el lenguaje del reino mineral y percibir la sabiduría de los cristales,
llevando a la práctica la información que le era transmitida
en sus meditaciones, hasta alcanzar la competencia necesaria para instruir
a los demás en este campo.
En 1986 fundó
la "Academia del Cristal de Artes Curativas Avanzadas", en Taos, Nuevo
México, donde se graduaron centenas de personas de todo el mundo.
No había pasado un mes
desde el día de partida del lugar de los cristales, cuando emprendí
el último viaje antes de que el invierno me mantuviera lejos por
un tiempo, ya que pensaba regresar en la primavera. Lo cual no sería
así finalmente, pues tardaría años en volver.
El viernes 17 de junio, a
las 15.00 hora argentina, era inaugurado el Mundial de Fútbol de
Estados Unidos, y durante la televisación ultimaba los preparativos
del viaje. A las 19.10 salí para la terminal a las corridas y a
las 19.30, tras llegar angustiosamente y cargar el equipaje, fue la partida
desde La Plata.
"La Estrella" llegó
a Neuquén a las 9.00 del sábado 18, hice algunas ventas de
piedras, y Bernardo me dio una copia del cassette de Neil Armstrong en
La Aurora, cuando estábamos en el mediodía. Salí después
para Centenario, donde estuve en casa de María Elena y Marcos, que
con trece años ya estaba muy poco extraterrestre, pues los niños
"distintos" suelen querer parecerse a los "iguales" a medida que crecen
y no quieren seguir siendo vistos como "bichos raros". Dejé allí
mis piedras y cosas que no utilizaría hasta la vuelta a Neuquén,
y salí para Chos Malal a las 15.45. Llegué a las 23.00 y
fui a visitar a Alberto. Pernocté en el "Residencial Baalbak". Al
día siguiente, domingo 19, Alberto me llevó hasta Chapúa,
en las afueras de Chos Malal, donde buscaríamos piedras pómez,
según datos que una maestra que daba clases allí, me había
dado luego de mostrarme un pedazo, que me regaló. Había sido
en el viaje anterior, y para esta vez programé esta búsqueda.
La idea sería fabricar unas artesanías huecas, con cristales
y lámparas que yo venía haciendo en cemento y que pesaban
mucho. Con esta liviana piedra, haría cosas más transportables.
Pero una nevada quebró la tarde y los planes, y debimos regresar
sin haber podido encontrar la cantidad suficiente. Algunas obsidianas que
imprevistamente encontramos, compensaron un poco la búsqueda infructuosa.
Vimos fútbol a la vuelta, no recuerdo que partido, que debe haber
entrado en la historia por el alargue que el árbitro extendió
hasta más o menos los 55 minutos, sin motivo explicable.
A las 5.00 de la madrugada
del último día de otoño, debía salir para Pampa
Tril, pero no veía el micro. Es que no se trataba de tal vehículo,
sino de una Traffic que estaba por allí, de la empresa "Cono Sur";
un servicio nuevo, que en ese horario no llevaba tanta gente como para
justificar un vehículo mayor. Casi lo pierdo, le hice señas
cuando lo vi moverse, y se detuvo por suerte.
Llegué a Barranca de
los Loros a las 6.30. Como tres horas después llegué a la
altura de la laguna seca, cuyo lecho ya no estaba salitroso. Sino barroso.
Volví a dibujar un enorme corazón con el pie, y coloqué
el nombre de cierta otra chica. Luego pasé por la mina de carbón,
y a las 11.00 llegué al "Pichi", iniciando la búsqueda de
cristales.
El cielo nuboso, pero soleado,
empezó a cubrirse con amenaza de lluvia, cuando eran entre las 13.00
y las 15.00. Fui entonces hasta los túneles del "Cerro 1", y junté
ramas para más de un día, por si la lluvia y la humedad me
arruinaban los fuegos para cocinar. Lo bueno de la región en cuanto
a leña, era que al amanecer no estaba humedecida por rocío
nocturno, pues allá eso no existe. Y si la lluvia era pasajera,
el viento seco iría evaporando la humedad en las ramas y, al otro
día, serían utilizables. Pero con lo acumulado en la cueva,
esperaba arreglarme. Sería una estadía breve esta vez; sólo
un par de días. Y sólo para cumplir la experiencia de buscar
cristales con luna llena; todo el plan del viaje estaba trazado para estas
fechas de modo que mi itinerario coincidiera con el plenilunio.
Elegí, para la búsqueda
nocturna, el Cerro de la Gloria. Estuve allí tres horas hasta las
22.00. Tuve que valerme de linterna, porque la luna no estaba en posición
de iluminar. Dormí 14 horas, para reservar fuerzas a utilizar en
la siguiente búsqueda nocturna, y no hacerlo con sueño.
El primer día de invierno
me encontró de pie recién al mediodía. El viento era
fortísimo, y vi copitos de nieve. Recuerdo la primera vez que había
visto nevar. Estaba en un hotel de cuatro estrellas, el Samay Huassi, entre
las montañas de Tunuyán (la estadía había sido
gratis pues con gente de allí saldríamos a buscar cristales,
lo cual la nevada obligó a cancelar). Recién me levantaba,
y comenzaba a amanecer, cuando al asomarme a ver por una ventana, vi caer
suavemente los copos. Para que eso me haya emocionado como lo hizo, debo
haberlo sentido como cosa de sueño encantado. Cuando ya estaba afuera,
vi sobre mis guantes oscuros, contrastando, los geométricos cristales
de la nieve; una maravilla de formas estelares y florales, siempre hexagonales,
pero, como se sabe, tan diversas que no hay dos iguales. Habían
pasado como nueve meses, la segunda vez había sido el domingo en
Chos Malal, y ahora los cristalitos hexagonales caían sobre el Cerro
de la Gloria y alrededores. Al fondo, el Tromen estaba más nevado
que las veces anteriores en que lo vi.
A las 14.00 jugaba la Selección
Argentina con la de Grecia. Por momentos se me perdía la sintonía
radial. El 4 a 0 lo terminé escuchando mientras buscaba cristales
bajo la lluvia y con piloto en el "Cerro 1", desplazándome hacia
las 17.00 hacia el lado del Noroeste del Cerro de la Gloria. Ya sin lluvia,
la bravura del viento me impedía no sólo avanzar, sino también
agarrar los cristales del piso. El viento me llevaba la mano, y tenía
que jugarle la pulseada para poder juntar las piedritas. No podía
caminar erguido, sino que tenía que colocar el cuerpo en posición
oblicua de unos 40º para que no me volteara hacia atrás. Por
momentos parecía un paracaidista en caída libre jugando en
el aire; con los brazos hacia atrás, penetraba en la masa aérea,
y poniéndolos en cruz, como alas, variaba de posición. Pero
eso sólo cuando el viento lo permitía, y cuando la topografía
no era muy complicada, porque, en general, tenía que caminar con
las manos también y agarrarme de las rocas, porque con los pies
solos el viento me descolocaba y no podía pisar seguro. Por momentos,
luego de avanzar cinco pasos, el viento me empujaba tres para atrás;
avanzaba tres, y me hacía retroceder cinco. En una ráfaga
que pudo ser un golpe de K.O., fui a parar como cuatro metros para atrás.
A las 20.30, con Luna Llena,
emprendí la búsqueda en el "Cerro 1". Llevaba puesto el piloto
amarillo, por las intermitentes lloviznas y por el frío, y el fuerte
viento me tiró como a dos metros, encima de una planta espinosa.
Pasé un rato sacándome espinas del piloto y del cuerpo, y
seguí la marcha.
Dos horas después,
como a las 22.30 al sur del cerrito, por la leve visibilidad lunar, llevaba
apagada la linterna desde hacía rato, y en un momento dado decidí
encenderla. Al hacerlo, estaba apuntando al piso a un costado de mi pie
derecho, y justo allí, en el preciso lugar en que se prendió
e iluminó, había un cristal grande como ninguno de los que
había encontrado en los tres viajes: medía 27 mm. de largo
y 20 de ancho, muy transparente y con pocas fracturas e impurezas internas.
Tuve la sensación de que la linterna me la hizo prender él.
Busqué otros, pero nada. Esperaba encontrar alguno más grande,
ya que si ese estaba ahí, podría haber más. Al menos
otros como él. O un poco menores. Bueno, lo que sea, aunque fuera
de tres milímetros. Pero no, ni el mínimo cristalito; el
"enorme" cristal estaba solo, en un lugar donde no había razón
para que estuviera, porque el suelo del sector no correspondía a
las características de los suelos con los cristales. Según
en que sitio se buscara, aparecía una formación diferente
en minerales, como ésta, que estaba un poco lejos del "Cerro 1"
e incluso más allá del "Cerro 2", situado al sur de aquél.
¿Qué hacía allí semejante cristal? ¿Alguien
lo tuvo y lo dejó, o lo perdió? Misterio.
Ya después de un hallazgo
tal, y en medio de un viento que azotaba insoportablemente, resolví
retornar a la cueva, en busca de un poco de calma, después de dos
horas y media de tensa lucha contra Eolo. Cené, descansé,
pero las 14 horas de sueño me habían resultado suficientes
para que necesitara dormir poco y pudiera levantarme bien temprano para
partir.
El miércoles 22 me
encontró buscando cristales a las 4.00 de la madrugada. Había
calmado el viento, cuya velocidad, según iría a saber a la
vuelta, había rondado los 150 kilómetros en la hora, y había
arrasado todo lo que pudo hasta el Atlántico, habiendo pasado con
toda su potencia por Buenos Aires. Recién cuando supe que esa había
sido la velocidad, tomé conciencia de que mis paseítos en
la montaña en tales condiciones habían sido pocos menos que
una locura.
Tras una hora de búsqueda,
a las 5.05 di por finalizada la tarea por este viaje. La partida hacia
Barranca de los Loros fue sólo veinte minutos después, luego
del café. Un horario de desayuno que no repito salvo raras excepciones.
En realidad, con la búsqueda de piedras los horarios de comidas
siempre fueron no según horarios, sino según el estómago,
y aun a pesar de él, cuando el entusiasmo o la tarea requiriendo
más tiempo, postergaban la alimentación. En cambio, en medio
de las ciudades, rara vez postergo o adelanto mi "Five o' clock tea", casi
una religión para mí.
A paso firme y sin tanto equipaje
como las otras veces (carpa no llevé porque sabía que pernoctaría
en los túneles, previamente verificados como libres de toda posible
rata) hice los 11 kilómetros hasta la ruta en sólo dos horas.
Hay que tener en cuenta que algunos tramos son en bajada, y que allí
aproveché para acelerar. Eran las 7.30 cuando llegué a Barranca
de los Loros, y media hora después vi que venía un vehículo.
¿Sería la Traffic de "Cono Sur"?. Ya tenía que estar
pasando. Mi apuro por llegar a la ruta en ese tiempo que fue récord,
haberme levantado tan temprano y haberlo hecho ese día, había
sido porque los únicos días y horarios para volver en la
Traffic eran los lunes y los miércoles, con salida 7.30 de Buta
Ranquil, distante a 40 kilómetros, y los viernes, a las 19.00. Pero
no podía permanecer más tiempo, así que me volvería
en este viaje de la Traffic.
Ante la aproximación
del vehículo en la oscuridad de la hora 8.00, encendí la
linterna-baliza, consiguiendo llamar la atención a tal punto que
eso que no era mi transporte, se detuvo. Era una ambulancia. Trasladaba
a un hombre que había sido operado. Me hicieron lugar atrás,
con él. Y así viajé a Chos Malal de la manera más
insólita que hubiera podido imaginar. El olor a formol o algo así
me hacía sentir en clima de hospital. El paciente tenía que
ir sentado en la camilla, porque con los saltos del vehículo por
los pozos e irregularidades del camino, no podía permanecer acostado.
Llegamos a las 9.10, antes que la Traffic.
Ya en la pizzería,
Alberto me invitó a almorzar. Le di cristalitos, y él me
dio una drusa de calcita muy hermosa y curiosa por sus largos cristales
con forma de púas. Me comentó que, un tiempo atrás,
una vidente de la ciudad le había dicho que él tenía
que aprender a utilizar cristales. Creo que fui la primera persona con
la que habló sobre energías de cristales desde entonces.
A los "Herkimer" de la región Alberto los conocía, pero no
tenía idea del lugar donde estaban. Quedamos en que en algún
próximo viaje iríamos juntos. Quizá en setiembre...
El viernes 22 de julio, en
Buenos Aires, di una charla sobre los Diamantes Herkimer en Aldeas Ecológicas
Argentinas, como parte de unas jornadas sobre energías de piedras,
llamada "Semana de los cuarzos" y expuse el pensamiento de Milewski
sobre el tema de los cristales para hemisferio cerebral izquierdo y derecho,
romano y griego. Interesó a tal punto que varios quisieron comprarme
cristales de los que allí llevé.
Llegó setiembre, pasó,
y no volví a viajar. No creía necesario ir a buscar, pues
con todo lo que tenía de lo tres viajes hechos, no se justificaba
seguir engrosando el tesoro con más de estas gemas. Para vender,
para regalar, y para mí, tenía de sobra. Este libro era sólo
una idea y algunas hojas en archivo, sin urgencia. Otras prioridades literarias
lo postergaron por un tiempo. Terminó 1994, viajé bastante
por otros lugares del país y de Brasil, y a Neuquén no volví.
Recién en 1995, mes
de abril, volví a desear un viaje allí. Estaba en San Rafael,
era de noche, y mi destino sería Buenos Aires, quizá vía
Mendoza. Llegué a la terminal, y vi en plataforma un "Andesmar"
que iba para Neuquén. De repente empecé a dibujar en el aire
deseos y recorridos, y saqué pasaje. A Chos Malal tal vez no, pero
podría ir a buscar geodas a Piedra del Águila o alguna otra
parte. Pero fui a parar a San Antonio Oeste, cerca de Las Grutas, en Río
Negro, en busca de fluoritas: un lugar y una piedra que hacía cinco
años tenía en carpeta para cuando se presentara la posibilidad
de bajar hasta allí. Y bien, ya habiendo bajado a Neuquén
y sin saber por qué cuando estaba en San Rafael, la posibilidad
de las fluoritas quedó abierta, y las conseguí.
En las vacaciones de invierno
de 1996, iba a viajar, esta vez en auto, con gente de La Plata, pero se
postergó por problemas con el vehículo. Venía preparando
el libro en estos meses de invierno, así que la definición
en primavera sería inminente, y quizá estaría la realización
de un viaje, solo tal vez, antes de hacerlo en grupo. Cuando me fui, creo
que no quedó cristal a la vista por casi ninguna parte, por todo
lo que junté en las tres veces. El viento, la lluvia, el paso de
animales, el desprendimiento de rocas y de cristales, habrán hecho
aparecer nuevamente resplandores en el desierto.
Llevo en mi cuello una cadenita
con una lunita de plata, que Helcio Oliveira ideó cuando le llevé
a Belo Horizonte cristalitos para engarzar. Esa idea me gustó y
le pedí como cien engarces; son Lunas Crecientes, sonrientes. Y
llevo una que sólo me saco para jugar fútbol, desde que un
pelotazo me desprendió el cristal, que luego un chico encontró
y me dio. Otro lo puse en una gorra, en la frente; gorra que usé
con vestimenta de onda militar (o guerrillera), abriendo el interrogante
de qué clase de soldado lleva un cristal de cuarzo en el sombrero.
Vestimenta aparte, uno sabe qué clase de soldados somos los que
combatimos por un mundo mejor, con la luz del cristal como una de nuestras
"armas".
Tengo en mi habitación
varios de estos cristales a la vista, y tengo deseos de llevar hasta la
fuente de origen a personas que sientan el deseo que a mí en su
momento me despertaron. Pero, por ahora, la única persona de por
aquí que ha podido llegar desde que en 1990 conocí este tipo
de cuarzo, soy yo, a pesar de que a algunos les indiqué cómo
llegar.
Roberto Porras, amigo buscador
de piedras que vive en San Rafael, me contó a principios de este
año, que fue a verlo otro piedrero de la región, mostrándole
algunos de los cristales que, según le dijo, los encontró
cerca del Volcán Tromen en "un cerro blando". Por lo frágil
de las rocas, de blanda caliza, quizá se trataba del Cerro de la
Gloria. Fue el único dato que tuve en todo este tiempo, de algún
otro buscador que no fuera un lugareño como Augusto o gente de Chos
Malal que cada tanto va a buscar. Otro dato de Roberto Porras, fue que
también hay de estos cristales en la provincia de Mendoza en Malargüe,
cerca del límite con Neuquén. Más adelante, me enteraría
por otra fuente de cuál era la zona aproximada de Malargüe
en donde están los cristales, y que sería en Pampa de Palauco.
En 1994, justo durante la
seguidilla de viajes a Neuquén, vi una nota en revista "Noticias",
sobre un geólogo argentino revelando que, hace millones de años,
cuando lo que hoy es Norteamérica y lo que es Sudamérica
formaban un bloque, los Apalaches estaban unidos a la precordillera oriental.
Tras la fractura, en América del Sur emergió la Cordillera
de los Andes. Minerales que se encuentran en los Apalaches, también
los hay en la precordillera oriental. ¿Serán los Herkimer
anteriores a la fractura continental, de modo que una vez formados, una
parte quedó en lo que hoy es Norteamérica, y la otra parte
vino para acá a bordo de las tierras que he visto sin fósiles,
pues no emergieron, sino que ya estaban? ¿O por ser zona volcánica
estos cerros con cristales afloraron más recientemente, y no hay
relación causal con la formación geológica en Herkimer
County?. El libro de Milewski no mencionaba Herkimers formados en geodas
de cristales de cuarzo. Y es en ellas donde encontré bastantes cristales
en estos, y no en dolomita. Así que la formación no parece
comparable, salvo por el mineral cálcico en el que estas geoditas
se forman con los brillantes cristalitos dentro, siendo la dolomita, también
cálcica. También hallé cristalitos adheridos a cristales
de calcitas, lo que en EE.UU. tampoco sucede.
Ante la duda, le llevé
unas muestras al Doctor Mario Teruggi, que era Director del Museo de Ciencias
Naturales de La Plat. Me confirmó que la piedra donde están
las geoditas con los cristales brillantes es una calcita de formación
terciaria. Con respecto a lo de la revista "Noticias" sobre la supuesta
unión de los Montes Apalaches con la precordillera, me dijo que
eso es falso, porque Norteamérica estaba unida a Europa, y no a
Sudamérica; que tenga cuidado con las cosas que dicen algunos...
Esto confirma (invalidando
aquella suposición que formulé sobre un origen común
a ambas zonas con cristales, aquí y allá) que la formación
patagónica y la de Los Apalaches proceden de dos causas distintas,
y por eso las características del ambiente en que están los
Herkimers, no son como las de los cristales de aquí.
Otra similitud en cuanto a
la localización de los Herkimers norteamericanos y los cristales
argentinos, es que ambas formaciones se han producido cerca del paralelo
de 40º de latitud Norte y del 40º de Latitud Sur, respectivamente;
a unos 4.500 Km. del Ecuador los Herkimers, y a unos 4.200 Km. los de Neuquén;
casi insignificante diferencia, y notable coincidencia.
Acontecimientos geológicos
como estos, disímiles en ciertos aspectos, pero logrando un mismo
tipo de cristal, al igual que el "diamante de Carrara", llaman la atención
por ser tan escasos, cuando las cristalizaciones de sílice abundan
tanto en el mundo entero, pero en variedades que no presentan las particularidades
de estos brillantísimos cristales. Quién sabe qué
fuerzas cósmicas actuaron allí donde la energía adoptó
en materia tan magnífica conformación. Quién sabe
qué vibraciones seguirán produciéndose en estos sitios
tan particulares en que esas energías actuaron y se proyectan. Quién
sabe por qué el sitio del Hemisferio Norte es una romería,
y el del Sur, un desierto apenas visitado. Quién sabe si esta tranquilidad
en ese rincón patagónico seguirá reinando, o si cederá
la corona a una hoy potencial explotación turística y minera.
Quién sabe si esos cristales deben quedar allí, o pasar a
manos que les den otro destino. Quién sabe si me corresponde poner
llave, candado y cerrojo al lugar, o si debo abrir puertas para otros.
O nada, y que sea lo que tenga que ser...
Pero en estos tiempos, las
informaciones circulan cada vez mas fluidamente, y es perfectamente imaginable
una sucursal neuquina de alguna de las "Herkimer Corporation". Las empresas
mineras del exterior que están repartiéndose la Argentina,
no son precisamente para imaginar un futuro sin banderas foráneas
y alambrados extendiéndose por todas partes. Quizá algo se
pueda hacer para que los cristalitos de Neuquén no sean objeto de
la depredación. Quizá si se enteran afuera y vienen a plantar
bandera, lleguen tarde. Pero también puede llegar a suceder a que
si alguien viene de afuera y consigue los derechos de explotación,
la desarrolle de tal forma que sea moderada su acción y, quizá,
menos depredadora y más preservadora que estando en manos de argentinos.
Son las posibilidades, duales, enigmáticas, del futuro que uno quisiera
tener bajo cierto control, y para lo cual escribe este libro, para que
la cosa no sea del todo secreta, pero tampoco del todo divulgada. Con una
cantidad reducida de destinatarios de este libro en un primer momento,
la idea es que se vaya avanzando hacia la posibilidad de que el tema llegue
a ciertos niveles que permitan proteger a los cerros con cristales, tras
lo cual, la liberación de este libro en ediciones abiertas a cualquier
tipo de gente, sería sin los actuales riesgos.
Hace 10 meses, a fines de
1995, ya tenía preparado para finalizar este libro, lo que sigue
a continuación.
Salvo contadísimos casos
de geólogos y estudiantes de Geología que se maravillaron
al ver estos cristales tan bellos, otros los miraron como si fueran ejemplares
corrientes de cristal de roca. No es de extrañar que el dato sobre
ellos en el libro de minerales de la Argentina, muchos lo hayan pasado
por alto con la misma desatención. No es de esperarse, entonces,
que algún profesional de la Geología se proponga desarrollar
un estudio profundo sobre estos cristales y publique un libro al respecto.
Siendo el referido libro que
menciona el dato de los cristales en Neuquén, sólo consultado
en el ambiente universitario y minero, e inexistente en librerías,
no es de esperarse tampoco que algún gemoterapeuta o personas dedicadas
a lo esotérico de las piedras pudieran dar con ese libro. Ni que,
en el remoto caso de que sí algunos lo consiguieran, pudieran prestar
atención especial al referido dato y darse cuenta de que los cristales
allí mencionados son del tipo Herkimer, nombre conocido en el ámbito
de las terapias alternativas y el esoterismo, pero tan conocido que digamos,
no es. Y si, a pesar de todo, alguna de estas personas consiguiera llegar
hasta el lugar, ¿sería movido por la vocación de divulgar
la existencia de maravillas como ésta de los cristales? Ya desde
antes de concretar el viaje, yo sabía perfectamente que no. Que
el papel que iría a cumplir no hubiera estado jamás en la
vocación y voluntad de gente como ésa, que rara vez revela
los descubrimientos que pueda efectuar en lugares con piedras. Los secretos
de los buscadores de piedras son celosamente guardados. Y a mí me
tocaba en suerte, o como destino, penetrar el secreto en carácter
de divulgador.
Había alguna vez cumplido
con mi vocación de comunicador, graduándome como Licenciado
en Ciencias de la Comunicación Social, con la finalidad de comunicar
las cosas, no de ocultarlas. Vale decir, que llegaba quizá por primera
vez al lugar de los cristales alguien que no era ni geólogo para
darle algunas pocas líneas en un libro sobre piedras en general,
ni terapeuta o esotérico para manejar la cosa dentro de lo oculto
con que estas cosas se manejan en sus círculos. Llegaba un comunicador,
que terminaría definitivamente con la intrascendencia con que los
científicos trataban la existencia de estos cristales, y con el
silenciamiento que los buscadores con fines comerciales en grado "hormiga",
pero comerciales al fin, les convenía mantener, y que los ocultistas
o místicos no irían a destapar a publicidad.
Buscar los cristales más
poderosos del planeta tenía algo de comparable con esas búsquedas
de objetos mágicos y sagrados como el Arca de la Alianza o el Santo
Grial. Claro que estos cristales no eran objetos como esos antiguamente
usados por personas de trascendencia espiritual; eran un tesoro de la naturaleza
que pocos hombres hubieron de alcanzar, en medio de un evidente secreto
que mantenía en la incógnita dónde se encontraba el
"santuario" de los mágicos cristales.
No habrían de interponerse
en mi búsqueda los nazis de Indiana Jones y yo no necesitaría
ni látigo ni revólver para estar protegido. Esta aventura
no suponía enemigos humanos sino, a lo sumo, adversidades de orden
climático, topográfico, algunas espinas y algún puma
o bichos de la región. Es decir, lo de siempre, nada de nuevo.
Todas las señales me
indicaban que habría de llegar inevitablemente al lugar anhelado:
el libro de Marita, las referencias de Antonio Collado, el presagio con
el libro de los cristales en la Feria del Libro, los Herkimers de Arturo...
Lo imprevisible sería por que camino empezar y si por allí
llegaría o si me desviaría.
Después de cuatro años
y pico de un deseo que al principio parecía inalcanzable, ver el
brillo del primer cristal fue como hacer cumbre en el Everest para un montañista,
pisar la Luna para un astronauta o hallar una reliquia para un arqueólogo.
Entre mis dedos estaba ya brillando la primera de las joyas de mi tesoro
soñado, al descubierto. Otras piezas estarían por allí
cerca y, con entusiasmo, comencé a encontrarlas. No parecía
ser real que entre las remotas arenas y espinas de un desierto frío,
brillaran sólo para mí en ese momento, como ignorados por
el mundo, los más bellos y poderosos cristales del planeta. No podía
ser cierto que un muchacho sin fama ni riqueza monetaria pudiera estar
con los pies sobre el lugar donde grandes empresarios colocarían
alambrados, mineros, guardianes, herramientas y vehículos, para
desarrollar la explotación de ese tipo de cristal único en
el hemisferio sur, y competir con los Herkimers neoyorquinos. No podía
ser yo quien estuviera ahí, pudiendo estar Ken Silvy. Debía
ser un sueño. Y lo era: mi sueño de cuatro años, que
ya no volaba por los aires del deseo, sino que caminaba por los suelos
-arenosos- de la realización. Sueño que no había terminado
de soñar cuando el primer cristal me despertó; no estaba
despierto aún a la realidad del hallazgo, porque el primer reflejo
apareció kilómetros antes del cerro donde iba a buscar los
cristales. Había llegado, así, antes de lo previsto, sin
preparación mental para el encuentro con los cristales. Por eso,
ya con ellos en mis manos, no salía de mi sorpresa.
Alguna Razón Superior
determinó que allí, que sólo allí además
de en Carrara y en NY, se formara ese tipo tan especial de cuarzo. Mi razón
inferior, determinó buscar ese sitio. Y alguna Razón Trascendente
a mí, permitió mi llegada. Porque al desviarme, al equivocarme
de "Cerro Negro", no necesariamente debía aparecer alguien que me
orientara. Menos todavía un alemán -eso no coincide con las
historias de Spielberg y su Dr. Jones- y ahí estaba Gessler para
que corrigiera mi rumbo. Sin su aparición, ¿qué habría
sido de mi marcha que me llevaba cada vez más lejos del lugar buscado?
¿Cuántos días habría permanecido buscando infructuosamente?
¿Que posibilidades existían de dar con alguna otra persona
bien informada sobre el lugar de los cristales, y dispuesta a revelarlo?
Tal vez sólo tuve suerte, fue azar la aparición de Gessler.
Tal vez esa suerte fue manipulada por "Fuerzas Superiores". Tal vez simple
telepatía (un sujeto emisor de necesidad de información,
y un sujeto con esa información, recibiendo la onda mental del otro
y apareciendo en su camino para darle lo requerido). Tal vez yo habría
insistido hasta el final si él no aparecía, y preguntando
habría llegado de todos modos. Esto significaría que el desconocido
lugar no podía evitar que en algún momento lo encontrara.
No sería entonces de interés para las "Fuerzas Superiores"
que lo cuidan, desviarme de curso, sino tenerme como aliado. ¿Y
qué sería ser aliado? ser "socio del silencio". Ser de la
"sociedad secreta" de los que silenciaban la localización de ese
santuario natural. Y, sin embargo, yo no llegaba para adherirme a ese hermetismo,
sino para divulgar lo que descubriera. Aun así, el camino era abierto
a mi paso. ¿Por qué sería? Debía descubrir
eso.
Cuando percibí que
un gran secreto era la causa de que los cristalitos y el lugar fueran desconocidos
casi por todo el mundo, no tuve necesidad de indagar de manera intuitiva
cuál era el por qué de tal secreto. Era evidente que ese
rincón del planeta contaba con tal tipo de cuarzo por alguna razón,
que algo sucedía allí y que ese algo debía continuar
sucediendo. Y era evidente que ese algo dejaría de suceder si mi
pretendida difusión de mi hallazgo fuera a convertir en zona turística
a tan sagrado lugar. Casi no tuve que efectuar tal razonamiento, fue cosa
de sentido común darme cuenta.
No recuerdo bien en qué
momento decidí guardar silencio sobre como llegar hasta allí.
Pero hubo un hecho que fue determinante de una actitud reflexiva que condujo
a mi hermetismo: aquel golpe en la cabeza. Y, finalmente, tuve más
deseos de conservar el secreto que de compartirlo mediante un libro. Iría
a comentarlo a algunas personas de cierta confianza y hasta oficiar de
guía o acompañante si llegaba el caso. Pero dentro de la
máxima seguridad de no provocar fuga de información.
Sin embargo, nada garantizaba
que en algún momento alguien, conocido o desconocido por mí,
se propusiera la explotación minera y turística de la riqueza
allí oculta. La única posibilidad de evitarlo, sería
declarando "Zona Protegida" al lugar, mediante acciones legales, gubernamentales
y privadas que condujeran a una estricta vigilancia y control de visitantes.
Quizá la prohibición daría lugar a una mayor tentación
de incursionar y obtener cristales clandestinamente, que la propia difusión
turística si la cuestión fuera explotar el sitio hasta agotar
el material. Inclusive, cuesta imaginar a gendarmes, guardaparques o personal
de seguridad viendo brillar cristalitos a su paso y no recolectándolos.
También cuesta imaginar que al menos parte de lo que encontraran,
pudiera quedar guardado para exhibirlo al público o destinarla a
museos.
Cuesta imaginar también
que en ese lugar desértico se instale personal de vigilancia si
no hay seguridad de que la gente vaya a buscar cristales. Por lo tanto,
la implementación de los controles tendría que ser precedida
de un mínimo de concurrencia asegurada.
Lo que parece más viable
y más factible, es que en el lugar pueda ser instalada una pequeña
comunidad con población permanente y rotativa. Que esté integrada
por geólogos, estudiantes de geología, gemoterapeutas, coleccionistas
de minerales, guías de montañas, gendarmes, guías
de turismo, mapuches, y toda persona que contribuya a un positivo intercambio
humano y con el medio natural. De los cristales que esta gente pudiera
encontrar, se fijaría en cuántas partes dividir y adónde
destinar lo que se encuentre. Parece razonable que alguien levante lo que
sus ojos ven brillar: hubo veces en que una luz reflejada del sol o de
la luna parecía llamarme, como si se tratara de una señal,
un "aquí estoy", como si el cristal quisiera venir conmigo. ¿Con
destino a dónde? No se sabía, nunca se sabe adónde
puede ir a parar un cristal a cumplir su misión iluminadora en el
mundo. Pero lo que sabía era que una vez visto por mis ojos, no
era posible que no quedase entre mis manos.
Es de comprenderse que esto
le suceda a cualquiera qué forme parte del supuesto personal de
la referida comunidad. Entonces habrá que determinar qué
se hará con lo que se encuentre. Determinar cuanto y qué
podrá conservar el que encuentre algo lo que será reintegrado
a la tierra, lo que en rituales mapuches podrá ser utilizado con
fines espirituales, lo que integrará la colección a exponerse
en el lugar, lo que podrá ser enviado a coleccionistas, museos,
terapeutas, etc. Lo importante es que se parta de la base de que habrá
de ser reunida una buena cantidad de cristales que definitivamente quedarán
en el lugar, antes de que el lugar pueda quedarse sin cristales que le
aseguren, al menos parcialmente, la existencia visible de estas gemas.
El subsuelo de los cerros seguirá albergando muchos más,
pero debe evitarse que, para satisfacer la curiosidad de los visitantes,
se deba recurrir a movimientos de tierra o rocas: es deseable que algo
quede en superficie. La erosión eólica, el paso de animales,
las lluvias, cada tanto van dejando expuestos nuevos cristales.
Es preferible esperar tales
movimientos en el terreno, a emplear herramientas. Pero de realizarse algunas
excavaciones, habrá de controlarse que sean mínimas, para
garantizar la perdurabilidad del mineral y de lo natural de la topografía.
Se controlaría el desplazamiento de los turistas por determinadas
áreas a las que se consideren restringidas, y dónde sólo
con un guía ser lugar y en número razonable, puedan efectuar
una recorrida. Habrá sectores para acampar.
Se evitará la venta
de cristales en carácter de recuerdos, para no dar lugar a un negocio
que pueda desembocar en una demanda tal, que condujera a la imposición
de intereses económicos sobre el proteccionismo que impulsa el proyecto,
haciendo peligrar las reservas de cristales. El grupo científico-
espiritual-gubernamental encargado de velar por la preservación
de esta riqueza mineral, deberá llevar a cabo un transparente y
compartido control de cuanto material sea encontrado e incorporado al "tesoro"
con registro fílmico y fotográfico de los ejemplares.
Para evitar que este material
recogido vaya a parar a vitrinas donde permanecería aislado del
ambiente natural, existe una manera de colocarlo en lugar protegido de
quienes visiten el lugar, donde puedan verlo, pero sin que pueda ser sustraído,
y que ese lugar sea lo más natural posible. En un lugar abierto,
amplio donde puedan tener lugar ceremonias mapuches y otras en la que los
cristales tengan importancia, se pueden colocar esparcidos por el suelo,
protegidos del viento que los arrastraría y de cualquier otra gente,
por medio de una cobertura piramidal de blindex. Ese "altar", pasaría
a reunir y potenciar energía antes dispersa de los cristales allí
colocados. Salvo por el hecho de haber recorrido decenas o cientos de metros
desde el lugar donde cada uno estaba, desde la perspectiva del planeta,
seguirán estado en el mismo lugar. Las ceremonias permitirán
la activación de los cristales, otorgando a lo que parecía
un "despojo a la tierra", un tributo que valorizará esta labor de
búsqueda y resguardo de cristales.
Para fomentar la integración
del turista a esta corriente de energía convergente en el "altar
de los cristales", se invitará a que coloquen allí lo que
deseen de cuanto fueran a encontrar. Es difícil que alguien capaz
de hacer semejante viaje no tenga un mínimo de inquietudes espirituales,
y que, teniéndolas, no sea lo mínimamente considerado para
dejarle al lugar algún cristal de los que el lugar ofrece sin nada
pedirle, aún cuando pueda serle necesario. Tampoco deberá
existir una prohibición absoluta de llevarse los cristales, lo cual
no podría ser controlado. Se partirá del supuesto de que
todo visitante hallará y podrá llevar lo que desee, pero
dentro de cierta moderación, que estará dada por aquello
que lo mueva hacia el lugar, y que no pasa por el interés material.
Porque estos cristales representan algo especial para quienes hacen algo
con piedras desde el punto de vista espiritual. La amenaza serían
los comerciantes de piedras que sólo pretenden la parte lucrativa
del tema. En Herkimer, son una plaga. En Neuquén, quizá permitir
que los místicos, esotéricos, terapeutas y coleccionistas
que lleguen, se los lleven gratis, impida o dificulte la posibilidad de
un mercado de los cristales patagónicos impulsado por buscadores
con fines de lucro. De ahí la parte positiva de no impedir que los
visitantes puedan llevar lo que encuentren.
Los que sabemos que el dinero
perderá su valor cuando la humanidad entre en una gran crisis, podemos
suponer que, en un tiempo, habrá que preocuparse de todas estas
especulaciones en cuanto al peligro del comercio que agotaría la
reserva de estos cristales. Por eso uno se pregunta si no sería
lo mejor seguir manteniendo el secreto de este lugar oculto, hasta que
la humanidad cambie y ya no haya peligro de exponerlo a la devastación.
Sin embargo, no creo haber
participado del secreto para poseerlo celosamente, sin compartirlo. Es
que esa humanidad que va a cambiar, necesita de cristales y gente que los
utilice. De los que traje del lugar, muchos servirán a tal fin.
Iluminarán vidas, caminos. ¿Habría sido mejor no traerlos?
No lo creo. Confío en que por algo llegaron a mis manos. Por algo
recibí el llamado de sus reflejos. Por algo los busqué y
los encontré, cuando muchas dificultades me podrían haber
apartado del sitio correcto si alguna fuerza me desviaba por creerme inconveniente.
Entonces sé que estos cristales tienen que llegar a ciertas personas.
Y así como los traje para eso, sé que ciertas personas tendrán
que llegar a estos cristales, al lugar de los cristales. Y eso me otorga
seguridad de estar escribiendo lo correcto, publicando lo correcto.
Habrá que lamentar
incursiones depredadoras al "santuario", habrá de ir a parar al
comercio parte de lo que la tierra ofrece, y yo mismo lo hice, tanto como
regalé y como guardo algunos de los cristales. Todo en mi equilibrio,
como se dará también en su equilibrio si todo saliera tal
como yo lo proyecté con la idea del Área Protegida abierta
al turismo. Habrá equilibrio de hallazgos y entregas al "altar"
con no entregas; equilibrio de latas desparramadas con latas juntadas después;
equilibrio de sectores no excavables con sectores de excavación
no excesivos.
Hoy en día, alguno
que otro lugareño recorre los cerros juntando cristales que regalan
o venden baratos. A la ciudad de Neuquén llegaron; un paquete de
dos puñados en U$S 30, lo que podría valer un pequeñísima
cantidad que cabría en una tapa de gaseosa o de cerveza. Quien haya
encontrado todo eso, debió pasar varios días buscando y en
lugar de fácil hallazgo, en donde el promedio diario no llega a
dos frasquitos para rollo de cámara fotográfica. No sé
cada cuánto esa persona va a buscar y cuántas otras lo harán.
Las veces que estuve no vi una sola persona en actitud de búsqueda;
sólo una, pero de paseo aparentemente, vecino al lugar y que cada
tanto va a buscar, pero no tanto. Algunos cristales que encontré
estaban en lugares tan visibles, que parecía imposible que alguien
hubiera pasado por allí. Era como si todavía quedaran sectores
vírgenes. Pero después de mis búsquedas sistemáticas,
metro a metro, poco quedó sin revisar. Y sólo en unos días.
¿Será que llegué justo que se está ante la
eventualidad de una demanda que active la búsqueda, y que de mí
puede depender lo que suceda? Puede que con este libro, sea yo mismo el
que genere la demanda y los mayores movimientos de buscadores hacia el
lugar. Por eso sé que este libro debe aparecer después de
que estén tomadas las debidas precauciones. Más aún,
intuyo que este libro hará posible que tales precauciones se tomen
y evitará que algún empresario busque la veta de lo que es
una potencial área minera "Herkimer II". No me extrañaría
una inversión neoyorquina para explotación exclusiva y exportación
al fuerte mercado de estos cristales en Estados Unidos, si se enteran allá
de que esto existe. Más aun teniendo en cuenta que, donde trabajan
ellos, no hay material en superficie, deben excavar metros, y acá
se los ve resplandecer por todas partes. Dudo que nunca se vayan a poner
alambrados, perros y guardias armados si eso ocurriera.
Si por mí fuera, compraría
o arrendaría esos cerros y desarrollaría mi proyecto proteccionista
en forma autónoma. Como la gente que compró el cerro Uritorco
en Capilla del Monte. Pero ser millonario no es mi caso, así que
tendré que conformarme con llevar este asunto a niveles estatales.
Quizá con la contribución -no monetaria, si no física-
de varias personas, el proyecto comunitario para preservación del
lugar sea realizable. Antes de su publicación abierta, este libro
llegará a determinadas personas. Cada una está invitada a
conocer el santuario de los cristales y a conseguirlos para que sean bien
utilizados. Allí sintonizará con el espíritu del lugar,
y escuchará su voz que le hará sentir lo que significa este
secreto, no ya visto desde unas páginas, sino desde dentro. Será
entonces cuando sentirá la invitación del lugar, y que yo
solo retransmito: convertirse en guardián de los cristales y de
esa tierra.
Quizá después
de eso algunos deseen volver algún día, y otros deseen volver
lo antes posible y permanecer cuanto más tiempo y cuantas más
veces sea posible. Quizá, entre todos, podamos armar un grupo base
para proteger el área. Las adhesiones vendrán después
con seguridad. Los que deseen integrarse a esta propuesta y conocerse entre
sí, podrán comunicarse conmigo a través de los datos
que les dejo al final del libro. Por ahora, les hablé. Quien llegue
hasta el lugar y lo descubra, tal vez volverá sin revelarlo a nadie,
o tal vez estando de acuerdo con la idea de que otros tengan oportunidad
de vivir esa magnífica experiencia también y que, para eso,
hay que proteger la zona. Si alguien llegara y sólo desarrollara
ideas comerciales y depredadoras, no tendría condiciones internas
de sintonizar con tal secreto; yo no podría confiarle esto a una
persona inadecuada a las circunstancias. Por eso estos primeros ejemplares
sólo irán a las manos adecuadas. Confío en su sensibilidad
y amplitud de conciencia.
Cuando pase el tiempo y este
libro sea vendido en librerías, será por que el objetivo
de cuidar el lugar estará en marcha y ya no habrá riesgo
a partir de la difusión que éstas mis páginas provoquen.
Para entonces, seguramente llevará un agregado que reseñará
los objetivos alcanzados. Esa parte pendiente, que llevará fecha
como ésta, la definirán los que sean parte de esta historia.
La Plata, 19 de diciembre de
1995.
Recién a inicios de
1999 regresé al mágico lugar. En momentos en que estaba trabajando
en mi página web "Cristales y lugares mágicos". En la cual
publicaría esta historia antes que por vía editorial. Para
que la cosa se vaya moviendo un poco, ya que en estos años el proyecto
quedó en suspenso.
Mi recorrida duró un
par de días, durante los cuales pude hallar una razonable cantidad
de cristales, pero menor a la de los anteriores viajes. Cuatro años
y medio de erosión permitieron que algo saliera a la luz, si bien
alguno que otro buscador cada tanto, habrán levantado parte del
material visible. Una nueva pasada con posibilidades de encontrar una cantidad
similar, requeriría meses o años de vientos, lluvias, desprendimientos
de rocas, pasos de cabras y alguna otra cosa que deje a la vista cristales.
Patra no tener que zarandear, excavar o triturar rocas para liberar cristales
contenidos.
Reinaba la misma tranquilidad
de casi un lustro atrás. Una nueva laguna donde antes había
un arenal, la casa tal cual, supongo que con sus ratas, y la ruta 40 asfaltada,
pero no por eso mucho más transitada. Con las Traffic pasando por
la Barranca de los loros, donde esta vez sí vi algunos de ellos.
Con el proyecto del Area Protegida
aquí publicado, el tiempo que pareció detenerse en este lugar
ignorado, quizá parezca empezar a moverse de otra forma. Mientras
tanto, reinará tal vez la tranquilidad por más años,
o hasta el fin del planeta, si la idea no tomara cuerpo y los suelos guardaran
los cristales y el secreto. El tiempo dirá...
La Plata, 1999, Octubre 7
Recorrer México puede
brindar al gemoterapeuta o al coleccionista, una visión clara de
por qué tanta fama se le ha hecho a los cristales de Nueva York
y tan poca a los de otras partes, como de la Argentina. Porque los cristales
tipo Herkimer que he visto en la zona central de la República Mexicana,
procedentes de lugares como el sudeste de San Luis Potosí, nada
tienen que envidiarle a los del noreste estadounidense, y abundan en tal
cantidad, que uno se da cuenta de que el mercado mexicano de estos cuarzos
es potencialmente superior al neoyorquino. ¿Lo saben en el condado
de Herkimer, lo ignoran, o tanto les preocupa que se empeñan en
afirmar que el de ellos es el "único lugar de la Tierra en que se
extraen comercialmente", como dijo Milewski en el libro "Los cristales",
quizá no de mala fe, sino tal vez víctima de un engaño
que otros puedan estar propagando desde hace tiempo al respecto de esta
inexistente exclusividad.
En México los tienen
desde tiendas de minerales y de artículos regionales para el turismo,
hasta artesanos de puestos callejeros con sus paños en el piso.
Por cierto, muy baratos. Los hay puros hasta de varios centímetros,
y con impurezas, incluso con agua aprisionada, bastante grandes.
Quizá, después
de todo, se sepa de casos en otros lugares del mundo, ya que con el mito
de los Herkimer neoyorquinos como "únicos", puede haber información
tapada como la de estos cristales en México o los de la Patagonia.
Lo curioso de Brasil, es que con la cantidad de cristales de cuarzo que
tiene, los del tipo Herkimer no se hayan formado en ninguno de los muchos
lugares que he recorrido, a la vez que no tengo conocimiento de que en
el mercado de piedras brasileño existan tampoco procedentes de otros
lugares de Brasil que no conozco. Por lo tanto, no necesariamente van a
ser hallados donde tanto abunden cuarzos en tal variedad como la hay en
ese país.
La cuestión es que
hay más posibilidades de conseguir estos cristales, de las pocas
que la literatura estadounidense está presentando al no abrir opciones
como la del vecino México, desde donde los norteamericanos se proveen
(por ejemplo, en eventos tales como la feria de Tucson, Arizona) quizá
más que de sus propios yacimientos en el condado de Herkimer. Luego,
vendidos a los turistas, esotéricos o coleccionistas, los Herkimer
mexicanos, ya negociados en los EE.UU., bien pueden pasar por autóctonos...
Y quién sabe cuántos de estos cristales que andan por el
mundo como procedentes del famoso lugar que los libros y la fama señalan
como "único", en realidad sean de México. País donde
se ignora tanto sobre lo tan especial, energéticamente hablando,
de estos cristales, que habría que considerar la posibilidad de
establecer también en sus áreas de extracción de esta
gema, protecciones que las transformen en "santuarios", sitios claves de
asentamiento comunitario de grupos multidisciplinarios y desarrollo turístico,
como se propone con la idea del lugar en la Patagonia.
Aguascalientes, 2002, marzo
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