Nicholas O'Halloran

Volver al índice de relatos
subglobal1 link | subglobal1 link | subglobal1 link | subglobal1 link | subglobal1 link | subglobal1 link | subglobal1 link
subglobal2 link | subglobal2 link | subglobal2 link | subglobal2 link | subglobal2 link | subglobal2 link | subglobal2 link
subglobal3 link | subglobal3 link | subglobal3 link | subglobal3 link | subglobal3 link | subglobal3 link | subglobal3 link
subglobal4 link | subglobal4 link | subglobal4 link | subglobal4 link | subglobal4 link | subglobal4 link | subglobal4 link
subglobal5 link | subglobal5 link | subglobal5 link | subglobal5 link | subglobal5 link | subglobal5 link | subglobal5 link
subglobal6 link | subglobal6 link | subglobal6 link | subglobal6 link | subglobal6 link | subglobal6 link | subglobal6 link
subglobal7 link | subglobal7 link | subglobal7 link | subglobal7 link | subglobal7 link | subglobal7 link | subglobal7 link
subglobal8 link | subglobal8 link | subglobal8 link | subglobal8 link | subglobal8 link | subglobal8 link | subglobal8 link

Tetravirgorum

Liber D: De liberatione.

 

La muchacha morena tiene ya un vaso en las manos. Siente como se clavan en ella los ojos de Carla y Marta, expectantes. Ambas dos rompieron sus vasos, ambas dos contaron sus historias. Ahora le toca a ella y sabe que lo que va a suceder, sabe que sus compañeras la van a mirar de un modo distinto a partir de esa noche.

Dirige el vaso hacia el frente, y duda por un segundo. No cuesta nada no romperlo. No cuesta nada romperlo y no decir nada más. En el acuerdo del grupo, no hay obligación de contar la experiencia si no se quiere. Pero las otras dos lo han hecho, Carla y Marta se han atrevido a contar sus intimidades, y ella... Es sólo un segundo de duda.

Besa el vaso, lo rompe, y lo deja delante de sí.

- Mmm... Parece que este año ha sido el del triunfo.
- Te toca, Luna. ¿Qué harás? - pregunta Marta mientras la mira fijamente.

Luna, nuestra amiga morena, la más guapa de todas, como ya dijimos antes. Es su momento, y no tiene más remedio que hablar... o callar.

Decide lo primero, y cuenta su historia.

"Fue a principios de marzo. Llevaba medio año, desde que nos vimos por última vez, con unas ganas de sexo que no me veía..."

- Para varíar...
- Qué original eres, Luna...

"Vale. Quizá tampoco eso era una novedad. Pero realmente iba muy caliente, practicamente las veinticuatro horas del día. Me masturbaba casi diariamente, al volver del trabajo. Lo había intentado con un amigo, pero me corté. El buscar sin más el sexo me daba reparo..."

- La monjita...
- Calla, Carla, déjala seguir...

"Teníamos una cena de empresa, porque en marzo es el cumpleaños del jefe. Y algo me decía que iba a pasar esa noche, que alguno de aquellos compañeros iba a ser el que me abriese definitivamente.

En el restaurante, uno de esos de tapas y jarras de sangría -como os imaginareis, la imprenta tampoco es un curro como para ir de restaurantes de mucho lujo- intenté elegir mentalmente quién prefería que fuese mi amante esa noche. Esa misma noche. Os juro que lo necesitaba. Me quemaba por dentro de ganas. y, de hecho, creo que se me veía en la mirada, porque cuando me iba a servir la enésima copa de sangría...

- Lleva cuidado, Luna... Que tal y como vas, eso te puede hacer más mal que bien.

Quien eso me decía era una compañera nueva, había entrado prácticamente ese día, o el anterior. El jefe la invitó con la secreta intención de tirársela, porque era muy guapa y... bueno, estaba muy bien hecha. Eso lo pensábamos el resto, porque lo normal hubiera sido que, llevando tan poco tiempo en la empresa, como mucho le invitase a un café, o le diese la tarde libre para que no supiese que el resto nos íbamos de cena. Llevamos, algunos de nosotros, años trabajando juntos. Pero bueno, la cuestión es que allí estaba la nueva, en plan amiga, una tía que no conocía de nada, dándome consejos que, realmente, no quería seguir. Se me sentó al lado porque somos las únicas mujeres en plantilla, pero a parte de eso, no habíamos tenido nada en común, asi que, ¿qué sabría ella de lo que me pasaba por la cabeza?

- La sangría no le hace mal a nadie.
- A una persona sana no, pero sí a alguien que anda un poco... pachucho...
- ¿Cómo que pachucho? Oye, que yo no estoy enferma.
- Deberías ver tus ojos.

Pensé por un momento que quizá tuviese razón. A fin de cuentas, los ojos no nos los podemos ver así, sin más, y ella sí me los veía. Igual tenía las pupilas muy dilatadas, el iris extraño... Me entró un momento paranoico, y me fui al lavabo a mirarme en el espejo.

Nada. A mis ojos no les pasaba absolutamente nada.

- Oye, ¿qué les pasa a mis ojos? - le dije cuando me volví a sentar. - Me los he mirado en el espejo y me parece que están bien.
- ¿Están bien? Yo diría que están muy bien. ¿Quieres saber qué pasa con tus ojos, aparte de que son preciosos? Pues que se te nota a la legua que estás en celo.
- ¿QUÉ?

Y lo soltó así, tan tranquila. Que estaba en celo, ¿os lo podeis creer?"

- Yo me paso en celo todo el día, claro que me lo creo.
- Que no, Carla... Obviamente estaba en celo... ¡quería que me follaran! ¡Claro que estaba en celo! Lo increíble es que aquella me lo dijera.
- ¿Por qué? ¿No erais compañeras?
- Vamos a ver, Marta... Os acabo de decir que no teníamos nada en común. Sí, éramos las únicas tías de la empresa pero... Joder... ¡Ni siquiera trabajábamos juntas! Ella atendía en un mostrador y yo me encargo de atender el teléfono y preparar las facturas... Ni nos veíamos... ¡Y llevaba dos días!
- Bueno... entonces, no podemos creérnoslo, ¿vale? Pero chica, no te pongas así...

"La cuestión es que lo soltó. Además, con la mayor naturalidad del mundo, como sin darle importancia a la cosa. Y claro, yo, pues sin saber muy bien que decirle. Pero no me hizo falta decirle nada.

- Mira, tampoco te preocupes mucho. Ninguno de estos se ha enterado, ni se va a enterar. Es una de esas cosas que sólo detectamos las mujeres - me dijo en plan conciliador. - Y dime, ¿quién es?
- ¿Quién es quién?
- ¡El elegido, naturalmente! Porque está claro que tú esta noche vas a tirarte a alguno... ¿o me equivoco?
- Eso es asunto mío, ¿no crees?

Hizo un gesto de dolor. Creo que se sintió ofendida.

- Vale.

Y calló.

Seguía transcurriendo la cena y, la verdad, yo estaba bastante incómoda porque me daba la impresión de haber sido un poco injusta con aquella chica. En principio, su comentario podría interpretarse como un intento de hacernos amigas, de conocer a alguien... Porque claro, ella en la empresa apenas conocía al jefe y al que le llevaba los pedidos del almacén. Y el del almacén estaba en la otra punta, pillándose una borrachera de órdago, y el jefe lo tenía al lado... sin dejar de mirarle el escote. Aquello del jefe baboso y la joven empleada me dio un poco de asco. ¿Por qué será que los tíos en cuanto tienen un poco de poder se piensan que son deseables? Porque el jefe es el típico gordo sudoroso y calvete, y se me hacía muy difícil imaginármelo haciendo nada con la nueva que no fuese pagarle la nómina: la chica estaba demasiado bien hecha como para un tipejo lamentable como aquél.

Así que decidí salvarla del acoso del baboso.

- Oye, perdona lo de antes. Ya ves, a veces reacciono así...
- Nadie es perfecto.
- Ya... Sólo que en ocasiones deberíamos saber contenernos.
- Depende de en qué ocasiones, ¿no?
- ¿Cómo?
- Claro. Si en vez de haberme sentado yo a tu lado se hubiese sentado Quique -Quique es uno de los mozos de máquinas, posiblemente el más atractivo de todos, sobretodo cuando trabaja con su camiseta de tirantes, marcando musculatura- te aseguro que no te estarías conteniendo tanto.
- Si fuera Quique, igual ya estaba yo conteniéndole a él...
- ¡Qué bestia eres, Luna!

No me sentó mal que me llamara bestia. No la había escandalizado y, de hecho, si le dije eso de contener a Quique fue porque, mientras me hablaba, me miraba con unos ojos que transmitían confianza. El tono de voz, también ayudaba a dejarte llevar. En una palabra, una de esas personas encantadoras, con las que es difícil llevarte mal. De hecho, yo había comenzado a hablarle para pedirle disculpas y en menos de un minuto estábamos las dos riéndonos como si fuéramos compañeras de toda la vida.

- ¡Ahí está el sindicato de la braga, manifestándose!

Jorge, otro de los mozos de máquinas, iba ya bastante doblado cuando soltó aquello. nos quedamos las dos mudas, y nos miramos. No sabíamos que estábamos montando tanto escándalo con las risas. Pero fue mirarnos, mudas y sin saber que decir, y volver a darnos la carcajada. Habíamos alcanzado ese grado de complicidad, ¿sabéis? Era algo especial y bastante gracioso.

En los postres, me preguntó de nuevo quién era mi objetivo.

- La verdad es que no lo sé.
- ¿No lo sabes? Luna, de verdad... un poco lanzada sí que eres, ¿no?
- No te creas... Lo que pasa es que este año tengo que...

¡Casi se lo digo! Casi le suelto que tenía que desvirgarme... ¡casi le digo que era virgen! Veinte años y sin haber follado, y casi lo reconozco así como así, a una desconocida. Cuando me quise dar cuenta, me callé de golpe. Busqué a toda prisa la palabra correcta, la forma de salir de allí... ¿Tengo que casarme? ¿Tengo que pillar novio? Tenía que dar sentido a la metedura de pata de alguna forma.

- ¿... desvirgarte?

Me lo dijo en voz tan baja, para que no se enterase nadie, que apenas me dio la impresión de que movía la boca. Me lo dijo acercándose a mí, mirándome fijamente. Y no lo dijo ni con pena ni con guasa, lo dijo con tranquilidad, con la tranquilidad que me volvían a dar sus ojos. Sabía que no podría ya decirle que no, porque debió leer en mi cara que eso era justamente lo que iba a decir.

- Sí.

Creo que me sonrojé. Ella tenía un par de años más, y obviamente la suponía más experta en esas cosas. Y me daba vergüenza reconocerme virgen y... No sé... Empecé a darle vueltas a la cabeza, de mala manera. Aquella situación me superaba.

- Oye, y para eso, ¿vas a coger a uno de estos?

Hablaba con serenidad, y yo con un nerviosismo más que aparente. No le daba importancia ni al tema ni al hecho. Con total normalidad, me estaba hablando de perder mi virginidad. De eso sólo había hablado con vosotras en toda mi vida.

- Bueno... ¿Por qué no? Los hay majos...
- Eso sí... Hay buenos cuerpos aquí, ¿eh?

De nuevo la complicidad, el compañerismo... El "sindicato de la braga" del que hablaba Jorge.

- Sí que los hay, sin duda - continuó. - ¿Y a cuál amas?
- ¿Cómo?
- Sí, ¿a cuál amas?
- Creo que a ninguno.
- Y, ¿cuál te ama a ti?
- Espero que ninguno. Sería muy violento que se me declarara alguno esta noche, con el pedal que están cogiendo.
- ¿Entonces?
- Entonces, ¿qué?
- ¿Tu primera vez vas a joder, en vez de hacer el amor?

Y de nuevo otra mirada...".

- ¡Otra monjita! - salta Carla. - A ver, ¿qué tiene de malo joder? La primera es la primera, lo importante es que te la claven bien dentro y que no te duela demasiado...
- ¿Diste con una compañera mojigata, Luna?
- ¡Seguro que le dijo que tenía que llegar virgen al matrimonio!
- ¿Me vais a dejar continuar?
- Bueno, vale, tira... Porque has roto el vaso, que si no, estaría segura de que has decidido mantenerte virgen hasta el altar...

"Me planteó la diferencia y, la verdad, es que hasta ese momento yo no había pensado en ello. Obviamente, le dije, preferiría que me desvirgase alguien que me quisiera, pero en ese momento no había nadie así en ningún sitio del planeta, así que no había mucho donde elegir".

- ¡Y entonces te dijo que esperaras!
- Calla, Carla, déjala hablar.

"Pues no, listilla. Entonces me dijo que pensaba que era una pena que un tipo borracho se llevase algo tan bonito como mi primera vez. Pero también me dijo que... bueno, que era mi elección y que allá yo con lo que hiciese.

- Aunque yo que tú, elegiría bien.
- Creo que va a ser Quique.
- Seguro que si se lo pides, te dice que sí.
- Creo que cualquiera diría que sí si se lo pidiera.
- Te aseguro que tienes toda la razón.

Estábamos cuchicheando, y los hombres de la empresa, en creciente estado de embriaguez, se dieron cuenta de ello, manteniéndose en silencio a la caza y captura de algún comentario nuestro, a ver qué estábamos diciendo. Hacíamos un grupo muy curioso, donde había gordos y canijos, fuertes y altos, y dos chicas que... bueno, ella estaba muy bien, y yo tampoco soy un adefesio, así que creo que en el fondo todos estaban un poco por la labor de..."

- ¡Follaros! Venga, Lunita... Dí que sí, y que acabasteis montando una orgía...

"Pues posiblemente sí, Carla. Era cierto lo que me dijo que las mujeres vemos cosas que ellos no ven, porque podía ver en los ojos de los compañeros el deseo. Ella me dijo al oído:

- Oye, quiero darte algunos consejos, si los quieres aceptar. ¿Me acompañas al baño y hablamos más tranquilas?
- ¡El sindicato de la braga se va a mear! - gritó Jorge como si le fuera la vida en ello. Acabamos de oír las carcajadas del resto del grupo cuando ya estábamos en el servicio del local.

- Bueno, dame esos consejos.
- El primero... - comenzó a decirme acercándose - ...es que sólo te acuestes con alguien que te toque con cariño.
- ¿Con cariño?
- Sí. Así...

Y posó sus manos en mis caderas. Y digo posó porque fueron dos gorriones posándose en la rama de un árbol, de suaves, de ligeras. No había presión, apenas había contacto, pero estaban allí y podía sentirlas. Me dijo: "¿ves?". Y las movió imperceptiblemente y sentí como me movía. No había presión, apenas contacto, y me estaba girando. "Parece telepatía", pensé. "¿A que parece telepatía?", me dijo. "Es como si estuviera pensando en girarte y tú leyeras mi pensamiento y te giraras. Es eso el cariño, casi la telepatía. Puedes llamarlo también sintonía, si lo prefieres. Yo no te dirijo, somos las dos moviéndonos al mismo tiempo, sin que haya ninguna orden, ninguna fuerza...". Y tenía razón.

- El segundo... es que sólo te acuestes con alguien que te bese con cariño...

No supe que decirle. Mis labios acertaron a soltar, casi tropezando las palabras, "¿con telepatía, también?".

- O con sintonía, si lo prefieres.

No llegó a decir "Así", esta vez. Antes de darme cuenta, de nuevo los gorriones estaban posándose en el árbol, pero esta vez los pájaros fueron sus labios y su soporte los míos. Y fue suave, y fue dulce, y fue cálido".

- ¿Te comió los morros? ¡Qué fuerte, tía! - soltó Carla. Pero a Luna ahora ya le daba un poco igual todo.

"No fue un beso, o quizá sí lo fue, pero yo no lo interpreté así. Nunca antes me había besado nadie de ese modo. Pensé que nadie podría besar así, que aquello era un beso de demostración, que eso no existía en el mundo real.

- Sé que parece extraño - me dijo ella. - Pero te aseguro que estos besos existen ahí fuera, en el mundo. Sólo tienes que encontrarlos. Y esa, según creo, es una de las misiones que todos tenemos en la vida.
- ¿Tienes algún consejo más? - le pregunté casi temblando de emoción.
- Sí. El tercero. Pero es consecuencia de los dos anteriores. Porque si hay cariño en las manos y en los labios, se desemboca en la pasión. Te aconsejaría que sólo te acuestes con alguien que te ame con pasión, pero eso sería un poco estúpido, porque deberías intentar comprobar su amor antes de tenerlo, y eso es complicado. Por eso, te lo digo de otra forma: si lo que quieres es ser amada con pasión, busca a quien te toque y te bese con cariño.

Salió en ese momento del servicio, y me dejó allí, sin saber qué pensar. Cuando volví a la mesa, estaban pagando la cuenta y planeando donde iríamos a tomar unas copas.

Naturalmente, siendo mayoría los hombres, acabamos en un garito bastante sucio y ruidoso en los que las cervezas no eran demasiado caras. Tomé un gin-tonic mientras miraba cómo el jefe intentaba conseguir su objetivo de aquella noche bailando delante de la nueva de la forma más desagradable posible. Posiblemente él no lo haría conscientemente, pero resultaba francamente asqueroso. Ella me buscaba con la mirada, casi implorándome que la salvara de aquello. Con los ojos señaló la puerta y después me miró con tal pena que no me cupo la menor duda de que me estaba pidiendo que la sacase de allí. Y lo hice, claro, acercándome al jefe y diciéndole que me encontraba un poco mareada y que me iría a casa. Naturalmente, ella se ofreció a acompañarme y los cerveceros decidieron que si ella me acompañaba, mejor, porque así ninguno perdía un ápice de su lamentable fiesta.

- De verdad, Luna... Muchas gracias. No sabes la situación tan incómoda de la que me has sacado. He estado a punto, te lo juro, de perder mi empleo: me ha faltado un segundo para mandarle a la mierda.
- No te preocupes, no pasa nada.
- Sí que pasa. Ahora te quedas sin cumplir tu objetivo.
- ¿Mi objetivo?
- Ya sabes... - y dirigió su mirada a mi vientre.
- Ah... No te preocupes. Lo cierto es que, después de lo del lavabo, sabía que esta noche no iba a pasar.
- ¿De verdad te encuentras mareada?
- No. Era sólo una excusa.
- ¿Te apetece que nos tomemos una copa?
- Bueno. Pero, ¿y si por una de esas coincidimos en algún bar con éstos?
- No te preocupes: no les voy a dejar entrar en mi casa.

Porque allí fue donde fuimos. Allí fue la última copa. Y allí fueron mil millones de cosas más".

- Luna - interrumpe Marta. - ¿Estás a punto de decirnos que...?

"Me besó a mitad de la copa. Me besó con los labios y me besó con su lengua en la mía. Me besó con los ojos y me besó con sus manos apoyadas sobre mi vientre. Y en ese beso sentí como si sus manos dieran vida a mi piel, como si su aliento llegase hasta mi alma y la vivificase. Ese beso fue, realmente, maravilloso. Y cuando se separó de mí, sentí como si me arrancasen el corazón.

Me miró, sentadas como estábamos en el sofá, y ví en sus ojos negros una auténtica catarata de sentimientos escondidos que trataban de vertirse sobre mí. Sus ojos brillaban de pura oscuridad".

- Otros ojos en celo, ¿eh? Si vamos todas más salidas...

"No era celo, Carla. No buscaba sexo. Buscaba amarme, lo sabía. Buscaba unirse a mí para darme su vida y su cuerpo, y no para tomar el mío. Su mirada recorrió cada centímetro de mi cuerpo, y cada centímetro sintió aquella mirada que daba calor y vida y fuerza y cariño y amor. Me sentí amada... ¡y sólo me había besado! No supe cómo decírselo:

- Nunca le he dicho esto a nadie antes... pero creo que me estoy enamorando de ti.
- ¿Eso te molesta?
- Me descoloca un poco, para serte franca.
- ¿Crees que es malo enamorarte de una mujer?

No supe qué decir. Sencillamente, no creía que fuera malo algo que me daba tanta vida. Pero se supone que una mujer debe de estar con un hombre. Pensé que la palabra no era "malo", sino "raro".

- ¿No dices nada? Quizá no encuentres palabras - me dijo. Y aún continuó, justo antes de besarme - te pondré yo alguna de las mías en la boca.

Y volvió esa sensación envolvente de sus labios en los míos. Y cuando me quise dar cuenta, eran mis manos las que acariciaban su espalda. Y sus ojos me dijeron que aquello también era tocar con cariño, y aplacaron el mínimo temblor que sentí cuando noté su mano en mi pecho. Descubrí que aquella mano había sido creada en el principio de los tiempos para acariciar mis senos. Fuí yo la que me desabroché la blusa. Y fuí yo la que me solté el sujetador, porque quería, deseaba, necesitaba sentir su piel en la mía. Y fue ella, con toda la delicadeza del mundo, la que tomó mi pecho como si fuera una copa de cristal y lo acarició hasta que sentí su palma oprimiendo mi pezón endurecido. Y fue ella la que lo besó, la que colocó sus labios en torno a él y me dio un beso que me electrizó todo el cuerpo.

No podía pensar en nada, excepto en que aquello tenía que ser un sueño, no podía estar sucediendo. Aquella mujer me estaba llevando a lomos de mi propia sexualidad a un paraíso desconocido para mí. Me recorrío entera con los labios. Besó mis labios y mi cuello y mis pechos y mi vientre. Y yo sabía que ella quería llegar más abajo, y yo necesitaba que lo hiciera. Tenía una hoguera ardiendo en mi pubis y necesitaba que me la apagase a besos. Y fui yo la que, nerviosa, me desabroché el pantalón. Y fuí yo la que me lo bajé, dejando al alcance de aquellos labios y aquellas manos mi sexo, únicamente tapado por el triángulo oscuro de mi tanga. Y fue ella la primera persona que supo a qué sabía mi cuerpo cuando besó despació el mínimo trozo de tela, mojando sus labios en mi humedad, que había empapado ya la prenda. Y fuí yo la que le pidió que me desnudase ya completamente, y ella la que lo hizo. Y mientras acompañaba las tiras laterales del tanga a lo largo de mis piernas, sentí cómo sus manos no sólo trabajaban para mi desnudez, sino que no perdonaban que ni un milímetro de mi piel quedase sin su caricia.

Cuando cerró su boca sobre mi sexo, no pude hacer nada más que abandonarme a su voluntad. Sus labios rozaban los míos, los lamían, los separaban y entraban un poco más en mí, bebiendo ya a sorbos llenos todo el calor de mi cuerpo. El sentir cómo su lengua excitaba mi clítoris me llenaba de placer, pero también de una alegría extraña, que dibujaba en mi cara una sonrisa de felicidad sin límites. Y fue su búsqueda de mí lo que me impulsó a buscarla yo a ella, y así acabamos en aquel sofá, yo tumbada y ella sobre mí, ofreciéndome un sexo tan húmedo como el mío.

Nos besamos durante no sé cuánto tiempo. No importaba el tiempo. Era ella y era yo, éramos dos mujeres dándose la vida mútuamente, sintiéndonos vivas mútuamente y ansiando ser vida con la otra. Sus manos me exploraron entera, exploraron mis pechos, exploraron mi espalda, exploraron mi vientre, exploraron mi pubis, exploraron mi sexo... y las mías se sumergieron dedo a dedo en su cuerpo, tocando, rozando, acariciando incluso por dentro a aquella mujer que me estaba enseñando a amar y a ser amada.

El placer me vino en oleadas fantásticas, como un mar que acaricia la playa... Todo mi cuerpo se combaba, temblaba, se estremecía... Y ella apoyaba cada estremecimiento con otro beso, uno más, otro más, y otra caricia, y otra, y otra... y yo ya no sabía si estaba viva o muerta, de tan ajena de mí que era y tan ella como me hacía sentir. Y supe que realmente estaba viva cuando sentí la descarga de su propia vida en mí. Al final, agotadas pero felices, quedamos abrazadas en el sofá, en un beso que realmente habría sido eterno si me hubieran dejado decidirlo a mí.

En aquel abrazo, habité sus ojos durante quizá dos o tres horas. No lo sé. Y oí su voz diciéndome:

- Quiero hacerte un regalo, pero no te lo tomes a mal. Si no quieres, me lo dices y no pasará nada.

Se separó de mí y salió del salón. Estaba desnuda en el sofá de una mujer que apenas conocía y que me había hecho llegar a un sinfín de orgasmos como yo jamás había alcanzado en mis masturbaciones.Y me sentía tremendamente feliz.

Volvió y me mostró un objeto que traía en la mano. Me incorporé.

- ¿Qué es eso? ¿Un consolador?
- Mi vida... no... Es el cuerno de un unicornio: un objeto fantástico y mágico.
- ¿Mágico? - le pregunté. Ella acarició con el extraño dildo mi sexo.
- ¿Qué sientes? - me preguntó mientras lo deslizaba arriba y abajo, desde mi clítoris hasta la entrada de mi cuerpo.
- Como mil hormigas maravillosas recorriendo mis entrañas.
- ¿Ves como es mágico?

Y mientras lo decía, comenzó a introducirlo en mí. Al mismo tiempo, sus labios volvieron a cerrarse en torno a mi pecho. Las sensaciones me desbordaban, mi cerebro no podía procesar tanto gusto. Sentía cómo el cuerno del unicornio se hundía en mi carne, cada vez más, abriendo mi cuerpo a la vida, mientras aquellos labios me recorrían de nuevo entera, hasta descansar en un torrente de besos en mi clítoris. El mágico amante se expandía dentro de mí, o yo lo sentía así. Ella comenzó a sacarlo e introducirlo, marcando un ritmo al que todo mi cuerpo bailaba. Pero no separaba los labios de mi clítoris, su lengua y él hechos uno.

Cuando aceleró el ritmo, supe que no sólo mi cuerpo bailaba, sino todo el universo hecho placer. Mi clítoris hinchado era un timbre al que su lengua no dejaba de llamar, como pidiendo que abriese más la puerta de mi sexo. Intenté separar las piernas todo lo que pude, para que aquella penetración profunda y grata fuera total y completa. Sabía que iba a estallar de placer, pero no me importaba dejar de ser en aquel mismo momento. Mi vida había sido concebida para eso, lo sentía así y lo necesitaba así. Hundí mis manos en su cabello cuando sentí que no podía retener mas tiempo el torrente de pasión que me embargaba.

De nuevo era ella la guía de mi viaje, con su mano deslizando dentro de mi cuerpo aquel objeto fantástico que me llenaba, que era cada vez más enorme, que se introducía en mí y completaba todos mis vacíos. Sus besos íntimos eran cada vez más fuertes, más fogosos. Ví cómo con su otra mano se acariciaba el propio sexo, y me encantó. Estaba disfrutando con aquello tanto como yo, si es que eso es posible sentir tanto gozo y no morir en el acto.

Finalmente, estallé bañando el extraño objeto. Y en mi estallar, sentí cómo su mano introducía más profundamente a mi inanimado amante, y noté una extraña sensación de frío muy dentro de mi cuerpo, ascendiendo rápidamente, seguida de un torrente de lava ardiente de placer. Fui incapaz de moverme. Me quedé tal y como estaba, con su boca entre mis piernas. Ya no me besaba, había llegado al orgasmo conmigo y también estaba quieta. No decíamos nada, no hacíamos nada. Sencillamente, nos sentíamos uno y no necesitábamos nada más. El mundo estaba completo. Habían acabado las guerras y todos los hombres hacían tres comidas al día.

La perfección.

Se levantó despacio, permitiéndome cerrar las piernas, casi agarrotadas por lo prolongado de la postura. Se tumbó encima de mí y sus pechos se fundieron con los míos. Nos abrazamos. Mi vientre aún temblaba. Nos unimos en un beso en el que nuestras lenguas no supieron hacer otra cosa que buscarse una y otra vez hasta, exhaustas, quedar quietas. Los labios se cerraron pero permanecieron en contacto. Era de nuevo el beso suave, casi inexistente, pero que sentía cómo me daba la vida.

Aquella noche, dormimos así, desnudas, las dos amantes.

Al día siguiente, que era sábado, tuve que volver a casa. El lunes me enteré, al llegar al trabajo, de que el jefe la había despedido con una llamada telefónica, el domingo.

No la volví a ver".

- Bufff... Lunita... Qué fuerte, ¿no?
- ¿Por qué?
- Mujer, era otra tía...
- Yo creo - dice Carla - que con una tía no vale. Que muy bien, pero no era una polla.
- Carla - habla Luna desde lo más profundo de sus ojos - cuando tengas tú una polla como la que tuve yo mi primera vez, hablaremos del tema.
- Supongo que aunque fuera una tía, vale - Marta siempre ha sido práctica. - Además, la invocación era para hacer el amor.
- Efectivamente. Y por eso os digo que hice el amor. No sé si me follaron o no, no sé si jodí o no, ni siquiera sé si se me tiró o no. Sólo se que antes de romper el vaso lo he besado y vosotras no.

Luna vuelve ahora a su vaso roto, delante de sí. Se le agolpan medio millón de recuerdos en la mente, y queda en silencio. Las dos compañeras la miran. Carla, naturalmente, tiene que abrir la boca:

- Luna, de buen rollo y tal, pero... ¿eres bollera?
- No lo sé. Sólo sé que esa mujer me amó, y que la amé, y que aún la amo.
- Oye... - continúa Carla - y ¿qué tal está el tema? ¿Te lo montarías conmigo, para que lo probase? Marta, ¿tú te apuntas?
- ¿A hacérmelo con vosotras? No... A mí me gustan los hombres...
- Entonces, ¿qué, Luna? ¿Nos lo hacemos?
- Carla... A ti no te amo.

De nuevo quedan en silencio. Sería el momento en que la cuarta compañera, la de la morena castaña, tomase su vaso e hiciese lo que tuviera que hacer con él. Pero, claro... no ha venido. Quizá debiéramos contar su historia, pero creemos que Luna ya nos ha contado por ahora suficiente. Mejor, lo dejaremos para más adelante.

LIBER E: CONCLUSSIO.


Sobre la página | Mapa del sitio | ©2005 Nicholas O'Halloran

Hosted by www.Geocities.ws

1